Lucha

Uno de los obstáculos más poderosos que se oponían a las directrices del zar lo constituían las creencias religiosas, tan rotundas, ardientes y arraigadas en el pueblo ruso, creencias, además, que influían en una serie de costumbres anticuadas.  El soberano dio resueltamente la batalla contra este mundo de ideas.  Entre las medidas más radicales adoptadas en este sentido figura la prohibición de las barbas y de los trajes orientales.  No hay que creer, a la vista del rigor con que puso por obra estas decisiones, que Pedro fuese un fanático en materia espiritual, puesto que sus ideas eran extraordinariamente elásticas.

Aprovechando la muerte del patriarca Adriano, en 1700, quiso liberarse del peligro de un sucesor dominante y entregó el patriarcado a un seglar adicto al trono;  al año siguiente privó a las casas religiosas del dominio de sus posesiones y convirtió al clero en una clase de funcionarios a sueldo del Estado.

Claro está que ninguna de las medidas adoptadas pasó sin levantar protestas, y no fueron pocos quienes calificaron de "anticristo" al zar, pero él dominó enérgicamente cualquier oposición.   No debe interpretarse la política religiosa de Pedro como afín al racionalismo o al laicismo que por entonces empezaban a insinuarse en diversos países europeos.  El se proponía que las supersticiones no constituyesen obstáculo a su política, pero deseaba fomentar y robustecer la religiosidad seria y sincera y dictó para ello varios decretos, entre los cuales figuraba uno que establecía la obligación de santificar las fiestas.

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