
.ULTIMOS ESCRITOS
..de Felipe Prezioso
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El relato que a continuación se transcribe es su último escrito antes de dejar este mundo junto con Sonya, su apasionada compañera de tantos años de luchas, viajes y aventuras. Ellos con su muerte afirmaron aquello que a través del Egonismo tanto promulgaron.
(Los últimos dos años vivieron en Maria Farinha, una recoleta playa del nordeste brasileño, donde murieron en agosto de 2003.)
Hoy el Egonismo tiene luz propia y su mensaje esclarecedor seguirá desplazando la información ausente y despertando a quienes intuyan que más allá de esta realidad vacía existe la Otra Realidad, infinitamente trascendente.
Y Sin bolsillo ni medalla es el relato breve, irónico y lúcido de quién no pudo conciliar el eterno sueño de los tontos.
Lic. Catley Bonney
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..Sin bolsillo ni medalla
Anoche soñé que de mi sueño despertaba y solo me encontraba frente a un enorme muro.
Elevé mi mirada al cielo nocturno donde una luna iluminaba el lugar donde se desarrollaban las humanas intenciones.
La cabeza me dolía y al pasarme la mano la retiré teñida de sangre; entonces observé en el muro un hueco del tamaño de mi cabeza, pero....perfectamente cuadrado. Entonces comprendí que mis laceraciones fueron hechas por las aristas de ese hueco. ¿Yo intenté introducir mi cabeza en él?
Con la sien latiente miré en torno mío y en la vastedad de la noche advertí que no estaba solo; millares de seres a lo largo del infinito muro permanecían con sus cabezas empotradas dentro de huecos geométricos, perfectos y naturalmente cuadrados.
Todos estaban tranquilos, quietos y algunos parecían tararear alguna canción que solo ellos oían; otros murmuraban cosas, plegarias o confesiones. No sé si los huecos absorbían o daban energía a esos cerebros que permanecían en actitud tan pasiva. Ambas posibilidades me resultaron inquietantes.
¡Todos con sus cabezas en los huecos y tan serenos; todos menos yo!
De improviso me ví rodeado por dos personas vestidas con guardapolvos blancos: El hombre, gordo y de aspecto desaliñado dijo ser el doctor Mefisto y la mujer que lo acompañaba, teñida de rubia y pintarrajeada como un papagayo, la enfermera Medea. Luego de darse a conocer se quedaron observándome con preocupación y extrañeza.
-¿Está usted bien?- me pregunto el médico..
-¿Porque no tiene su cabeza en el muro?- iinterrogó la enfermera.
-No sé...es todo tan extraño.- respondí duubitativo.
-¿Extraño? ¿Qué tiene de extraño?- dijo laa enfermera.
Pero antes que pudiera responder el médico me sentó en una camilla y me dijo:
-Por favor; quítese la camisa que voy a reevisar su espalda.-
Yo obedecí y luego de unos instantes de examen escuché sus exclamaciones: -¡Mire esto!-
-¡Diablos, como es posible!-
-¿Que tengo...?- pregunté con aprehensión..
-¡Su problema es que no tiene!- exclamó ell médico.
-¿No tengo qué....?-
-¡No tiene medalla!-
-¡Doctor, mire!- terció la enfermera: -¡Taampoco tiene el bolsillo para guardarla!-
-Pero ¿De qué medalla hablan?- pregunté caasi a los gritos.
-¡Cómo qué medalla!- replicó el médico en igual tono -La que le permite estar en este mundo.-
-¿Que me permite qué...?- pregunte pero elllos que seguían observando mi espalda me respondieron con otra pregunta: -¿Toda la vida vivió así?-
-....Sí, creo que sí.....-
-Pero usted no pudo venir a este mundo sinn medalla y sin bolsillo.- dijo el médico.
-Así vienen los pobres como yo.- ironicé ppara descomprimir la situación.
-No, no, usted vino a un mundo equivocado..- reafirmó la enfermera con tono serio.
-De eso no tengo dudas; pero esa medallla ¿Cumple la función del corazón, o del alma?- pregunté con extrañeza.
-¿Alma? ¡Qué disparate!- dijo el médico all tiempo que me tomó de un brazo y me llevó hasta un fichero de acero y abriendo una de las gavetas, agregó:
-Le voy a mostrar medallas de perrsonas fallecidas.-
El enorme fichero estaba lleno de bolsas plásticas y el médico con gesto resuelto tomó una de ellas al tiempo que me dijo:
-Vea, esto es lo que usted no tiene.-
Entonces fijé mi mirada en un trozo de tejido humano que el médico sostenía en su mano, al parecer recortado de la espalda a la altura de los omóplatos; aquella carnosidad tenía la forma de una pequeña bolsa, como el de los marsupiales. Ese era el famoso bolsillo.
-Y esta es la medalla que lleva een su interior.- agregó al tiempo que me extendía un pequeño disco de hierro. Me quedé fascinado en la observación del objeto que tenía grabada sobre ambas caras un simple código de barra.
Justo cuando estaba por preguntarle sobre su utilidad habló la enfermera:
-Las medallas de hierro son las mmás comunes porque las llevan el setenta por ciento de la población mundial.
-¿Ah, sí?-
-Claro.- respondió el médico que buscaba aalgo en las bolsas y luego me extendió otra medalla diciendo: -Mire; esta es de oro y perteneció a una persona muy exitosa.-
-Tambien las hay de plata y de bronce.- acclaró la enfermera.
-¡Ah; igual que en las olimpíadas.- terciéé yo, pero el médico que pareció no entender la ironía agregó con tono solemne:
-....pero no se puede vivir sin bolsiillo ni medalla.-
-¿Y porqué no?- pregunté.
-Simplemente porque ella determina el perffil de vida; el nivel de suerte y de desdicha; en suma, todo está grabado en ella.
-¿Pero para que guardan todas las medaallas de los muertos?- volví a preguntar.
-Porque ellos siempre vuelven.- respondió el médico que luego agregó. -Siempre; buscando obtener una mejor, u otra igual. Esa es la base del sistema.-
-¿Y usted les entrega la que se merecen?-<
-¿Y tú que crees?- me dijo soltando luego una carcajada mientras se alejaba con las manos en los bolsillos.
-¡Doctor, doctor!- exclamó la enfermera.
-¿Qué hacemos con este paciente?- preguntóó.
Entonces Mefisto se detuvo y girándose apenas, dijo con tono casual:
-¿Hacer? ¡De él no tenemos ninguna ficha! ¿Qué podemos hacer con alguien que no está dentro del sistema? ¡Nada! Seres como él no existen.-
Yo me quedé mirando cómo se alejaba mientras trataba de entender el alcance de sus palabras; pero la enfermera Medea, tomándome de un brazo me dijo:
-Entonces usted no es un paciente y yo tenngo mucho trabajo que realizar; será mejor que se vaya y se las arregle con su vida y con su muerte, acá solo atendemos a los que tienen el privilegio de pertenecer.-
Dicho eso dió media vuelta y se alejó presurosa en la misma dirección que lo hiciera el médico.
Me quedé unos instantes perplejo por la situación y alarmado de mi condición hasta que luego pensé:
-Parece que el privilegio de perteneceer se paga metiendo la cabeza en el hueco.-
Y como adivinando mis pensamientos la enfermera Medea me grita desde lejos:
-Conectado al muro no hay angustia, no hayy preguntas; ¿Para qué quiere estar lúcido?-
-¡Bruja!- le grite colmada mi paciencia y ella me respondió con tono amenazador:
-¡No quiero verlo por aquí cuando vuelva dde mi ronda!-
Le iba a gritar una grosería pero me contuve y luego pensé:
-¡Bueno, por lo menos tengo la libertad dee irme!- y miré nuevamente el cielo nocturno donde una luna burlona seguía iluminando el lugar donde moraban las divinas creaciones.
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