Alejado de la corte y ajeno al ceremonial palatino, Pedro pasó sus
primeros años de la manera más ruda y
silvestre. Vivió por lo
general en el campo y cultivó la amistad de los campesinos, junto con los cuales pasaba
las horas en juegos rústicos y en simulacros de batallas. No dejaba de ser
significativa la afición del joven príncipe a estos entretenimientos bélicos, y a
medida que fue creciendo en edad les fue prestando más volumen y complicación.
Llegó incluso a organizar dos regimientos de muchachos, a los cuales denominó Preobrazhenski
y Semenovski, a tenor de los pueblos de donde procedían. Es de hacer
notar que estos dos cuerpos sobrevivieron durante dos siglos y que se convirtieron en los
dos regimientos más ilustres de Rusia, tanto por su historial militar como por su pompa
cortesana. A partir de los doce años, Pedro comenzó a construir para sus juegos
fortalezas de madera con cimientos de barro, dotadas de murallas, fosos y baluartes.
La mitad de sus huestes juveniles tenía que situarse dentro del castillo, y la otra
mitad, mandada por el príncipe, tenía que dar el asalto y tomarlo.
En estos años empezó a recibir lecciones sistemáticas de geometría
y fortificación de un holandés llamado Timmermann. A los catorce años comenzó a
interesarle la construcción naval. El lago de Perci
aslavl le proporcionó desahogo en esta
afición. Dado que las embarcaciones que había en él resultaron en seguida
insuficientes, el naviero alemán Brandt le construyó dos grandes botes con los que el
príncipe se dio al ensueño de la navegación y de las batallas navales. A la vista de
estas inclinaciones no debe creerse que Pedro fuese exclusivamente trabajador y
estudioso. Su formación estaba encomendada al príncipe Boris Golitzyn, primo del
favorito de la regente, quien indujo con su ejemplo a su pupilo a una vida de disipación
y libertinaje. En los últimos años de su juventud, el príncipe alternó aquellos
juegos selváticos y violentos con noches de orgía en las calles más bajas de
Moscú. En semejantes ocasiones le acompañaban el coronel suizo Lefort, el general
Gordon, escocés, y otros extranjeros que en su futuro reinado le asesorarían acerca de
las técnicas occidentales. Para separarlo de tales costumbres, su madre le obligó
en 1689, a los diecisiete años, a Pedro a que se casase con una bondadosa muchacha,
Eudoxia Lopujina. El príncipe accedió y vivió con ella durante unos meses.
Más tarde pudo más el atractivo de las antiguas costumbres, y el joven esposo volvió
con los suyos.
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