UN VENEZOLANO DESTRUYE UN HOGAR INGLES
Parece ser que la distinguida señora Mabel Valery Fellowes, esposa del
capitán Thomas P. Fellowes, enamorada primeramente de los ruidos
suramericanos y luego, del autor de los ruidos, o sea, de Edmundo Ross, se
decidió dejarse de malos ruidos y prendió una brega de película, hasta el
punto de visitar repetidamente al venezolano en su residencia privada. Y
enterado de eso el capitán Fellowes, plantó demanda de divorcio contra su
esposa y reclamó daños y perjuicios al músico.
-¡La música! -gritó el porteño cuando le participaron que el Capitán sabía
todo.
Pero luego se enteró de que el Capitán se limitaba a justipreciar la
tranquilidad del hogar. Y que esa tranquilidad era evaluada por el juez en
mil libras. Caviloso, el venezolano, reflexionaba así:
-¿Por qué no me enamoraría de la esposa de un general? Porque, sin duda,
los capitanes son ahora más caros. Y menos mal que no se trata de un
teniente porque la cosa sería peor.
Pero lo cierto de todo esto es que el capitán Felowes no debe ser el autor
del jarabe de Felowes, ya que no resulta tan amargo; y en cambio el músico
ha sido el autor de un jarabe tapatío que escandaliza a los habitantes de
Londres. Y si continúa en esa manía de conseguir amores a mil libras, es
mucho el merengue que va a tener que cantar. Porque si Ross es un
rompehogar, mil libras son rompe-manzanas.
La actitud del capitán Felowex nos parece edificante. Y conduce a
reflexiones de profundo cálculo económico. Porque con diez matrimonios,
diez porteños y diez divorcios, se llega a la cantidad de diez mil libras
esterlinas, o sea, alrededor de cuarenta mil y pico de bolívares, que es
muy suficiente para retirarse a la vida privada. Y hasta para casarse.
Pero otras consideraciones se nos ocurren: Cuando se piensa en un capitán
inglés, que ha peleado en África, que estuvo en Dunkerque, que cruzó, de
combate en combate hasta Berlín, se necesita mucho guáramo para enamorarle
a la mujer. Y cuando, después de los hechos consumados se llega al momento
en que el inglés, con gran filosofía, nos cobra mil libras esterlinas por
el asuntico, nos provoca exclamar:
-¡Pero si esa mujer está botada!
Y sin embargo, da tristeza pensar en que todavía hay venezolanos, como
Pedro Berrizbeitia, que serían capaces de pedirle una rebajita al Capitán.
Pero, sin hacer más comentarios, nosotros como venezolanos y recordando El
Alamein, Tobruk, Cherburgo, etc, etc, y la amargura del Jarabe de
Fellowes, saludamos a un porteño legítimo, como el chaparro porteño, que se
cimbra, pero no se quiebra, al venezolanito muy digno de apellido Ross:
chiquito pero cumplidor.
Y en cuanto a la dama del cuento o de la aventura, la consideramos en su
desgracia. Que le sirva de consuelo alguna tía buena, que se vaya por la
calle y se encuentre a una amiga y le pregunte:
-Dime un cosa, vieja, ¿qué es de Mabel, que hace tiempo que no la veo?
Y ella responda:
Miura
Andrés Eloy Blanco. "Humorismo". Ediciones Centauro 76. Caracas, Venezuela,
1976.
Fábula del Morrocoy y el Venado
Casualmente, mientras el ex ministro inglés Sir Samuel Hoare, socio de
Laval en la negociación que acabó con tantos hogares abisinios, se dirigía
a Venezuela, un "mulato, de Puerto Cabello, el músico venezolano Edmundo
Ross, destruía un hogar en Londres.
-Ay, mijita, si la pobre Mabel ha sido muy desgraciada en su matrimonio!
-¿Cómo va a ser, niña? ¿Qué me cuentas?
-¡Sí, mijita, la pobre! ¡Figúrate que el marido le salió cornudo!
25-5-46