CONSEJO PONTIFICIO DE LA CULTURA
PARA UNA PASTORAL DE LA CULTURA

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INDICE
Introducción: Nuevas situaciones
culturales, nuevos campos de evangelización
I. Fe y cultura: líneas de
orientación
La buena noticia del Evangelio para las
Culturas
La evangelización y la inculturación
Una pastoral de la cultura
II. Desafíos y puntos de apoyo
Una época nueva en la historia de la
humanidad
Nuevos Areópagos y campos culturales tradicionales
Diversidad de culturas y pluralismo religioso
III. Propuestas concretas
Objetivos Pastorales prioritarios
Religión y « religioso »
« Lugares ordinarios » de la experiencia de la fe, la piedad
popular, la parroquia
Instituciones de educación
Centros de formación teológica
Los Centros Culturales Católicos
Medios de Comunicación social e información religiosa
Ciencia, tecnología, bioética y ecología
El arte y los artistas
Patrimonio cultural, turismo religioso
Los jóvenes
Conclusión: Hacia una pastoral de
la cultura renovada por la fuerza del Espíritu

INTRODUCCIÓN
Nuevas situaciones culturales, nuevos campos de evangelización
1. « El proceso de encuentro y confrontación con las
culturas es una experiencia que la Iglesia ha vivido desde los comienzos
de la predicación del Evangelio » (Fides et Ratio, n. 70),
pues « es propio de la persona humana el no acceder a su plena y
verdadera humanidad sino a través de la cultura » (Gaudium et
spes, n. 53). Así, la Buena Nueva que es el Evangelio de Cristo
para todo hombre y todo el hombre, « al mismo tiempo hijo y padre de
la cultura a la que pertenece » (Fides et Ratio, n. 71), le llega a
éste en su propia cultura, que impregna su manera de vivir la fe y
que a su vez es modelada por ésta. « Hoy, a medida que el
Evangelio entra en contacto con áreas culturales que han
permanecido hasta ahora fuera del ámbito de irradiación del
cristianismo, se abren nuevos cometidos a la inculturación »
(ibid., n. 72). Al mismo tiempo, las culturas tradicionalmente cristianas
o impregnadas de tradiciones religiosas milenarias se tambalean. Se trata,
pues, no sólo de injertar la fe en las culturas, sino también
de devolver la vida a un mundo descristianizado, cuyas referencias
cristianas son a menudo sólo de orden cultural. Estas nuevas
situaciones culturales a lo largo del mundo se presentan a la Iglesia, en
el umbral del tercer milenio, como nuevos campos de evangelización.
Ante estos desafíos de nuestro tiempo, « dramático
y al mismo tiempo fascinador » (Redemptoris missio, n. 38), el
Consejo Pontificio de la Cultura desea compartir un conjunto de
convicciones y de propuestas concretas, fruto de numerosos intercambios,
especialmente gracias a la fecunda cooperación con los obispos,
pastores de las diócesis, y sus colaboradores en este campo apostólico,
para una renovada pastoral de la cultura como lugar de encuentro
privilegiado con el mensaje de Cristo. En efecto, « toda cultura es
un esfuerzo de reflexión sobre el misterio del mundo y en
particular del hombre: es un modo de expresar la dimensión
trascendente de la vida humana. El corazón de cada cultura está
constituido por su acercamiento al más grande de los misterios: el
misterio de Dios ».(1) He aquí lo que está en juego en
una pastoral de la cultura: « una fe que no se convierte en cultura
es una fe no acogida en plenitud, no pensada en su totalidad, no vivida
con fidelidad ».(2)
El Consejo Pontificio de la Cultura quiere así responder a la
petición apremiante que le dirigía el Papa Juan Pablo II:
« Debéis ayudar a la Iglesia a responder a estas cuestiones
fundamentales para las culturas actuales: ¿Cómo hacer
accesible el mensaje de la Iglesia a las nuevas culturas, a las formas
actuales de la inteligencia y de la sensibilidad? ¿Cómo
puede la Iglesia de Cristo hacerse oír por el espíritu
moderno, tan orgulloso de sus realizaciones y al mismo tiempo tan inquieto
por el futuro de la familia humana? ».(3)
@
I
FE Y CULTURA: LÍNEAS DE ORIENTACIÓN
2. Mensajera de Cristo, Redentor del hombre, la Iglesia ha adquirido en
nuestro tiempo una nueva conciencia de la dimensión cultural de la
persona y de las comunidades humanas. El concilio Vaticano II, en
particular la Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el mundo
contemporáneo y el Decreto sobre la actividad misionera de la
Iglesia, los Sínodos de los Obispos sobre la evangelización
en el mundo moderno y sobre la catequesis en nuestro tiempo, prolongados
por las exhortaciones apostólicas Evangelii Nuntiandi de Pablo VI y
Catechesi Tradendae de Juan Pablo II, proponen a este respecto un rico
magisterio, concretado por las sucesivas asambleas especiales del Sínodo
de los Obispos por continentes y las exhortaciones apostólicas
post-sinodales del Santo Padre. La inculturación de la fe ha sido
objeto de una reflexión en profundidad por parte de la Pontificia
Comisión Bíblica (4) y de la Comisión Teológica
Internacional.(5) El Sínodo Extraordinario de 1985 con ocasión
del vigésimo aniversario de la conclusión del Concilio
Vaticano II, citado por Juan Pablo II en la encíclica Redemptoris
missio, la presenta como « una íntima transformación
de los auténticos valores culturales mediante su integración
en el cristianismo y la radicación del cristianismo en las diversas
culturas humanas » (n. 52). El papa Juan Pablo II en numerosas
intervenciones en el curso de sus viajes apostólicos, así
como las Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano en Puebla y
Santo Domingo,(6) han actualizado y desarrollado esta dimensión
nueva de la pastoral de la Iglesia en nuestro tiempo, para llegar a los
hombres en su cultura.
El examen atento de los diferentes campos culturales propuestos en este
documento muestra la extensión de lo que representa la cultura, ese
modo particular en el cual los hombres y los pueblos cultivan su relación
con la naturaleza y con sus hermanos, con ellos mismos y con Dios, a fin
de lograr una existencia plenamente humana (cf. Gaudium et Spes, n. 53).
No hay cultura si no es del hombre, por el hombre y para el hombre.
Ésta abarca toda la actividad del hombre, su inteligencia y su
afectividad, su búsqueda de sentido, sus costumbres y sus recursos
éticos. La cultura es de tal modo connatural al hombre, que la
naturaleza de éste no alcanza su expresión plena sino
mediante la cultura. La puesta en juego de una pastoral de la cultura
consiste en restituirlo a su plenitud de criatura « a imagen y
semejanza de Dios » (Gn 1, 26), sustrayéndolo a la tentación
antropocéntrica de considerarse independiente del Creador. Así
pues, y esta observación es capital para una pastoral de la
cultura, « no se puede negar que el hombre existe siempre en una
cultura concreta, pero tampoco se puede negar que el hombre no se agota en
esta misma cultura. Por otra parte, el progreso mismo de las culturas
demuestra que en el hombre existe algo que las transciende. Este «
algo » es precisamente la naturaleza del hombre. Precisamente esta
naturaleza es la medida de la cultura y es la condición para que el
hombre no sea prisionero de ninguna de sus culturas, sino que defienda su
dignidad personal viviendo de acuerdo con la verdad profunda de su ser
» (Veritatis splendor n. 53).
La cultura, en su relación esencial con la verdad y el bien, no
brota únicamente de la experiencia de necesidades, de centros de
interés o de exigencias elementales. « La dimensión
primera y fundamental de la cultura, subrayaba Juan Pablo II ante la
UNESCO, es la sana moralidad: la cultura moral ».(7) « Las
culturas, cuando están profundamente enraizadas en lo humano,
llevan consigo el testimonio de la apertura típica del hombre a lo
universal y a la trascendencia » (Fides et Ratio, n. 70). Marcadas
por el dinamismo de los hombres y de la historia, en tensión hacia
un cumplimiento (cf. ibid. n. 71), las culturas participan también
del pecado de aquéllos y requieren por ello el necesario
discernimiento por parte de los cristianos. Cuando el Verbo de Dios asume
en la Encarnación la naturaleza humana en su dimensión histórica
y concreta, excepto el pecado (Heb 4, 15), la purifica y la lleva a su
plenitud en el Espíritu Santo. Revelándose, Dios abre su
corazón a los hombres « con hechos y palabras intrínsecamente
conexos entre sí » y les hace descubrir en su lenguaje de
hombres los misterios de su amor « para invitarlos a entrar en
comunión con El » (Dei Verbum, n. 2).
La buena noticia del Evangelio para las Culturas
3. Para revelarse, entrar en diálogo con los hombres e
invitarlos a la salvación, Dios se ha escogido, de entre el amplio
abanico de las culturas milenarias nacidas del genio humano, un Pueblo,
cuya cultura originaria Él la ha penetrado, purificado y fecundado.
La historia de la Alianza es la del surgimiento de una cultura inspirada
por Dios mismo a su pueblo. La Sagrada Escritura es el instrumento querido
y usado por Dios para revelarse, lo cual la eleva a un plano
supracultural. « En la redacción de los libros sagrados, Dios
eligió a hombres, que utilizó usando de sus propias
facultades y medios » (Dei Verbum, n. 11). En la Sagrada Escritura,
Palabra de Dios, que constituye la inculturación originaria de la
fe en el Dios de Abraham, Dios de Jesucristo, « las palabras de
Dios, expresadas en lenguas humanas, se han hecho semejantes al habla
humana » (ibid., n. 13). El mensaje de la revelación,
inscrito en la historia sagrada, se presenta siempre revestido de un
ropaje cultural del cual es indisociable, pues es parte integrante de aquélla.
La Biblia, Palabra de Dios expresada en el lenguaje de los hombres,
constituye el arquetipo del encuentro fecundo entre la Palabra de Dios y
la cultura.
A este respecto, la vocación de Abraham es ilustradora: «
Sal de tu tierra y de tu patria, y de la casa de tu padre » (Gn 12,
1). « Por la fe, Abraham, al ser llamado por Dios, obedeció y
salió para el lugar que había de recibir en herencia y salió
sin saber a dónde iba. Por la fe, peregrinó por la Tierra
Prometida como en tierra extraña, habitando en tiendas [...] Pues
esperaba la ciudad asentada sobre cimientos, cuyo arquitecto y constructor
es Dios » (Heb 11, 8-10). La historia del Pueblo de Dios comienza
con una adhesión de fe que es también una ruptura cultural,
para culminar en la Cruz de Cristo, ruptura por excelencia, elevación
de la tierra, pero también centro de atracción que orienta
la historia del mundo hacia Cristo y convoca en la unidad a los hijos de
Dios: « Cuando sea elevado de la tierra, atraeré a todos
hacia mí » (Jn 12, 31).
La ruptura cultural con la cual se inicia la vocación de
Abraham, « Padre de los creyentes », traduce lo que acontece
en lo profundo del corazón del hombre cuando Dios irrumpe en su
existencia para revelarse y suscitar el compromiso de todo su ser. Abraham
es arrancado de raíz de su humus cultural y espiritual para ser
trasplantado por Dios, mediante la fe, a la tierra. Más aún,
esta ruptura subraya la fundamental diferencia de naturaleza entre la fe y
la cultura. Contrariamente a los ídolos, que son producto de una
cultura, el Dios de Abraham es el totalmente otro. Mediante la revelación
entra en la vida de Abraham. El tiempo cíclico de las religiones
antiguas ha caducado: con Abraham y el pueblo judío comienza un
nuevo tiempo que se convierte en la historia de los hombres en camino
hacia Dios. No es un pueblo que se fabrica un dios; es Dios que da
nacimiento a su Pueblo como Pueblo de Dios.
La cultura bíblica ocupa por ello un puesto único. Es la
cultura del Pueblo de Dios, en cuyo corazón Él se ha
encarnado. La promesa hecha a Abraham culmina en la glorificación
de Cristo crucificado. El padre de los creyentes, en tensión hacia
el cumplimiento de la promesa, anuncia el sacrificio del Hijo de Dios
sobre el leño de la cruz. En Cristo, que ha venido a recapitular el
conjunto de la creación, el amor de Dios convoca a todos los
hombres a compartir la condición de hijos. El Dios totalmente otro
se manifiesta en Jesucristo, totalmente nuestro: « el Verbo del
Padre Eterno, tomada la carne de la debilidad humana, se hizo semejante a
los hombres » (Dei Verbum, n. 13). Así, la fe tiene el poder
de alcanzar el corazón de toda cultura para purificarla,
fecundarla, enriquecerla y darle la posibilidad de desplegarse a la medida
inconmensurable del amor de Cristo. La recepción del mensaje de
Cristo suscita así una cultura, cuyos dos constitutivos
fundamentales son, a título radicalmente nuevo, la persona y el
amor. El amor redentor de Cristo descubre, más allá de los límites
naturales de las personas, su valor profundo, que se dilata bajo el régimen
de la gracia, don de Dios. Cristo es la fuente de esta civilización
del amor, anhelada con nostalgia por los hombres tras la caída del
pecado, y que Juan Pablo II, después de Pablo VI, no cesa de
invitarnos a realizar junto con todos los hombres de buena voluntad. El vínculo
fundamental del Evangelio, es decir, de Cristo y de la Iglesia, con el
hombre en su humanidad es creador de cultura en su fundamento mismo.
Viviendo el Evangelio, —como lo atestiguan dos mil años de
historia— la Iglesia esclarece el sentido y el valor de la vida,
amplía los horizontes de la razón y afianza los fundamentos
de la moral humana. La fe cristiana auténticamente vivida revela en
toda su profundidad la dignidad de la persona y la sublimidad de su vocación
(cf. Redemptor hominis, n. 10). Desde sus orígenes, el cristianismo
se distingue por la inteligencia de la fe y la audacia de la razón.
Son testigos de ello los pioneros, como san Justino o san Clemente de
Alejandría, Orígenes y los Padres Capadocios. Este encuentro
fecundo del Evangelio con las filosofías hasta nuestros días,
ha sido evocado por Juan Pablo II en su encíclica Fides et Ratio
(cf. n. 36-48). « El encuentro de la fe con las diversas culturas de
hecho ha dado vida a una realidad nueva » (ibid. n. 70), crea así
una cultura original en los contextos más diversos.
La evangelización y la inculturación
4. La evangelización propiamente dicha consiste en el anuncio
explícito del misterio de salvación de Cristo y de su
mensaje, pues « Dios quiere que todos los hombres se salven y
lleguen al conocimiento de la Verdad » (1 Tm 2, 4). « Es,
pues, necesario que todos se conviertan a Él, una vez conocido por
la predicación del Evangelio, y a Él y a la Iglesia, que es
su Cuerpo, se incorporen por el bautismo » (Ad Gentes, n. 7). La
novedad que brota incesantemente de la revelación de Dios «
con hechos y palabras intrínsecamente conexos entre sí
» (Dei verbum, n. 2), comunicada por el Espíritu de Cristo
que actúa en la Iglesia, manifiesta la verdad acerca de Dios y la
salvación del hombre. El anuncio de Jesucristo, « que es a la
vez mediador y plenitud de toda la revelación » (ibid.), saca
a la luz los semina Verbi escondidos y a veces como enterrados en el corazón
de las culturas, y los abre a la medida misma de la capacidad de infinito
que Él ha creado y que viene a colmar en la admirable
condescendencia de su Sabiduría eterna (Dei Verbum, n. 13),
transformando su proyecto de sentido en un objetivo de trascendencia, y
las piedras de espera en puntos de amarre para la acogida del Evangelio.
Mediante el testimonio explícito de su fe, los discípulos de
Jesús impregnan de Evangelio la pluralidad de las culturas.
« Evangelizar significa para la Iglesia llevar la Buena Nueva a
todos los ambientes de la humanidad y, con su influjo, transformar desde
dentro, renovar a la misma humanidad [...] Se trata también de
alcanzar y transformar con la fuerza del Evangelio los criterios de
juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas
de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la
humanidad, que están en contraste con la Palabra de Dios y con el
designio de salvación.
 | Lo que importa es evangelizar no de una manera decorativa, como con
un barniz superficial, sino de manera vital, en profundidad y hasta
sus mismas raíces la cultura y las culturas del hombre, en el
sentido rico y amplio que tienen sus términos en la Gaudium et
spes, tomando siempre como punto de partida la persona y teniendo
siempre presentes las relaciones de las personas entre sí y con
Dios. |
 | El Evangelio, y por consiguiente la evangelización, no se
identifican ciertamente con la cultura y son independientes con
respecto a todas las culturas. Sin embargo, el reino que anuncia el
Evangelio es vivido por hombres profundamente vinculados a una cultura
y la construcción del reino no puede por menos de tomar los
elementos de la cultura y de las culturas humanas. Independientes con
respecto a las culturas, Evangelio y evangelización, no son
necesariamente incompatibles con ellas, sino capaces de impregnarlas a
todas sin someterse a ninguna. |
 | La ruptura entre Evangelio y cultura es sin duda alguna el drama de
nuestro tiempo [...] De ahí que hay que hacer todos los
esfuerzos con vistas a una generosa evangelización de la
cultura, o más exactamente de las culturas. Estas deben ser
regeneradas por el encuentro con la Buena Nueva » (Evangelii
Nuntiandi, nn. 18-20). Para hacerlo es necesario anunciar el Evangelio
en la lengua y la cultura de los hombres. |
Esta Buena Nueva se dirige a la persona humana en su compleja
totalidad, espiritual y moral, económica y política,
cultural y social. La Iglesia no duda en hablar de evangelización
de las culturas, es decir, de las mentalidades, de las costumbres, de los
comportamientos. « La nueva evangelización pide un esfuerzo lúcido,
serio y ordenado para evangelizar la cultura » (Ecclesia in America,
n. 70).
Si las culturas, cuya totalidad está constituida por elementos
heterogéneos, son cambiantes y caducas, el primado de Cristo y la
universalidad de su mensaje son fuente inagotable de vida (cf. Col 1,
8-12; Ef 1, 8) y de comunión. Portadores de esta novedad absoluta
de Cristo al corazón de las culturas, los misioneros del Evangelio
no cesan de rebasar los límites propios de cada cultura, sin
dejarse encerrar en las perspectivas terrestres de un mundo mejor. «
Pero como el Reino de Cristo no es de este mundo (cf. Jn 18, 36), la
Iglesia o Pueblo de Dios, introduciendo este Reino no arrebata a ningún
pueblo ningún bien temporal, sino al contrario, todas las
facultades, riquezas y costumbres que revelan la idiosincrasia de cada
pueblo, en lo que tienen de bueno, las favorece y asume » (Lumen
Gentium, n. 13). El evangelizador, cuya propia fe está ligada a una
cultura, ha de dar abierto testimonio del puesto único de Cristo,
de la sacramentalidad de su Iglesia, del amor de sus discípulos a
todo hombre y a « todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo,
de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud y cosa digna de
elogio » (Fil 4, 8), lo que implica el rechazo de todo lo que es
fuente o fruto del pecado en el corazón de las culturas.
5. « Un problema ulterior nace de la exigencia hoy intensamente
sentida de la evangelización de las culturas y de la inculturación
del mensaje de la fe » (Pastores dabo vobis, n. 55). Una y otra
caminan con igual paso, en un proceso de mutuo intercambio que exige el
ejercicio permanente de un discernimiento riguroso a la luz del Evangelio,
a fin de identificar valores y contravalores presentes en las culturas,
construir sobre los primeros y luchar enérgicamente contra los
segundos. « Por medio de la inculturación la Iglesia encarna
el Evangelio en las diversas culturas y, al mismo tiempo, introduce a los
pueblos con sus culturas en su misma comunidad; transmite a las mismas sus
propios valores, asumiendo lo que hay de bueno en ellas y renovándolas
desde dentro. Por su parte, con la inculturación, la Iglesia se
hace signo más comprensible de lo que es e instrumento más
apto para la misión » (Redemptoris missio, n. 52). «
Necesaria y esencial » (Pastores dabo vobis, n. 55), la inculturación,
alejada igualmente del arqueologismo y del mimetismo intramundano, «
está llamada a llevar la fuerza del Evangelio al corazón de
la cultura y de las culturas ». « En este encuentro, las
culturas no sólo no se ven privadas de nada, sino que por el
contrario son animadas a abrirse a la novedad de la verdad evangélica
recibiendo incentivos para ulteriores desarrollos » (Fides et Ratio
n. 71).
En sintonía con las exigencias objetivas de la fe y la misión
de evangelizar, la Iglesia tiene en cuenta este dato esencial: el
encuentro entre la fe y las culturas se opera entre dos realidades que no
son del mismo orden. Por tanto la inculturación de la fe y la
evangelización de las culturas, constituyen como un binomio que
excluye toda forma de sincretismo.(8) Tal es « el sentido auténtico
de la inculturación. Ésta, ante las culturas más
dispares y a veces contrapuestas, presentes en las distintas partes del
mundo, quiere ser una obediencia al mandato de Cristo de predicar el
Evangelio a todas las gentes hasta los últimos confines de la
tierra. Esta obediencia no significa sincretismo, ni simple adaptación
del anuncio evangélico, sino que el Evangelio penetra vitalmente en
las culturas, se encarna en ellas, superando sus elementos culturales
incompatibles con la fe y con la vida cristiana y elevando sus valores al
misterio de la salvación que proviene de Cristo » (Pastores
dabo vobis, n. 55). Los sucesivos sínodos de obispos no cesan de
subrayar la particular importancia para la evangelización de esta
inculturación a la luz de los grandes misterios de la salvación:
la encarnación de Cristo, su Nacimiento, su Pasión y Pascua
redentora, y Pentecostés, que por la fuerza del Espíritu,
concede a cada uno escuchar en su propia lengua las maravillas de Dios.(9)
Las naciones convocadas en torno al cenáculo el día de
Pentecostés no han escuchado en sus respectivas lenguas un discurso
sobre sus propias culturas humanas, sino que se sorprenden de oír,
cada uno en su lengua, a los apóstoles anunciar las maravillas de
Dios. Si bien es cierto que el mensaje evangélico no se puede
aislar pura y simplemente de la cultura en la que está inserto
desde el principio, ni tampoco, sin graves pérdidas, de las
culturas en las que ya se ha expresado a lo largo de los siglos, sin
embargo, la fuerza del Evangelio es en todas partes transformadora y
regeneradora (cf. Catechesi Tradendae, n. 53). « El anuncio del
Evangelio en las diversas culturas, aunque exige de cada destinatario la
adhesión de la fe, no les impide conservar una identidad cultural
propia, favoreciendo el progreso de lo que en ella hay de implícito
hacia su plena explicación en la verdad » (Fides et Ratio, n.
71).
« Teniendo presente la relación estrecha y orgánica
entre Jesucristo y la palabra que anuncia la Iglesia, la inculturación
del mensaje revelado tendrá que seguir la "lógica"
propia del misterio de la Redención [...] Esta kénosis
necesaria para la exaltación, itinerario de Jesús y de cada
uno de sus discípulos (cf. Flp 2, 6-9), es iluminadora para el
encuentro de las culturas con Cristo y su Evangelio. Cada cultura tiene
necesidad de ser transformada por los valores del Evangelio a la luz del
misterio pascual » (Ecclesia in Africa n. 61). La ola dominante de
secularismo que se extiende a través de las culturas, idealiza a
menudo, con la fuerza de sugestión de los medios, modelos de vida
que son la antítesis de la cultura de las Bienaventuranzas y de la
imitación de Cristo pobre, casto, obediente y manso de corazón.
De hecho, hay grandes obras culturales que se inspiran en el pecado y
pueden incitar al él. « La Iglesia, al proponer la Buena
Nueva, denuncia y corrige la presencia del pecado en las culturas;
purifica y exorciza los desvalores. Establece por consiguiente, una crítica
de las culturas... crítica de las idolatrías, es decir, de
los valores erigidos en ídolos, de aquellos valores, que sin serlo,
una cultura asume como absolutos ».(10)
Una pastoral de la cultura
6. Al servicio del anuncio de la Buena Nueva y por tanto del destino
del hombre en el designio de Dios, la pastoral de la cultura deriva de la
misión misma de la Iglesia en el mundo contemporáneo, con
una percepción renovada de sus exigencias, expresada por el
Concilio Vaticano II y los Sínodos de los Obispos. La toma de
conciencia de la dimensión cultural de la existencia humana entraña
una atención particular hacia este campo nuevo de la pastoral.
Anclada en la antropología y la ética cristiana, esta
pastoral anima un proyecto cultural cristiano que permite a Cristo,
Redentor del hombre, centro del cosmos y de la historia (cf. Redemptor
Hominis, n. 1), renovar toda la vida de los hombres, « abriendo a su
potencia salvadora los inmensos dominios de la cultura ».(11) En
este campo, las vías son prácticamente infinitas, pues la
pastoral de la cultura se aplica a las situaciones concretas a fin de
abrirlas al mensaje universal del Evangelio.
Al servicio de la evangelización, que constituye la misión
esencial de la Iglesia, su gracia y su vocación propia, y su
identidad más profunda (cf. Evangelii Nuntiandi, n. 14), la
pastoral, a la búsqueda de « las formas más adecuadas
y eficaces de comunicar el mensaje evangélico a los hombres de
nuestro tiempo » (ibid., n. 40), conjuga medios complementarios:
« La evangelización, hemos dicho, es un paso complejo, con
elementos variados: renovación de la humanidad, testimonio, anuncio
explícito, adhesión del corazón, entrada en la
comunidad, acogida de los signos, iniciativas de apostolado. Estos
elementos pueden parecer contrastantes, incluso exclusivos. En realidad
son complementarios y mutuamente enriquecedores. Hay que ver siempre cada
uno de ellos integrado con los otros » (ibid., n. 24).
Una evangelización inculturada gracias a una pastoral concertada
permite a la comunidad cristiana recibir, celebrar, vivir, traducir su fe
en su propia cultura, en « la compatibilidad con el Evangelio y la
comunión con la Iglesia universal » (Redemptoris Missio, n.
54). Traduce al mismo tiempo el carácter absolutamente nuevo de la
revelación en Jesucristo y la exigencia de conversión que
brota del encuentro con el único salvador: « He aquí
que hago nuevas todas las cosas » (Ap 21, 5).
He aquí la importancia de la tarea propia de los teólogos
y los pastores para la fiel inteligencia de la fe y el discernimiento
pastoral. La simpatía con la que tienen que abordar las culturas
« sirviéndose de conceptos y lenguas de los diversos pueblos
» (Gaudium et Spes, n. 44) para expresar el mensaje de Cristo, no
puede alejarse de un discernimiento exigente frente a los grandes
problemas que emergen de un análisis objetivo de los fenómenos
culturales contemporáneos. El peso de estos no puede ser ignorado
por los pastores, pues está en juego la conversión de las
personas y, a través de ellas, de las culturas, la cristianización
del ethos de los pueblos (cf. Evangelii nuntiandi, n. 20).
II
DESAFÍOS Y PUNTOS DE APOYO
Una época nueva en la historia de la humanidad (Gaudium et Spes,
n. 54)
7. Las condiciones de vida del hombre moderno en estos últimos
decenios del segundo milenio se han transformado de tal modo que el
Concilio Vaticano II no duda en hablar de « una nueva era de la
historia de la humanidad » (Gaudium et Spes, n. 54). Para la Iglesia
es un kairós, un tiempo favorable para una nueva evangelización,
en la que los nuevos rasgos de la cultura constituyen otros tantos desafíos
y puntos de apoyo para una pastoral de la cultura.
La Iglesia en nuestro tiempo toma viva conciencia de ello bajo el
impulso de los Papas que han desarrollado y actualizado la doctrina social
de la Iglesia, de Rerum novarum en 1891 a Centesimus Annus en 1991. Las
Conferencias Episcopales, las federaciones de éstas, los Sínodos
de obispos se inspiran en ella para emprender iniciativas concretas que
correspondan a las situaciones propias de cada país. En el seno de
esta diversidad, sin embargo, destacan algunos rasgos.
En la situación cultural hoy dominante en diferentes partes del
mundo, el subjetivismo prevalece como medida y criterio de la verdad
(Fides et Ratio, n. 47). Se cuestionan los presupuestos positivistas
acerca del progreso de la ciencia y la tecnología. Tras el fracaso
espectacular del marxismo-leninismo colectivista y ateo, la ideología
rival del liberalismo revela su incapacidad para proporcionar la felicidad
al género humano, en la dignidad responsable de cada persona. Un
ateísmo práctico antropocéntrico, la ostentación
de la indiferencia religiosa, un materialismo hedonista que lo invade
todo, marginan la fe como algo evanescente, sin consistencia ni relevancia
cultural en el seno de una cultura « prevalentemente científica
y técnica » (Veritatis splendor, n. 112). « En
realidad, los criterios de juicio y de elección seguidos por los
mismos creyentes se presentan frecuentemente Cen el contexto de una
cultura ampliamente descristianizadaC como extraños e incluso
contrapuestos a los del Evangelio » (Veritatis splendor, n. 88). El
papa Juan Pablo II lo recordaba al celebrar el vigésimo quinto
aniversario de la constitución conciliar sobre la liturgia: «
La adaptación a las culturas exige una conversión del corazón
y, si es necesario, romper con los hábitos ancestrales
incompatibles con la fe católica. Esto requiere una seria formación
teológica, histórica y cultural y un juicio sano para
discernir lo que es necesario o útil o por el contrario, inútil
y dañino para la fe » (Vicesimus quintus annus, n. 16).
Urbanización galopante y desarraigo cultural
8. Bajo diversas presiones, como la pobreza o el subdesarrollo de zonas
rurales privadas de bienes y servicios indispensables, pero también,
en ciertos países, a causa de conflictos armados que fuerzan a
millones de seres humanos a abandonar su ambiente familiar y cultural, el
mundo asiste a un impresionante éxodo rural que tiende a hacer
crecer desmesuradamente los grandes centros urbanos. A estas presiones de
orden económico y social, se añade la fascinación de
la ciudad, del bienestar y la diversión que ofrece, cuya imagen
transmiten los medios de comunicación social. Por falta de
planificación, los alrededores y periferia de estas megápolis
se convierten a menudo en guetos, aglomeraciones desmesuradas de personas
socialmente desarraigadas, políticamente indigentes, económicamente
marginadas y culturalmente aisladas.
El desarraigo cultural, cuyas causas son múltiples, hace
aparecer por contraste el papel fundamental de las raíces
culturales. El hombre desestructurado por la herida o la pérdida de
su identidad cultural se convierte en terreno privilegiado para prácticas
deshumanizadoras. Jamás como en este siglo XX el hombre ha
manifestado tales capacidades y talentos; jamás como en este siglo
la historia ha conocido tantas negaciones y violaciones de la dignidad
humana, frutos amargos de la negación o el olvido de Dios. Una vez
relegados los valores morales a la esfera privada, la vida moral se ve
alterada y la vida espiritual debilitada. El concepto terrible de «
cultura de la muerte », designa una contracultura que evidencia la
siniestra contradicción entre una decidida voluntad de vida y el
rechazo obstinado de Dios, fuente de toda vida (cf. Evangelium Vitae, nn.
11-12 y 19-28).
« Evangelizar la cultura urbana es, pues, un reto apremiante para
la Iglesia, que así como supo evangelizar la cultura rural durante
siglos, está hoy llamada a llevar a cabo una evangelización
urbana metódica y capilar mediante la catequesis, la liturgia y las
propias estructuras pastorales » (Ecclesia in America, n. 21).
Medios de comunicación social y tecnología de la
información
9. « El primer areópago del tiempo moderno es el mundo de
la comunicación, que está unificando a la humanidad y
transformándola como suele decirse en una "aldea global".
Los medios de comunicación social han alcanzado tal importancia que
para muchos son el principal instrumento informativo y formativo, de
orientación e inspiración para los comportamientos
individuales, familiares y sociales [...] La evangelización misma
de la cultura moderna, depende en gran parte de su influjo [...] Conviene
integrar el mensaje mismo en esta "nueva cultura" creada por la
comunicación moderna. Es un problema complejo, ya que esta cultura
nace, aun antes que de los contenidos, del hecho mismo de que existen
nuevos modos de comunicar con nuevos lenguajes, nuevas técnicas,
nuevos comportamientos psicológicos » (Redemptoris missio, n.
37). El advenimiento de esta verdadera revolución cultural, con el
cambio del lenguaje suscitado en particular por la televisión y los
modelos que propone, implica « la completa transformación de
aquello a través de lo cual la humanidad capta el mundo que la
rodea y que la percepción verifica y expresa [...] En efecto, se
puede recurrir a los medios de comunicación tanto para proclamar el
Evangelio como para alejarlo del corazón del hombre ».(12)
Los medios que dan acceso a la información « en directo
», eliminan la perspectiva de la distancia y el tiempo, pero sobre
todo, transforman la percepción de las cosas: la realidad cede el
paso a lo que se muestra. Así, la repetición sostenida de
informaciones seleccionadas se convierte en un factor determinante para
crear una opinión considerada pública.
La influencia de los medios que no respetan límite alguno, en
particular en el campo de la publicidad,(13) llama a los cristianos a una
nueva creatividad para llegar a los centenares de millones de personas que
consagran diariamente un tiempo considerable a la televisión y a la
radio. Estos son medios de información y promoción cultural,
pero también de evangelización para aquellos que no tienen
ocasión de entrar en contacto con el Evangelio y con la Iglesia en
las sociedades secularizadas. La pastoral de la cultura da una respuesta
positiva a la pregunta crucial planteada por Juan Pablo II: «
¿Encuentra todavía Cristo un lugar en los medios
tradicionales de comunicación? ».(14)
La más sorprendente de las innovaciones en la tecnología
de la comunicación es sin duda la red Internet. Como toda técnica
nueva, no deja de suscitar temores, tristemente justificados por usos
perversos, y demanda una constante vigilancia y una información
seria. No se trata sólo de la moralidad de su uso, sino de las
consecuencias radicalmente nuevas que entraña: pérdida de
« peso específico » de la información, ausencia
de reacciones pertinentes a los mensajes de la red por parte de personas
responsables, efecto disuasorio en cuanto a las relaciones
interpersonales. Pero sin lugar a dudas, las inmensas potencialidades de
Internet pueden proporcionar una considerable ayuda a la difusión
de la Buena Nueva, como lo atestiguan ciertas prometedoras iniciativas
eclesiales, que invocan un desarrollo creativo responsable en este
área, « nueva frontera de la misión de la Iglesia
» (cf. Christifideles Laici, n. 44).
La puesta en juego es enorme. ¿Cómo no estar presentes y
utilizar las redes informáticas, cuyas pantallas pueblan hoy los
hogares, para inscribir en ellas los valores del mensaje evangélico?
Identidades y minorías nacionales
10. Si la unidad de naturaleza constituye a todos los hombres en
miembros de una única y misma gran comunidad, el carácter
histórico de la condición humana los vincula necesariamente
con mayor intensidad a grupos particulares, desde la familia a la nación.
La condición humana se halla así situada entre dos polos
—lo universal y lo particular—, en tensión vital
singularmente fecunda, si se vive en equilibrio y armonía.
El fundamento de los derechos de las naciones no es otro que la persona
humana. En este sentido, estos derechos no son más que los derechos
del hombre considerados a este nivel específico de la vida
comunitaria. El primero de estos derechos es el derecho a la existencia
« Nadie, pues, —un Estado, otra nación, o una
organización internacional— puede pensar legítimamente
que una nación no sea digna de existir ».(15) El derecho a la
existencia implica naturalmente para toda nación el derecho a su
propia lengua y a su cultura. Es a través de ellas como un pueblo
expresa y defiende su soberanía y singularidad.
Si los derechos de la nación traducen la exigencias de la
particularidad, es necesario también destacar las de la
universalidad, con los deberes que de ello derivan para cada nación
frente a las otras y frente a toda la humanidad. El primero de todos es
sin duda el deber de vivir en una voluntad de paz, respetuosa y solidaria
frente a los otros. Enseñar a las jóvenes generaciones a
vivir su propia identidad en la diversidad es una tarea prioritaria de la
educación para la cultura, tanto más cuanto que con
frecuencia, los grupos de presión no dejan de utilizar la religión
con fines políticos extraños a ella.
A diferencia del nacionalismo cargado de desprecio o de aversión
incluso hacia otras naciones y culturas, el patriotismo es el amor y el
servicio legítimos, privilegiados pero no exclusivos, al propio país,
igualmente distante del cosmopolitismo y del nacionalismo cultural. Cada
cultura está abierta a lo universal por lo mejor de sí
misma. Está llamada a purificarse de su participación en la
herencia del pecado, inscrita en ciertos prejuicios, costumbres y prácticas
opuestas al Evangelio, a enriquecerse con la aportación de la fe y
a enriquecer la Iglesia universal con expresiones y valores nuevos (cf.
Redemptoris missio, n. 52 y Slavorum apostoli, n. 21).
Al mismo tiempo, la pastoral de la cultura se apoya sobre el don del
Espíritu de Jesús y de su amor que « van dirigidos a
todos y cada uno de los pueblos y culturas para unirlos entre sí a
semejanza de la perfecta unidad que hay en Dios uno y trino »
(Ecclesia in America, n. 70).
Nuevos Areópagos y campos culturales tradicionales
Ecología, ciencia, filosofía y bioética
11. Se va afianzando una nueva toma de conciencia con el desarrollo de
la ecología. No es una novedad para la Iglesia: la luz de la fe
esclarece el sentido de la creación y las relaciones entre el
hombre y la naturaleza. San Francisco de Asís y San Felipe Neri son
testigos y símbolos del respeto a la naturaleza inscrito en la visión
cristiana del mundo creado. Este respeto tiene su fuente en el hecho de
que la naturaleza no es propiedad del hombre; pertenece a Dios, su
creador, quien le ha encomendado su dominio (Gn 1, 28) para que la respete
y encuentre en ella su legítima subsistencia (cf. Centesimus annus,
nn. 38-39). La divulgación de los conocimientos científicos
conduce con frecuencia al hombre a situarse en la inmensidad del cosmos y
a extasiarse ante sus propias capacidades y ante el universo, sin reparar
en que su autor es Dios. He aquí el desafío para la pastoral
de la cultura: conducir al hombre hacia la trascendencia, enseñarle
a recorrer el camino que parte de su experiencia intelectual y humana,
para desembocar en el conocimiento del creador, utilizando sabiamente los
mejores logros de la ciencia moderna, a la luz de la recta razón. A
pesar de que gracias a su prestigio la ciencia impregna fuertemente la
cultura contemporánea, sin embargo no es capaz de captar lo que
constituye la experiencia humana en su sustancia, ni tampoco la realidad
intrínseca de las cosas. Una cultura coherente, fundada sobre la
trascendencia y la superioridad del espíritu frente a la materia,
requiere una sabiduría en la que el saber científico se
despliegue en un horizonte iluminado por la reflexión metafísica.
En el plano del conocimiento, fe y ciencia no se pueden superponer;
conviene no confundir los principios metodológicos, sino distinguir
para unir y hallar, por encima de la dispersión de sentido en los
compartimentos estancos del saber, la síntesis armoniosa y el
sentido unificante de la totalidad que caracterizan una cultura plenamente
humana. En nuestra cultura fragmentaria, que se esfuerza por integrar la
desbordante acumulación de saberes, los maravillosos
descubrimientos científicos y las admirables aportaciones de la técnica
moderna, la pastoral de la cultura exige como presupuesto una reflexión
filosófica que se aplique a organizar y estructurar el conjunto de
los saberes y afirme con ello la capacidad de la razón y su función
reguladora en la cultura.
« El aspecto sectorial del saber, en la medida en que comporta un
acercamiento parcial a la verdad con la consiguiente fragmentación
del sentido, impide la unidad interior del hombre contemporáneo.
¿Cómo podría no preocuparse la Iglesia? Este cometido
sapiencial llega a sus Pastores directamente desde el Evangelio y ellos no
pueden eludir el deber de llevarlo a cabo » (Fides et Ratio, n. 85).
12. Es también tarea de filósofos y teólogos
cualificados identificar con competencia, en el seno de la cultura científica
y tecnológica dominante, los desafíos y los puntos de amarre
para el anuncio del Evangelio. Esta exigencia implica una renovación
de la enseñanza filosófica y teológica, pues la
condición de todo diálogo y de toda inculturación se
halla en una teología plenamente fiel al dato de fe. La pastoral de
la cultura tiene igual necesidad de científicos católicos
que sientan como una exigencia aportar su contribución propia a la
vida de la Iglesia, compartiendo su experiencia personal de encuentro
entre la ciencia y la fe. El déficit de cualificación teológica
y de competencia científica hace aleatoria la presencia de la
Iglesia en el seno de la cultura nacida de las investigaciones científicas
y de sus aplicaciones técnicas. Y sin embargo, vivimos un período
particularmente favorable al diálogo entre ciencia y fe.(16)
13. La ciencia y la técnica han demostrado ser medios
maravillosos para aumentar el saber, el poder y el bienestar de los
hombres, pero su utilización responsable implica la dimensión
ética de las cuestiones científicas. Planteadas con
frecuencia por los mismos científicos en busca de la verdad, tales
cuestiones ponen de manifiesto la necesidad de un diálogo entre
ciencia y moral. Esta búsqueda de la verdad que trasciende la
experiencia de los sentidos, ofrece posibilidades nuevas para una pastoral
de la cultura orientada al anuncio del Evangelio en los ambientes científicos.
Evidentemente, —su amplitud lo atestigua—, la bioética
es mucho más que una disciplina del saber a causa de sus
implicaciones culturales, sociales, políticas y jurídicas, a
las cuales, la Iglesia otorga la mayor importancia. En efecto, la evolución
de la legislación en el campo de la bioética depende de la
elección de los referentes éticos a los cuales recurre el
legislador. La cuestión de fondo sigue siendo, con toda crudeza:
¿cuáles han de ser las relaciones entre norma moral y ley
civil en una sociedad pluralista? (cf. Evangelium Vitae, nn. 18 y 68-78).
Sometiendo las cuestiones éticas fundamentales a los sucesivos
legisladores, ¿no se corre el riesgo de erigir en derecho lo que
moralmente sería inaceptable?
La bioética es uno de los campos sensibles que invitan a
encontrar los fundamentos de la antropología y de la vida moral. El
papel de los cristianos es irremplazable para contribuir a formar en el
seno de la sociedad, en un diálogo respetuoso y exigente, una
conciencia ética y un sentido cívico. Esta situación
cultural requiere una formación rigurosa tanto de los sacerdotes
como de los laicos que trabajan en este campo crucial de la bioética.
La familia y la educación
14. « La familia, comunidad de personas, es por consiguiente la
primera "sociedad" humana. Surge cuando se realiza la alianza
del matrimonio, que abre a los esposos a una perenne comunión de
amor y de vida, y se completa plenamente y de manera específica al
engendrar los hijos: la "comunión" de los cónyuges
da origen a la "comunidad" familiar » (Carta a las
familias, 1994, n. 7).
Cuna de la vida y del amor, la familia es también fuente de
cultura. Acoge la vida y es escuela de humanidad, donde mejor aprenden los
futuros esposos a convertirse en padres responsables. El proceso de
crecimiento que ésta asegura, en una comunidad de vida y amor,
excede el núcleo parental para constituir, por ejemplo, la gran
familia africana. Y cuando la miseria material, cultural y moral mina la
institución misma del matrimonio y amenaza con extinguir las
fuentes de la vida, la familia no deja de ser lugar privilegiado de
formación de la persona y la sociedad. La experiencia lo demuestra:
el conjunto de las civilizaciones y la cohesión de los pueblos
dependen, por encima de todo, de la cualidad humana de las familias,
especialmente de la presencia complementaria de los dos padres, con los
papeles respectivos del padre y la madre en la educación de los
hijos. En una sociedad donde crece el número de los que no tienen
familia, la educación se hace más difícil, así
como la transmisión de una cultura popular modelada por el
Evangelio.
Las situaciones personales dolorosas merecen comprensión,
caridad y solidaridad, pero en ningún caso se puede presentar como
nuevo modelo de vida social lo que es un trágico fracaso de la
familia. Las campañas de opinión y las políticas
antifamiliares o antinatalistas constituyen otros tantos intentos de
modificar el concepto mismo de « familia » hasta vaciarlo de
contenido. En este contexto, formar una comunidad de vida y amor que una a
los esposos asociándolos al Creador, constituye la mejor aportación
cultural que las familias cristianas pueden dar a la sociedad.
15. Más que en ninguna otra época, el papel específico
de la mujer en las relaciones interpersonales y sociales suscita
reflexiones e iniciativas. En numerosas sociedades contemporáneas
marcadas por una mentalidad « anti-hijo », la carga de los
hijos se considera a menudo como un obstáculo a la autonomía
y a las posibilidades de afirmación de la mujer, lo cual oscurece
el rico significado tanto de la maternidad como de la personalidad
femenina. Fundada sobre el mensaje de la revelación bíblica,
promovida a pesar de los avatares de la historia y la cultura de las
naciones cristianas, la igualdad fundamental del hombre y de la mujer,
creados por Dios a su imagen (Gn 1, 27) e ilustrada por el patrimonio artístico
secular de la Iglesia, invita a la pastoral de la cultura a tener en
cuenta la profunda transformación de la condición femenina
en nuestro tiempo: « En tiempos todavía recientes, ciertas
corrientes del movimiento feminista, con la intención de favorecer
la emancipación de la mujer, han intentado asimilarla en todo al
hombre. Pero la intención divina, manifestada en la creación,
haciendo a la mujer igual al hombre por su dignidad y valor, afirma al
mismo tiempo con claridad su diversidad y especificidad. La identidad de
la mujer no puede consistir en ser una copia del hombre ».(17) La
especificidad propia de cada uno de los sexos se conjuga en una colaboración
recíproca de enriquecimiento mutuo en el que las mujeres son las
primeras artífices de una sociedad más humana.
16. « Tarea primera y esencial de toda cultura »,(18) la
educación, que desde la antigüedad cristiana es uno de los más
notables campos de acción pastoral de la Iglesia, tanto en el plano
religioso y cultural como en el personal y social, es más que nunca
compleja y crucial. Depende fundamentalmente de la responsabilidad de las
familias, pero necesita del apoyo de toda la sociedad. El mundo del mañana
depende de la educación de hoy y ésta no se puede reducir a
una simple transmisión de conocimientos. Forma a las personas y las
prepara para integrarse a la vida social, las apoya en su maduración
psicológica, intelectual, cultural, moral y espiritual.
Así, el reto de proclamar el Evangelio a los niños y a
los jóvenes desde la escuela hasta la universidad, requiere un
programa de educación apropiado. La Educación en el seno de
la familia, en la escuela o dentro de la universidad « establece una
relación profunda entre el educador y el educando, y les hace
participar a ambos en la verdad y en el amor, meta final a la cual está
llamado todo hombre por parte de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo
» (Carta a las familias, n. 16). Prepara para vivir las relaciones
fundadas sobre el respeto de los derechos y deberes. Prepara a vivir en un
espíritu de acogida y de solidaridad, a ejercer un uso moderado de
la propiedad y los bienes para garantizar justas condiciones de existencia
para todos y en todas partes. El futuro de la humanidad pasa por un
crecimiento integro y solidario de cada persona: todo hombre y todo el
hombre (Cf. Populorum progressio, n. 42). Así, familia, escuela y
universidad son llamados, cada uno en su orden, a insertar la levadura del
Evangelio en las culturas del III Milenio.
Arte y tiempo libre
17. En una cultura marcada por la primacía del tener, la obsesión
por la satisfacción inmediata, el afán de lucro, la búsqueda
del beneficio, es sorprendente constatar, no solamente la permanencia,
sino el crecimiento de un interés por la belleza. Las formas que
asume este interés parecen traducir la aspiración, que no
solo no desaparece, sino que se refuerza, a « algo diferente »
que fascina la existencia y, quizá incluso la abre y la lleva más
allá de si misma. La Iglesia lo ha intuido desde el comienzo, y
siglos de arte cristiano lo ilustran magníficamente: la auténtica
obra de arte es potencialmente una puerta de entrada para la experiencia
religiosa. Reconocer la importancia del arte para la inculturación
del Evangelio, es reconocer que el genio y la sensibilidad del hombre son
connaturales a la verdad y a la belleza del misterio divino. La Iglesia
manifiesta un profundo respeto por todos los artistas sin hacer excepción
de sus convicciones religiosas, pues la obra artística lleva en sí
misma como una huella de lo invisible, aun cuando, como todas las otras
actividades humanas, el arte no tiene en sí mismo su fin absoluto:
está dirigido a la persona humana.
Los artistas cristianos constituyen para la Iglesia un potencial
extraordinario para acuñar nuevas formas y elaborar nuevos símbolos
o metáforas, en el desencadenamiento del genio litúrgico
dotado de una poderosa fuerza creadora, enraizado desde hace siglos en las
profundidades del imaginario católico, con su capacidad de expresar
la omnipresencia de la gracia. A través de los continentes, nunca
faltan artistas de inspiración cristiana firme, capaces de atraer a
los fieles de todas las religiones, aún a los no creyentes, por el
resplandor de lo bello y lo verdadero. Por medio de los artistas
cristianos el Evangelio, fuente fecunda de inspiración, alcanza a
multitud de personas privadas de contacto con el mensaje de Cristo.
Al mismo tiempo, el patrimonio cultural de la Iglesia atestigua una
fecunda simbiosis de cultura y de fe. Ello constituye una fuente
permanente para una educación cultural y catequética, que
une la verdad de la fe a la auténtica belleza del arte (Cf.
Sacrosantum Concilium, nn. 122-127). Frutos de una comunidad cristiana que
ha vivido y vive intensamente su fe dentro de la esperanza y la caridad,
estos bienes cultuales y culturales de la Iglesia siguen siendo capaces de
inspirar la existencia humana y cristiana al alba del tercer milenio.
18. El mundo del descanso, del deporte, de los viajes y del turismo,
constituye sin lugar a dudas junto con el mundo del trabajo, una dimensión
importante de la cultura donde la Iglesia se halla presente desde hace
tiempo. Se convierte con razón en uno de los areópagos de la
pastoral de la cultura. La cultura del « trabajo » conoce
profundas transformaciones con consecuencias para el tiempo libre y las
actividades culturales. Medio, para la mayoría, de procurarse el
pan de cada día (cf. Laborem Exercens, n. 1), el trabajo es también
uno de los recursos para responder al deseo cada vez más afirmado
de realización personal, al mismo nivel que las actividades
culturales. Sin embargo en un contexto de especialización, de
fuerte desarrollo tecnológico y económico, las nuevas formas
de organización del trabajo van frecuentemente paralelas al
crecimiento del desempleo en todas las capas de la sociedad, lo cual no sólo
es fuente de miseria material, sino que también siembra en las
culturas duda, insatisfacción, humillación, incluso
delincuencia. La precariedad de las condiciones de vida y la necesidad de
proveer a lo esencial conducen muchas veces a considerar la cultura artística
y literaria como algo superfluo reservado a una élite privilegiada.
Convertido en un fenómeno casi universal, el deporte tiene
indiscutiblemente su lugar en una visión cristiana de la cultura, y
puede favorecer a la vez la salud física y las relaciones
interpersonales ya que establece relaciones y contribuye a forjar un
ideal. Pero puede también desnaturalizarse por intereses
comerciales, convertirse en vehículo de rivalidades nacionales o
raciales, dar lugar a brotes de violencia que revelan las tensiones y las
contradicciones de la sociedad, y convertirse entonces en contracultura.
Así, es un lugar importante para una pastoral moderna de la
cultura. Realidad multiforme y compleja, a la vez cargada de simbolismos y
empresa comercial, el tiempo libre y el deporte, más que una atmósfera
crean como una cultura, una forma de ser, un sistema de referencia. Una
pastoral adecuada podrá discernir ahí los auténticos
valores educativos, como un trampolín para celebrar las riquezas
del hombre creado a imagen de Dios y a ejemplo del Apóstol Pablo,
anunciar la salvación en Jesucristo (1 Cor 9, 24-27).
Diversidad de culturas y pluralismo religioso
19. En nuestros días, la misión evangelizadora de la
Iglesia se ejerce en un mundo caracterizado por la diversidad de
situaciones culturales modeladas por diferentes horizontes religiosos.
Mientras se aceleran los intercambios interculturales e interreligiosos en
el seno de la aldea global, este fenómeno toca todos los
continentes y todos los países.
La Asamblea especial del Sínodo de los Obispos para Africa lo ha
puesto en relieve. En este continente las religiones tradicionales que se
encuentran, el cristianismo y el islam, siguen teniendo una gran vitalidad
e impregnan la cultura y la vida de personas y comunidades. Si los valores
culturales positivos de estas religiones no fueron siempre suficientemente
apreciados al inicio de la evangelización, la Iglesia,
especialmente después del Vaticano II, promueve aquéllos que
están en armonía con el Evangelio y preparan el camino a la
conversión a Cristo. « Los Africanos tienen un profundo
sentido religioso, sentido de lo sagrado, sentido de la existencia de Dios
creador y de un mundo espiritual. La realidad del pecado bajo sus formas
individuales y sociales, está muy presente en la conciencia de
estos pueblos como están igualmente presentes los ritos de
purificación y expiación » (Ecclesia in Africa, nn.
30-37.42). Los valores positivos transmitidos por las culturas
tradicionales, tales como el sentido de familia, el amor y respeto por la
vida, el respeto por los ancianos y la veneración de los
antepasados, el sentido de solidaridad y de la vida comunitaria, el
respeto al jefe, la dimensión celebrativa de la vida, son apoyos sólidos
para la inculturación de la fe, mediante la cual el Evangelio
penetra todos los aspectos de la cultura llevándolos a su plenitud
(Cf. Ibid., n. 59-62). De manera inversa, las actitudes contrarias al
Evangelio, inspiradas por estas tradiciones, habrán de ser enérgicamente
combatidas por la fuerza de la Buena Nueva de Cristo Salvador, portador de
las bienaventuranzas evangélicas (Mt 5, 1-12).
20. Inmensas regiones del mundo, particularmente en Asia, país
de antiguas culturas, están profundamente marcadas por religiones y
sabidurías no cristianas, tales como el Hinduismo, el Budismo, el
Taoísmo, el Sintoísmo, el Confucianismo, que merecen una
consideración cuidadosa. El mensaje de Cristo suscita allí
escasa respuesta. ¿No será que el Cristianismo es percibido
allí con frecuencia como una religión extraña,
insuficientemente inserta, asimilada y vivida en las culturas locales? He
aquí toda la amplitud de una pastoral de la cultura en este
contexto específico.
Multitud de realidades morales y espirituales, incluso místicas,
que se viven en estas culturas, tales como la santidad, la renuncia, la
castidad, la virtud, el amor universal, el amor por la paz, la oración
y la contemplación, la felicidad en Dios, la compasión, son
posibilidades abiertas a la fe en el Dios de Jesucristo. El Papa Juan
Pablo II lo recuerda: « Corresponde a los cristianos de hoy, sobre
todos a los de la India, sacar de ese rico patrimonio los elementos
compatibles con su fe, de manera que enriquezcan el pensamiento cristiano
» (Fides et Ratio, n. 72). En cuanto expresiones del hombre en busca
de Dios, las culturas orientales manifiestan, a través de las
diferencias culturales, la universalidad del genio humano y su dimensión
espiritual (Cf. Nostra Aetate, n. 2). En un mundo presa de la secularización
atestiguan la experiencia vivida de lo divino y la importancia de lo
espiritual como núcleo vivo de las culturas.
Es un gigantesco desafío de la cultura acompañar a los
hombres de buena voluntad cuya razón busca la verdad apoyándose
sobre estas ricas tradiciones culturales, como la milenaria sabiduría
china, y guiar su búsqueda de lo divino a abrirse a la revelación
del Dios vivo que, por la gracia del Espíritu Santo, se asocia al
hombre en Jesucristo, único Redentor.
21. Otras grandes regiones —la Asamblea especial para América
del Sínodo de los Obispos lo han puesto a plena luz— viven de
una cultura profundamente modelada por el mensaje evangélico y, al
mismo tiempo, son víctimas de un penetrante influjo de modos de
vida materialistas y secularizados, que se manifiesta especialmente en el
abandono religioso en la clase media y entre las personas de cultura.
La Iglesia, que afirma la dignidad de la persona humana, se esfuerza en
purificar la vida social de plagas como la violencia, las injusticias
sociales, los abusos de que son objeto los niños de la calle, el tráfico
de estupefacientes, etc. En este contexto, y afirmando su amor
preferencial por los pobres y los marginados, la Iglesia tiene el deber de
promover una cultura de la solidaridad a todos los niveles de la vida
social: instituciones gubernamentales, instituciones públicas y
organismos privados. Trabajando por una mayor unión entre las
personas, entre las sociedades y entre las naciones, se unirá al
esfuerzo constante de las personas de buena voluntad, para construir un
mundo cada vez más digno de la persona humana. Haciendo esto,
contribuirá « a la reducción de los efectos negativos
de la globalización, tales como la dominación del más
fuerte sobre el más débil, en especial dentro del dominio
económico, y la pérdida de los valores culturales locales a
favor de una uniformidad mal entendida » (Ecclesia in America, n.
55).
En nuestros días, la ignorancia religiosa endémica
alimenta las diferentes formas de sincretismo entre antiguos cultos hoy
extinguidos, nuevos movimientos religiosos y la fe católica. Estos
males sociales, económicos, culturales y morales sirven de
justificación a las nuevas ideologías sincretistas cuyos círculos
están activamente presentes en diversos países. La Iglesia
intenta afrontar estos desafíos, en especial para con los más
pobres, promover la justicia social y evangelizar tanto las culturas
tradicionales como las nuevas culturas que surgen en las megápolis.(19)
22. Los países penetrados por el Islam constituyen como un
universo cultural con su configuración propia, sin desconocer las
diferencias entre los países árabes y los otros países
de Africa y de Asia. Pues el Islam se presenta indisociablemente como una
sociedad con su legislación y sus tradiciones, que juntas
constituyen una vasta comunidad denominada umma, con su cultura propia y
su proyecto de civilización.
El Islam vive actualmente una fuerte expansión, debido en
particular a los movimientos migratorios que provienen de países
con fuerte crecimiento demográfico. Los países de tradición
cristiana, que tienen, a excepción de Africa, una demografía
escasa o negativa, perciben hoy frecuentemente la presencia creciente de
musulmanes como un desafío social, cultural e incluso religioso.
Los inmigrantes musulmanes experimentan, al menos en ciertos países,
grandes dificultades de integración socio-cultural. Por otra parte,
el alejamiento de una comunidad tradicional conduce frecuentemente
—en el Islam como en otras religiones— al abandono de ciertas
prácticas religiosas y a una crisis de identidad cultural. Una
colaboración leal con los musulmanes en el plano cultural puede
permitir mantener —en una efectiva reciprocidad— relaciones
fructuosas tanto en los países islámicos como con las
comunidades musulmanas establecidas en los países de tradición
cristiana. Una semejante cooperación no exime a los cristianos de
dar cuenta de su fe cristológica y trinitaria con relación a
otras expresiones del monoteísmo.
23. Las culturas seculares ejercen una profunda influencia en
diferentes partes de un mundo marcado por el vértigo y la
complejidad creciente de transformaciones culturales. Surgida en países
de antigua tradición cristiana, esta cultura secularizada, con sus
valores de solidaridad, de afecto gratuito, de libertad, de justicia, de
igualdad entre el hombre y la mujer, de apertura de espíritu y diálogo
y de sensibilidad ecológica, guarda aún la huella de sus
valores fundamentalmente cristianos que han impregnado la cultura en el
curso de los siglos. La secularización misma de estos valores ha
aportado fecundidad a la civilización y alimentado la reflexión
filosófica. Al alba del tercer milenio las cuestiones de la verdad,
de los valores, del ser y del sentido, ligados a la naturaleza humana,
revelan los límites de una secularización que suscita, muy a
su pesar, la búsqueda de « la dimensión espiritual de
la vida como antídoto a la deshumanización. Este fenómeno
así llamado del "retorno de lo religioso" no carece de
ambigüedad, pero encierra una invitación [...] También
éste es un areópago que hay que evangelizar »
(Redemptoris Missio, n. 38).
Cuando la secularización se transforma en secularismo (Evangelii
Nuntiandi, n. 55), surge una grave crisis cultural y espiritual, uno de
cuyos signos es la pérdida del respeto a la persona y la difusión
de una especie de nihilismo antropológico que reduce al hombre a
sus instintos y tendencias. Este nihilismo que alimenta una grave crisis
de la verdad (Cf. Veritatis Splendor, n 32), « encuentra una cierta
confirmación en la terrible experiencia del mal que marca nuestra
época. Ante esta experiencia dramática, el optimismo
racionalista que veía en la historia el avance victorioso de la razón,
fuente de felicidad y de libertad, no ha podido mantenerse en pie, hasta
el punto de que una de las mas grandes amenazas de este fin de siglo es la
tentación de la desesperación » (Fides et Ratio, n.
91). Devolviendo su lugar a la razón iluminada por la fe y
reconociendo a Cristo como clave de bóveda de la vida del hombre,
es como una pastoral evangelizadora de la cultura podrá reforzar la
identidad cristiana ayudando a las personas y las comunidades a descubrir
razones para vivir, por todos los caminos de la vida, al encuentro del Señor
que viene y para la vida del mundo futuro (Ap 21-22).
Los países que han recuperado una libertad tanto tiempo
reprimida por el marxismo-leninismo ateo en el poder, han quedado heridos
por una violenta « desculturización » de la fe
cristiana: las relaciones entre los hombres artificialmente cambiadas, la
dependencia de la criatura con respecto a su creador negada, las verdades
dogmáticas de la revelación cristiana y su ética
combatidas. A esta « desculturización » ha seguido un
cuestionamiento radical de valores esenciales para los cristianos. Los
efectos reductores del secularismo extendido en Europa Occidental a fines
de los sesenta, contribuyen a desestructurar la cultura de los países
de Europa Central y Oriental.
Otros países de pluralismo democrático tradicional,
experimentan, sobre un trasfondo mayoritario de adhesión social
religiosa, el empuje de corrientes en las que se entremezclan secularismo
y expresiones religiosas populares traídas por el flujo migratorio.
A partir de aquí, la asamblea especial para América del Sínodo
de los obispos ha suscitado una nueva toma de conciencia misionera.
Sectas y nuevos movimientos religiosos(20)
24. La sociedad en el seno de la cual emerge, bajo las formas más
diversas, una nueva búsqueda de espiritualidad, más que
religión, no deja de recordar una de las tribunas de San Pablo, el
areópago de Atenas (Cf. Hech 17, 22-31). El deseo de encontrar una
dimensión espiritual que sea también fuente de sentido para
la vida, así como el anhelo profundo de reconstruir el tejido de
relaciones afectivas y sociales frecuentemente rasgadas a causa de la
inestabilidad creciente de la institución familiar, al menos en
ciertos países, se traducen en un « redescubrimiento »
en el seno del cristianismo, pero también en construcciones más
o menos sincretistas orientadas hacia una cierta unión global que
supere toda religión particular.
Bajo la denominación polisémica de sectas pueden
catalogarse numerosos y diversos grupos, unos de inspiración
gnostica o esotérica, otros de apariencia cristiana, otros en
ciertos casos, hostiles a Cristo y a la Iglesia. Su éxito se debe
frecuentemente a aspiraciones insatisfechas. Muchos de nuestros contemporáneos
encuentran en ellas un lugar de pertenencia y de comunicación, de
afecto y de fraternidad, incluso una aparente protección y
seguridad. Este sentimiento se apoya en gran parte en soluciones
aparentemente deslumbrantes —como el « Gospel of success
»—, pero en el fondo ilusorias que las sectas parecen aportar
a las más complejas cuestiones; se apoya también en una
teología pragmática a menudo fundada sobre la exaltación
del yo tan maltratado por la sociedad. Frecuentemente las sectas se
desarrollan gracias a sus pretendidas respuestas a las necesidades de
personas en busca de sanación, de hijos, de éxito económico.
Esto vale también para las religiones esotéricas cuyo
éxito se afianza gracias a la ignorancia y a la credulidad de
cristianos poco o mal formados. En numerosos países algunas
personas heridas por la vida o menospreciadas experimentan dolorosamente
la exclusión, especialmente en el anonimato característico
de la cultura urbana y están dispuestas a aceptar todo con tal de
obtener una visión espiritual que les restituya la armonía
perdida y les dé a experimentar una sensación de curación
física y espiritual. He aquí la complejidad y el carácter
transversal del fenómeno de las sectas que conjuga el malestar
existencial con el rechazo de la dimensión institucional de las
religiones y se manifiesta bajo formas y expresiones religiosas heterogéneas.
Pero la proliferación de las sectas es también una reacción
al secularismo y una consecuencia de los trastornos sociales y culturales
que han hecho perder las raíces religiosas tradicionales. Llegar a
las personas tocadas por las sectas o en peligro de serlo para anunciar a
Jesucristo que les habla al corazón, es uno de los desafíos
que la Iglesia debe afrontar.
Verdaderamente, de un continente a otro asistimos al surgimiento
« de una nueva época de la historia humana », ya señalada
por el Concilio Vaticano II. Esta toma de conciencia reclama una nueva
pastoral de la cultura, que afronte estos nuevos desafíos con la
persuasión que ha conducido a Papa Juan Pablo II al crear el
Pontifico Consejo de la Cultura: « de ahí la importancia que
tiene para la Iglesia, como responsable de ese destino, una acción
pastoral atenta y clarividente respecto a la cultura, especialmente a la
llamada cultura viva, es decir, el conjunto de los principios y valores
que constituyen el ethos de un pueblo » (Carta autógrafa, op.
cit.).
@
III
PROPUESTAS CONCRETAS
Objetivos Pastorales prioritarios
25. Los nuevos desafíos que debe afrontar una evangelización
inculturada a partir de las culturas moldeadas por dos milenios de
cristianismo y de los puntos de apoyo identificados en el corazón
de los nuevos areópagos culturales de nuestro tiempo, requieren una
presentación renovada del mensaje cristiano, anclada en la tradición
viva de la Iglesia y sostenida por el testimonio de vida auténtica
de las comunidades cristianas. Pensar todas las cosas de nuevo a partir de
la novedad del Evangelio propuesto de manera renovada y persuasiva,
constituye una exigencia inaplazable. Desde una perspectiva de preparación
evangélica, la pastoral de la cultura tiene como objetivo
prioritario insertar la savia vital del Evangelio en las culturas para
renovar desde su interior y transformar a la luz de la revelación
las visiones del hombre y de la sociedad que conforman las culturas, la
comprensión del hombre y de la mujer, de la familia y de la educación,
de la escuela y de la universidad, de la libertad y de la verdad, del
trabajo y del descanso, de la economía y de la sociedad, de las
ciencias y de las artes.
Pero no basta hablar para ser escuchado. Mientras los destinatarios se
hallaban fundamentalmente en sintonía con el mensaje por una
cultura tradicional impregnada de cristianismo y al mismo tiempo en una
disposición general favorable respecto a éste gracias a todo
el contexto sociocultural, podían recibir y comprender lo que se
les proponía. En la actual pluralidad cultural, es necesario
vincular al anuncio las condiciones para su recepción.
El éxito de esta gran empresa requiere la exigencia de un
continuo discernimiento a la luz del Espíritu Santo invocado en la
oración. Exige también, junto con una preparación
adecuada y una formación apropiada, medios pastorales sencillos,
—homilías catequesis, misiones populares, escuelas de
evangelización— aliados con los modernos medios de comunicación
para llegar a hombres y mujeres de todas las culturas. Los sínodos
de obispos lo recuerdan con insistencia creciente, siguiendo el Concilio
Vaticano II, tanto a los sacerdotes y religiosos como a los laicos. A este
respecto, las conferencias episcopales encuentran un instrumento
privilegiado en las comisiones episcopales de cultura —que será
necesario crear allí donde aún no existan— aptas para
promover la presencia de la Iglesia en los diversos ámbitos donde
se elabora la cultura y para suscitar allí la creatividad
multiforme que nace de la fe, la manifiesta y la sostiene. « Para
lograrlo, cada Iglesia particular deberá contar con un proyecto
cultural, como es el caso de tal o cual país ».(21) Esta es
la puesta en juego de una pastoral de la cultura, quizá más
compleja por sus mismas exigencias que una primera evangelización
de culturas no cristianas.
Religión y « religioso »
26. En su misión de anunciar el Evangelio a todos los hombres de
todas las culturas, la Iglesia se encuentra con las religiones
tradicionales especialmente en Africa y en Asia.(22) Las Iglesias locales
son invitadas y animadas a estudiar las culturas y las prácticas
religiosas tradicionales de su propia región, no para canonizarlas,
sino para discernir sus valores, costumbres y ritos susceptibles de
favorecer un arraigamiento más profundo del cristianismo en las
culturas locales (Cf. Ad Gentes, nn. 19 y 22).
El « regreso » o el « despertar » de lo
religioso en Occidente exige sin duda un discernimiento exigente. Si bien
se trata, en la mayor parte, más de un regreso del sentimiento
religioso que de una adhesión personal a Dios en comunión de
fe con la Iglesia, no se puede negar por otra parte que muchas personas en
número creciente, vuelven a estar atentos a una dimensión de
la existencia humana que caracterizan, según los casos, como
espiritual, religiosa o sagrada. El fenómeno, que se verifica sobre
todo entre los jóvenes y entre los pobres —lo que constituye
una razón más para prestarle atención—, les
lleva tan pronto a regresar hacia un cristianismo que les había
decepcionado, como a volverse a otras religiones, o incluso ceder a la
invitación de las sectas y hasta a las ilusiones del ocultismo.
En todas partes, un nuevo campo de posibilidades se abre a la pastoral
de la cultura para que el Evangelio de Cristo resplandezca en los
corazones. Numerosos son los puntos sobre los cuales la fe cristiana está
llamada a traducirse y expresarse de manera más accesible a las
culturas dominantes, en razón de la competencia a la que la somete
el aumento de una religiosidad difusa y abundante a su alrededor.
La búsqueda de diálogo y la correspondiente necesidad de
identificar mejor lo específicamente cristiano representan un campo
cada vez más importante de reflexión y de acción para
el anuncio de la fe en las culturas. La pastoral de la cultura frente al
desafío de las sectas (Cf. Ecclesia in America, n. 73) se inscribe
en esta perspectiva, ya que éstas producen efectos culturales
íntimamente ligados a su discurso « espiritual ». Esta
situación pide una reflexión exigente sobre la manera de
vivir la tolerancia y la libertad religiosa en nuestras sociedades (Cf.
Dignitatis Humanae, n. 4). Sin duda es necesario formar mejor a laicos y
sacerdotes para hacerles adquirir competencia y discernimiento acerca de
las sectas y la razón de su éxito, sin perder de vista, no
obstante, que el verdadero antídoto contra las sectas es la calidad
de la vida eclesial. En cuanto a los sacerdotes, es necesario prepararles
tanto para detectar el desafío de las sectas como para acompañar
a los fieles en peligro de abandonar la Iglesia y de renegar su Fe.
« Lugares ordinarios » de la experiencia de la fe, la
piedad popular, la parroquia
27. En los países de cristiandad, se ha ido elaborando, poco a
poco, todo un modo de comprender y vivir la fe que, con el tiempo, ha
acabado por impregnar la existencia y la vida común de los hombres:
fiestas locales, tradiciones familiares, celebraciones diversas,
peregrinaciones, etc. Se ha constituido así una cultura de la que
participan todos y en la cual la fe entra como un elemento constitutivo,
incluso integrador. Este tipo de cultura se ve particularmente amenazada
por el secularismo. Es importante alentar los esfuerzos auténticos
de revitalización de estas tradiciones, a fin de que no se
conviertan en patrimonio de folcloristas o de políticos, cuyas
miras son a menudo extrañas, cuando no contrarias a la fe, y sí
se impliquen en cambio agentes pastorales, comunidades cristianas y teólogos
cualificados.
Para llegar al corazón de los hombres, el anuncio del Evangelio
a los jóvenes y a los adultos así como la celebración
de la salvación en la liturgia requieren, no sólo un
profundo conocimiento y una experiencia de fe, sino también de la
cultura ambiente. Cuando un pueblo ama su cultura fecundada por el
cristianismo como elemento propio de su vida, vive y profesa su fe en esa
cultura. Obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas, laicos y laicas han
de desarrollar su sensibilidad hacia esta cultura, a fin de protegerla
cuando sea necesario y de promoverla a la luz de los valores evangélicos,
especialmente cuando esta cultura es minoritaria. Esta atención
puede ofrecer a los más desfavorecidos, en su gran diversidad, un
acceso a la fe y suscitar una mejor calidad de vida cristiana en la
Iglesia. Personas de fe profunda, con una educación y una cultura
bien integradas, son testigos vivos gracias a los cuales muchos pueden
reencontrar las raíces cristianas de su cultura.
28. La religión es también memoria y tradición, y
la piedad popular sigue siendo una de las mayores expresiones de una
verdadera inculturación de la fe, pues en ella se armonizan la fe y
la liturgia, el sentimiento y las artes, y se afianza la conciencia de la
propia identidad en las tradiciones locales. Así, « América,
que históricamente ha sido y es crisol de pueblos, ha reconocido en
el rostro mestizo de la Virgen del Tepeyac, Santa María de
Guadalupe, un gran ejemplo de evangelización perfectamente
inculturada » (Ecclesia in America, n. 11). La piedad popular
testimonia la ósmosis realizada entre el dinamismo innovador del
mensaje evangélico y los componentes más diversos de una
cultura. Es un lugar privilegiado de encuentro de los hombres con Cristo
vivo. Un continuo discernimiento pastoral podrá descubrir sus
valores espirituales auténticos para llevarlos a su cumplimiento en
Cristo, « a fin de que esta religiosidad lleve a un compromiso
sincero de conversión y a una experiencia concreta de caridad
» (ibid., n. 16). La piedad popular permite a un pueblo expresar su
fe, sus relaciones con Dios y su Providencia, con la Virgen y los santos,
con el prójimo, con los difuntos y con la creación, y
fortifica su pertenencia a la Iglesia. Purificar y catequizar las
expresiones de la piedad popular puede, en algunas regiones, convertirse
en un elemento decisivo para evangelizar en profundidad, mantener y
desarrollar una verdadera conciencia comunitaria en el compartir la misma
fe, especialmente a través de las manifestaciones religiosas del
pueblo de Dios, como las grandes celebraciones festivas (cf. Lumen
Gentium, n. 67). A través de estos medios humildes al alcance de
todos, los fieles expresan su fe, fortifican su esperanza y manifiestan su
caridad. En numerosos países, un sentido profundo de lo sagrado
permea el conjunto de la existencia y la vida cotidiana. Una pastoral
adaptada ha de saber promover y realzar el valor de los lugares sacros,
santuarios y centros de peregrinación, vigilias litúrgicas y
momentos de adoración, así como también de los
sacramentales, los tiempos sagrados y las conmemoraciones. Ciertas diócesis
y centros de pastoral universitaria, organizan, al menos una vez al año,
una jornada de marcha hacia un santuario, inspirados en el modelo del
pueblo judío, que iba cantando alegre los salmos de las subidas
cuando se acercaba a Jerusalén.
Por su misma naturaleza, la piedad popular requiere una expresión
artística. Los responsables de la pastoral habrán de alentar
la creación en todos los campos: ritos, música, cantos,
artes decorativas, etc... y velarán por su buena calidad cultural y
religiosa.
La parroquia, « Iglesia que se encuentra entre las casas de los
hombres » (Christifideles laici, n. 27), es uno de los mayores
logros de la historia del cristianismo y para la inmensa mayoría de
los fieles sigue siendo el lugar privilegiado y ordinario de la
experiencia de fe. La vitalidad de la comunidad cristiana, unida por la
misma fe, reunida para celebrar la Eucaristía, ofrece el testimonio
de la fe vivida y de la caridad de Cristo y constituye un lugar de educación
religiosa profundamente humano. Bajo formas variadas, según la edad
y las capacidades de los fieles, la parroquia proporciona un ejemplo
concreto, inculturado, de la fe profesada y celebrada por la comunidad
creyente. Esta primera formación vivida en la parroquia es
decisiva, introduce en la Tradición y coloca los fundamentos de una
fe viva y de un profundo sentido de Iglesia.
En el contexto urbano, complejo y a veces violento, la parroquia cumple
una función pastoral irreemplazable, como lugar de iniciación
cristiana y de evangelización inculturada, donde los diversos
grupos humanos hallan su unidad en la celebración festiva de una
misma fe y el compromiso apostólico, cuya alma es la liturgia eucarística.
Comunidad diversificada, la parroquia constituye un lugar privilegiado de
pastoral concreta de la cultura, apoyada en la escucha, el diálogo
y la ayuda cercana, gracias a sacerdotes y laicos, religiosa y
culturalmente bien preparados (cf. Christifideles laici, n. 27).
Instituciones de educación
29. « El mundo de la educación es un campo privilegiado
para promover la inculturación del Evangelio » (Ecclesia in
America, n. 71). La educación que guía al niño, después
adolescente, hasta su madurez, comienza en el seno de la familia, que
sigue siendo el lugar primordial de aquélla. Así, toda
pastoral de la cultura y toda evangelización en profundidad se
apoyan sobre la educación y toman como punto de anclaje la familia,
« primer espacio educativo de la persona » (ibid.).
Pero la familia, frecuentemente enfrentada a las más diversas
dificultades, no es suficiente. De ahí la gran importancia de las
instituciones educativas. En numerosos países, fiel a su
bimilenaria misión de educación y enseñanza, la
Iglesia anima numerosas instituciones: jardines de infancia, escuelas,
colegios, liceos, universidades, centros de investigación. Estas
instituciones católicas tienen por vocación propia el situar
los valores evangélicos en el corazón de la cultura. Para
hacerlo, los responsables de estas instituciones han de extraer del
mensaje de Cristo y la enseñanza de la Iglesia la esencia de su
proyecto educativo. Sin embargo, la realización de la misión
de estas instituciones depende en no pequeña parte de medios a
veces difíciles de conseguir. Es necesario rendirse a la evidencia
para apreciar el desafío: la Iglesia ha de consagrar una parte
importante de sus recursos en personal y medios a la educación,
para responder a la misión recibida de Cristo de anunciar el
Evangelio. En todos los casos se mantiene una exigencia: asociar a la
preocupación por una seria formación escolar la de una
profunda formación humana y cristiana.(23) En efecto, multitud de jóvenes
que asisten al conjunto de instituciones de educación en los
diversos países, pueden hallarse con frecuencia, a pesar de la
buena voluntad y la competencia de sus maestros, plenamente escolarizados
pero parcialmente desculturizados.
En la perspectiva global de una pastoral de la cultura, y sin descuidar
el proporcionar a los estudiantes la formación específica
que tienen derecho a esperar, las universidades, colegios y centros de
investigación católicos habrán de preocuparse por
asegurar un encuentro fecundo entre el Evangelio y las diferentes
expresiones culturales. Estas instituciones podrán contribuir de
modo original e irremplazable a una auténtica formación en
valores culturales, como terreno privilegiado para una vida de fe en
simbiosis con la vida intelectual. A este respecto, conviene recomendar
una atención particular a la enseñanza de la filosofía,
de la historia y de la literatura, como lugares esenciales de encuentro
entre la fe y las culturas.
La presencia de la Iglesia en la universidad y la cultura
universitaria,(24) con las iniciativas concretas capaces de hacer eficaz
esta presencia, requieren un discernimiento exigente y un esfuerzo
incesantemente renovado para promover una nueva cultura cristiana nutrida
con los mejores logros de todos los campos de la actividad universitaria.
Tal urgencia de formación humana y cristiana reclama sacerdotes,
religiosos, religiosas, laicos y laicas bien formados. Su trabajo conjunto
permitirá a las instituciones educativas católicas ejercer
su influencia tanto sobre los materiales didácticos como sobre los
profesionales de la cultura y favorecerá la difusión de un
modelo cristiano de relaciones entre profesores y alumnos en el seno de
una verdadera comunidad educativa. La formación armoniosa de la
persona es uno de los objetivos mayores de la pastoral de la cultura.
30. La Escuela es por definición uno de los lugares de iniciación
cultural y en algunos países y tras muchos siglos, uno de los
lugares privilegiados de transmisión de una cultura forjada por el
cristianismo. Ahora bien, si en algunos países la « instrucción
religiosa » encuentra su lugar, no sucede lo mismo en la mayor parte
de los países secularizados. En una y otra situación, se
plantea el mismo problema fundamental: la relación entre cultura
religiosa y catequesis. Se teme, no sin razón, que la imposición
a todos de la asignatura de « religión » obligue a los
que están encargados de impartirlas, a atenerse, en realidad, a una
simple cultura religiosa. De hecho, cuando se reduce el número de
los que han recibido regularmente catequesis, la cultura religiosa, no
asegurada por ningún otro medio, corre el riesgo de perderse a
corto plazo en las nuevas generaciones para un gran número. De ahí
la urgencia de reevaluar la relación entre cultura religiosa y
catequesis y de traducir de una manera nueva la articulación entre
la necesidad de presentar a los alumnos una información religiosa
exacta y objetiva, ausente en ocasiones, y la importancia capital del
testimonio de la fe. De ahí también la indispensable
complementariedad entre la parroquia y la escuela y la afirmación
de la necesidad de escoger profesores aptos para convertir estas
instituciones en escuelas de crecimiento espiritual y cultural. Son las
condiciones de éxito de esta pastoral exigente y prometedora.
Centros de formación teológica
31. Una toma de conciencia se impone. Si en muchos países hasta
hace poco tiempo se daba una adecuada formación religiosa a los
hijos de familias cristianas, hoy un creciente número de jóvenes
se encuentran privados de la misma. Algunos de ellos sienten la necesidad
de una sólida formación teológica. Este nuevo interés
es esperanzador, al menos por tres razones. En primer lugar, porque muchos
cristianos dotados de un cierto nivel cultural, tienen verdaderas
posibilidades de fidelidad y de crecimiento en la fe, sólo si su
cultura religiosa está al mismo nivel de su cultura profana,
especialmente en aquello que concierne al campo de su vida profesional.
Después, porque disponiendo de mayores recursos para el combate de
la fe, serán más capaces de ofrecer su colaboración a
las tareas de la Iglesia que la requieran: animación litúrgica,
catequesis escolar, acompañamiento a los enfermos, preparación
para los sacramentos, especialmente bautismo y matrimonio, etc. Finalmente
porque la integración entre su trabajo profesional y su fe
cristiana los capacita para cumplir plenamente su misión como
laicos en la ciudad, en una mejor síntesis entre los dos
componentes de su existencia.
La necesidad de una seria formación teológica se impone
hoy con un vigor acentuado, teniendo en cuenta los nuevos desafíos
que surgen, que van de la indiferencia religiosa al racionalismo agnóstico.
El conocimiento profundo de los datos de la fe es, en primer lugar,
indispensable para una genuina evangelización. Este conocimiento de
orden intelectual, interiorizado en la oración y en las
celebraciones litúrgicas, exige una asimilación personal
inteligente por parte de los fieles, para que sean testigos de la persona
de Cristo y de su mensaje de salvación. En un contexto cultural,
por lo demás, marcado por corrientes fundamentalistas, una adecuada
formación teológica es, sin lugar a dudas, el mejor medio
para afrontar este grave peligro que amenaza la auténtica piedad
popular y la cultura de nuestro tiempo.
La pastoral orientada hacia la evangelización de la cultura y la
inculturación de la fe conlleva una doble competencia: en el campo
teológico y en campo que concierne a la pastoral. Inicial y
permanente, general o especializada al punto de permitir la obtención
de diplomas canónicos, una tal formación teológica
merece ser ampliamente propuesta en la Iglesia, según el deseo del
Concilio Vaticano II, allí donde todavía no existe (Gaudium
et Spes, n. 62, 7). Es éste, sin ninguna duda, uno de los mejores
lugares de comunicación entre cultura actual y fe cristiana. Y por
tanto, ofrece a ésta inmejorables ocasiones de impregnar la cultura
cuando la formación recibida y la inteligencia de la fe consolidada
por el estudio de la Palabra de Dios y la Tradición de la Iglesia
inspiran la existencia cotidiana.
Los Centros Culturales Católicos
32. Los Centros Culturales Católicos, implantados allí
donde su creación sea posible, son una ayuda capital para la
evangelización y la pastoral de la cultura. Bien insertos en su
medio cultural, les corresponde afrontar los problemas urgentes y
complejos de la evangelización de la cultura y de la inculturación
de la fe, a partir de los puntos de anclaje que ofrece un debate
ampliamente abierto con todos los creadores, actores y promotores de
cultura, según el espíritu del apóstol de las gentes
(1 Tes 5, 21-22).
Los Centros Culturales Católicos presentan una rica diversidad,
tanto por su denominación (Centros o Círculos Culturales,
Academias, Centros Universitarios, Casas de Formación), como por
las orientaciones (teológica, ecuménica, científica,
educativa, artística, etc...), o por los temas tratados (corrientes
culturales, valores, dialogo intercultural e interreligioso, ciencia,
artes etc...), o por las actividades desarrolladas (conferencias, debates,
cursos, seminarios, publicaciones, bibliotecas, manifestaciones artísticas
o culturales, exposiciones, etc...). El concepto mismo de « Centro
Cultural Católico » reúne la pluralidad y la riqueza
de las diversas situaciones de un país: se trata, bien de
instituciones vinculadas a una estructura de la Iglesia (parroquia, diócesis,
conferencia episcopal, orden religiosa, etc...), bien de iniciativas
privadas de católicos, pero siempre en comunión con la
Iglesia. Todos estos centros proponen actividades culturales con la
preocupación constante de la relación entre la fe y la
cultura, de la promoción de la cultura inspirada por los valores
cristianos, a través del diálogo, la investigación
científica, la formación, mediante la promoción de
una cultura fecundada inspirada, vivificada y dinamizada por la fe. A este
respecto, los centros culturales católicos son instrumentos
privilegiados para hacer conocer a un amplio público las obras de
artistas, escritores, científicos, filósofos, teólogos,
economistas y ensayistas católicos, y suscitar de esta manera una
adhesión personal y entusiasta a los valores fecundados por la fe
en Cristo.
« Los centros culturales católicos ofrecen a la Iglesia
singulares posibilidades de presencia y acción en el campo de los
cambios culturales. En efecto, éstos son unos foros públicos
que permiten la amplia difusión, mediante el diálogo
creativo, de convicciones cristianas sobre el hombre, la mujer, la
familia, el trabajo, la economía, la sociedad, la política,
la vida internacional y el ambiente » (Ecclesia in Africa, n. 103).
El Consejo Pontificio de la Cultura ha publicado una lista de estos
centros, a partir principalmente de las informaciones recibidas de las
conferencias episcopales.(25) Esta primera documentación
internacional sobre los centros culturales católicos debería
ayudar a establecer relaciones entre ellos y a favorecer intercambios
mutuos, para un mejor servicio pastoral de la cultura apoyado por los
modernos medios de comunicación.
Medios de Comunicación social e información religiosa
33. Un hecho llama de manera particular la atención de los
responsables de la pastoral: la cultura se hace cada vez más global
por el influjo de los medios de comunicación y de la tecnología
informática. Sin duda, las culturas en su conjunto y en todos los
tiempos, han mantenido relaciones recíprocas. Sin embargo hoy,
incluso las culturas menos extendidas no están aisladas. Se
benefician de los cambios acelerados, y al mismo tiempo sufren presiones
ejercidas por una fuerte corriente uniformadora, allí donde
—ejemplo extremo de la difusión de formas de materialismo, de
individualismo y de inmoralidad— los mercaderes de violencia y de
sexo barato que invaden tanto los videocasetes como las películas,
la televisión o Internet, amenazan con desplazar a los educadores.
Los medios de comunicación social son vehículo, por otra
parte, de una multiplicidad de propuestas religiosas ligadas a las
culturas de origen antiguo o moderno, radicalmente diferentes, que se
encuentran ahora al mismo tiempo y en el mismo lugar.
En el plano de la comunicación social, las emisoras católicas
de televisión y sobre todo de radio, aun siendo modestas, desempeñan
un papel no despreciable en la evangelización de la cultura y la
inculturación de la fe. Llegan hasta las personas en el lugar
habitual de su vida diaria y contribuyen poderosamente a la evolución
de sus modos de vida. Las redes de radios católicas, allí
donde sea posible crearlas, permiten no solamente a las diócesis
sin grandes recursos aprovecharse de los medios técnicos de otras más
favorecidas, sino también estimulan los intercambios culturales
entre comunidades cristianas. El compromiso de los cristianos, no sólo
en los medios religiosos, sino también en los medios estatales o
comerciales es una prioridad, ya que estos medios de comunicación
se dirigen por naturaleza al conjunto de la sociedad, y permiten a la
Iglesia llegar hasta las personas que se encuentran fuera de su alcance.
En ciertos países donde los medios están abiertos a los
mensajes religiosos, las diócesis realizan auténticas campañas
y difunden programas e incluso espacios publicitarios para hacer ver los
valores cristianos que son esenciales para una cultura verdaderamente
humana. Por otra parte, los católicos recompensan a los mejores
profesionales con premios. Estas intervenciones en los medios pueden
contribuir por su calidad y la seriedad del mensaje a promover una cultura
inspirada por el Evangelio.
La prensa diaria y periódica y las editoras tienen su lugar, no
sólo en la vida de la Iglesia local, sino también en la
sociedad, porque testimonian la vitalidad de la fe y la contribución
específica de los cristianos a la vida cultural, después de
muchos siglos. Esta extraordinaria posibilidad de influencia requiere la
presencia de periodistas, autores y editores con amplios horizontes
culturales y con fuertes convicciones cristianas. En los países
donde las lenguas tradicionales se utilizan junto a las lenguas oficiales,
algunas diócesis editan un diario o al menos algunos artículos
en la lengua tradicional, lo que les proporciona una capacidad de
penetración sin igual en multitud de familias.
Las extraordinarias posibilidades de los medios de comunicación
social para hacer irradiar el mensaje evangélico en el mundo y dar
un alma a la cultura requieren la formación de católicos
competentes: « Es fundamental para la eficacia de la nueva
evangelización un profundo conocimiento de la cultura actual, en la
cual los medios de comunicación social tienen gran influencia
» (Ecclesia in America, n. 72). Esta presencia de los católicos
en los medios será tanto más fructuosa si los pastores se
sensibilizan con estos medios de comunicación durante el tiempo de
su formación. Su compromiso maduro y responsable es la única
actitud capaz de afrontar los escollos y de responder a los desafíos
propios de los medios de comunicación.
34. La pastoral de la cultura exige una atención particular a
los periodistas de la prensa escrita, de la radio y de la televisión.
Sus preguntas provocan algunas veces perplejidad y desencanto, sobre todo
cuando apenas corresponden al contenido fundamental del mensaje que
debemos transmitir; sin embargo estos interrogantes desconcertantes son
los de la mayor parte de nuestros contemporáneos. Para lograr una
mejor comunicación entre las diversas instancias de la Iglesia y
los periodistas, pero también para conocer mejor los contenidos,
los promotores y los métodos de las redes culturales y religiosas,
es importante que un número suficiente de personas reciba una
adecuada formación en las técnicas de la comunicación,
comenzando por los jóvenes en formación en los seminarios y
las casas religiosas. Muchos laicos jóvenes se orientan hacia los
medios. Corresponde a la pastoral de la cultura prepararlos para estar
activamente presentes en el mundo de la radio, la televisión, del
libro y de las revistas, ya que estos vectores de información
constituyen la referencia diaria de la mayoría de nuestros
contemporáneos. A través de medios abiertos y moralmente
convenientes, cristianos bien preparados pueden jugar un papel misionero
de primer plano. Es importante que sean formados y apoyados.
Para estimular creaciones de alto nivel moral, espiritual y artístico,
muchas Iglesias locales organizan festivales de cine y de televisión
y crean premios, inspirados en el ejemplo del Premio católico del
cine. Para promover la cualidad de la información a través
de una adecuada formación, algunas asociaciones profesionales y
sindicales del periodismo han elaborado una Carta ética de los
medios, un Código de comportamiento del periodista, e incluso han
fundado un Consejo ético de los Medios. Otros han creado Círculos
que reúnen profesionales de la información para ciclos de
conferencias sobre temas éticos, religiosos, culturales, pero también
para jornadas de espiritualidad.
Ciencia, tecnología, bioética y ecología
35. Después de siglos y a pesar de incomprensiones, la Iglesia y
el conjunto de la sociedad se han beneficiado de los trabajos cualificados
de cristianos expertos en las ciencias exactas y experimentales. Tras la
prueba del cientificismo, cuyos postulados son hoy frecuentemente
descartados, la Iglesia debe estar atenta tanto a las contribuciones, como
a los nuevos interrogantes y desafíos suscitados por la ciencia, la
tecnología y las nuevas biotecnologías. De manera
particular, es importante seguir no solo la evolución en curso de
los paradigmas de la Ars Medica, sino sobre todo de contar con los
trabajos de profesionales reconocidos y de moralistas seguros, en un campo
tan fundamental para la persona humana. Desarrollar una enseñanza
interdisciplinar y coherente ayudará a crear un medio favorable
para el diálogo entre la ciencia y la fe, ya iniciado en el curso
de los últimos decenios. El éxito de una pastoral de la
cultura exige a este respecto:
— Una formación de consultores cualificados, tanto en las
ciencias físicas o de la vida, como en filosofía y teología
de las ciencias, aptos para intervenir bien sea en Internet, en la radio o
en la televisión, capacitados para tratar temas de frontera e
incluso de controversia, que no faltan entre la fe y la ciencia: creatio
ex nihilo et creatio continua, evolución, naturaleza dinámica
del mundo, exégesis de la Sagrada Escritura y estudios científicos,
lugar y papel del hombre en el cosmos, relación entre el concepto
de eternidad y la estructura espacio-temporal del universo físico,
epistemologías diferenciadas...
— Una formación inicial de los seminaristas y una formación
permanente de los sacerdotes, que les ayude a responder con competencia a
los interrogantes de los fieles que desean profundizar en su comprensión
de la enseñanza de la Iglesia, para vivir mejor en el contexto
cultural frecuentemente extraño, cuando no hostil.
— Redes de comunicación entre los investigadores católicos
que enseñan en institutos superiores católicos,
universidades del Estado, instituciones privadas y centros privados de
investigación, así como entre academias científicas,
asociaciones de expertos en tecnología y conferencias episcopales.
— La creación de Academias de la Vida o grupos de estudio
especializados en este campo, compuestos por católicos reconocidos
por sus capacidades profesionales y su fidelidad al Magisterio de la
Iglesia.
— Prensa y publicaciones católicas de amplia difusión,
que se aprovechen de la contribución de personas verdaderamente
cualificadas en estos campos.
— Librerías católicas capaces de orientar
competentemente en la sobreabundancia de colecciones, revistas y
publicaciones científicas.
— Aumentar bibliotecas y videotecas parroquiales abiertas a la
consulta sobre los argumentos que competen a las relaciones entre ciencia,
tecnología y fe.
— Una pastoral apta para suscitar y alimentar una honda vida
espiritual entre los científicos.
El arte y los artistas
36. La articulación del camino estético con la prosecución
del bien y la búsqueda de lo verdadero, constituye sin lugar a
dudas una cantera privilegiada de la pastoral de la cultura para un
anuncio del Evangelio sensible a los signos de los tiempos. La pastoral de
los artistas requiere una sensibilidad estética unida a una no
menor sensibilidad cristiana. En nuestra cultura, marcada por un torrente
de imágenes frecuentemente banales y brutales diariamente arrojadas
por las televisiones, películas y videocasetes, una alianza fecunda
entre el Evangelio y el arte suscitará nuevas epifanías de
la belleza, nacidas de la contemplación de Cristo, Dios hecho
hombre, de la meditación de sus misterios, de su irradiación
en la vida de la Virgen María y de los santos (Cf. Juan Pablo II
Carta a los artistas, 4 abril 1999).
En el plano institucional, una diversificación y fragmentación
crecientes exigen un diálogo renovado entre la Iglesia y las
diversas instituciones o sociedades artísticas. De las parroquias a
las capellanías, de las diócesis a las conferencias
episcopales, de los seminarios a los institutos de formación y a
las universidades, esta pastoral promueve asociaciones capaces de entablar
un diálogo fructuoso con los artistas y el mundo del arte. Las
Iglesias locales, que algunas veces han tomado distancia al respecto,
saldrán beneficiadas renovando el contacto gracias a lugares de
encuentro apropiados.
En el plano de la creatividad. La experiencia lo muestra: en
condiciones políticas desfavorables para la verdadera cultura, que
presupone la libertad, la Iglesia católica ha actuado como abogada
y protectora de la cultura y de las artes, y muchos artistas han
encontrado en su seno un lugar privilegiado de creatividad personal. Esta
actitud y este papel de la Iglesia frente a la cultura y los artistas son
más que nunca actuales, especialmente en los campos de la
arquitectura, de la iconografía y de la música religiosa.
Llamar a los artistas a participar en la vida de la Iglesia es invitarlos
a renovar el arte cristiano. Una relación de confianza con los
artistas, basada en la cooperación, permite valorizar todo aquello
que educa al hombre y lo eleva a un nivel superior de humanidad, mediante
una participación más intensa en el misterio de Dios,
belleza soberana y suprema bondad. Para que sean fructuosas, las
relaciones entre fe y arte no se pueden limitar a acoger la creatividad.
Propuestas, confrontaciones, discernimiento son necesarios, porque la fe
es fidelidad a la Verdad. La liturgia constituye al respecto un medio
excepcional por su fuerza de inspiración y las múltiples
posibilidades que ofrece a los artistas en su diversidad, para poner en práctica
las orientaciones dadas por el Concilio Vaticano II. Es importante
suscitar una expresión indígena propia y, al mismo tiempo,
católica de la fe, respetando las normas litúrgicas.(26) La
necesidad de construir y decorar las nuevas iglesias exige una reflexión
profunda sobre el significado de la iglesia en cuanto lugar sagrado, y el
alcance de la liturgia. Los artistas están invitados a expresar
estos valores espirituales. Su creatividad debería hacer posible el
desarrollo de iconografías y composiciones musicales accesibles a
un mayor número de personas, para revelar la trascendencia del amor
de Dios e introducir a la oración. El Concilio Vaticano II no ha
dudado en este punto y sus orientaciones exigen ponerlo en práctica
de manera permanente: « Hay que esforzarse para que los artistas se
sientan comprendidos por la Iglesia en sus actividades y, gozando de una
ordenada libertad, establezcan contactos más fáciles con la
comunidad cristiana. También las nuevas formas artísticas,
que convienen a nuestros contemporáneos según la índole
de cada nación o región, sean reconocidas por la Iglesia.
Recíbanse en el santuario, cuando elevan la mente a Dios, con
expresiones acomodadas y conforme a las exigencias de la liturgia »
(Gaudium et Spes, n. 62, 4).
En el plano de la formación. Una pastoral orientada al arte y a
los artistas presupone una formación adecuada(27) para comprender
la belleza artística como epifanía del misterio. Los
responsables de esta educación artística, asociándola
con la formación teológica, litúrgica y espiritual,
podrán escoger los presbíteros y laicos a los cuales les será
confiada la pastoral de los artistas, con la tarea de emitir juicios
iluminadores y formular apreciaciones motivadas acerca del mensaje de las
artes contemporáneas, en el seno de la comunidad cristiana.
Las posibilidades de acción en este campo son numerosas y
variadas. Asociaciones, cofradías de artistas o de escritores,
academias, resaltan el papel importante de los hombres de cultura católica
y pueden favorecer un diálogo más fecundo entre la Iglesia y
el mundo del arte. Diversas fórmulas como la Semana cultural o la
Semana de la cultura cristiana conjugan un ritmo sostenido de
manifestaciones culturales abiertas al mayor número de personas con
propuestas específicamente cristianas. La fórmula del
Festival o del Premio de arte sagrado, nacional o internacional, permite
dar una relevancia particular tanto a la música sagrada como al
cine y al libro religioso.
Patrimonio cultural, turismo religioso
37. En el contexto del desarrollo del tiempo libre y del turismo
religioso, algunas iniciativas permiten salvaguardar, restaurar y dar
valor al patrimonio cultural religioso existente, como también
transmitir a las nuevas generaciones las riquezas de la cultura
cristiana,(28) fruto de una síntesis armoniosa entre la fe
cristiana y el genio de los pueblos. Desde esta perspectiva, parece
deseable promover y animar un cierto número de propuestas:
— Introducir la pastoral del turismo y tiempo libre y la
catequesis a través del arte entre las actividades específicas
habituales de la diócesis.
— Idear itinerarios de devoción en una diócesis o
en una región, siguiendo el entramado de lugares de la fe que
constituyen el patrimonio espiritual y cultural de ésta.
— Hacer de las iglesias lugares abiertos y acogedores, resaltando
los elementos a veces modestos, pero significativos.
— Prever una pastoral de los edificios religiosos más
frecuentados, para hacer que los visitantes se beneficien del mensaje del
que aquéllos son portadores y publicar documentos simples y claros
elaborados por los organismos competentes.
— Crear organizaciones de guías católicos, capaces
de ofrecer a los turistas un servicio cultural de calidad animado por el
testimonio de la fe. Tales iniciativas pueden también contribuir en
la creación de puestos de trabajo, aunque temporales, para los
desempleados jóvenes o menos jóvenes.
— Animar las asociaciones en nivel internacional, como la E.C.A.,
la Asociación de Catedrales de Europa.
— Crear y desarrollar los museos de Arte Sagrado y de Antropología
Religiosa, que seleccionen la calidad de los objetos expuestos y la
presentación pedagógica viva, uniendo el interés por
la fe y por la historia, evitando que los museos se conviertan en depósitos
de objetos muertos.
— Suscitar la formación y la multiplicación de
fondos, incluso de bibliotecas, especializadas en el patrimonio cultural
cristiano y profano de cada región, con amplias posibilidades de
contacto del mayor número de personas con este patrimonio.
— A pesar de las dificultades para la edición y
comercialización, apoyar las librerías católicas e
incluso crearlas, sobre todo en las parroquias, santuarios y lugares de
peregrinación, con responsables cualificados, capaces de aconsejar
de manera útil.
Los jóvenes
38. La pastoral de la cultura llega a los jóvenes a través
de los diferentes campos de la enseñanza, de la formación y
del tiempo libre, en un proceso que alcanza a la persona en su intimidad.
Si la familia sigue siendo esencial en la traditio fidei, las parroquias y
diócesis, colegios y universidades católicas, así
como los diversos movimientos eclesiales presentes en el conjunto de los
ambientes de vida y de enseñanza pueden emprender iniciativas
concretas para promover:
— Lugares donde los jóvenes deseen encontrarse y tejer
lazos de amistad, que constituyan un ambiente para apoyar la fe.
— Círculos de conferencias y de reflexión,
adaptados a los diferentes niveles culturales y centrados en los temas de
interés común y de actualidad, para la vida cristiana.
— Asociaciones culturales o socio-culturales, con programas
abiertos de actividades recreativas y formativas, que incluyan el canto,
el teatro, el cineclub, etc...
— Colecciones culturales —libros o videocasetes— que
permitan una información y una formación cultural cristiana,
como también un intercambio con los otros jóvenes y los
mayores.
— Una propuesta de modelos a imitar, pues en definitiva se trata
de formar jóvenes adultos para vivir la fe en su medio cultural,
sea en la universidad o la investigación, el trabajo o el arte.
— Rutas de peregrinación que, desde el pequeño
grupo de meditación hasta las grandes reuniones festivas, permitan
una irrigación cultural de vida espiritual en un clima de fervor
contagioso.
El conjunto de estas iniciativas se inscribe en una pastoral global en
la cual la Iglesia pone en práctica « un nuevo tipo de diálogo
que le permita introducir la originalidad de mensaje evangélico en
el corazón de la mentalidad actual. Hemos de encontrar de nuevo la
creatividad apostólica y la potencia profética de los
primeros discípulos para afrontar las nuevas culturas. Es necesario
presentar la palabra de Cristo en toda su lozanía a las
generaciones jóvenes, cuyas actitudes a veces son difíciles
de comprender para los espíritus tradicionales, si bien están
lejos de cerrarse a los valores espirituales ».(29) Los jóvenes
son el futuro de la Iglesia y del mundo. El compromiso pastoral con ellos,
bien sea en el mundo de la universidad que en el del trabajo, es signo de
esperanza, en el umbral del Tercer Milenio.
@
CONCLUSIÓN
Hacia una pastoral de la cultura renovada por la fuerza del Espíritu
39. La cultura entendida a la manera del Concilio Vaticano II (Gaudium
et Spes, n. 53-62) en su sentido más amplio se presenta para la
Iglesia, en el umbral del Tercer Milenio, como una dimensión
fundamental de la pastoral, y « una auténtica pastoral de la
cultura decisiva para la nueva evangelización ».(30)
Resueltamente comprometidos en los caminos de una evangelización
que alcanza los espíritus y los corazones y transforma, fecundándolas,
todas las culturas, los pastores están llamados a discernir, a la
luz del Espíritu Santo, los desafíos que surgen de culturas
indiferentes, frecuentemente hostiles a la fe, así como también
los valores culturales que constituyen los puntos de apoyo para anunciar
el Evangelio. « Porque el Evangelio conduce la cultura a su perfección,
y la cultura auténtica está abierta al Evangelio ».(31)
Numerosos encuentros con obispos y hombres de cultura de diferentes
campos —científico, tecnológico, educativo, artístico—
han puesto de relieve la puesta en juego de esta pastoral, sus
presupuestos y sus exigencias, sus obstáculos y sus puntos de
anclaje, sus objetivos primordiales y sus medios privilegiados. La
inmensidad de este campo de apostolado, en este « vastísimo
areópago » (Redemptoris Missio, n. 37) en la diversidad y
complejidad de las áreas culturales, exige una cooperación
en todos los niveles, desde la parroquia hasta la Conferencia Episcopal,
desde una región hasta un Continente. El Consejo Pontificio de la
Cultura, por su parte y de acuerdo con el objetivo de su misión,(32)
trabaja incansablemente para favorecer una tal cooperación y
promover los intercambios estimulantes e iniciativas adecuadas,
especialmente en los Dicasterios de la Curia Romana, de las Conferencias
Episcopales, de los Organismos Internacionales Católicos,
universitarios, históricos, filosóficos, teológicos,
científicos, artísticos, intelectuales, y también de
las Academias Pontificias(33) y de los centros culturales católicos.(34)
« Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas
en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles
a guardar todo lo que yo os he mandado » (Mt 28, 19-20). En el
camino indicado por el Señor, la pastoral de la cultura,
estrechamente unida al testimonio de fe personal y comunitario de los
cristianos, se inscribe en la misión de anunciar la Buena Nueva del
Evangelio a todos los hombres de todos los tiempos, como medio
privilegiado de evangelizar las culturas y de inculturar la fe. « Es
ésta una exigencia que ha marcado todo su camino histórico,
pero hoy es particularmente aguda y urgente [...] requiere largo tiempo
[...] Es, pues, un proceso profundo y global [...] Es también un
proceso difícil ». (Redemptoris Missio, n. 52). En la vigilia
del Tercer Milenio, ¿quién no ve lo que está en juego
para el futuro de la Iglesia y del mundo? El anuncio del Evangelio de
Cristo nos impulsa a constituir comunidades vivas de fe, profundamente
insertadas en las diversas culturas y portadoras de esperanza, para
promover una cultura de la verdad y del amor en la cual cada persona pueda
responder plenamente a su vocación de hijo de Dios « en la
plenitud de Cristo » (Ef 4, 13) La urgencia de la pastoral de la
cultura es grande, la tarea gigantesca, las modalidades múltiples,
las posibilidades inmensas, en el umbral del nuevo milenio de la venida de
Cristo, Hijo de Dios e hijo de María, cuyo mensaje de amor y de
verdad llena la necesidad primordial de toda cultura humana, más
allá de toda expectativa. « La fe en Cristo da a las culturas
una dimensión nueva, la de la esperanza en el Reino de Dios. Los
cristianos tienen la vocación de inscribir en el corazón de
las culturas esta esperanza de una tierra nueva y unos cielos nuevos [...]
El Evangelio, lejos de poner en peligro o de empobrecer las culturas, les
da un suplemento de alegría y de belleza, de libertad y de sentido,
de verdad y de bondad ».(35)
En definitiva, la pastoral de la cultura, en sus múltiples
expresiones, no tiene otro objetivo que ayudar a toda la Iglesia a cumplir
su misión de anunciar el Evangelio. En el umbral del nuevo milenio,
con toda su fuerza, la Palabra de Dios llama a « inspirar toda la
existencia cristiana » (Tertio Millennio Adveniente, n. 36), ayuda
al hombre a superar el drama del humanismo ateo y a crear un « nuevo
humanismo » (Gaudium et Spes, n. 55) capaz de suscitar, en todo el
mundo, culturas transformadas por la prodigiosa novedad de Cristo, que
« se ha hecho hombre para que el hombre se haga Dios »,(36) se
renueva a imagen de su Creador (Cf. Col 3, 10) y « a la medida del
crecimiento del hombre nuevo » (cf. Ef 4, 14) renueva todas las
culturas por la fuerza creadora del Espíritu Santo, fuente
inextinguible de belleza, amor y verdad.
Ciudad del Vaticano, 23 de mayo de 1999, en la Solemnidad de Pentecostés
Paul Cardinal Poupard
Presidente
Bernard Ardura, O. Praem.
Secretario

NOTAS
(1) Juan Pablo II, Discurso ante la Asamblea General de las Naciones
Unidas, Nueva York 5 octubre 1995, nn. 9-10: L'Osservatore Romano. Edición
semanal en lengua española, 27 (1995) 564.
(2) Juan Pablo II, Carta autógrafa por la que se instituye el
Consejo Pontificio de la Cultura, 20 de mayo de 1982: AAS 74 (1982) 685.
L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española,
9-7-1982.
(3) Juan Pablo II, Discurso al Consejo Pontificio de la Cultura, 15 de
enero de 1985: Insegnamenti, VIII1 (1985) 98-99.
(4) Pontificia Comisión Bíblica, Fe y cultura a la luz de
la Biblia, Editrice Elle Di Ci, Leumann, 1981.
(5) Comisión Teológica Internacional, La fe y la
inculturación. Documento 1987, n. 11.
(6) Puebla: La evangelización en el presente y en el futuro de
América Latina, 1979, nn. 385-436; Santo Domingo: Nueva
evangelización, promoción humana, cultura cristiana, 1992,
nn. 228-286.
(7) Juan Pablo II, Discurso a la UNESCO, 2 junio 1980, n. 12. Enseñanzas
al Pueblo de Dios, 1980 Ib. Madrid-Ciudad del Vaticano 1982, p. 848.
(8) Cf. Indiferentismo y sincretismo. Desafíos y propuestas
pastorales para la Nueva Evangelización de América Latina.
Simposio, San José de Costa Rica, 19-23 de enero 1992. Celam, Bogotá,
1992.
(9) Cf. IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, Santo
Domingo, o. c., n. 230.
(10) Cf. III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano,
Puebla, o.c., n. 405.
(11) Juan Pablo II, Homilía de la misa de la solemne inauguración
del pontificado, 22 octubre 1978. Insegnamenti I (1978) 35-41.
(12) Pontificio Consejo de las Comunicaciones Sociales, Instrucción
pastoral « Aetatis Novae » sobre las comunicaciones sociales
en el vigésimo aniversario de Communio et progressio, n. 4. Ciudad
del Vaticano 1992.
(13) Pontificio Consejo de las comunicaciones sociales, Ética en
la publicidad, 22 febrero 1997. Ciudad del Vaticano 1997.
(14) Juan Pablo II, Mensaje para la XXXI jornada mundial de las
Comunicaciones Sociales, L'Osservatore Romano, Ed. Semanal lengua española,
N. 5, 31 enero 1997, p. 12.
(15) Juan Pablo II, Discurso ante la Asamblea General de las Naciones
Unidas, 5 octubre 1995, n. 8. L'Osservatore Romano. Edición semanal
en lengua española, 27 (1995) 564.
(16) Cf. AA.VV., Après Galilée. Science et foi. Nouvel
dialogue, DDB, Paris 1994.
(17) Juan Pablo II, Audiencia General, 6 diciembre 1995. Insegnamenti
XVIII2 (1995), 1318.
(18) Juan Pablo II, Discurso a la UNESCO, 2 junio 1980, n. 11. Enseñanzas
al Pueblo de Dios, Madrid-Ciudad del Vaticano, 1980 Ib. (1982) 848.
(19) Cf. IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano. Santo
Domingo, op. cit., n. 228-286; y la Exhortación Apostólica
post-sinodal Ecclesia in America, 22 de enero 1999, n. 64.
(20) 3 Cf. El Consistorio extraordinario celebrado en Roma (4-6 abril
1991); Sectas o nuevos movimientos religiosos. Desafíos pastorales.
L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, 25
mayo 1986, pp. 6-9.
(21) Juan Pablo II, Discurso al Consejo Pontificio de la Cultura, 14
marzo 1997. L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española,
21 marzo 1997, p. 4.
(22) Véanse las dos cartas del Consejo Pontificio para el Diálogo
Interreligioso, « Pastoral Attention to African Traditional
Religions », Bulletin 68 (1988), XXIII2, 102-106; « Pastoral
Attention to Traditional Religion » ibid., n. 84 (1993), XXVIII3,
234-240.
(23) Cf. Congregación para la Educación Católica,
El laico católico, testigo de fe en la escuela, 15 octubre 1982;
Juan Pablo II, Exhortación apostólica post-sinodal
Christifideles laici sobre la vocación y la misión de los
laicos en la Iglesia y en el mundo, n. 44.
(24) Cf. Congregación para la educación católica,
Consejo Pontificio de los Laicos, Consejo Pontificio de la Cultura,
Presencia de la Iglesia en la Universidad y en la cultura universitaria,
Ciudad del Vaticano 1994.
(25) Pontificium Consilium de Cultura, Centros Culturales Católicos,
Ciudad del Vaticano 19982; Pontificio Consiglio della Cultura-Commissione
Episcopale CEI per l'Educazione Cattolica, la Cultura, la Scuola e
l'Università, I Centri Culturali Cattolici. Idea, esperienza,
missione. Elenco e indirizzi, Roma, Città Nuova Editrice 19982.
(26) Congregaciòn para el Culto Divino y la Disciplina de los
Sacramentos, La liturgia romana y la inculturación. IVa Instrucción
para aplicar debidamente la Constitución Conciliar «
Sacrosanctum Concilium » (n. 37-40), Roma 1994.
(27) Al respecto, hay que subrayar las iniciativas de ciclos
universitarios dedicados a la formación de los futuros responsables
del patrimonio cultural de la Iglesia, por ejemplo en la Pontificia
Universidad Gregoriana (Roma), en el Instituto Católico de París
y en la Universidad Católica de Lisboa. Cf. Pontificia Comision
para los Bienes Culturales de la Iglesia, Carta circular sobre la formación
de los bienes culturales en los Seminarios, 15 de octubre de 1992.
(28) Cf. Juan Pablo II, Discurso a la primera Asamblea plenaria de la
Comisión Pontificia para los bienes culturales de la Iglesia.
Insegnamenti XVIII2 (1995), 837-841.
(29) Juan Pablo II, Discurso al Consejo Pontificio de la Cultura, 18 de
enero de 1983. Insegnamenti VI1 (1982), 147-154.
(30) Juan Pablo II, Discurso al Consejo Pontificio de la Cultura, 14 de
marzo de 1997, L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española,
21 marzo 1997, p. 4.
(31) Ibid.
(32) « Instituí el Consejo Pontificio de la Cultura con la
finalidad de ayudar a la Iglesia a vivir el intercambio salvífico
en el que la inculturación del Evangelio va acompañada por
la evangelización de las culturas », Ibid.
(33) Creado por el Papa Juan Pablo II, el 6 de noviembre de 1995, el
Consejo de Coordinación de las Academias Pontificias promueve su
contribución conjunta al humanismo cristiano en el umbral del nuevo
milenio. En su primera Sesión pública reunida bajo su
presidencia, el 28 de noviembre de 1996, el Santo Padre anunció la
creación de un Premio anual de las Academias Pontificias, destinado
a apoyar los talentos y las iniciativas prometedoras para el humanismo
cristiano, sus expresiones teológicas, filosóficas y artísticas.
El Papa Juan Pablo II entregó este premio por primera vez en la
segunda sesión pública de las Academias Pontificias, el 3 de
noviembre de 1997.
(34) Cf. la misión y la competencia confiadas al Consejo
Pontificio de la Cultura: Juan Pablo II, Carta autógrafa
constituyendo el Consejo Pontificio de la Cultura, 20 de mayo de 1982,
AAS, 74 (1982), 683-688, y Motu Proprio « Inde a Pontificatus
», 25 de marzo de 1993, AAS 85, (1993), 549-552.
(35) Juan Pablo II, Discurso al Consejo Pontificio de la Cultura, 14 de
marzo de 1997, L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española,
21 marzo 1997, p. 4.
(36) San Atanasio, Sobre la Encaranación del Verbo, 54, 3. (PG
25, 92; Sources Chrétiennes 199, 1973, p. 459.
@
Jesucristo,
Señor de la historia

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a documentos
1.
Memoria que funda la esperanza
Estamos celebrando el Gran Jubileo porque hace 2000 años nacía
Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios hecho hombre. Ahora que la
familia humana se encamina a un nuevo milenio de su historia, la Iglesia
Católica hace memoria de la primera Navidad, en la que el Hijo de
Dios ingresaba como hombre en el tiempo y en la historia. La puerta de la
basílica de san Pedro, que Juan Pablo II abrió en la Navidad
de 1999, es un signo de que la gracia de Dios que Jesús nos trajo
se ofrece con abundancia a los que iniciamos este tramo de la historia. Es
una oportunidad para que la Buena Noticia anunciada a los pobres acerca de
la llegada de un tiempo de liberación y libertad, se haga carne en
iniciativas de justicia y santidad1. Es ocasión para escuchar la
invitación de Jesús resucitado que nos dice: gYo estoy
junto a la puerta y llamo: si alguien oye mi voz y me abre, entraré
en su casa y cenaremos juntosh (Ap 3,20). Esta puerta abierta nos
permite ingresar en la Iglesia donde recibimos la invitación a un
conjunto de pensamientos, actitudes y sentimientos con los cuales los
seguidores de Jesús debemos vivir la memoria que funda la esperanza
y emprender el camino del tercer milenio2.
2.
Meditación y confesión de fe al comenzar un nuevo milenio
Es verdad que finalizamos un milenio en el que se ha silenciado a Dios y
se ha profanado al hombre hasta proclamar la muerte de ambos, por medio de
injusticias inmensas, de libertades conculcadas o mal vividas, de
escepticismo y desesperanza, de múltiples atropellos contra la
vida, de nuevas formas de idolatría del tener, del placer y del
poder. Pero precisamente en estas circunstancias Jesús nos está
diciendo una vez más: g¡Levántate y camina!h (Lc
5,23-24) gYo estaré siempre con ustedes hasta el fin del
mundo!h (Mt 28,20) g¡Vengan a mí todos los que están
cansados y afligidos, y yo los aliviaré!h (Mt 11,28). Sabemos que
si Dios permite pruebas, es porque, en su misericordia, tiene preparado su
auxilio eficaz. Más aún, sabemos que en medio de todas las
oscuridades de esta época, Dios está sembrando semillas
buenas y bellas. Por eso exhortamos a los miembros del Pueblo de Dios y
también a todos los hombres de buena voluntad que viven en nuestra
tierra: ¡No nos dejemos vencer por el mal! ¡Construyamos con
Jesús un mundo nuevo!
Nos alientan las palabras y, sobre todo, los gestos tan elocuentes y
significativos del Papa Juan Pablo II: su apremiante invitación a
la conversión y a la renovación interior, su sincero
reconocimiento de las culpas cometidas por los hijos de la Iglesia, sus
repetidos llamados a la paz y la justicia entre todos. En su peregrinación
a Tierra Santa, en la ciudad de Belén, expresó con voz
firme: g«Aquí nació Cristo de la Virgen María»:
estas palabras, inscritas en el lugar en que según la tradición
nació Jesús, son la razón del Gran Jubileo del año
2000. Son la razón de esta visita mía a Belén. Son la
fuente de la alegría, la esperanza y la buena voluntad que, a lo
largo de dos milenios, han llenado innumerables corazones humanos con sólo
escuchar el nombre de Belén.h (Juan Pablo II, 22.03.2000).
El milenio que amanece es
una nueva oportunidad que Dios mismo nos está ofreciendo. Es el
Dios creador, el Padre de Nuestro Señor Jesucristo, por quien
fuimos llamados a formar un sólo Pueblo, que es la Iglesia, y en la
cual, ayer, hoy y siempre, se encuentra la vida y la salvación. Por
la gracia que Dios nos da, la celebración de los Misterios, la
proclamación de la Palabra, el testimonio de los santos, podemos
responder con confianza, mirando con esperanza el futuro. Por eso los
obispos argentinos hemos iniciado un renovado itinerario de reflexión,
diálogo y participación en orden a preparar, con el Pueblo
de Dios, un nuevo documento que actualice las «Líneas
Pastorales para la Nueva Evangelización» (CEA, 1990),
destinado a los inicios de este milenio. En esta ocasión y para
ayudar a vivir el sentido de este tiempo particular con una mirada
impregnada de fe y esperanza, compartimos esta meditación, que es,
al mismo tiempo, una confesión de fe en Jesucristo, Hijo del Padre
y dador del Espíritu Santo. Él es la clave, el centro y el
fin de toda la historia, el gozo del corazón humano y la plenitud
total de sus aspiraciones3.
I - En el principio del
tiempoc
gLo que existía
desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con
nuestros ojos, lo que hemos contemplado y lo que hemos tocado con nuestras
manos acerca de la Palabra de vida, es lo que les anunciamos. Porque la
Vida se hizo visible, y nosotros la vimos y somos testigos, y les
anunciamos la Vida eterna, que existía junto al Padre y que se nos
ha manifestadoh (1 Jn 1,1-2).
3.
Nuestra identidad en una época de cambios
El comienzo del año 2000 encuentra a la humanidad en un momento muy
significativo. Algunas décadas atrás la Iglesia hablaba del
amanecer de una nueva época de la historia humana caracterizada,
sobre todo, por profundas transformaciones4. Pero ese amanecer no ha
concluido. Más aún, aquellas situaciones nuevas se han
vuelto más complejas todavía. Por eso podemos percibir qué
es lo que termina, pero no descubrimos con la misma claridad aquello que
está comenzando. Frente a esta novedad se entrecruzan la
perplejidad y la fascinación, la desorientación y el deseo
de futuro. En este contexto se plantean, a veces de un modo oculto y
desordenado, preguntas urgentes: ¿Quién soy en realidad?
¿Cuál es nuestro origen y cuál nuestro destino?
¿Qué sentido tienen el esfuerzo y el trabajo, el dolor y el
fracaso, el mal y la muerte? Tenemos necesidad de volver sobre estos
interrogantes fundamentales. En una época de profundas
transformaciones, la cuestión de la identidad aparece como uno de
los grandes desafíos. Y esta problemática afecta de modo
decisivo al crecimiento, a la maduración y a la felicidad de todos.
En este marco, queremos anunciar lo que creemos, porque el Evangelio es
una luz para estos planteos que nos inquietan.
4.
Nacidos del amor
Los seres humanos tenemos un origen común. Todos hemos sido creados
por el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Dios está al
comienzo de la vida de cada varón y mujer. Nuestro origen no reside
en la casualidad. No provenimos de una fuerza sin nombre y sin rostro. No
somos el fruto de una lucha, de un capricho o de una mera ley de la
naturaleza. Nuestro origen es un Dios que ama.
Que este mensaje llegue al
corazón de los que transitan la existencia en la angustia o la
rebelión por no hallar sentido al haber nacido; a los hombres que,
cuando se remontan hacia el pasado, experimentan el dolor de no haber sido
queridos y valorados; a los que, cuando buscan en la fuente de sus vidas,
descubren violencia y agresión; a aquellos que, revisando su
historia personal, no encuentran sino pobreza y desamparo; a la multitud
de quienes, en el correr de los acontecimientos, quedan atrapados en la
inmediatez de lo cotidiano.
A ellos y a todos les
recordamos que nuestro origen, y por tanto nuestra identidad, están
en Dios, el Padre de Nuestro Señor Jesucristo, que es la fuente
inagotable y primera de nuestra existencia. En el principio de cada uno de
nosotros está la iniciativa divina, libre y gratuita. Hemos sido
pensados y queridos por Él. Por ello toda vida humana debe ser
considerada sagrada e inviolable.
Más aún, el
Padre nos ha creado en su Hijo Jesucristo y nos ha destinado a reproducir
su imagen5. g¡Miren cómo nos amó el Padre! Quiso que
nos llamáramos hijos de Dios, y nosotros lo somos realmenteh (1
Jn 3,1). Por eso, nuestra identidad y vocación más profunda
es la de ser hijos e hijas. En su ser más íntimo ninguno de
nosotros es huérfano. Sabernos redimidos por Cristo, renacidos del
Espíritu, sentirnos y comportarnos como hijos del Padre, es el
corazón de la vida cristiana.
5.
Una convivencia con sentido infinito
Dios Padre nos ha creado como hijos e hijas haciéndonos
colaboradores en su obra creadora; co-creadores de vida y de amor,
formadores de familia y constructores de historia. Nos ha hecho
protagonistas. Más aún, Él nos ha hecho creaturas
sociales y políticas. gPara el hombre, existir es convivir... la
persona es esencialmente social. Sólo cuando a semejanza de la unión
entre las personas divinas realizamos entre los hombres la unión de
los hijos de Dios en la verdad y en la caridad, encuentra su plenitud la
imagen de Dios que llevamos en nosotrosh (ICN 60). Así como en el
origen de la vida de cada ser humano, también en el principio de la
vida social está Dios. Esto tiene su primera y fundamental
realización en la vida familiar. Dios, que es familia, creó
la familia a su imagen y semejanza. El existir con otros y el vivir juntos
no es el fruto de una desgracia a la que haya que resignarse, ni un hecho
accidental que debamos soportar; ni siquiera se trata de una mera
estrategia para poder sobrevivir. Toda vida en sociedad tiene para las
personas un fundamento más hondo: Dios mismo. Él es Uno con
una unidad sin comparaciones adecuadas. Pero también es Padre, Hijo
y Espíritu Santo, tres personas realmente distintas. Por lo tanto,
la distinción y la unidad en Dios son ambas sagradas. A su imagen y
semejanza, Dios nos ha creado distintos, pero necesitados unos de otros.
Por eso es importante tanto el reconocimiento de las diversidades como la
valoración de la unidad y de lo que es común. Pluralidad y
diálogo, intercambio y apertura; unidad, valores comunes e
idiosincrasia como nación, no son alternativas entre las que hay
que optar, sino dimensiones en las que hay que vivir. Diversidad en la
unidad entre los grupos, etnias, partidos políticos y
organizaciones intermedias. Unidad en la diversidad entre las provincias y
regiones. Diversidad en la unidad entre la Argentina y nuestra patria
grande latinoamericana. Unidad en la diversidad en América y el
mundo6. Fundados en el misterio de Dios hemos de construir cada día,
entre todos, la historia común.
6.
La patria nacida del corazón de Dios
Por eso, lo que señalábamos sobre la identidad de las
personas, se puede aplicar también, en un sentido análogo, a
los países. La cuestión, tantas veces debatida, acerca de la
identidad nacional se plantea hoy de un modo nuevo7. Creemos que nuestra
patria es un don de Dios confiado a nuestra libertad, un regalo de amor
que debemos cuidar y mejorar. Esto mismo nos exige superar progresivamente
las tensiones históricas de nuestro ser como país8. En
tiempos marcados por la globalización, no debe debilitarse la
voluntad de ser una nación, una familia fiel a su historia, a su
identidad y a sus valores humanos y cristianos. Al mismo tiempo la
conciencia de nuestra identidad, lejos de encerrarnos en nuestros límites,
debe abrirnos con solidaridad a las dimensiones de un mundo cada vez más
interrelacionado.
II - En la plenitud de los
tiemposc
gCuando se cumplió
el tiempo establecido,
Dios envió a su Hijo, nacido de una mujerh (Gal 4,4).
7.
Nos amó hasta dar la vida
Para nosotros, cristianos, no basta afirmar que nuestro origen está
en un Dios que nos ama. Creemos que ese amor del Padre Dios llegó a
un extremo incomprensible, misterioso, deslumbrantemente bello. Nos envió
a su propio Hijo, verdadero Dios, para que se hiciera verdadero hombre,
con una carne como la nuestra, un corazón como el nuestro, una
historia como la nuestra, sin caer en las miserias de nuestros odios, egoísmos
y mezquindades. Es hombre verdadero, pero libre de pecado9. Modelo
perfecto de lo que el Padre quiere que seamos. En Él culmina el
plan de Dios. Él es la plenitud del tiempo y el centro de la
historia.
Sin embargo, el hombre
rechazó su presencia y quiso eliminar su persona y su mensaje. Su
amor por el hombre llegó a la «locura»10, aceptó
ser clavado en la cruz y entregarse por nosotros hasta experimentar el más
amargo y profundo dolor. Así, su sangre derramada nos purificó
de nuestros pecados11. El Señor reacciona ante el pecado del hombre
con un ofrecimiento inaudito de misericordia y de perdón.
Pero, el Padre no podía
dejar al Hijo amado bajo el poder de la muerte. Y Jesucristo nuestro
redentor resucitó. ¡Vive! Por eso su presencia también
es una realidad para nosotros. Él visita la pobre existencia de
cada ser humano para derramar la vida nueva del Espíritu Santo. Los
que supieron descubrirlo reconocen que hay un antes y un después de
haberlo conocido. Antes y después de Cristo la vida no es la
misma12. Así lo proclaman, por ejemplo, San Pablo, San Francisco de
Asís, Edith Stein y tantos otros santos que han reflejado en su
vida la presencia luminosa de Jesús.
8.
Sumergidos en el tiempo
Esta preciosa verdad, y la llegada del tercer milenio, constituyen una
ocasión excepcional para meditar acerca del tiempo en el cual
estamos sumergidos. Así como sucede con todas las cosas que son
parte de lo cotidiano, raramente nos detenemos a pensar en él. Pero
si lo hacemos, podemos descubrir que el tiempo es una realidad
sorprendente. Imitando la reflexión de un antiguo libro bíblico13,
podemos decir que hay tiempos de amaneceres, de comienzo y de nacimiento;
y otros de despedida, de final y de muerte. Hay tiempos en los que nada
parece suceder, donde la vida apenas transcurre; y hay otros en los que se
agolpan las situaciones fuertes de la existencia. Hay tiempos acompañados
y compartidos; otros vacíos y abandonados. Hay tiempos de gracia y
de promesas; hay otros de amenaza y frustración. Hay horas, días
y años que parecen más largos e intensos que otros. En fin,
nos preguntamos: ¿Para qué es el tiempo? ¿Para
gastarlo, para soportarlo, para salir de él? Pues, si bien cada día
o cada año es una realidad distinta, los días y años
se van sumando unos a otros con su repetición y su rutina,
provocando muchas veces una sensación de monotonía y
cansancio. Cada día es un «volver a comenzar» y cada
noche es un «volver a concluir», donde parece no haber
novedad14. Sin embargo, en el cristianismo el tiempo tiene una importancia
fundamental. Dentro de su dimensión ha sido creado el mundo y en su
interior se desarrolla la historia de la salvación. Todo año,
todo tiempo y todo momento ha sido abrazado por la encarnación y la
resurrección de Cristo. En Él, el tiempo llega a ser una
dimensión de Dios15.
9.
El Señor del tiempo y de la historia
Todo esto nos lleva a confesar lo que creemos, y lo que creen también
las otras Iglesias y Comunidades eclesiales hermanas: ¡Jesucristo es
el Señor del tiempo y de la historia!
Jesús es Señor
de la historia por su nacimiento. Siendo la plenitud de la Vida ha sido
enviado a poner gsu carpah en medio de nuestras vidas pequeñas
para hacerlas grandes y luminosas. Vivió como uno de nosotros y no
tuvo vergüenza de llamarse hermano nuestro. El tiempo humano del
nacimiento, del crecimiento, del trabajo humilde, de la vida familiar, ha
sido visitado por la eternidad.
Jesús es Señor
de la historia por su pasión y su muerte. No se alejó de las
historias de los seres humanos reales ni esquivó la conflictividad
que atraviesa el tiempo de los hombres. Vivió expuesto al rechazo y
al dolor; hasta que le llegó su «hora», tan temida16 y
tan ansiada17, en la que padeció la violencia, la tortura y la
muerte en cruz. El pesebre y el calvario, su nacer y el morir son los
primeros modos del señorío del Hijo de Dios sobre la
historia. Él es Señor haciéndose niño,
servidor y mártir.
Jesús es Señor
de la historia por su resurrección. La vida y la muerte entran en
la vida eterna del Hijo. En su cuerpo resucitado una parte de este mundo
ya alcanzó la plenitud definitiva y la eternidad ha acogido para
siempre al tiempo y a la historia. Su vida resucitada atrae nuestras vidas
caminantes para que lleguen también a la luz que no tiene ocaso.
Jesús es Señor
de la historia por su nueva presencia a partir de Pentecostés. El
Espíritu Santo hace presente a Jesús resucitado en cualquier
tiempo y circunstancia histórica. Gracias a la acción del
Espíritu, ya no habrá ninguna historia humana, ningún
tiempo, que no pueda tener al Hijo de Dios como compañero de
camino. Su presencia es más profunda que cualquier soledad.
Jesús es Señor
de la historia porque nos da la certeza de que la historia de cada ser
humano concluye en el Dios que quiere que todos se salven. Es la coronación
de la vocación trascendente a la que los hombres estamos llamados.
10.
Nuestra historia impulsada hacia delante
Dios ha salvado al hombre por Jesucristo en el tiempo y en la historia.
Por eso decimos que la salvación no se realiza al margen de la
historia. No estamos llamados a salvarnos «de» la historia,
sino «en» ella. El encuentro con Jesucristo y la salvación
que Él ofrece se dieron, se dan y se darán en el corazón
de la vida, en medio de sus circunstancias concretas: vínculos,
conflictos y dolores; sentimientos, experiencias y acontecimientos;
personas y comunidades. Pero, si las «pequeñas»
historias son visitadas por Dios, también las «grandes»
pueden recibirlo. También el nuestro es un tiempo disponible para
el encuentro con Jesús resucitado, un tiempo favorable y oportuno.
Queremos compartir con todos los argentinos esta convicción. La
magnitud de las transformaciones y de los desafíos que afrontamos
pueden ser una ocasión para descubrir aspectos nuevos de la visita
de Dios. La sociedad y la Iglesia están puestas ante un futuro difícil
de descifrar, en el que se entrecruzan oportunidades y amenazas. Creemos
que lo inédito de este tiempo es una ocasión para dejarnos
sorprender por Dios; que una época nueva de la historia humana es
una oportunidad para abrirse al Eterno Viviente. Para ello se nos está
ofreciendo especialmente el auxilio de la gracia de Dios, el poder de su
Espíritu.
En la Iglesia, que brota
del corazón abierto de Cristo, el Espíritu Santo impulsa a
la humanidad para que vaya entrando cada vez más en la plenitud del
Resucitado. En el amanecer de un nuevo milenio, la Iglesia no deja de
invocar al Espíritu de vida para que Él derrame su dinamismo
en esta historia; porque sin el Espíritu este mundo pierde su
verdadera fuerza, el empuje del amor que puede lanzarlo hacia adelante.
11.
La enorme inequidad que interpela a todos
El mismo Espíritu Santo nos ayuda a mirar el mundo con los ojos de
Cristo y así nos permite descubrir su belleza y sus posibilidades,
pero también su miseria, todo lo que se opone al ideal del
Evangelio. La inmensa dignidad de cada ser humano se funda en el hecho de
que todos los hombres hemos sido creados por un Padre que nos ama y hemos
sido hechos hermanos de Jesucristo por su encarnación.
gPrecisamente en el interior de nuestra profesión de fe
descubrimos que la grandeza del hombre está profundamente vinculada
con la realidad de Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristoh
(LPNE 26)18. Por eso afirmamos que gla fe en Dios está
estrechamente asociada con la dignidad del hombreh (LPNE 20) y que, a la
luz de esta verdad, los atentados a la vida, desde su concepción
hasta su muerte natural, los ataques a la familia, la insuficiente extensión
de la educación y su carencia de valores, la destrucción de
personas y pueblos adquieren una mayor dramaticidad.
De entre todas las heridas
a la dignidad, en 1990 los obispos argentinos destacábamos una que
conserva toda su actualidad en el umbral del nuevo milenio, la «justicia
demasiado largamente esperada»: gLa justicia, derecho fundamental
de las personas y comunidades, exige superar con apremio las múltiples
situaciones en que es conculcada. Una de las más clamorosas es el
problema de la pobreza, que se extiende y agrava hasta dimensiones
infrahumanas de miseriach (LPNE 13).
En nuestra Carta pastoral
de 1998 recordamos una vez más la urgencia y profundidad de esta
problemática: gSomos conscientes de las dificultades en que vive
nuestro pueblo. Éstas provienen en gran parte de la cultura
ambiente que propone el competir y el éxito económico como
valores supremos. Y, sobre todo, nos duele la situación de penuria,
y hasta exclusión total, que esta filosofía y práctica
económicas van provocando y que afectan más gravemente a los
más pobresh (CMGD 3). El neoliberalismo imperante tiende a
proponerse como gjustificación ideológica de algunas
actitudes y modos de obrar en el campo social y político que causan
la marginación de los más débilesh (EA 56).
Hoy, con tristeza y
preocupación, constatamos que la pérdida del sentido de
justicia y la falta de respeto hacia los demás se han agudizado y
se han convertido en una enorme situación de inequidad, arraigada
profundamente entre nosotros. Constituyen una gravísima corrupción
moral. Por eso exhortamos a cada uno de los argentinos a mirar su propio
corazón, sus opciones concretas y su forma de actuar, para
preguntarse si no está participando también él, en
mayor o menor grado, en la construcción de esa red de inmoralidad
que conduce a la pobreza y favorece tantas formas de violencia y egoísmo.
Cada uno, según sus posibilidades y responsabilidad, debe cooperar
para eliminar estas verdaderas estructuras de pecado19.
12. El
alimento para el amor y la justicia
El año 2000 nos presenta el desafío de redescubrir el
compromiso de Dios con el mundo20, su reino de justicia y paz como
horizonte de la sociedad, su amor preferencial por los pobres, débiles
y sufrientes y su llamado a recrear la convivencia social mediante la práctica
de la justicia y de la caridad. Jesús a través de su Iglesia
nos regala su presencia sustancial en la Eucaristía, fuente y
culmen de toda la vida cristiana.
La Eucaristía es
escuela de amor a Dios y de amor al prójimo. La misma fe que
reconoce a Jesús en el Sacramento del Amor debe descubrirlo,
contemplarlo y servirlo en los más necesitados, especialmente en
los más pobres, con quienes ha querido identificarse con una
ternura especial y a quienes llama gmis hermanos más pequeñosh
(Mt 25, 40). Jesús está presente en el Santísimo
Sacramento, de modo que al comer su Cuerpo y beber su Sangre se abran los
ojos de nuestra fe para saber vivir como verdaderos hijos de Dios y
descubrir las otras formas de su presencia, particularmente en el hermano
injustamente postergado y necesitado21, donde Jesús prolonga su
pasión. Al escuchar su Palabra y al reconocerlo en la fracción
del Pan, nosotros, como los discípulos de Emaús, sentimos
que nuestro corazón arde de amor apasionado y compasivo22. El
encuentro con Él robustece la caridad para poder perseverar en el
amor a pesar del desgaste del tiempo. Por todo esto es esencial que
nuestras comunidades redescubran el significado del domingo y de la
asamblea que lo celebra.
13.
Presencia que invita a la conversión y a la amistad
Esta presencia especial de Jesús en la Eucaristía es una
permanente invitación al encuentro con Él, que ha querido
entrar en nuestra historia para hacernos partícipes de su vida
divina. Saber que allí está nuestro Redentor, el que nos amó
hasta el fin, no puede dejarnos indiferentes. Él está allí
para encontrarse con nosotros, para ofrecernos un abrazo de amistad que
calme nuestras angustias y alivie nuestros cansancios. Él está
allí para escuchar aquello que con nadie podemos conversar. Está
allí para decirnos lo que más necesitamos escuchar. Está
para alimentarnos en el camino y derramar su Espíritu de vida en
nuestros corazones, porque Él quiere sanar nuestra debilidad,
impulsarnos a la lucha por la verdad y la justicia, y preservarnos de las
atracciones del mal que nos seduce y enferma.
Pero además, el
Jubileo nos invita a redescubrir que Él está también
presente en su Palabra para alimentar nuestra fe, para iluminar nuestro
camino, para hablarnos de su amor, para llamarnos a la justicia y a la
paz. Leer su Palabra en oración, escucharla con deseo en la Misa,
es estar ante Él, como el amigo que se sienta a sus pies, prestándole
atención, recibiendo su luz23. Además, Jesús está
presente en todos los Sacramentos, en los pastores que actúan en su
nombre, en los hermanos unidos, en las devociones y en la alabanza de su
Pueblo, y viene a nuestro encuentro en cada ser humano –sobre todo
en los pobres y enfermos– y en cada acontecimiento de nuestra
vida24. El Jubileo nos invita a reconocer estas presencias para renovar
nuestro encuentro con Cristo vivo. La conversión, actitud característica
del Año Santo25, es el fruto de habernos dejado encontrar por
Él y es también el camino para una intimidad mayor con
Él26. Esta actitud se concreta de modo especial en la celebración
frecuente del sacramento de la reconciliación.
Queremos recorrer como
Pueblo de Dios este camino de conversión, ayudándonos y
estimulándonos unos a otros, para que el rostro de Cristo se
refleje cada vez mejor en las personas y en las estructuras de su Iglesia
amada.
III - En el final de los
tiempos...
gPorque nosotros creemos
que Jesús murió y resucitó: de la misma manera, Dios
llevará con Jesús a los que murieron con Élh (1 Tes
4,14).
gYo hago nuevas todas las cosash (Ap 21,5).
gEl que garantiza estas cosas afirma: «¡Sí,
volveré pronto!». ¡Amén! ¡Ven, Señor
Jesús!h (Ap 22,20).
@
14. El
mal que nos agobia y nos detiene
Jesús resucitado está presente, vivo entre nosotros, pero el
estado en que se encuentra nuestro mundo parece decirnos otra cosa.
Cristo, hecho un niño indefenso en Belén e indefenso también
en la cruz, ha querido someterse a los límites de esta historia. Es
cierto que es el Hijo de Dios, es verdad que ha resucitado glorioso27.
Pero Él ha querido depender de nuestra pobre libertad, enferma y débil.
Es cierto que Él tiene la iniciativa, que Él nos ofrece su
gracia, pero nuestra capacidad de elegir y las consecuencias del pecado
hacen que podamos decirle que no; Él ha querido respetar esa
libertad. Eso nos permite vivir una historia donde podemos caer y
levantarnos, retroceder y volver a avanzar; eso mismo, que nos parece
valioso, es lo que explica tantas injusticias, tanta violencia, tanta
incertidumbre y tanto dolor.
15.
¿Qué se puede esperar?
La cercanía del tercer milenio ha puesto en primer plano la cuestión
del futuro de la humanidad y ha favorecido la difusión de una gran
variedad de ideas sobre lo que vendrá. Para algunos, el mundo está
cerca de su final catastrófico, la destrucción estaría
a las puertas y hasta tendría fecha precisa. Extrañas
predicciones, antiguas y nuevas, asegurarían que el fin está
cerca. Para otros, el universo está en su infancia, recién
ha concluido su primera etapa de vida; ha comenzado una nueva era. Hay
quienes piensan que simplemente no hay futuro, el porvenir posee tan poco
significado como lo tiene el presente y lo tuvo el pasado. Otros viven
como si todo se redujera al instante, al hoy y aquí, para alcanzar
el mayor bienestar posible. El tiempo se contrae en el hoy, sin memoria
del ayer y sin apertura al mañana; el futuro sería una ilusión
que distrae del presente e impide vivirlo a fondo. La falsa idea de la
reencarnación, la afirmación de que tenemos varias vidas
sucesivas, lamentablemente gana hoy adeptos, incluso entre los cristianos.
Esta breve descripción,
ciertamente incompleta, refleja la actualidad del tema del futuro y la
importancia de la reflexión sobre la historia. Es evidente que el
modo como las personas y los grupos sociales conciben el fin de los
tiempos tiene un gran impacto sobre la manera de afrontar el presente. El
camino de la vida es muy diferente de acuerdo al final que uno presienta o
imagine. ¿Es acaso lo mismo si al fin del camino no hay nada ni
nadie, o si en la meta de la existencia hay una Presencia y un abrazo?
Peregrinar la vida, engendrar y educar hijos, construir historia, apostar
al amor y forjar futuro no tienen los mismos motivos si el vacío lo
ha de devorar todo o si al final nos espera Alguien. La situación
cultural actual, crecientemente plural, nos invita a redescubrir la
originalidad del mensaje judeo-cristiano sobre la historia: un camino
personal y comunitario con origen, sentido y plenitud final en Dios.
16.
Preparando el futuro
Una cosa hay cierta para los creyentes: el conjunto de esfuerzos
realizados por el hombre a lo largo de los siglos para lograr mejores
condiciones de vida responde a la voluntad de Dios. Esta enseñanza
vale igualmente para los quehaceres más ordinarios de la vida. Por
eso, las personas que mediante su trabajo procuran el sustento para sí
y su familia y realizan generosamente una tarea en la sociedad,
desarrollan la obra del Creador, sirven al bien de sus hermanos y
contribuyen a que se cumplan los designios de Dios en la historia de
nuestra patria28. Más aún, creemos que nuestro trabajo
cotidiano prepara el gmaterial del reino de los cielosh (GS 38) y que
todos los frutos de nuestro esfuerzo, realizados con la ayuda del Espíritu
de Jesucristo, gvolveremos a encontrarlos limpios de toda mancha,
iluminados y transfiguradosh en el reino futuro, cuando, vencida la
muerte, se consumará la obra de Dios, ahora misteriosamente
presente29. Los creyentes encontramos en nuestra fe un nuevo motivo para
trabajar en la edificación de un mundo más humano. La
esperanza en un futuro más allá de la historia nos
compromete mucho más con la suerte de esta historia. ¡Cómo
deseamos que esta esperanza activa empape la conciencia y la conducta de
cada uno de nuestros hermanos! Pero, estas mismas convicciones que
reflejan el significado profundo del esfuerzo cotidiano y del trabajo,
también revelan con mayor hondura la gravedad de algunas
situaciones, como por ejemplo, la problemática del desempleo y de
la precariedad laboral, una verdadera enfermedad social muy extendida
entre nosotros. Muchos que quisieran colaborar para construir esta
historia común están privados de la posibilidad de trabajar,
y ni siquiera pueden encaminar su propia familia hacia un futuro mejor.
17. Una
promesa que supera toda expectativa
A quienes ponen su confianza en un progreso científico ilimitado, a
quienes confían casi religiosamente en mecanismos socio-económicos
para la edificación de una nueva humanidad, como la absolutización
de las leyes del mercado, a quienes se desalientan por los múltiples
indicadores negativos que hacen temer por el futuro de la familia humana,
a aquellos a quienes el futuro angustia, les anunciamos la verdad de la
esperanza cristiana. El camino de la historia debe abrirse a una plenitud
que la humanidad no puede alcanzar por sí misma. La historia está
abierta a la acción de Dios, que transformará este mundo de
una manera que no sospechamos. La segunda venida de Jesucristo que
esperamos, la parusía, consumación de su obra y plenitud
final del tiempo y de la historia humana, no será sólo
continuación del presente, mera prolongación de lo que
somos, sino también novedad que irrumpe, gracia que nos sale al
encuentro. Ese futuro reclama nuestro esfuerzo, pero es, ante todo, el
fruto de un amor más grande. La comunidad humana reconciliada en
Cristo es el futuro prometido a cada mujer y varón. Éste es
el sentido profundo de lo que proclamamos al final del Credo: gcreemos
en la resurrección de la carne y en la vida eternah.
18. Una
esperanza para todos
Un anuncio cargado de esperanza, que brota del encuentro con Jesucristo,
el «crucificado que resucitó»30, ilumina nuestra
situación marcada por tantas limitaciones y pecados. ¡Jesús
volverá!: al final de los tiempos vendrá a consumar su
triunfo y secará toda lágrima, gy no habrá más
muerte, ni pena, ni queja, ni dolor, porque todo lo de antes pasó.
Y no habrá allí ninguna maldicióncTampoco existirá
la nocheh (Ap 21,4; 22,3.5). ¡Jesús irrumpirá como
Juez! En el atardecer de la vida de cada uno y en el crepúsculo de
la historia universal seremos juzgados en el amor. ¡Jesús
reinará! Toda la creación, recogida en Él, será
ofrecida al Padre para que circule plenamente por ella la vida de la
Trinidad. ¡Jesús hará nuevas todas las cosas! Entonces
será la reunión final de toda la familia humana. gDios será
todo en todosh (1 Co 15,28), ya que la creación y la humanidad
serán gla morada de Dios entre los hombres: Él habitará
con ellos, ellos serán su pueblo, y el mismo Dios estará con
ellosh (Ap 21,3).
19. La
fortaleza del Pueblo creyente
De modo particular en este año jubilar compartimos con todos
nuestros hermanos la riqueza de la fe y de la esperanza, y les deseamos
con toda la fuerza de nuestro corazón gque el Dios de la
esperanza los llene de alegría y de paz en la fe, para que la
esperanza sobreabunde en ustedes por obra del Espíritu Santoh (Rm
15,13). En este sentido, es necesario que apreciemos los signos de
esperanza presentes entre nosotros, a pesar de las sombras que con
frecuencia los esconden a nuestros ojos31. Uno de esos signos es la fe de
nuestro pueblo, sobre todo de los más sencillos, que en situaciones
angustiosas donde no parece haber una salida imaginable, son capaces de
aferrarse a Dios con todo el corazón. La confianza en un Amor que
los supera les ayuda a seguir caminando.
Reflexión final
20. Jesucristo
ayer, hoy y para siempre
Nosotros creemos y confesamos: ¡Jesucristo es el Señor del
principio, de la plenitud y del futuro de la historia! Nuestra meditación
ha procurado desentrañar algunos aspectos del potencial de luz,
belleza y verdad, contenidos en este anuncio apasionado. El encuentro con
el Señor del principio de la historia nos abre a una nueva
comprensión de las grandes cuestiones acerca de nuestro origen y
nuestra identidad. El encuentro con el Señor de la plenitud de los
tiempos nos revela el sentido más profundo de este tiempo humano;
también nos permite vislumbrar la riqueza de la providencia de Dios
y la gravedad de la responsabilidad que tenemos para lograr una historia más
justa y plena. El encuentro con el Señor del final de la historia
nos descubre un panorama original sobre el futuro de la humanidad y del
mundo material, hoy tan amenazado. La esperanza y el trabajo, el don y la
tarea, la alegría y el dolor se abren al encuentro definitivo con
el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
21. Un
Pueblo que se convierte y renueva
La Iglesia se sabe enviada por Jesucristo vivo al encuentro de los seres
humanos de todos los tiempos. Por eso, cuando la familia humana comienza a
transitar un nuevo milenio, ella quiere renovarse en su vocación de
acompañar y servir a la humanidad. La Iglesia del tercer milenio,
arraigada en los sentimientos de Cristo Jesús, quiere experimentar
como suyos los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de
los hombres de este nuevo tiempo; desea ardientemente sentirse íntima
y realmente solidaria del género humano en esta etapa del camino32.
Esta vocación a la compañía y la solidaridad es la
que se expresa cuando afirmamos que la Iglesia es el Pueblo de Dios
peregrino. Pero por el mismo hecho de ser peregrina, sabe que también
sus hijos –desde los laicos hasta los obispos– cometen
errores, caen, se resisten a la conversión. Por eso reconoce que
debe estar dispuesta a pedir perdón y a renovarse permanentemente
bajo el impulso del Espíritu Santo. Sin embargo, la Iglesia es
siempre, con sus luces y sus sombras, signo e instrumento de salvación
para todos los hombres33.
En este tiempo de gracia
hacemos llegar a todos esta invitación: ¡Recibamos el Espíritu
Santo que brota del Corazón de Cristo resucitado! ¡Dejemos
que Dios nos renueve y nos reconcilie en nuestras familias, en nuestras
comunidades cristianas y en nuestra sociedad! ¡No nos resistamos a
cambiar lo que debe ser transformado! ¡Ofrezcámonos a Jesús
como instrumentos para construir la nueva civilización de la
justicia y el amor! ¡Trabajemos todos a la luz del Señor de
la historia!
22. La madre
que consuela y anima
Hoy la Iglesia en la Argentina se lanza a esta permanente peregrinación
como un niño confiado, porque puede tomarse de la mano de su Madre,
la Virgen Santísima. Junto a la cruz de Jesús estaba la
madre, y a su lado el discípulo amado en nombre de toda la Iglesia.
Y en ese momento sagrado Jesús nos dijo: gAhí tienes a tu
madreh (Jn 19,27). María vive gloriosa con Jesús y está
con cada uno de nosotros ofreciéndonos la ternura y el vigor de su
presencia materna. Ella sabe que las grandes cosas deben construirse con
valentía, cada día, en medio de las cosas pequeñas,
con la entrega y la prontitud propias de quien imita a Jesús en el
amor hasta la muerte de cruz. Ella, que nos visitó en Luján,
en Itatí, en el Valle de Catamarca, en el Milagro de Salta, y en
tantos otros lugares de nuestra tierra, nos alcance de su Hijo la
generosidad, la valentía y la honestidad necesarias para construir
un mundo distinto y una historia mejor.
Santa María, Madre
de Dios y Madre nuestra, ruega por nosotros, para que podamos escuchar a
Jesús que nos dice: gTengan confianzah (Mt 9, 22), gYo estaré
siempre con ustedes hasta el fin del mundoh (Mt 28,20).
Los
Obispos de la República Argentina
79ª Asamblea Plenaria
San Miguel, 13 de mayo de 2000.
Memoria de Nuestra Señora de Fátima
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Notas
[1] Cf. Lc 4,18-19.
[2] Cf. IM 8.
[3] Cf. GS 10; 45.
[4] Cf. GS 54.
[5] Cf. Rm 8,29; Ef 1,5.
[6] Cf. EA 5; 32.
[7] Cf. ICN 8, 79.
[8] Cf. ECC 4-6.
[9] Cf. Heb 4,15.
[10] Cf. 1 Co 1,18ss.
[11] Cf. Heb 8,14.
[12] Cf. EA 8-12.
[13] Cf. Ecle 3,1-8.
[14] Cf. Ecle 1,9-10.
[15] Cf. TMA 10.
[16] Cf. Mc 14,35.4.
[17] Cf. Jn 12,27.
[18] Cf. GS 22
[19] Cf. SRS 36; SD 243.
[20] Cf. Jn 3,16.
[21] Cf. Mt 25,31-46.
[22] Cf. Lc 24,32.
[23] Cf. Lc 10,39.
[24] Cf. SC 7; DP 196.
[25] Cf. IM 11.
[26] Cf. EA 26.
[27] Cf. Rm 1,4.
[28] Cf. GS 34.
[29] Cf. GS 39.
[30] Cf. Mt 28,5-6; Mc 16,6; Lc 24,6.
[31] Cf. TMA 46.
[32] Cf. GS 1.
[33] Cf. LG 1.
Siglas
CEA
Conferencia Episcopal Argentina
CMGD Conferencia Episcopal
Argentina, Compartir la multiforme Gracia de Dios, Oficina del Libro de la
CEA
DP
IIIª Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, Documento de
Puebla, Oficina del Libro de la CEA
EA
Juan Pablo II, Exhortación apostólica Ecclesia in America,
Oficina del Libro de la CEA
ECC
Conferencia Episcopal Argentina, El Evangelio ante la crisis de la
civilización, Oficina del Libro de la CEA
GS
Concilio Vaticano II, Constitución Gaudium et Spes
ICN
Conferencia Episcopal Argentina, Iglesia y comunidad nacional, Oficina del
Libro de la CEA
IM
Juan Pablo II, Bula Incarnationis Mysterium, Oficina del Libro de la CEA
LG
Concilio Vaticano II, Constitución Lumen gentium
LPNE Conferencia
Episcopal Argentina, Líneas Pastorales para la Nueva Evangelización,
Oficina del Libro de la CEA
SC
Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium
SD
IVª Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, Santo Domingo
SRS Juan Pablo
II, Carta encíclica Sollicitudo rei socialis
TMA Juan Pablo
II, Exhortación apostólica Tertio Millennio Adveniente
Queremos ser Nación

@
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a documentos
1.
"Hoy la patria requiere algo inédito", dijimos los
Obispos reunidos en la Asamblea Plenaria de mayo pasado. Y ello, porque inédita
es la crisis que nos sacude a los argentinos, e inédita ha de ser
la respuesta que hemos de darle. Crisis inédita, porque no es sólo
coyuntural, sino crisis histórica, que supone un largo proceso de
deterioro en nuestra moral social, la cual es como la médula de la
Nación, que hoy corre el peligro de quedar paralizada.
2.
Cuando los pueblos reconocieron que la crisis que sufrían era fruto
del propio actuar, y no perdieron su tiempo en responsabilizar de la misma
sólo a los otros, pudieron enfrentarla con éxito, y muchas
veces realizaron una obra admirable de reconstrucción.
3.
Los Obispos no pretendemos hacer un diagnóstico completo de la
crisis argentina. En cierto modo, lo hicimos en gIglesia y Comunidad
Nacionalh, publicado en 1981, cuando buscábamos caminos para
salir de la larga noche en que estaba sumido el País. Desde
entonces la crisis se ha profundizado. Hoy queremos señalar algunas
de las enfermedades sociales más graves que padecemos, de
reflejo político y económico, pero que tienen origen
moral.
4.
La primera es el endiosamiento del Estado. En las décadas de los años
20 y 30 el estatismo cundía en Europa, encarnado en diferentes regímenes
políticos de derecha y de izquierda. Aquí también le
abrimos las puertas, y pronto se instaló como ideología en
la conciencia colectiva. De allí surgió una interpretación
cuasi mágica del Estado, que todavía hoy inmoviliza al
hombre argentino. El Estado aparece una especie de dios, que todo lo
puede, al cual nada malo le podría pasar. Por lo tanto se le puede
pedir y exigir cualquier cosa.
5.
Ahora cunde la ideología contraria: el envilecimiento del Estado,
propio del más crudo liberalismo. Alarmados por los peligros del
estatismo, se procedió a vender las empresas del Estado, pero sin
un diseño racional del mismo. No se tuvo suficientemente en cuenta
que éste es un instrumento creado para servir al bien común,
y para ser el garante de la equidad y de la solidaridad del entramado
social. Tampoco se organizó previamente una red adecuada de
contención social, dando lugar a la marginalidad y la exclusión
creciente.
6.
La crisis histórica que vivimos se debe en gran medida a que los
argentinos no hemos elaborado todavía la crítica a esta
doble ideología. Nos cuesta entender que ninguna de las dos respeta
a la persona humana. Una la despersonaliza, y la otra la vuelve indefensa.
7.
Además, debemos reconocer otras dos enfermedades: la evasión
de los impuestos, y el despilfarro de los dineros del Estado, que son
dineros sudados por el pueblo. Ambas comprometen la equidad social y la
justa distribución del ingreso.
8.
Por todo ello, el comienzo de este milenio nos encuentra con una pesada
carga, que hemos llamado gdeuda socialh o gla gran deuda de los
argentinosh, que grava el futuro de nuestro pueblo. Ante tal situación,
que amenaza derivar en anarquía social de imprevisibles
consecuencias, nos hacemos y proponemos varias consideraciones.
a)
A los cristianos en la sociedad terrena.
Siendo tan numerosos, debemos concluir que no estamos exentos de
responsabilidades en esta crisis. Por lo mismo, debemos cotejar nuestra
conducta social con el Evangelio, asumir nuestro puesto en la superación
de la misma, aun a precio de grandes sacrificios, y crecer en nuestra
conciencia como ciudadanos. No podemos ser peregrinos del cielo, si
vivimos como fugitivos de la ciudad terrena.
b)
A nosotros los pastores. Si bien hemos
multiplicado los mensajes dedicados a iluminar la situación del País
con la doctrina social de la Iglesia, debemos examinar si lo hacemos en
forma suficiente, con la debida pedagogía, procurando que los
fieles laicos asuman su estudio, difusión y aplicación a la
realidad. Ha de ser claro a todos que en esta crisis no queremos ocupar un
lugar que no nos corresponde. Por ello pedimos a todos los actores
sociales que actúen según su responsabilidad en el marco de
las instituciones republicanas.
c)
A los dirigentes de la sociedad de todos los
órdenes. En noviembre pasado los exhortábamos
a la magnanimidad. Dada la gravedad de la hora y la responsabilidad que
les cabe en la situación del País, como también la
capacidad que tienen para levantarlo de la presente postración, los
exhortamos nuevamente a asumir el papel que la Providencia y el pueblo
argentino les han encomendado. Y lo hacemos con las palabras de Pablo VI
en Bogotá: "A Uds. se les pide generosidad... Tengan
Ustedes, señores del mundo e hijos de la Iglesia, el espíritu
instintivo del bien que tanto necesita la sociedad... Perciban y
comprendan con valentía las innovaciones necesarias para el mundo
que los rodea... La promoción de la justicia y la tutela de la
dignidad humana sean su caridad. Y no olviden que ciertas crisis de la
historia habrían podido tener otras orientaciones, si las reformas
necesarias hubiesen prevenido tempestivamente, con sacrificios valientes,
las revoluciones explosivas de la desesperación ".
d)
A los que han recibido más bienes
materiales, o gozan de privilegios. Les recordamos un principio básico
de la moral: que el derecho de propiedad no debe jamás ejercitarse
con detrimento de la utilidad común. Si se llegase al conflicto
entre los derechos privados adquiridos y las exigencias comunitarias
primordiales, toca a los poderes públicos procurar una solución
con la activa participación de las personas y de los grupos
sociales.
e)
A los trabajadores de todos los sectores.
Les recordamos el principio
del bien común que, respetado, hace que sean justos sus reclamos,
incluso el recurso a la huelga, pero fuera del cual éstos se
convierten en injusta agresión contra el todo social, y pueden
dificultar grandemente la reconstrucción de la Argentina.
9.
Sabemos que en la crisis que vivimos se suman múltiples factores,
propios y ajenos, entre los que se destaca la muy pesada deuda externa,
que aumenta cada día más y nos dificulta crecer. Pero no nos
cabe duda que un pueblo unido, que mire con valentía la situación
actual, sabrá reconocer la gravedad de la crisis y asumir la
responsabilidad que le cabe en la misma, pondrá en marcha los
reservas espirituales que posee, y acabará por imponer respeto a
las demás naciones del concierto internacional para lograr un trato
justo.
10.
A Jesucristo, cuyo nombre fue invocado en los orígenes de nuestra
Patria, dirigimos nuestra súplica ferviente: gJesucristo, Señor
de la historia, te necesitamos. Nos sentimos heridos y agobiados.
Precisamos tu alivio y fortaleza. Queremos ser Nación, una Nación
cuya pasión sea la verdad y el compromiso por el bien común.
Danos la valentía de la libertad de los hijos de Dios para amar a
todos sin excluir a nadie, privilegiando a los pobres, y perdonando a los
que nos ofenden, aborreciendo el odio y construyendo la paz...h.
129ª reunión de la Comisión Permanente
de la Conferencia Episcopal Argentina
Buenos
Aires, 10 de agosto de 2001.
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La Nación que queremos

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1.-
Jesús, el Hijo de Dios, se identificó tanto con su pueblo
que se dejó llamar "Jesús de Nazaret". Y la triste
situación de su patria, le arrancó lágrimas.
A
nosotros, los cristianos argentinos, también nos duele la
Argentina. Hoy está postrada, porque en vez de casa común a
construir con el esfuerzo de todos, ha sido convertida en presa de rapiña
para algunos.
2.-
Pero Dios, que nos habla desde sus maravillas, también nos habla
desde nuestros fracasos y nos exhorta a volvernos a Él y
convertirnos desde lo más hondo de nuestro corazón.
Este
llamado a la conversión nos interpela a todos sin excepciones,
particularmente a nosotros los obispos, porque nuestra misión nos
exige una creciente identificación con Cristo y la constante
purificación de nuestros pecados. No le tenemos miedo a la verdad.
Le tememos a nuestra dureza de corazón.
3.-
Con este espíritu, vista la gravedad de la crisis del país,
nos hemos reunido en la presencia de Jesucristo, "Señor de la
historia", con "la necesidad de impulsar en el pueblo
cristiano las actitudes propias de ciudadanos responsables" (132ª
Comisión Permanente, 22/08/02).
Lo
hacemos como servidores del Pueblo de Dios que queremos cumplir nuestra
misión. Nuestras palabras y acciones no buscan reemplazar a ningún
actor ni responsable social o político, a quienes respetamos en el
ejercicio de su vocación al servicio del bien común.
4.-
Debemos pasar del deseo de ser Nación a construir la Nación
que queremos. Por eso es necesario buscar los medios para que todos los
ciudadanos del país determinen por consenso qué Nación
queremos ser. Esto exige realizar reformas fundamentales en muchos
órdenes de la vida político-social. Si no se llevan adelante
las reformas que pide la sociedad, estaremos amenazados de caer en peores
frustraciones.
5.
Sabemos que una Nación es una comunidad de personas que comparten
muchos bienes, pero, sobre todo, una historia, una cultura y un destino
común. Por ello debemos volver a la raíz del amor que teje
la convivencia social, entendida como "un llamado de Dios"
(Iglesia y Comunidad Nacional 63). Los argentinos, tanto los creyentes de
diversos credos como todos los hombres de buena voluntad, hemos de
interrogarnos: ¿Queremos elegir nuevamente ser argentinos? ¿Aceptamos
asumir con responsabilidad nuestra parte en la reconstrucción de la
Nación?
6.-
Necesitamos recrear "una nación cuya identidad sea la pasión
por la verdad y el compromiso por el bien común" (CEA,
Oración por la Patria, 9/7/2001).
Tenemos
que desarrollar algunos valores indispensables para la vida social:
Frente
a la cultura de la dádiva, promover la cultura del trabajo, el espíritu
de sacrificio, el empeño perseverante y la creatividad.
Frente
a la corrupción y la mentira, promover el sentido de justicia, el
respeto por la ley y la fidelidad a la palabra dada.
Frente
a la fragmentación social, promover la reconciliación, el diálogo
y la amistad social.
Sólo
buenos ciudadanos, que obren con inteligencia, amor y responsabilidad,
pueden edificar una sociedad y un Estado más justos y solidarios.
Queremos
transmitir estos valores y actitudes mediante una acción pastoral
renovada y actualizada, con una predicación y una catequesis que
comprometan la vida entera.
7.-
Debemos estimular el sentido del bien común para lograr el bien de
todos. De un modo preferencial, el bien de las personas más pobres
y empobrecidas, sobre todo de los desocupados, excluidos, indigentes y
hambrientos. Para reencontrarnos como Nación debemos atender a los
que más sufren: los mayores sin salud, los adultos sin trabajo, los
jóvenes sin educación y sin futuro, y los niños sin
alimento.
8.-
Ni la llegada al país de nuevas sumas de dinero, ni las reformas de
las instituciones, ni el recambio político, serán
suficientes para construir una nueva Nación. Estas soluciones serán
estériles sin una fuerte pasión por desarrollar en cada
ciudadano las más valiosas actitudes sociales. Sólo así
se podrá transformar la cultura nacional y entretejer un bien común
cargado de bondad, verdad y justicia que nos devuelva el gusto de ser
argentinos.
9.-
Conocer los valores no es suficiente para reconstruir la Nación. De
hecho, no siempre cumplen la ley los que mejor la conocen. Es más,
quienes conocemos y predicamos los valores del Evangelio no siempre los
encarnamos en nuestro compromiso social. Si la labor educativa de la
sociedad y de la Iglesia no pudo hacer surgir una Patria más digna
es porque no ha logrado que los valores se encarnen en compromisos
cotidianos.
10.-
En este momento de transformación nos alienta la esperanza, que es
la virtud del peregrino. Las personas y los pueblos, por mal que estemos,
siempre tenemos la oportunidad de estar mejor. Pero el futuro se construye
con la ayuda de Dios y el esfuerzo arduo, frente al facilismo de
propuestas demagógicas. Esta entrega es parte esencial de la
espiritualidad cristiana. Precisamente es la conversión la que como
principio de novedad genera la esperanza.
11.-
Desde comienzos de año los obispos prestamos el ámbito
espiritual para facilitar el diálogo entre toda la dirigencia
argentina. Como resultado de esos encuentros se elaboró el
documento Bases para las Reformas, aporte muy valioso que puede
iluminar la voluntad de recrear las instituciones de nuestra democracia.
Ahora
el diálogo entra en una etapa nueva y distinta, para que todos los
ciudadanos, sin excepción, se sientan llamados a participar de
manera entusiasta y decidida en la reconstrucción de nuestra
sociedad.
12.-
Nos comprometemos a ayudar a todos, a extender este diálogo a cada
rincón del país. Los obispos queremos animar, alentar e
iluminar este camino en el cual los laicos cumplirán el importante
papel que les corresponde. Ellos han dado ya significativas pruebas de
eficacia en el trabajo de las Mesas de Diálogo sectoriales,
como asimismo en tantas iniciativas en el campo de la solidaridad a lo
largo y ancho del país. Estamos convencidos que con iniciativa y
creatividad, vinculándose con las diversas organizaciones que
trabajan por el bien común, concretarán las acciones
necesarias para hacer eficaz esta nueva etapa del diálogo que el país
necesita.
13.-
Ofrecemos humildemente estas reflexiones a nuestro pueblo. Sabemos que es
el mismo Dios quien fortalece el empeño de todos los que trabajan
para reconstruir la Patria: "Si el Señor no edifica la casa
en vano trabajan los albañiles" (Salmo 127,1). María
Santísima, Nuestra Señora de Luján, Madre de Dios y
Madre nuestra, interceda por nosotros y por nuestra Patria.
Asamblea Plenaria Extraordinaria
de la Conferencia Episcopal Argentina
Pilar,
28 de septiembre de 2002
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Recrear la voluntad de ser Nación

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La Cuaresma nos enseña
a superar las tentaciones
1.
El tiempo de Cuaresma nos pone ante la imagen de Jesús tentado en
el desierto. Él mismo nos enseñó a pedir a su Padre:
gno nos dejes caer en la tentaciónh (Lc. 11, 4) y nos exhortó
hacia el final de su vida: gvigilen y oren para no caer en la tentaciónh
(Mt. 26, 41).
La
experiencia nos enseña que también los pueblos enfrentan
tentaciones. Una de ellas es la del desaliento que lleva a pensar que no
vale la pena permanecer en el camino del bien, de la justicia y de la
verdad.
Otra
puede ser el encantamiento que produce la magia de creer que basta un
golpe de suerte para cambiar el cauce de las cosas y alcanzar el éxito.
2.
Los Obispos de la Comisión Permanente reunidos en estos primeros días
de Cuaresma, teniendo presente los innumerables sufrimientos del pueblo, y
en particular el dolor de los más pobres, hemos reflexionado sobre
las tentaciones a las que todos estamos sometidos.
3.
Detectamos el desaliento como tentación que conforma el estado de
ánimo de muchos ciudadanos. Lamentablemente durante estos años
la democracia, recibida con tanto entusiasmo, no ha logrado aún
realizar la justicia tan largamente esperada, ni ha podido resolver
problemas tan vitales como el trabajo, la alimentación, la salud y
la educación para todos. El desaliento cunde también frente
a las violaciones de las leyes y de la misma Constitución. Ciertos
acontecimientos como por ejemplo el de la provincia de Catamarca donde la
violencia impidió las elecciones, menoscaban hondamente el sistema
representativo. Sin embargo sucumbir al desaliento sería nefasto.
4.
La tentación contraria es la del falso optimismo basado en el
sentido ilusorio de la vida. Sea esto porque la economía
aparentemente mejore, sea porque se siga creyendo que el país es
tan rico que nada lo puede destruir, sea por cualquiera de los falsos
mitos en los cuales hemos creído a lo largo de nuestra historia
5.
Aunque pareciera que individualmente no podamos hacer grandes cosas por la
Patria, debemos ayudarnos unos a otros, con realismo, a realizar el bien
posible en cada momento. Lo que concretamente ahora debemos hacer bien es
cumplir con nuestra obligación de acudir a las urnas.
Las elecciones: ocasión
para crecer como ciudadano
6.
Por débil que sea nuestra democracia, por inútiles que a
algunos pudieran parecerles estas elecciones, conviene sin embargo que
éstas se realicen de la mejor manera posible. Si bien no se puede
depositar una confianza excesiva en ellas, pueden ser un instrumento para
seguir cultivando la esperanza de que somos capaces de construir una
Argentina más allá de la magia y del desánimo.
7.
Los candidatos deben fundar sus aspiraciones en la probidad moral
demostrada a lo largo de sus propias vidas, en el valor de sus proyectos,
en el compromiso por el bien común, y no en suscitar emociones engañosas.
Quienes
acudamos a las urnas el 27 de abril hemos de aspirar a ser ciudadanos
responsables de cumplir los propios deberes antes de reclamar los propios
derechos. Respetuosos del vecino, capaces de realizar bien el propio
trabajo, contribuyentes honestos de tributos y servicios, exigentes de la
buena administración de los mismos, incapaces de doblegarnos ante
las dádivas partidarias, incrédulos ante las vanas promesas
de los políticos, críticos de nosotros mismos y de las
autoridades que elijamos.
Debemos
ser ciudadanos que nos rebelemos ante la mentalidad mágica que ha
paralizado por decenios al pueblo argentino, y nos resistamos a caer bajo
la tentación del desánimo.
Responsabilidades de
las autoridades electas
8.
Las autoridades nacionales que serán elegidas, afrontarán la
ineludible responsabilidad de recrear la voluntad de ser Nación, de
modo tal que la sociedad argentina, que tanto ha sufrido en esta crisis,
encuentre caminos para expresarse políticamente por medio de una
dirigencia renovada, representativa y creíble.
¿Serán
capaces los nuevos gobernantes de implementar las necesarias reformas que
faciliten esos caminos, muchas de ellas enunciadas en las gBases para la
reformash del Diálogo Argentino?
Sin
duda las alternativas a enfrentar son realmente desafiantes:
-
Sustentar la vida pública sobre valores morales firmes o
permitir que sigamos conviviendo con hechos de flagrante corrupción.
-
Reafirmar el cumplimiento de la ley o legitimar una velada anarquía.
-
Encarar a fondo las reformas institucionales pendientes que fundamenten
una democracia real, o respaldar una supuesta glegalidad democráticah
que privilegia los intereses de las distintas corporaciones.
-
Implantar una cultura del trabajo o seguir cultivando la cultura de la dádiva
y del clientelismo.
-
Delinear una política educativa y socio-económica que
revierta el dinamismo de la pobreza creciente o pretender calmar el hambre
de los pobres con la sola distribución de planes sociales.
-
Integrar federalmente la Nación o persistir en caudillismos que aíslan
y fracturan.
A
María de Nazaret, que obedeció la ley y fue a Belén a
empadronarse con José y con su hijo Jesús por nacer,
imploramos que interceda ante Dios nuestro Señor por nuestra
Patria, sus autoridades y ciudadanos.
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134ª
reunión de la Comisión Permanente
de la Conferencia Episcopal Argentina
Buenos Aires, 14 de marzo de 2003
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NECESITAMOS
SER NACIÓN

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De
donde venimos
1.
A lo largo de estos últimos años, y más concretamente
desde nuestra participación en el Diálogo Argentino,
describimos la situación de nuestro país como una crisis
moral y del bien común. Crisis de valores que en su momento
culminante se manifestó en disgregación, desencuentro y
ruptura de vínculos, y cuyo saldo más negativo fue la
polarización social que nos afecta y que se hace visible en tantos
signos de pobreza y exclusión. Sabemos que revertir este proceso
demandará mucho tiempo y heroicos esfuerzos.
2.- También desde hace tiempo descubrimos en el
trasfondo de esta situación una dimensión cultural
secularista que gconcibe la vida humana personal y social al margen de
Diosh (NMA,29). Olvido de Dios y de su ley que lleva a un relativismo
moral que afecta la concepción de la persona y de los vínculos
humanos, en primer lugar del matrimonio y de la familia, y que pone en
peligro la vida humana naciente cuando se quiere hacer olvidar que el
aborto es un crimen que mata al más indefenso de los seres humanos.
Relativismo que afecta seriamente a la educación de nuestros niños
y jóvenes al no fundarla en una escala de valores que priorice la
persona, el respeto de la ley y la construcción de la sociedad
basada en la justicia. Es ilusorio buscar solamente en la severidad
de la ley el encaminar a nuestros jóvenes en el bien y el respeto a
la vida y a los bienes ajenos.
3.-
La inseguridad ciudadana –que mueve multitudes- también tiene
su origen en la carencia de valores, pero advertimos de otra inseguridad
que alcanza a muchos hermanos nuestros: la de las familias campesinas,
aborígenes y de algunos sectores urbanos que no tienen acceso a la
tierra o se les desconoce su propiedad. Asimismo la venta indiscriminada
de grandes extensiones en las que se desmonta el bosque nativo
poniendo en peligro al medio ambiente, casa común en la que todos
debemos vivir.
Nuestro
camino
4.- Los argentinos confiando en la ayuda de Dios y acudiendo
a experiencias de diálogo y comunión, pudimos encontrar en
el momento más difícil de la crisis, una primera salida sin
violentar el orden institucional.
Pero,
acaso, ¿hemos salido de la crisis? Nuestra visión exitista
nos puede hacer ilusionar una vez más en que nuestra salvación
consiste en el incipiente repunte económico por el que atravesamos.
Si las causas de la crisis son tan hondas, el camino a
recorrer será arduo y no exento de sacrificios. Las
experiencias de diálogo, de la búsqueda de comunión y
de reconciliación, que en lo peor de la crisis nos permitieron dar
los primeros pasos, son las que debemos seguir profundizando, excluyendo
toda forma de violencia que vulnere los derechos de terceros.
Es el camino de las reformas profundas que permitan
restablecer una mayor confiabilidad en los representantes del pueblo y un
renovado fortalecimiento de los poderes del Estado.
Es
el camino de la búsqueda de políticas consensuadas que
trasciendan a personas y gobiernos y faciliten una participación
ciudadana más amplia, que impedirá la acumulación de
poder en unos pocos y ayudará a desterrar los caudillismos y
personalismos que tanto mal han causado a nuestro pueblo, debilitando las
instituciones.
Nuestro compromiso ciudadano
5.- En la oración preparatoria del Xº Congreso
Eucarístico Nacional le pedimos al Señor que gsea el
acontecimiento de gracia que nos devuelva a Jesús como autor de
nuestra fe y de nuestro compromiso ciudadanoh. Este es uno de los
frutos que se derivan de la novedad de la resurrección de
Jesucristo y nos ha de impulsar a todos los cristianos a vivir en nuestro
país de una manera totalmente nueva, desterrando de nosotros los
criterios y comportamientos sociales contrarios al bien común y no
acordes con el Evangelio de Jesús. Éste nos manda resistir
el mal con el bien, y no ceder a la corrupción por pequeña
que fuere. No podemos olvidar que nuestra crisis es fruto de innumerables
claudicaciones en la conducta moral de los ciudadanos, en particular de
sus dirigentes. Sólo podremos salir de ella con ghombres y
mujeres honestos y capaces, que amen y sirvan a la Patriah, que cumplan
sus deberes y no se contenten únicamente con exigir sus derechos.
6.-
Entre las muchas tareas a las que nos llama hoy nuestro compromiso
ciudadano creemos fundamental ghacer posible la reconciliación en
nuestra sociedad, herida por la división y el desencuentroh. A
los argentinos el pasado nos sigue pesando demasiado. Si lo asumimos desde
la reconciliación, en lugar de ser causa de divisiones se
transformará en escuela que nos enseñe todo lo que debemos
hacer para integrarnos y crecer en comunión.
En esto los cristianos tenemos una tarea insustituible,
pues nos capacita para ello nuestra fe en Jesús, que nos reconcilió
con el Padre y entre nosotros, mediante su muerte en la cruz. No es menos
dolorosa la profundización de nuevas divisiones en el presente con
la marginación y exclusión de una gran parte del pueblo. Por
ello, otra gran tarea que nos toca es promover gla auténtica
solidaridad con quienes están más heridos a causa de la
injusticia y de la pobrezah.
7.
Concluimos este mensaje pidiendo al Señor que sea Él quien
ginspire nuestros proyectos y esperanzash. Hoy decimos a todos que no
solo gqueremos ser Naciónh sino que necesitamos ser Nación,
gcuya identidad sea la pasión por la verdad y el compromiso
por el bien comúnh. Lo necesitamos para que todos los argentinos
sin exclusión alguna podamos vivir nuestra dignidad de hijos de
Dios y para insertarnos en una sana y fraterna convivencia con todas las
naciones del mundo.
Una vez más ponemos nuestra esperanza en manos de
María Santísima, quien siempre estuvo a nuestro lado acompañándonos
con su maternal protección.
Los Obispos de la
Argentina
reunidos en la 87ª Asamblea Plenaria
San Miguel, 15 de mayo de 2004
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