PALABRA DE VIDA

Las palabras del Evangelio
son únicas, fascinantes, escultóricas,
se pueden traducir en vida,
son universales,
luz para cada hombre.

Viviéndolas
cambia la relación con Dios,
con los prójimos, con los enemigos.

Dan su justo lugar a todos los valores, ponen a Dios en el primer lugar en el corazón del hombre.

Confieren promesas extraordinarias:
A quien da, se le dará cien veces más en esta vida y la vida eterna (cfr. Mt 19,29).

El alfabeto tiene poco más de 20 letras, pero el que no las conoce queda analfabeto para toda la vida.
El Evangelio es un libro pequeño,
pero los que no viven las palabras contenidas en él,
siguen siendo cristianos, podríamos decir, subdesarrollados.
Dan una imagen de la Iglesia que no testimonia a Cristo.

Hoy a los cristianos se les exige una evangelización radical en su modo de pensar, de amar, de querer, de vivir.

La Palabra de la Sagrada Escritura es una presencia de Dios.
El comunicarse con la Palabra, es decir, el asimilarla y traducirla en vida, nos hace libres, purifica, convierte, trae consuelo, alegría, dona sabiduría, produce obras, descubre vocaciones.
Puede también suscitar el odio del mundo.
La Palabra vivida engendra a Cristo en la propia alma y en las de los demás.

(De los escritos de Chiara Lubich)

EL AMOR AL HERMANO

El amor que Dios ha puesto en nuestros corazones
no hace acepción de personas, es un amor dirigido a
todos.

No admite discriminaciones entre el simpático o el antipático,
el instruido o el ignorante, el amigo o el enemigo...
Hay que amar a todos.
Pero este amor tiene una medida:
amar al prójimo como a sí mismos.
Poner al prójimo a nuestro mismo nivel.
Esto hay que tomarlo al pie de la letra.

El amor cristiano no es el del mundo, donde a menudo se ama porque se es amado...

El amor cristiano
es el primero en amar, no espera a ser amado. Como Jesús, que murió en la cruz por nosotros.
Fue quien primero dio la vida por nosotros.
Este es el grandioso arte de amar:
Amar a todos.
Amar como a sí mismos.
Ser los primeros en amar.
Pero, hay un modo típico y práctico para poner en práctica este amor: es "
hacerse uno" con el prójimo.
Sufrir con quien sufre, gozar con quien goza, llevar las cargas de los demás.
Hacernos, de alguna manera, el otro: como Jesús que, siendo Dios, se hizo hombre por amor.

Hacernos uno con todos, en todo, menos en el pecado.
Vivir el otro, vivir los otros.

Este es un gran ideal.

(De los escritos de Chiara Lubich)

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