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Martí, el periodista
Vindicación de Cuba
(Obras Completas, tomo 1, Editorial Ciencias Sociales, La Habana 1975, Pág.
236-241)
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Nueva York, 21 de marzo de 1889
Señor Director de The Evening Post Señor:
Ruego a usted que me permita referirme en sus columnas a la ofensiva crítica de
los cubanos publicada en The Manufacturer de Filadelfia, y reproducida
con aprobación en su número de ayer.
No
es éste el momento de discutir el asunto de la anexión de Cuba. Es probable
que ningún cubano que tenga en algo su decoro desee ver su país unido a otro
donde los que guían la opinión comparten respecto a él las preocupaciones sólo
excusables a la política fanfarrona o la desordenada ignorancia. Ningún cubano
honrado se humillará hasta verse recibido como un apestado moral, por el mero
valor de su tierra, en un pueblo que niega su capacidad, insulta su virtud y
desprecia su carácter. Hay cubanos que por móviles respetables, por una
admiración ardiente al progreso y la libertad, por el presentimiento de sus
propias fuerzas en mejores condiciones políticas, por el desdichado
desconocimiento de la historia y tendencia de la anexión, desearían ver la
Isla ligada a los Estados Unidos. Pero los que han peleado en la guerra, y han
aprendido en los destierros; los que han levantado, con el trabajo de las manos
y la mente, un hogar virtuoso en el corazón de un pueblo hostil; los que por su
mérito reconocido como científicos y comerciantes, como empresarios e
ingenieros, como maestros, abogados, artistas, periodistas, oradores y poetas,
como hombres de inteligencia viva y actividad poco común, se ven honrados donde
quiera que ha habido ocasión para desplegar sus cualidades, y justicia para
entenderlos; los que, con sus elementos menos preparados, fundaron una ciudad de
trabajadores donde los Estados Unidos no tenían antes más que unas cuantas
casuchas en un islote desierto; esos, más numerosos que los otros, no desean la
anexión de Cuba a los Estados Unidos. No la necesitan. Admiran esta nación, la
más grande de cuantas erigió jamás la libertad; pero desconfían de los
elementos funestos que, como gusanos en la sangre, han comenzado en esta República
portentosa su obra de destrucción. Han hecho de los héroes de este país sus
propios héroes, y anhelan el éxito definitivo de la Unión Norte-Americana,
como la gloria mayor de la humanidad; pero no pueden creer honradamente que el
individualismo excesivo, la adoración de la riqueza, y el júbilo prolongado de
una victoria terrible, estén preparando a los Estados Unidos para ser la nación
típica de la libertad, donde no ha de haber opinión basada en el apetito
inmoderado de poder, ni adquisición o triunfos contrarios a la bondad y a la
justicia. Amamos a la patria de Lincoln tanto como tenemos a la patria de
Cutting.
No somos los cubanos ese
pueblo de vagabundos míseros o pigmeos inmorales que a The Manufacturer
le place describir; ni el país de inútiles verbosos, incapaces de acción,
enemigos del trabajo recio, que, justo con los demás pueblos de la América
española, suelen pintar viajeros soberbios y escritores. Hemos sufrido
impacientes bajo la tiranía; hemos peleado como hombres, y algunas veces como
gigantes para ser libres; estamos atravesando aquel período de reposo
turbulento, lleno de gérmenes de revuelta, que sigue naturalmente a un período
de acción excesiva y desgraciada; tenemos que batallar como vencidos contra un
opresor que nos priva de medios de vivir, y favorece, en la capital hermosa que
visita al extranjero, en el interior del país, donde la presa se escapa de su
garra, el imperio de una corrupción tal que llegue a envenenarnos en la sangre
las fuerzas necesarias para conquistar la libertad. Merecemos en la hora de
nuestro infortunio, el respeto de los que no nos ayudaron cuando quisimos
sacudirlo.
Pero, porque nuestro
gobierno haya permitido sistemáticamente después de la guerra el triunfo fe
los criminales, la ocupación de la ciudad por la escoria del pueblo, la
ostentación de riquezas mal habidas por una miríada de empleados españoles y
sus cómplices cubanos, la conversión de la capital en una casa de inmoralidad,
donde el filósofo y el héroe viven sin pan junto al magnífico ladrón de la
metrópoli; porque el honrado campesino, arruinado por una guerra en apariencia
inútil, retorna en silencio al arado que supo a su hora cambiar por el machete;
porque millares de desterrados, aprovechando una época de calma que ningún
poder humano puede precipitar hasta que no se extinga por sí propia, practican,
en la batalla de la vida en los pueblos libres, el arte de gobernarse a sí
mismos y de edificar una nación; porque nuestros mestizos y nuestros jóvenes
de ciudad son generalmente de cuerpo delicado, locuaces y corteses, ocultando
bajo el guante que pule el verso, la mano que derriba al enemigo, ¿se nos ha de
llamar, como The Manufacturer nos llama, un pueblo afeminado? Esos
jóvenes de ciudad y mestizos de poco cuerpo supieron levantarse en un día
contra un gobierno cruel, pagar su pasaje al sitio de la guerra con el producto
de su reloj y de sus dijes, vivir de su trabajo mientras retenía sus buques el
país de los libres en el interés de los enemigos de la libertad, obedecer como
soldados, dormir en el fango, comer raíces, pelear diez años sin paga, vencer
al enemigo con una rama de árbol, morir–estos hombres de diez y ocho años,
estos herederos de casas poderosas, estos jovenzuelos de color de aceitunas–de
una muerte de la que nadie debe hablar sino con la cabeza descubierta; murieron
como esos otros hombres nuestros que saben, de un golpe de machete, echar a
volar una cabeza, o de una vuelta de la mano, arrodillar a un toro. Estos
cubanos afeminados tuvieron una vez valor bastante para llevar al brazo
una semana, cara a cara de un gobierno despótico, el luto de Lincoln.
Los cubanos, dice The Manufacturer, tienen "aversión a todo
esfuerzo", "no se saben valer", "son perezosos. " Estos
"perezosos" que "no se saben valer", llegaron aquí hace
veinte años con las manos vacías, salvo pocas excepciones; lucharon contra el
clima; dominaron la lengua extranjera; vivieron de su trabajo honrado, algunos
en holgura, unos cuantos ricos, rara vez en la miseria; compraron o construyeron
sus hogares; crearon familias y fortunas; gustaban del lujo, y trabajaban para
él: no se les veía con frecuencia en las sendas oscuras de la vida:
independientes, y bastándose a sí propios, no temían la competencia en
aptitudes ni en actividad: miles se han vuelto a morir en su hogares: miles
permanecen donde en las durezas de la vida han acabado por triunfar, sin la
ayuda del idioma amigo, la comunidad religiosa ni la simpatía de raza. Un puñado
de trabajadores cubanos levantó a Cayo Hueso. Los cubanos se han señalado en
Panamá por su mérito como artesanos en los oficios más nobles, como
empleados, médicos y contratistas. Un cubano, Cisneros, ha contribuido
poderosamente al adelanto de los ferrocarriles y la navegación de ríos de
Colombia. Márquez, otro cubano, obtuvo, como muchos de sus compatriotas, el
respeto del Perú como comerciante eminente. Por todas partes viven los cubanos,
trabajando como campesinos, como ingenieros, como agrimensores, como artesanos,
como maestros, como periodistas. En Filadelfia, The Manufacturer tiene
ocasión diaria de ver a cien cubanos, algunos de ellos de historia heroica y
cuerpo vigoroso, que viven de su trabajo en cómoda abundancia. En New York los
cubanos son directores en bancos prominentes, comerciantes prósperos,
corredores conocidos, empleados de notorios talentos, médicos con clientela del
país, ingenieros de reputación universal, electricistas, periodistas, dueños
de establecimientos, artesanos. El poeta del Niágara es un cubano, nuestro
Heredia. Un cubano, Menocal, es jefe de los ingenieros del canal de Nicaragua.
En Filadelfia mismo, como en New York, el primer premio de las Universidades ha
sido, más de una vez, de los cubanos. Y las mujeres de estos
"perezosos", "que no se saben valer", de estos enemigos de
"todo esfuerzo", llegaron aquí, recién venidas de una existencia
suntuosa, en lo más crudo del invierno: sus maridos estaban en la guerra,
arruinados, presos, muertos: la "señora" se puso a trabajar: la dueña
de esclavos se convirtió en esclava; se sentó detrás de un mostrador; cantó
en las iglesias; ribeteó ojales por cientos; cosió a jornal; rizó plumas de
sombrerería; dio su corazón al deber; marchitó su cuerpo en el trabajo; ¡éste
es el pueblo "deficiente en moral!"
Estamos "incapacitados por la naturaleza y la experiencia para
cumplir con las obligaciones de la ciudadanía en un país grande y libre.
" Esto no puede decirse en justicia de un pueblo que posee–junto con la
energía que construyó el primer ferrocarril en los dominios españoles y
estableció contra un gobierno tiránico todos los recursos de la civilización–un
conocimiento realmente notable del cuerpo político, una aptitud demostrada para
adaptarse a sus formas superiores, y el poder, raro en las tierras del trópico,
de robustecer su pensamiento y podar su lenguaje. La pasión por la libertad, el
estudio serio de sus mejores enseñanzas; el desenvolvimiento del carácter
individual en el destierro y en su propio país, las lecciones de diez años de
guerra y de sus consecuencias múltiples, y el ejercicio práctico de los
deberes de la ciudadanía en los pueblos libres del mundo, han contribuido, a
pesar de todos los antecedentes hostiles, a desarrollar en el cubano una aptitud
para el gobierno libre tan natural en él, que lo estableció, aun con exceso de
prácticas, en medio de la guerra, luchó con su mayores en el afán de ver
respetadas las leyes de la libertad, y arrebató el sable, sin consideración ni
miedo, de las manos de todos los pretendientes militares, por gloriosas que
fuesen. Parece que hay en la mente cubana una dichosa facultad de unir el
sentido a la pasión, y la moderación a la exuberancia. Desde principios del
siglo se han venido consagrando nobles maestros a explicar con su palabra, y
practicar en su vida, la abnegación y tolerancia inseparables de la libertad.
Los que hace diez años ganaban por mérito singular los primeros puestos en las
Universidades europeas, han sido saludados, al aparecer en el Parlamento español,
como hombres de sobrio pensamiento y de oratoria poderosa. Los conocimientos políticos
del cubano común se comparan sin desventaja con los del ciudadano común de los
Estados Unidos. La ausencia absoluta de intolerancia religiosa, el amor del
hombre a la propiedad adquirida con el trabajo de sus manos, y la familiaridad
en práctica y teoría con las leyes y procedimientos de la libertad, habituarán
al cubano para reedificar su patria sobre las ruinas en que la recibirá de sus
opresores. No es de esperar, para honra de la especie humana, que la nación que
tuvo la libertad por cuna, y recibió durante tres siglos la mejor sangre de
hombres libres, emplee el poder amasado de este modo para privar de su libertad
a un vecino menos afortunado.
Acaba
The Manufacturer diciendo "que nuestra falta de fuerza viril y de
respeto propio está demostrada por la apatía con que nos hemos sometido
durante tanto tiempo a la opresión española", y "nuestras mismas
tentativas de rebelión han sido tan infelizmente ineficaces, que apenas se
levantan un poco de la dignidad de una farsa. " Nunca se ha desplegado
ignorancia mayor de la historia y el carácter que en esta ligerísima aseveración.
Es preciso recordar, para no contestarla con amargura, que más de un americano
derramó su sangre a nuestro lado en una guerra que otro americano había de
llamar "una farsa. " ¡Una farsa, la guerra que ha sido comparada por
los observadores extranjeros a una epopeya, el alzamiento de todo un pueblo, el
abandono voluntario de la riqueza, la abolición de la esclavitud en nuestro
primer momento de libertad, el incendio de nuestras ciudades con nuestra propias
manos, la creación de pueblos y fábricas en los bosques vírgenes, el vestir a
nuestras mujeres con los tejidos de los árboles, el tener a raya, en diez años
de esa vida, a un adversario poderoso, que perdió doscientos mil hombres a
manos de un pequeño ejército de patriotas, sin más ayuda que la naturaleza!
Nosotros no teníamos hessianos ni franceses, ni Lafayette o Steuben, ni
rivalidades de rey que nos ayudaran: nosotros no teníamos más que un vecino
que "extendió los límites de su poder y obró contra la voluntad del
pueblo" para favorecer a los enemigos de aquellos que peleaban por la misma
carta de libertad en que él fundó su independencia: nosotros caímos víctimas
de las mismas pasiones que hubieran causado la caída de los Trece Estados, a no
haberlos unido el éxito, mientras que a nosotros nos debilitó la demora, no
demora causada por la cobardía, sino por nuestro horror a la sangre, que en los
primeros meses de la lucha permitió al enemigo tomar ventaja irreparable, y por
una confianza infantil en la ayuda cierta de los Estados Unidos; "¡No han
de vernos morir por la libertad a sus propias puertas sin alzar una mano o decir
una palabra para dar un nuevo pueblo libre al mundo!" Extendieron "los
límites de su poder en diferencia a España. " No alzaron la mano. No
dijeron la palabra.
La lucha no ha
cesado. Los desterrados no quieren volver. La nueva generación es digna de sus
padres. Centenares de hombres han muerto después de la guerra en el misterio de
las prisiones. Sólo con la vida cesará entre nosotros la batalla por la
libertad. Y es la verdad triste que nuestros esfuerzos se habrían, en toda
probabilidad, renovado con éxito, a no haber sido, en algunos de nosotros, por
la esperanza poco viril de las anexionistas, de obtener la libertad sin pagarla
a su precio, y por el temor justo de otros, de que nuestros muertos, nuestras
memorias sagradas, nuestras ruinas empapadas en sangre, no vinieran a ser más
que el abono del suelo para el crecimiento de una planta extranjera, o la ocasión
de una burla para The Manufacturer de Filadelfia.
Soy de usted, señor Director, servidor atento,
José Martí New York, 21 de Marzo de 1889 120 Front Street
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