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Una encuesta realizada por la tercera reflejó que somos vistos como el país más soberbio de Sudamérica, hecho que al parecer no está lejos de ser cierto.
Pero nuestra actitud hacia los extranjeros no es una sola, ni mucho menos homogénea. Cuando la distinción ante los otros es mucho más evidente, nuestra actitud deja de ser de ataque volviéndose más defensiva. Así lo plantea Ruth Delgado, ecuatoriana de 26 años quien sufre un tipo de discriminación distinta, pero no por ello menos cruel: “El chileno es ultra frío y retraído, es de la clase que dice las cosas pero por la espalda, y cuando ven en la calle o en la oficina a alguien distinta, se quedan mirando como bichos raros, sin siquiera hablar. Se alejan y se alejan sin dar siquiera una oportunidad de conocer a la persona que hay detrás. Duele ir caminando por la calle y que te miren sin decirte nada, es una clase de indiferencia extrañísima pero que duele mucho”.
Para la mayoría de los países sudamericanos somos los grandes discriminadores de Sudamérica, hecho ligado íntimamente con la baja tasa de entrada con respecto a la de salida de emigrantes.
El asunto de la discriminación, xenofobia y racismo son problemas latentes en nuestro país, que no hacen más que retrasar el progreso y dividir a la población. Paradójicamente, El chileno emigrante es víctima frecuentemente de discriminación y racismo, sobre todo cuando se instala en países europeos, catalogándolos de ladrones y delincuentes. Ojo por ojo dice un viejo refrán, frase por lo demás totalmente incorrecta. Pues debemos aprender a aceptar a otras culturas, otras razas, otras personas sin importar sus colores y así contribuir al crecimiento de nuestra sociedad, pues sin duda toda ayuda siempre es bien recibida. El intercambio cultural no solo ampliará nuestro mundo, sino que nos convertirá en mejores personas. Quizás así, algún día volveremos a entonar sin cinismo ni temor alguno “Y verás como quieren en Chile al amigo cuando es forastero”.
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