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n la época en que llegó
al trono Fernando III, regía los destinos de la ciudad de Toledo
un alcaide llamado Fernando Gonzalo, que había llegado a tal puesto
gracias a que había tomado parte activa en las luchas que predecieron
al reinado de Fernando III, éste agradecido le confirmó en el cargo.
Sin embargo el alcaide
era odiado por su pueblo debido a su carácter impetuoso y sus pasiones
desenfrenadas, nunca ponía freno a sus deseos, no tenía ningún tipo
de escrúpulo ni ápice de honor, pues lo mismo le daba la traición
que las habladurías, la falta a sus promesas que los juramentos
de lealtad. Por otra parte agobiaba a sus súbditos con implacables
impuestos independientemente de las cosechas buenas o malas, si
alguien osaba a contradecirle era inmediatamente azotado hasta la
muerte o decapitado en público.
El mayor de sus vicios
era sin duda el libertinaje, y eran varias las doncellas que habían
sido violadas por el terrible alcaide, sin que ninguna protesta
sirviera de nada. Y aún se decía que alguna de estas muchachas había
puesto fin a su vida para cubrir la deshonra.
Una mujer, sin embargo,
no veía con los mismos ojos al alcaide. Se trataba de una doncella
de noble linaje. Esta muchacha no le odiaba, pues en cierta ocasión
el alcaide Fernando pidió alojamiento en su casa tras venir herido
del combate, allí se conocieron e incluso llegaron a hacerse promesa
de matrimonio, pero cuando Fernando Gonzalo estuvo curado la olvidó.
La muchacha no pudo olvidar la promesa y sentía un profundo amor
por el alcaide, esperaba que algún día se diera cuenta de su actitud
y cumpliera aquella palabra dada.
Cierto día el rey
Fernando III decidió visitar Toledo. El alcaide conociendo la noticia,
deseoso de agradar a los ojos del monarca, dispuso un recibimiento
fastuoso. Y el rey por su parte quedó sorprendido del lujo con que
era recibido. Se había puesto un tablado ricamente adornado en la
plaza toledana de Zocodover, y allí un trono donde el rey recibiría
en audiencia a los toledanos. El rey dio orden de que anunciasen
que cualquiera que quisiera solicitarle algo tendrían la oportunidad
de hacerlo en su presencia.
Eran muchos los descontentos
que había en Toledo, pero ninguno se atrevió a decir una sola palabra
de acusación contra el alcaide. Todos balbuceaban palabras de alabanza
temerosos de las posibles represalias por parte del tirano cuando
hubiera marchado el rey. Cuando ya iba a terminar la audiencia y
el rey se disponía a levantarse, una dama, cubriendo el rostro con
espesos velos, se adelantó solicitando ser oída. El rey la autorizó
para que se acercara y pidiera o expusiera su voluntad. Entonces
la dama se descubrió y comenzó a pedir justicia. Era aquella mujer
que aparte de haber sido deshonrada había sido engañada en su palabra
de matrimonio. Dijo delante de todos :
-Hace tiempo acogimos
en nuestra casa a un guerrero que venía herido de la batalla..
Fue cuidado por mi, y cuando sanó hizo grandes demostraciones de
amor y gratitud, ofreciéndome su mano. Yo acepté y creyendo en su
palabra incluso le entregué mi honor, pero pasado el tiempo jamás
cumplió su promesa por lo que mi padre murió de pena y yo en vano
me arrastré a los pies de aquel hombre pidiendo por piedad que dejara
limpio mi apellido cumpliendo lo que libremente me prometió.
El rey enojado, le
preguntó que quién era ese hombre, y ella le contestó:
-Vuestro alcaide
Fernando Gonzalo.
El rey se volvió con
la mirada turbia hacia su alcaide, le dijo que se adelantara y que
tomara la mano de aquella mujer :
-Habéis de cumplir
vuestra promesa, tal es mi orden.
Pero en ese momento
otra mujer gritó entre el público.
-¡¡ No, no es
posible !!
Se adelantó otra muchacha,
muy joven y con lágrimas en los ojos pidió al rey que no ordenara
ese matrimonio.
-Ese hombre, de
quien mi padre es vasallo, me encontró hace poco camino del
mercado, uno de sus hombres me pidió que fuera a su casa para llevarle
un cesto de fruta, al entrar me hizo subir a sus aposentos y allí....
No pudo decir más
y tras un sollozo cayó al suelo de rodillas. Todos los presentes
quedaron mudos sin atreverse siquiera a respirar. Fernando Gonzalo
con la cara pálida miraba al monarca. Finalmente el rey dijo con
voz alta y solemne :
-¡Grave falta
habéis cometido con esta dama, mas tenía reparación, sin embargo
el ultraje que cometisteis con esta niña sólo tiene un castigo!
Y ordenando que viniera
el verdugo, mandó decapitar públicamente al alcaide, y que su cabeza
se pusiera como ejemplo a la entrada de la puerta de Toledo.
En memoria de este
acontecimiento se hizo el grupo escultórico de las dos mujeres mancilladas
sosteniendo en una bandeja la cabeza del tirano en señal de justicia
del Rey Fernando III.