Martí, el periodista 

De Cabo Haitiano a Dos Ríos 

"Es muy grande mi felicidad... ; 
puedo decir que llegué, al fin, a mi plena naturaleza...
Hasta hoy no me he sentido hombre. 
He vivido avergonzado y arrastrando la cadena de mi patria toda mi vida. 
La divina claridad del alma aligera mi cuerpo; este reposo y bienestar explican 
la constancia y el júbilo con que los hombres se ofrecen al sacrificio". 

- Diario - 

9 abril. Lola, jolongo, llorando en el balcón. Nos embarcamos. 

10.- Salimos del Cabo. Amanecemos en Inagua. Izamos velas. 

11.- Bote. Salimos a las 11. Pasamos rozando a Maisí, y vemos la farola. Yo en el puente. A las 7 y media, oscuridad. Movimiento a bordo. Capitán conmovido. Bajan el bote. Llueve grueso al arrancar Rumbamos mal. Ideas revueltas y diversas en el bote. Más chubasco. El timón se pierde. Fijamos rumbo. Llevo el remo de proa. Salas rema seguido. Paquito Borrero y el General ayudan de popa. Nos ceñimos los revólveres. Rumbo al abra. La luna asoma, roja, bajo una nube. Arribamos a una playa de piedras, "La Playita", (al pie de Cajobabo). Me quedo en el bote el último vaciándolo. Salto. Dicha grande. Viramos el bote, y el garrafón de agua. Bebemos Málaga. Arriba por piedras, espinas y cenagal. Oímos ruido, y preparamos, cerca de una talanquera. Ladeando un sitio, llegamos a una casa. Dormimos cerca, por el suelo. 

12.- A las 3 nos decidimos a llamar. Blas. Gonzalo y la Niña. - José Ganriel, vivo, va a llamar a Silvestre. - Silvestre dispuesto. - Por repechos, muy cargados, salimos a buscar a Mesón, al Tacre, (Záguere). En el monte claro esperamos, desde las 9, hasta las 2. - Convenzo a Silvestre a que nos lleve a Imías. - Seguimos por el cauce del Tacre. - Decide el General escribir a Fernando Leyva, y va Silvestre. Nos metemos en la cueva, campamento antiguo, bajo un farallón, a la derecha del río. Dormimos - hojas secas - Marcos derriba: Silvestre me trae hojas. 

13.- Viene Abraham Leyva, con Silvestre cargado de carne de puerco, de cañas, de boniatos, del pollo que manda la Niña. Fernando ha ido a buscar al práctico. - Abraham, rosario al cuello. Alarma; y preparamos, al venir Abraham, a trancos. Seguía Silvestre con la carga; a las 11. De mañana nos habíamos mudado a la vera del río, crecido en la noche, con estruendo de piedras que parecía de tiros. - Vendrá práctico. Almorzamos. Se va Silvestre. Viene José a la una con su yegua. Seguiremos con él. - Silbidos y relinchos ; saltamos ; apuntamos ; sin Abraham. - Y Blás. - Por una conversación de Blás supo Ruenes que habíamos llegado, y manda a ver, a unírsenos. Decidimos ir a encontrar a Ruenes al Sao de Nejesial. - Saldremos por la mañana, Cojo hojas secas, para mi cama. - Asamos buniatos. 

14.- Día mambí. - Salimos a las 5. A la cintura cruzamos el río, y recruzamos por él - bayás altos a la orilla. Luego, a zapato nuevo, bien cargado, la altísima loma, de yaya de hoja fina, majagua de Cuba, y cupey, de piña estrellada. Vemos acurrucada, en un lechero, la primera jutía. Se descalza Marcos, y sube. Del primer machetazo la degüella: "Está aturdida": "Está degollada". Comemos naranja agria, que José coge, retorciéndolas con una vara "¡qué dulce!" Loma arriba. Subir lomas hermana hombres. Por las lomas llegamos al Sao del Nejesial: lindo rincón, claro en el monte, de palmas viejas, mangos y naranjas. Se va José. Marcos viene con el pañuelo lleno de cocos. Me dan la manzana Guerra y Paquito de guardia. Descanso en el campamento. César me cose el tahali. Lo primero fue coger yaguas, tenderlas en el suelo. Gómez con el machete corta y trae hojas, para él y para mí. Guerra hace su rancho ; cuatro horquetas: ramas en colgadizo; yaguas encima. todos ellos, unos raspan coco, Marcos, ayudado del General, desuella la jutía. La bañan con naranja agria, y la salan. El puerco se lleva la naranja ; y la piel de la jutía, en la parrilla improvisada, sobre el fuego de leña. De pronto hombres: "¡ Ah hermanos!" Salto a la guardia. La guerrilla de Ruenes, Félix Ruenes. Calano, Rubio, los 10. - Ojos resplandecientes. Abrazos. Todos traen rifle, machete, revólver. Vinieron a gran loma. Los enfermos resucitaron. Cargamos. Envuelven la jutía en yagua. Nos disputan la carga. Sigo con mi rifle y mis 100 cápsulas, loma abajo. Tibisial abajo. Una guardia. Otra. Ya estaremos en el rancho de Tavera, donde acampa la guerrilla. En Fila nos aguardan. Vestidos desiguales, de camisetas algunos, camisa y pantalón otros, otros chamarreta y calzón crudo; yareyes de pico; negros, pardos, dos españoles, Galano, blanco. Ruenes nos presenta. Habla erguido el General. Hablo. Desfile, alegría, cocina, grupos. En la nueva avanzada; volvemos a hablar. Cae la noche, velas de cera, Lima cuece la jutía y asa plátanos, disputa sobre guardias, me cuelga el General mi hamaca bajo la entrada del rancho de yaguas de Tavera. Dormimos, envueltos en las capas de goma. ¡Ah! antes de dormir, viene, con una vela en la mano, José, cargado de dos catauros, uno de carne fresca, otro de miel. Y nos pusimos a la miel ansiosos. Rica miel, en panal. - Y en todo el día, ¡qué luz, aire, qué lleno el pecho, qué ligero en cuerpo angustiado! Miro del rancho afuera, y veo, en lo alto de la cresta atrás, una paloma y una estrella. El lugar se llama Vega de la... 

15.- Amanecemos entre órdenes. Una comisión se mandará a las Veguitas, a comprar en la tienda española. Otra al parque dejado en el camino. Otra a buscar práctico. Vuelve la comisión con sal, alpargatas, un cucurucho de dulce, tres botellas de licor, chocolate, ron y... José viene con puerco. La comida - puerco guisado con plátanos y malanga. - De mañana... frangollo, el dulce de plátano y queso, y agua de canela y anís, caliente. Viene a... Colombié montero, ojos malos: va... de su perro amarillo. Al caer la tarde, en fila la gente, sale a la cañada el General, con Paquito, Guerra y Ruenes. ¿Nos permite a los tres solos? Me resigno mohino. ¿Será algún peligro? Sube Ángel Guerra, llamándome y el Capitán Cardoso. Gómez, al pie del monte, en la vereda sombreada de plátanos, con la cañada abajo, me dice, bello y enternecido, que aparte de reconocer en mí al Delegado, el Ejército Libertador, por él su Jefe, electo en Consejo de Jefes, me nombra Mayor General. Lo abrazo. Me abrazan todos. - A la noche, carne de puerco con aceite de coco, y es buena. 

Carmita querida y mis niñas, y Manuel, y Ernesto:

    En Cuba les escribo, a la sombra de un rancho de yaguas. Ya se me secan las ampollas del remo con que halé a tierra el bote que nos trajo. Éramos seis, llegamos a una playa de piedras y espinas, y estamos salvos, en un campamento, entre palmas y plátanos, con las gentes por tierra; y el rifle a su lado. Yo, por el camino, recogí para la madre la primera flor, helechos para María y Carmita, para Ernesto una piedra de colores. Se las recogí, como si los fuese a ver, como si no me esperase la cueva o la loma, sino la casa, la casa abrigada y compasiva, que veo siempre delante de mis ojos. 
  Es muy grande, Carmita, mi felicidad, sin ilusión alguna de mis sentidos, ni pensamiento excesivo en mi propio, ni alegría egoísta y pueril, puedo decirte que llegué al fin a mi plena naturaleza, y que el honor que en mis paisanos veo, en la naturaleza que nuestro valor nos da derecho, me embriaga de dicha, con dulce embriaguez. Sólo la luz es comparable a mi felicidad. Pero en todo instante le estoy viendo su rostro, piadoso y sereno, y acerco a mis labios la frente de las niñas, cuando amanece, cuando anochece, cuando me sale al paso una flor nueva, cuando veo alguna hermosura de estos ríos y montes, cuando bebo, hincado en la tierra, el agua clara del arroyo, cuando cierro los ojos, contento del día libre. Ustedes me acompañan y rodean, las siento, calladas y vigilantes, a mi alrededor. A mí, sólo ellas me faltan. A ellas, ¿que les faltará? De sus angustias nuevas, ¿podrán irse salvando? Mi poca ayuda, ¿cómo la habrán repuesto? Cuba ya tiene escritos sus nombres con mis ojos en muchas nubes del cielo y en muchas hojas de árboles. 
   Mi dicha de hombre útil hace mayor el pesar de que no me lo vean. ¿Recordarán así a su amigo, con tanta lealtad, con tanta vehemencia ? 
   ¡Ah!, María, si me vieras por esos caminos, contento y pensando en ti, con tu cariño más suave que nunca, queriendo coger para ti, sin correo con que mandártelas, estas flores de estrellas, moradas y blancas, que crecen aquí en el monte. Voy bien cargado, mi María, con mi rifle al hombro, mi machete y el revólver a la cintura, a un hombro una cartera de cien cápsulas, al otro en un gran tubo, los mapas de Cuba, y a la espalda mi mochila, con sus dos arrobas de medicina y ropa y hamaca y frazada y libros, y al pecho tu retrato. 
   El papel se me acaba, y al correo no puede ir mucho bulto. Escribo con todo el sol sobre el papel. Véanme vivo y fuerte y amando más que nunca a las compañeras de mi soledad, a la medicina de mis amarguras. De acá no teman. La dificultad es grande, y los que han de vencerla, también. Carmita pedirá a Gonzalo que le deje leer lo que hay de personal en la carta que le envío. Manuel bueno, trabaja. Carmita, escríbale a mamá. Carmita hija y María se educan para la escuela. Una paloma y una estrella vi, alto sobre el monte, al llegar aquí antier, ¿cómo no había de pensar en Carmita y en María? ¿ Y en la amistad de su madre, al ver el cielo limpio de la noche cubana?  

                    Quieran a su 

                                          Martí.


16.- Cada cual con su ofrenda - buniato, salchichón. licor de rosa, caldo de plátano. Al mediodía, marcha loma arriba, río al muslo, bello y ligero bosque de pomarrosas ; naranjas, caimitos. Por abras tupidas y mangales sin fruta llegamos a un rincón de palmas, y al fondo de dos montes bellísimos. - Allí es el campamento. La mujer india... de ojos ardientes, rodeada de 7 hijos, en traje negro roto, con el pañuelo de toca atado a lo alto por las trenzas, pila café. La gente cuelga hamacas, se echa a la cama, junta candela, traen caña al trapiche para el guarapo del café. Ella mete la caña, descalza. Antes, en el primer paradero, en la casa de la madre de hijona espantada, el General me dio a beber miel, para que probara que luego de tomarla se calma la sed. Se hace ron de pomarrosa. Queda escrita la correspondencia de Nueva York, y toda la de Baracoa. 

17.- La mañana en el campamento. Mataron res ayer y al salir el sol, ya están los grupos a los calderos. Domitila, ágil y buena con su pañuelo egipcio, salta al monte y trae un acopio de tomates, culantro y orégano. Uno me da un chopo de malanga. Otro, en taza caliente, guarapos y hojas. Muelen un mazo de cañas. Al fondo de la casa, la vertiente con su sitieríos cargados de cocos y plátanos, de algodón y tabaco silvestre: al fondo, por el río, el cuajo de potreros; y por los claros, naranjos, alrededor los montes, redondos, apacibles: y el infinito azul arriba con esas nubes blancas, y surcan perdidas... detrás la noche. La libertad en lo azul. Me entristece la impaciencia. Saldremos mañana. Me meto la Vida de Cicerón en el bolsillo en que, llevo 50 cápsulas. Escribo cartas. Prepara el General dulce de raspa de coco con miel. Se arregla la salida para mañana. Compramos miel al ranchero de los ojos azorados y la barbija. Primero, 4 reales por el galón, luego después del sermón, regala dos galones. Viene Saraguita. Juan Telesforo Rodríguez, ya no quiere llamarse Rodríguez, porque ese nombre llevaba de práctico de los españoles, y se va con nosotros. Ya tiene mujer. Al irse, se escurre. El pájaro, bizambo y desorejado, juega al machete; pie formidable; le sube el ojo como marfil donde da el sol en la mancha de ébano. Mañana salimos de la casa de José Pineda: Goya, la mujer. (Jojó arriba) 

18.- A las 9 y media salimos. Despedida en la fila. G. lee las promociones. El Sargento Pto. Rico dice.- "Yo muero donde muera el G. Martí. Buen adiós a todos, a Ruenes y a Galano, el Capitán Cardoso, a Rubio, a Dannery, a José Martínez, a Ricardo Rodríguez. Por altas lomas pasamos seis veces al río Jojó. Subimos la recia loma de Pavano, con el panalito en lo alto y en la cumbre la vista de naranja de china. Por la cresta subimos... y otro fletaba al aire leve, veteado... A lo alto de mata a mata colgaba, como cortinaje, tupido, una enredadera fina ; de hoja menuda y lanceolada. Por las lomas, el café cimarrón. La pomarrosa bosque. En torno, la hoya. y más allá los montes azulados, y el penacho de nubes. En el camino a los calderos, de Ángel Casiro, decidimos dormir, en la pendiente. A machete abrimos claro. De tronco a tronco tendemos las hamacas: Guerra y Paquito por tierra. La noche bella no deja dormir. Silva el grillo; el lagartijo quiquiquea, y su coro le responde ; aun se ve, entre la sombra, que el monte es de cupey y de paguá, la palma corta y espinada: vuelan despacio en torno las animitas; entre los nidos estridentes, oigo la música de la selva, compuesta y suave, como de finísimos violines ; la música ondea, se enlaza y desata, abre el ala y se posa, titila y se eleva, siempre sutil y mínima es la miríada del son fluido: ¿qué alas rozan las hojas? ¿qué violín diminuto, y oleadas de violines, sacan son, y alma, a las hojas? ¿qué danza de almas de hojas? Se nos olvidó la comida; comimos salchichón y chocolate y una lonja de chopo asado. La ropa se secó a la fogata. 

19.- Las 2 de la madrugada. Viene Ramón Rodríguez, el práctico, con Ángel; traen hachos, y café. Salimos a las 5, por loma áspera. A los calderos, en alto. El rancho es nuevo, y de adentro se oye la voz de la mambisa: "Pasen sin pena, aquí no tiene que tener pena". El café en seguida, con miel por dulce: ella será, en sus chancletas, cuenta, una mano a la cintura y por el aire la otra, su historia de la guerra grande: murió el marido, que de noche pelaba sus puercos para los insurrectos. cuando se lo venían a prender; y ella rodaba por el monte, con sus tres hijos a rastro, "hasta que este buen cristiano me recogió, que aunque le sirva de rodillas nunca le podré pagar". Va y viene ligera; le chispea la cara; de cada vuelta trae algo, más café, culantro de Castilla, "para que cuando tenga dolor al estómago por esos caminos, masquen un grano y tomen agua encima", trae limón. Ella es Caridad Pérez y Pino. Su hija Modesta, de 16 años se puso zapatos y túnico nuevo para recibirnos, y se sienta con nosotros, conversando sin zozobra, en los bancos de palma de la salita. De las flores de muerto, junto al cercado, le trae Ramón una, que se pone ella al pelo. Nos cose. El General cuenta "el machetazo de Caridad Estrada en el Camagüey". ' El marido mató al chino denunciante de su rancho, y a otro a Caridad la hirieron por la espalda; el marido se rodó muerto la guerrilla huyó Caridad recoge a una hija al brazo, y chorreando sangre, se les va detrás: "si hubiera tenido un rifle". Vuelve, llama a su gente, entierran al marido, manda por Boza: "vean lo que me han hecho. "Salta la tropa; queremos ir a encontrar ese capitán. No podía estar sentado en el campamento. Caridad enseñaba su herida. Y siguió viviendo, predicando, entusiasmado en el campamento. Entra el vecino dudoso Pedro Gómez y trae de ofrenda café y una gallina. Vamos haciendo almas. Valentín, el español que se le ha puesto a Gómez de asistente, se afana en la cocina. Los seis hombres de Ruenes hacen su sancocho al aire libre. Viene Isidro, muchachón de ojos garzos, muy vestido, con sus zapatos orejones de vaqueta : ese fue el que se nos apareció donde Pineda, con un dedo recién cortado : no puede ir a la guerra : "tiene que mantener a tres primos hermanos". A las 2 y media, después del chubasco, por lomas y el río Guayabo, al mangal, a una legua de Imía. Allí Felipe Dom, el Alcalde de P. Juan Rodríguez nos lleva, en marcha ruda de noche, costeando vecinos, a cerca del alto de la Yaya. 

20.- La marcha con velas, a las 3 de la mañana. De allí Teodoro Delgado, al Palenque : monte pedregoso, palos amargos y naranja agria: alrededor casi es grandioso el paisaje; vamos cercados de montes, serrados, tetudos, picudos ; monte plegado a todo el rededor; el mar al sur. A lo alto, paramos bajo unas palmas. Viene llena de cañas la gente, los vecinos : Estévez, Fromitu, Antonio Pérez, de noble porte, sale a San Antonio. De una casa nos mandan café, y luego gallina con arroz. Se huye Jaraguita. ¿Lo azoraron? ¿Va a buscar a las tropas? Un montero trae de Imía la noticia de que han salido a perseguirnos por el Jobo. Aquí esperaremos, como lo teníamos pensado, el práctico para mañana. Jaraguá, cabeza cónica. Un momento antes me decía que quería seguir ya con nosotros hasta el fín. Se fue a la centinela, y se escurrió. Descalzo, ladrón de monte, práctico español; la cara angustiada, el hablar ceceado y chillón, bigote ralo, labios secos, la piel en pliegues, los ojos vidriosos, la cabeza cónica. Caza sinsontes, pichones, con la lirica del lechuzo. Ahora tiene animales y mujer. Se descalzó por el monte. No lo encuentran. Los vecinos lo temen. En un grupo hablan de. los remedios de la nube en los ojos: agua de sal leche del ítamo, "que le volvió la vista a un gallo' la hoja espinuda de la romerilla bien majada "una gota de sangre del primero que vio la nube". Luego hablan de los remedios para las úlceras : la piedra amarilla del río Jojó, molida en polvo fino, el excremento blanco y pelado del perro, la miel del limón; el excremento cernido, y malva. Dormimos por el monte en yaguas. Jaraguá, palo fuerte. 

21.- A las 6 salimos con Antonio, camino de San Antonio. En el camino nos detenemos a ver derribar una palma, a machetazos al pie, para coger una colmena, que traen seca, y las celdas llenas de hijos blancos. Gómez hace traer miel, exprime en ello los pichones, y es leche muy rica. A poco sale por la vereda el anciano negro y hermoso, Luis González, con sus hermanos y su hijo Magdaleno, y el sobrino Eufemio. Ya él había enviado aviso a Perico Pérez, y con él, cerca de San. Antonio, esperaremos la fuerza. Luis me levanta del brazo. ¡Pero qué triste. noticia! ¿Será verdad que ha muerto Flor, gallardo Flor?, que Maceo fue herido en traición de los indios de Garrido; que José Maceo rebanó a Garrido de un machetazo? Almorzábamos buniato y puerco asado cuando llegó Luis ponen por tierra, en un mantel blanco, el casabe de su casa. Vamos lomeando a los charrascales otra vez, y de lo alto divisamos el ancho río de Sabanalamar, por sus piedras lo vadeamos, nos metemos por sus cañas, acampamos a la otra orilla. Bello, el abrazo de Luis con sus ojos sonrientes, como su dentadura, su barba cana al rape, y su rostro, espacioso, sereno y de limpio color negro. El es padre de todo el contorno, viste buena rusia, su casa libre es la más cercana al monte. De la paz del alma viene la total hermosura a su cuerpo ágil y majestuoso. De su tasajo de vaca y sus plátanos comimos mientras él fue al pueblo, ya a la noche volvió por el monte sin luz, cargado de vianda nueva, con la hamaca al costado, y de la mano el catauro de miel lleno de higos. Vi hoy la yaguama, la hoja fenica que estanca la sangre, y con su mera sombra beneficia al herido : "machuque bien las hojas y métalas en la herida; que la sangre se seca". Las aves buscan su sombra. Me dijo Luis el modo de que las velas de cera no se apagasen en el camino, y es empapar bien un lienzo, y envolverlo alrededor, y con eso la vela va encendida y se consume menos cera. El médico preso, en la traición a Maceo, ¿no será el pobre Frank? ¡Ah, Flor!  

22.- Día de espera impaciente. Baño en el río, de cascadas y hoyas y grandes piedras, y golpes de caña a la orilla. Me lavan mi ropa azul, mi chamarreta. A mediodía vienen los hermanos de Luis, orgullos de la comida casera que nos traen: huevos fritos, puerco frito y una gran torta de pan de maíz. Comemos bajo el chubasco; y luego, de un macheteo, izan una tienda, techadas con las capas de goma. Toda la tarde es de noticias inquietas : viene desertado de las escuadra de Guantánamo un sobrino de Luis que fue a hacerse de arma; y dice que bajan fuerzas; otro dice que de Baitiquiri, donde está de teniente Luis Bertot traidor en Bayamo, han llegado a San Antonio, los exploradores, a registrar el monte. Las escuadras, de criollos pagados, con un ladrón feroz a la cabeza, hacen la pelea de España, la única pelea temible en estos contornos. A Luis, que vino al anochecer, le llegué carta de su mujer; que los exploradores, y su propio hermano es uno de ellos van citados por Garrido, el teniente ladrón, a juntársele a la Caridad y ojear a todo Cajuerí ; que en Vega Grande y los Quemados y en muchos otros pasos nos tienen puestas 'emboscadas. Dormimos donde estábamos, divisando el camino. Hablamos hoy de Céspedes y cuenta Gómez la casa de portal en que lo hallé en las Tunas. cuando fue, en mala ropa, con quince rifleros a decirle cómo subía, peligrosa, la guerra desde Oriente. Ayudantes pulcros, con polainas. Céspedes : kepis y tenacillas de cigarros. La guerra abandonada a los jefes, que pedían en vano dirección, contrastaba con la festividad del cortejo tunero. A poco, el gobierno tuvo que acogerse a Oriente. "No había nada, Martí" ni plan de campaña, ni rumbo tenaz y fijo. Que la sabina, olorosa como el cedro, da sabor y eficacia medicinal, al aguardiente. Que el té de yagruma, de las hojas grandes de la yagruma, es bueno para el asma. Juan llegó, el de las escuadras, él vió muerto a Flor, muerto con su bella cabeza fría y su labio roto y dos balazos en el pecho; el 10 lo mataron. Patricio Corona, errante once días de hambre, se presentó a los voluntarios. Maceo y dos más se juntaron con Moncada. Se vuelven a las casas los hijos y los sobrinos de Luis: Ramón, el hijo de Eufemio, con su suave tez achocolatada, como bronce carmíneo, y su fina y perfecto cabeza, y su ágil cuerpo púher, Magdaleno, de magnífico molde, pie firme, cana enjuta, pantorrilla volada, muslo largo, tórax pleno, brazos graciosos, "en el cuello delgado la la cabeza pura, de bozo y barbe crespa el machete al cinto y el yarey alón y picudo. Luis duerme con nosotros. 

23.- A la madrugada, listos ; pero no llega Eufemio, que debía ver salir a los exploradores, ni llega respuesta de la fuerza. Luis va a ver, y vuelve con Eufemio. Se han ido los exploradores. Emprendemos marcha tras ellos. De nuestro campamento de dos días, en el Monte de la Vieja salimos monte abajo, luego. De una loma al claro donde se divisa, por el sur, el palmar de San Antonio, rodeado de jatiales y charrascos, en la hoya fértil de los cañandones, y a un lado y a otro montes, y entre ellos el mar. Ese monte, a la derecha, con un tajo como de sangre, por cerca de la copa, es doña Mariana, ése, al Sur, alto entre tantos, es el Pan de Azúcar. De 8 a 2 caminamos, por el jatial espinudo, con el pasto bueno y la flor roja y baja del guisado de tres puyas: tunas, bestias sueltas. Hablamos de las excursiones de Gómez cuando la otra guerra. Gómez elogia el valor de Miguel Pérez: "dio un traspiés, lo perdonaron y él fue leal siempre al gobierno" ; "en una yagua recogieron su cadáver ; lo hicieron casi picadillo" ; "eso hizo español a Santos Pérez". Y al otro Pérez, dice Luis, Policarpo le puso las parras de antiparras. "Te voy a cortar las partes", le gritó en pelea a Policarpo. "Y yo a tí las tuyas". Y se las puso. ",pero, ¿por qué pelean contra los cubanos esos cubanos? Ya veo que no es por opinión, ni por cariño imposible a España". "Pelean esos puercos, pelean así por el peso que les pagan, un peso al día menos el rancho que les quitan. Son los vecinos malos de los caseríos, o los que tienen un delito que pagar a la justicia, o los vagabundos que no quieren trabajar, y unos cuantos indios de Baitiquirí y de Cajuerí. Del café hablamos, y de los granos que los sustituyen: el platanillo y la boruca. De pronto bajamos a un bosque alto y alegre, los árboles caídos sirven de puente a la primer poza, por sobre hojas mullidas y frescas pedreras, vamos a grata sombra, al lugar de descanso: el agua corre, las hojas de la yagruma blanquean el suelo, traen de la cañada a rastros, para el chubasco, pencas enormes, me acerco al rumor, y veo entre piedras y helechos, por remansos de piedras finas y alegres cascadas, correr el agua limpia. Llegan de noche los 17 hombres de Luis, y él, sólo, con sus 63 anos, una hora delante: todos a la guerra: y con Luis va su hijo. 

24.- Por el cañandón, por el monte de Acosta, por el roncaral de piedra roída, con sus pozos de agua limpia en que bebe el sinsonte y su cama de hojas secas, halamos, de sol a sol, el camino fatigoso. Se siente el peligro. Desde el Palenque nos van siguiendo de cerca las huellas. Por aquí pueden caer los indios de Garrido. Nos asimos en el portal de Valentín, mayoral del ingenio de Santa Cecilia. Al Juan fuerte, de buena dentadura, que sale a darnos la mano tibia : cuando su tío Luis lo llama al cercado: "Y tú, ¿Por qué no vienes? ¿Pero no ve como me come el bicho? El bicho la familia ¡Ah, hombres alquilados, salario corruptor! Distinto, el hombre propio, el hombre de si mismo. ¿Y esta gente? ¿que tiene que abandonar? ¿ La casa de yaguas, que les da el campo, y hacen con sus manos? ¿Los puercos, que pueden criar en el monte? Comer, lo da la tierra ; calzado, la yagua y la majagua ; medicina, las yerbas y cortezas ; dulce, la miel de abejas. Mas adelante, abriendo hoyos para la cerca, el viejo barbón y barrigudo, sucia la camiseta y el pantalón a los tobillos y el color terroso y los ojos viboreznos y encogidos : ¿Y ustedes qué hacen? "Pues aquí estamos haciendo estas cercas". Luis maldice y levanta el brazo grande por el aire. Se va a anchos pasos, temblándole la barba. 

25.- Jornada de guerra. A monte puro vamos acercándonos, ya en las garras de Guantánamo, hostil en la primera guerra, hasta Arroyo Hondo. Perdíamos el rumbo. Las espinas, nos tajaban. Los bejucos nos ahorcaban y azotaban. Pasamos por un bosque de jigueras, verdes, puyadas al tronco desnudo, o a tramo ralo. La gente va vaciando jigueras, y emparejándole la boca: A las once redondo tiroteo.. Tiro graneado, que retumba; contra tiros velacios y secos. Como a nuestros mismos pies es el combate; entran, pesadas, tres balas que dan en los troncos. "¡Que bonito es un tiroteo de lejos!" dice el muchachón agraciado de San Antonio, un niño. "Más bonito es de cerca", dice el viejo. Siguiendo, nuestro camino subimos a la margen del arroyo. El tiroteo se espesa. Magdaleno, sentado contra un tronco, recorta adornos en su jiguera nueva. Almorzamos huevos crudos, un sorbo de miel y chocolate de "La Imperial" de Santiago de Cuba. A poco, las noticias nos vienen del pueblo. Y ya han visto entrar a un muerto, y 25 heridos. Maceo vino a buscarnos, y espera en los alrededores: a Maceo, alegremente. Dije en carta a Carmita: "En el camino mismo del combate nos esperaban los cubanos triunfadores : se echan de los caballos abajo; los caballos que han tomado a la guardia civil : se abrazan y nos vitorean : nos suben a caballo y nos calzan la espuela", ¿cómo no me inspira horror, la mancha de sangre que ví en el camino? ¿ni la sangre a medio secar, de una cabeza que ya está enterrada, con la cartera que le puso de descanso un jinete nuestro? Y al sol de la tarde emprendimos la marcha de victoria, de vuelta el campamento. A las doce de la noche habían salido, por ríos y cañaverales y espinares, a salvarnos ; acababan de llegar, ya cerca, cuando le caen encima el español ; sin almuerzo pelearon las 2 horas, y con galletas en- ganaron el hambre del triunfo; y emprendían el viaje de 8 leguas, con tarde primera alegre y clara, y luego por bóvedas de púas, en la noche obscura. En fila de uno a uno iba la columna larga. Los vemos caballos y de a pie, en los altos ligeros. Entra al cañaveral, y cada soldado sale con una caña de él. (Cruzamos el ancho ferrocarril; oímos los pitazos del oscurecer en los ingenios : vemos, al fin del llano, los faros eléctricos). "Párese la columna, que hay un herido atrás". Uno hala una pierna travesada. Y Gómez lo monta a su grupa. Otro herido no quiere: "No amigo: yo no estoy muerto" y con la bala en el hombro sigue andando. ¡Los pobres pies, tan cansados! Se sientan, rifle al lado, al borde del camino: y nos sonríen gloriosos. Se oye algún ¡ay! y más risas, y el habla contenta. "Abran camino" y llega montado el recio Cartagena, Teniente Coronel que lo ganó en la guerra grande, con un hachón prendido de cardona, clavado como una lanza, al estribo de cuero. Y otros hachones, de tramos en tramos... encienden los árboles secos, que escaldan y chisporrotean, y echan al cielo su fuste de llama y una pluma de humo. El río nos canta. Aguardamos a los cansados. Ya están a nuestro alrededor, los yareyes en la sombra. Tal la última agua, y del otro lado el sueño. Hamacas, candelas, calderas, el campamento ya duerme al pie de un árbol grande iré luego a dormir. junto al machete y el revólver, y de almohada mi capa de hule; ahora hurgo el jolongo y saco de él la medicina para los heridos. Caprichosas las estrellas, a las 3 de la madrugada. A las 5. abiertos los ojos, Colt al costado, machete al cinto, espuela a la alpargata y ¡ a caballo! Murió Alcil Duvergié, el valiente : de cada fogonazo, un hombre; le entró la muerte por la frente; a otro tirador, le vaciaron una descarga encima; otro cayó, cruzando temerario el puente. ¿ Y donde, al acampar, estaban los heridos? Con trabajo los agrupo, al pie del más grave, que creen pasmado, y viene a andas en una hamaca,' colgando de un palo. Del juego del tabaco, apretado a un cabo de la boca, se le han desclavado los dientes. Bebe descontento un sorbo de Marrasquino. ¿Y el agua, que no viene, el agua de las heridas, que al fin traen en un cubo turbio? La trae fresca el servicial Evaristo Zayas, de Ti Arriba. Y el practicante, ¿dónde está el practicante que no viene a sus heridos? Los otros tres se quejan, en sus capotes de goma, al fin llega arrebujado en una colcha, alegando calentura. Y entre todos, con Paquito Borrero, de tierna ayuda, curamos la herida de la hamaca, una herida narigona, que entró y salió por la espalda; en una boca cabe un dedal y una avellana en la otra; lavamos, iodoformo, algodón fenicado. Al otro, en la cabeza del muslo: entró y salió. Al otro que se vuelve de bruces, no le salió la bala de la espalda: allí está al salir, en el manchón rojo e hinchado: de la sífilis, tiene el hombre comida la nariz y la hora: el último, boca y orificio, también en la espalda, tiraban rodilla en tierra, y el balazo bajo les atravesaba las espaldas membrudas. das. A Antonio Suárez, de Colombia, primo de Lucía Cortés, la mujer de Merchán, la misma herida. Y se perdió a pie, y nos halló luego. A Antonio Suárez, de Colombia, primo de Lucía Cortés, la mujer de Merchán, la misma herida. Y se perdió a pie, y nos halló luego.