Anécdotas

Su fama como abogado de los objetos perdidos comenzó cierto día en que un novicio, cansado de la vida en el convento, decidió abandonar los hábitos. Antes de salir pasó por la celda de San Antonio y vio allí un libro de los Salmos de aspecto muy atractivo. El joven decidió llevárselo.
Cuando Antonio regresó y descubrió que faltaba el libro, se apenó mucho y se arrodilló a orar, para pedirle a Dios que apareciera el libro. Unas horas después, el joven regresó, cayó a los pies del santo, le confesó lo que había hecho y le devolvió el salterio. El muchacho contó que cuando se disponía a cruzar un puente, se interpuso en su camino un hombre de aspecto extraño que le advirtió que sólo lo dejaría pasar si devolvía el libro sustraído.
Su fama de evangelizador se hizo extensiva a su capacidad para ayudar a recuperar la fe perdida. Durante mucho tiempo luchó por volver a la fe a un nutrido grupo de habitantes de Rirnini, Italia. Cuando notó que todos sus esfuerzos resultaban vanos porque no le prestaban atención, se dirigió a la orilla del mar y llamó a los peces: "Peces del mar, vengan a oír la palabra divina, ya que los hombres no quieren escuchar". Poco a poco, centenares de peces comenzaron a sacar la cabeza del agua. "Sean ustedes benditos. El creador los ha colmado de bienes en las aguas que les dio por morada. Ustedes fueron los únicos preservados del exterminio del diluvio, sirvieron de alimento a Jesucristo y en las manos del Salvador fueron multiplicados. Sean benditos porque a diferencia de los hombres de corazón obstinado, ustedes escuchan la palabra del Señor".
Los peces entonces se retiraron retozando por el mar en señal de alegría. Antonio se volvió hacia la multitud y, como buen franciscano, les dijo: "Aprendan de los mudos animales". Muchos, ese día, recuperaron la fe. Por donde anduviese Antonio, se multiplicaban los milagros. Había en Padua una niña de cuatro años que no podía caminar y sufría periódicos ataques de epilepsia.
Dos anécdotas más ilustran la incidencia de Antonio en las dificultades de pareja. Una mujer acudió a él para confiarle que su marido estaba distanciado del hogar, derrochaba su dinero, se emborrachaba y la golpeaba, acusándola de que el bebé que tenían no era de él. Antonio se dirigió al hogar y apenas entró, preguntó al bebé de meses: "¿Quién es tu padre?". El niño extendió su manita y señaló al marido de la mujer, y dijo: "Ese". De inmediato el hombre recuperó la fe, abandonó su conducta violenta y decidió reconstruir su hogar.
En otra ocasión una viuda llamó a Antonio preocupada porque su hija, que ya estaba en edad para casarse, a pesar de su muy buen aspecto y de ser muy culta, no conseguía prometido. El santo recomendó a la hija que rezara durante dos semanas a la luz de unos cirios consagrados. Vencido el plazo y como nada pasaba, la joven enfureció y arrojó cirios y candelabros por la ventana, que fueron a caer sobre un caballero que por poco salvó su cabeza de un golpe. Irritado, el muchacho subió a quejarse. La viuda se deshizo en disculpas, pero el joven no se dio por satisfecho, pues reclamaba las disculpas de la hija. Cuando ésta apareció, el joven, se enamoró inmediatamente de ella y le dijo que si consentía, la quería en matrimonio. Poco después se celebró la boda. . Tanta era su celebridad y tanta la contundencia de sus milagros, que el Papa Gregorio IV lo declaró Santo, es decir lo canonizó, apenas dos años después, y dispuso que su memoria fuese obligatoria. Ese día tocaron por sí solas todas las campanas de Lisboa.

 

 

 
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