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AUTÉNTICA
POESÍA  |
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las siguientes poesías:
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Infancia. Primavera. Retoño de
la vida,
las verdes esperanzas, los más
azules cielos,
los cuidos maternales de mimos y desvelos,
el cálido regazo, la patria más
querida,
-¡Yo quiero ser cigarra! ¡No
quiero ser hormiga!
Los juegos y la escuela, cromos y caramelos.
Las flores que se abren, esos primeros
vuelos...
torpes primeros pasos; la primera salida.
Amigos para siempre, perfumes imborrables.
¿Dónde estarán mis
libros, mi pluma, mi pelota?
¿Y mis primeros versos al dorso
de un cuaderno?
Mañanas soleadas, doradas, memorables,
una abeja que liba, un manantial que
brota
y un recuerdo florido con vocación
de eterno.
Verano. Vacaciones. Maduran los frutales;
despiertan los sentidos al sol del mediodía
y la cigüeña vuela al nido
que solía.
De verdes a dorados se tiñen los
trigales,
las ninfas de las fuentes juegan con
los cristales
del agua y sus destellos son soles de
alegría.
Las bochornosas noches, los prolongados
días,
los estrellados cielos, efluvios de jarales...
Los cantos de cigarra en calurosas siestas,
los juegos de los niños detrás
de una cancela;
florecen las muchachas, despiertan los
amores
que surgen de las bodas, los juegos y
las fiestas.
En un baúl perdidas las fotos
de la abuela
de cuando en otros tiempos derramaba
fulgores.
Amarillos de otoño. El cielo ceniciento
pregona una llovizna. Una tardía
rosa
en el rosal se mece y una hormiga afanosa
regresa con la carga a su oscuro aposento.
El olmo de mi calle se ha puesto amarillento
y vuelve a desnudarse en la tarde ventosa;
en un rincón se ha muerto la bella
mariposa
y al amor de la lumbre se cuenta un viejo
cuento.
Regresan los pastores con sus grandes
rebaños;
de la bodega salen aromas de los mostos;
ocres, pardos, se han vuelto los recuerdos
de antaño;
bajan los aguaceros por senderos angostos
y Ceres se ha dormido igual que cada
año
y sueña dulcemente con lejanos
agostos.
Ha llegado el invierno, la nieve lo pregona;
blanco pañuelo cubre la cúspide
morada
de la lejana sierra. Se escucha la balada
que el hambriento rebaño triste
lamento entona.
Aves invernadoras sus nidos abandonan
y engrosan armoniosas la innúmera
bandada,
su flecha al sur apunta al fin de la
jornada;
y un gris a mi cabeza le pinta una corona.
A lo lejos se escucha que un tren silbando
viene,
yo estoy aquí esperando en un
banco sentado
de la cuarta estación. Dispuesto,
preparado,
ligero de equipaje ya nada me retiene,
ya nada obstaculiza mi último
viaje
en el último tren. Es todo mi
bagaje.
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Febrero 2001
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