Editorial | Panorama
Internacional Nº 6
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Luis H.
1917, sin ninguna duda, fue el año del siglo XX en el que sucedieron los acontecimientos revolucionarios más profundos y de mayores consecuencias, protagonizados por la clase obrera, sus organizaciones y sus partidos, particularmente los Soviét y el Partido Bolchevique.
1917, tenía como telón de fondo la Primera Guerra Mundial, consecuencia de las desgarradoras contradicciones del imperialismo y el capitalismo mundiales.
En un sólo año, primero en febrero, las masas obreras, campesinas y populares derrocaron el zarismo y llevaron a la práctica una revolución democrática, universalmente conocido como Revolución de Febrero. La paradoja de esta revolución es que el poder, finalmente, había quedado en manos de la burguesía liberal encabezada por el gobierno provisional de Kerenski.
El imperialismo, la burguesía y los terratenientes, en julio del mismo año intentaron aplastar a los obreros y los campesinos pobres que, no contentos con la caída del zarismo, habían proseguido con la revolución en búsqueda del poder para los soviets obreros y campesinos. Intentaron el golpe contrarrevolucionario de Kornilov. El primer intento, después de lo sucedido con la Comuna de París, de una contrarrevolución burguesa e imperialista . Las masas dirigidas por los Bolcheviques la derrotaron.
Finalmente, el Soviét de obreros, campesinos pobres y soldados, dirigidos por el Partido Bolchevique, a cuyo frente estaban Lenin y Trotski, el 7 de noviembre tomaron el poder y establecieron la primera Unión de Repúblicas Socialistas del Mundo, la URSS.
Como dijo Lenin de los protagonistas centrales, al cumplirse el primer año del triunfo, la fábrica los unió, la vida de la ciudad los esclareció, la lucha huelguística y las acciones revolucionarias los templaron. Y en relación a los caídos en las batallas: "Los mejores hijos de las masas trabajadoras entregaron la vida al iniciar una insurrección para liberar a los pueblos del imperialismo, para poner fin a las guerras entre las naciones, para derrocar la dominación del capital y lograr el socialismo... honremos la memoria de los combatientes de Octubre jurando ...que seguiremos sus pasos e imitaremos su valor, su heroísmo. ¡Que su divisa se convierta en nuestra divisa, en la divisa de los obreros insurrectos del mundo: "¡victoria o muerte!" Con esta divisa los combatientes de la revolución socialista mundial del proletariado serán invencibles".
Los militantes del socialismo revolucionario, del Centro Internacional del Trotskismo Ortodoxo (CITO), defendemos incondicionalmente todos los actos revolucionarios realizados por el proletariado, los campesinos pobres, los soviets y el Partido Bolchevique a lo largo de 1917 y hasta 1924.
A partir de 1924 la contrarrevolución stalinista, internamente , eliminó de raíz la democracia obrera y el internacionalismo proletario, asesinó a los mejores dirigentes y activistas del bolchevismo e impuso un régimen burocrático y totalitario, pero se vio obligado a mantener la economía nacionalizada y algunas conquistas sociales de las masas, y externamente , para complacer a los jefes del imperialismo mundial, disolvió la III Internacional.
El imperialismo mundial y la burguesía atacaron desde sus inicios la revolución socialista triunfante, aún más invadieron la URSS, y fueron derrotados. Las masas soviéticas y de Europa también derrotaron a Hitler. Pero la revolución y el proletariado mundial dominado por el stalinismo era un organismo en proceso de debilitamiento, que era casi segura su derrota si no lograba sacarse de encima el stalinismo, y darse una dirección revolucionaria, socialista e internacionalista. Así lo pronosticó, dramáticamente León Trotsky: "El stalinismo es el azote de la URSS, es la lepra del movimiento obrero internacional. En el dominio de las ideas no representa nada. Lo que hace es explotar el dinamismo de la más grande revolución social y la tradición de su heroísmo victorioso...Nadie -y no hago excepción de Hitler- a aplicado al socialismo golpe más mortal. Hitler ataca las organizaciones obreras desde el exterior. Stalin las ataca en el interior. Hitler destruye el marxismo. Stalin lo prostituye. No hay principio que permanezca Hasta los términos mismos de socialismo y comunismo han sido gravemente desvirtuados, comprometidos, ahora que la gendarmería moscovita, licenciada a sí misma de "comunista", tiene la audacia de llamar socialismo al régimen que impone y detenta. ¡Repugnante profanación! Los cuarteles de la GPU no son el ideal de la clase obrera militante. El socialismo significa régimen de perfecta transparencia, en el seno del cual los trabajadores administran por sí mismos sus intereses. El régimen stalinista se funda en el complot de los gobernantes sobre los gobernados... Stalin desaparecerá de la escena bajo el peso de sus crímenes como sepulturero de la revolución, como la más siniestra figura de la Historia"[1]
Con la desintegración de la URSS ha quedado al descubierto la bancarrota del stalinismo a nivel mundial y su incapacidad absoluta de cualquier autocrítica. Como su héroe de ayer-el padrecito Stalin ha desaparecido de la escena histórica y política hoy tratan de sobrevivir explotando, no ya el dinamismo sino la simple memoria del guerrillerismo latinoamericano y la figura del Ché Guevara.
Athos Fava, viejo dirigente del Partido Comunista Argentino y del stalinismo en América Latina, estuvo recientemente en Colombia. Voz, el semanario del PC de Colombia, publicó una extensa entrevista con el mismo.
"Recientemente hubo una reunión, en el mes de enero, en la Habana, con presencia de varios partidos políticos, entre ellos el PC argentino, donde se planificaron todas las iniciativas para la conmemoración del año del Che... En la reunión de la Habana se coordinó con los cubanos y los bolivianos de que los festejos no se superpongan. Tanto así, que el PC cubano, que pensaba hacer su congreso los días 8, 9 y 10 de octubre, poniendo su acento en la conmemoración del Che, lo pospuso para fines de octubre. Y le 27 y 28 de septiembre organizará los homenajes al Che en la Isla". Luego, ante la pregunta ¿Qué hay de vigente en el pensamiento político y económico del Che?, respondió: " Yo creo que el aporte fundamental del Che es su entrega total; no sólo su humanismo, es su pasión por los pueblos"[2]. A Fava se le "olvidó" lo que se le tenía que olvidar del Che, su legendaria consigna: "revolución socialista o caricatura de revolución". Y se le olvidó porque los PCs están interesados en explotar a su favor la memoria del Che como un luchador humanitario, no el Che combatiente y convencido de la revolución socialista, así sus métodos querrileristas fueran totalmente equivocados.
Hoy, como ayer, nuestra programa y nuestros héroes no coinciden con los del stalinismo. Si alguien nos pregunta cuál es nuestro programa revolucionario y lo queremos hacer hoy en América Latina, en Europa y en todo el mundo capitalista, la respuesta es muy sencilla: lo mismo que hicieron los obreros en Rusia en 1917. Nuestros héroes sin ninguna duda son los que Lenin nos recordó: la clase obrera y sus mejores miembros que entregaron su vida para que triunfara la primera y más grande revolución socialista del Siglo XX.
Para los socialistas revolucionarios, los trotskistas, en 1997 se cumple el 80 aniversario de la gran revolución obrera de éste Siglo. Dedicaremos un importante espacio a explicar y discutir los tres grandes acontecimientos: la revolución de febrero, la contrarrevolución imperialista y la revolución socialista de octubre. Relacionándolos, desde luego, con la situación que hoy viven la clase obrera y las masas pobres del mundo y que pone al orden del día la alternativa de hierro por Rosa Luxemburgo y León Trotsky: socialismo con democracia obrera o barbarie capitalista.
Presentación y selección de textos Patricio Vallejo
AUN en los dos primeros meses del año 1917 reinaba en Rusia la dinastía de los Romanov y ocho meses después estaban en el poder los bolcheviques, un partido ignorado a principios de año. Este proceso comenzó con la Revolución de Febrero: una revolución obrera insurreccional. A 80 años de esta reproducimos una selección de textos que recogen sus lecciones aún presentes.
A pesar de que los escribas a sueldo del imperialismo sigan cacareando el "fin de la historia" -como fin de la lucha de clases y triunfo absoluto de la democracia imperial-, las insurrecciones se siguen produciendo motorizadas por la lucha de clases y no por enfrentamientos religiosos como se ha puesto de moda teorizar ahora. Las revoluciones surgen cuando sus profundas necesidades objetivas se tornan para el movimiento de masas en una situación intolerable como ha ocurrido en toda la historia de la humanidad, como ocurre ahora con las recientes insurrecciones de Ecuador y Albania y como seguirá ocurriendo, desmintiendo así, por la vía de los hechos la ideología que siembran los escribas imperiales. El capitalismo lejos de dar solución a las necesidades básicas nos hunde cada vez más en la miseria y crea las condiciones para producir insurrecciones peleando por "Pan" y "Paz". Las masas salen a la lucha por sus necesidades inmediatas y en determinadas condiciones se elevan al objetivo político para obtenerlas: el "Abajo el zar" de febrero de 1917 se convierte hoy en el "Fuera Bucaram" en Ecuador y en el "Abajo Berisha" en Albania. Más allá de que estas insurrecciones se conviertan o no en revoluciones, o logren hacerse permanentes, se siguen produciendo, reafirmando una y otra vez la vigencia del marxismo.
En este número de Panorama Internacional, como primera parte centramos en la gran revolución de Febrero. El primer texto es un apasionante relato, encarnado en los protagonistas obreros de la barriada obrera de Viborg, cuna de la revolución. A través de su magistral pluma, Trotsky va relatando día a día las cinco jornadas que terminan el 27 de febrero con la abdicación del zar y el surgimiento de un doble poder. Nos detenemos después en las respuestas de Trotsky a los dos grandes interrogantes de ésta revolución, que hacen a sus características esenciales: quién dirigió la revolución y cómo a pesar de ser una insurrección obrera y popular, contra todas las clases dominantes, la burguesía se queda con el gobierno, en lo que él llama la paradoja de la revolución de febrero. Presentamos luego la propuesta política de Lenin al llegar del exilio para el avance de la revolución, con el documento que se conoce como las Tesis de Abril y una cita polémica sobre sus características. Finalmente reproducimos de Nahuel Moreno una síntesis conceptual de sus características.
En esta primera parte seleccionamos los textos por la visión que de ellos tuvieron sus principales protagonistas.Salvo la síntesis conceptual, no hemos querido incluir aquí las diferentes teorizaciones a que dio lugar, como las de Nahuel Moreno, reservándolas para una próxima entrega.
(selección de los capítulos VII, VIII y XI)
El 23 de febrero[3] era el Día Internacional de la Mujer[4]. Los elementos socialdemócratas se proponían festejarlo en la forma tradicional: con asambleas, discursos, manifiestos, etc. A nadie se le pasó por las mentes que el Día de la Mujer pudiera convertirse en el primer día de la revolución. Ninguna organización hizo un llamamiento a la huelga para ese día.
La organización bolchevique más combativa de todas, el Comité de la barriada obrera de Viborg, aconsejó que no se fuese a la huelga. Las masas -como atestigua Kajurov, uno de los militantes obreros de la barriada- estaban excitadísimas: cada movimiento de huelga amenazaba convertirse en choque abierto. Y como el Comité entendiese que no había llegado todavía el momento de la acción, toda vez que el partido no era aún suficientemente fuerte ni estaba asegurado tampoco en las proporciones debidas el contacto de los obreros con los soldados, decidió no aconsejar la huelga, sino prepararse para la acción revolucionaria en un vago futuro. Tal era la posición del Comité, al parecer unánimemente aceptada, en vísperas del 23 de febrero. Al día siguiente, haciendo caso omiso de sus instrucciones, se declararon en huelga las obreras de algunas fábricas textiles y enviaron delegadas a los metalúrgicos pidiéndoles que secundaran el movimiento. "Los bolcheviques -dice Kajurov- fueron a la huelga a regañadientes, secundados por los obreros mencheviques y socialrevolucionarios. Ante una huelga de masas no había más remedio que echar a la gente a la calle y ponerse al frente del movimiento". Tal fue la decisión de Kajurov, que el Comité de Viborg hubo de aceptar. "La idea de la acción había madurado ya en las mentes obreras desde hacía tiempo, aunque en aquel momento nadie suponía el giro que había de tomar." Retengamos esta declaración de uno de los actores de los acontecimientos, muy importante para comprender la mecánica de su desarrollo.
Dábase por sentado, desde luego, que, en caso de manifestaciones obreras, los soldados serían sacados de los cuarteles contra los trabajadores. ¿A dónde se hubiera ido a parar con esto? Estábamos en tiempo de guerra y las autoridades no se mostraban propicias a gastar bromas. Pero, por otra parte, el "reservista" de los tiempos de guerra no era precisamente el soldado sumiso del ejército regular. ¿Era más o menos peligroso? Entre los elementos revolucionarios se discutía muchísimo este tema, pero más bien de un modo abstracto, pues nadie, absolutamente nadie, como podemos afirmar categóricamente, basándonos en todos los datos que poseemos, pensaba en aquel entonces que el día 23 de febrero señalaría el principio de la ofensiva declarada contra el absolutismo. Tratábase -en la mente de los organizadores- de simples manifestaciones con perspectivas vagas, pero en todo caso sin gran trascendencia.
Es evidente, pues, que la Revolución de Febrero empezó desde abajo, venciendo la resistencia de las propias organizaciones revolucionarias; con la particularidad de que esta iniciativa espontánea corrió a cargo de la parte más oprimida y cohibida del proletariado: las obreras del ramo textil, entre las cuales hay que suponer que habría no pocas mujeres casadas con soldados. Las colas estacionadas a la puerta de las panaderías, cada vez mayores, se encargaron de dar el último empujón. El día 23 se declararon en huelga cerca de 90.000 obreras y obreros. Su espíritu combativo se exteriorizaba en manifestaciones, mítines y encuentros con la policía. El movimiento se inició en la barriada fabril de Viborg, desde donde se propagó a los barrios de Petersburgo. Según los informes de la policía, en las otras partes de la ciudad no hubo huelgas ni manifestaciones. Este día fueron llamadas en ayuda de la policía destacamentos de tropa poco numerosos al parecer, pero sin que se produjesen choques entre ellos y los huelguistas. Manifestaciones de mujeres en que figuraban solamente obreras se dirigían en masa a la Duma municipal pidiendo pan. Era como pedir peras al olmo. Salieron a relucir en distintas partes de la ciudad banderas rojas, cuyas leyendas testimoniaban que los trabajadores querían pan, pero no querían, en cambio, la autocracia ni la guerra. El Día de la Mujer transcurrió con éxito, con entusiasmo y sin víctimas. Pero ya había anochecido y nadie barruntaba aún lo que este día fenecido llevaba en su entraña.
Al día siguiente, el movimiento huelguístico, lejos de decaer, cobra mayor incremento: el 24 de febrero realizan huelga cerca de la mitad de los obreros industriales de Petrogrado. Los trabajadores se presentan por la mañana en las fábricas, pero se niegan a entrar al trabajo, organizan mítines y a la salida se dirigen en manifestación al centro de la ciudad. Nuevas barriadas y nuevos grupos de la población se adhieren al movimiento. El grito de "¡Pan!" desaparece, o es arrollado por los de "¡Abajo la autocracia!" y "¡Abajo la guerra!".
La perspectiva Nevski contempla un continuo desfilar de manifestaciones: son masas compactas de obreros cantando himnos revolucionarios; luego, una muchedumbre urbana abigarrada, entre la que se destacan las gorras azules de los estudiantes. "El público nos acogía con simpatía. y desde algunos lazaretos los soldados nos saludaban agitando lo que tenían a mano." ¿Eran muchos los que se daban cuenta de lo que significaban aquellas pruebas de simpatía de los soldados enfermos por los manifestantes obreros? Cierto es que los cosacos no cesaban de cargar constantemente, aunque sin gran dureza, contra la multitud; sus caballos estaban jadeantes. Los manifestantes se dispersaban y volvían a reunirse. La multitud no sentía miedo. "Los cosacos prometen no disparar." La frase corría de boca en boca. Por lo visto, los obreros habían parlamentado con algunos cosacos. Poco después aparecieron, medio borrachos, los dragones y se lanzaron sobre la multitud golpeando las cabezas con las lanzas. Pero los manifestantes no se disolvieron. "No dispararán." En efecto, no dispararon.
Durante todo el día la muchedumbre se volcaba de unos barrios en otros. Veíase dispersada por la policía, contenida y rechazada por las fuerzas de Caballería y algunos destacamentos de Infantería. Con el grito de "¡Abajo la policía!" alternaban cada vez con más frecuencia las honras a los cosacos. Era un detalle significativo. La multitud exteriorizaba un odio furioso contra la policía. La policía montada era acogida con silbidos, piedras, pedazos de hierro. Muy distinta era la actitud de los obreros respecto de los soldados. En los alrededores de los cuarteles, cerca de los centinelas y las patrullas, veíanse grupos de obreros y obreras que charlaban amistosamente con ellos. Era una nueva etapa que tomaban las huelgas en su desarrollo y un fruto del hecho de poner frente a frente al ejército y a las masas obreras. Esta etapa, inevitable en toda revolución, parece siempre nueva, y la verdad es que cada vez se plantea de un modo distinto. Los que han leído y escrito sobre ella no la reconocen.
Después de la reunión mañanera, los obreros de la fábrica Erickson, una de las más avanzadas de la barriada de Viborg, se dirigieron en masa, con un contingente de unos 2.500 hombres, a la avenida de Sampsonievski, y en una calle estrecha tropezaron con los cosacos. Los primeros que hendieron en la multitud, abriéndose paso con el pecho de los caballos, fueron los oficiales. Tras ellos venían los cosacos galopando a toda la anchura de la avenida. ¡Momento decisivo! Pero los jinetes se deslizaron cautamente como una larga cinta por la brecha abierta por los oficiales. "Algunos -recuerda Kajurov- se sonreían, y uno de ellos guiñó el ojo maliciosamente a los obreros." Aquella guiñada del cosaco tenía su porqué. Los obreros recibieron valientemente, aunque sin hostilidad, a los cosacos, y les contagiaron un poco de su valentía. Pese a las nuevas tentativas de los oficiales, los cosacos, sin infringir abiertamente la disciplina, no disolvieron por la fuerza a la multitud y, renunciando a dispersar a los obreros, apostaron a los jinetes a lo ancho de la calle para impedir que los manifestantes pasaran al centro. Pero tampoco esto sirvió de nada. Los cosacos montaban la guardia en sus puestos con todas las de la ley, pero no impedían que los obreros se deslizaran por entre los caballos. La revolución no escoge arbitrariamente sus caminos. Daba sus primeros pasos hacia la victoria bajo los vientres de los caballos de los cosacos. ¡Interesante episodio! ¡Y notable ojo el del narrador, a quien todas las incidencias de ese proceso se le quedaron grabadas en la memoria! Y, sin embargo, no tiene nada de sorprendente. El narrador era un caudillo al que seguían más de dos mil hombres: el ojo del comandante, atento a las balas o al látigo del enemigo, es siempre avizor. El cambio esperado en el ejército puede observarse, sobre todo, en los cosacos, instrumento inveterado de represión. No quiere ello decir que los cosacos fuera más revolucionarios que los demás. Todo lo contrario: en estos terratenientes acomodados, celosos de sus privilegios de cosacos, que despreciaban a los sencillos campesinos y recelaban de los obreros, anidaban muchos elementos de conservadurismo. Precisamente por esto los cambios provocados por la guerra cobran en ellos más relieve. Además, el zarismo echaba mano de ellos para todo, los mandaba a todas partes, los colocaba frente al pueblo, ponía sus nervios a prueba. Estaban ya hartos de todo esto; no pensaban ya más que en volver a sus casas, y guiñaban el ojo a los huelguistas como diciendo: "¡Andad, haced lo que queráis; allá vosotros; nosotros no nos meteremos en nada!" Sin embargo, todo esto no pasaba de ser síntomas, significativos, pero síntomas nada más. El ejército seguía siendo ejército, una masa de hombres atados por la disciplina y cuyos hilos principales estaban en manos de la monarquía. Las masas obreras no tenían armas. Sus dirigentes no pensaban siquiera en el desenlace decisivo.
El 25 la huelga cobró aún más incremento. Según los datos del gobierno, este día tomaron parte en ella 240.000 obreros. Los elementos más atrasados forman detrás de la vanguardia; ya secundan la huelga un número considerable de pequeñas empresas; se paran los tranvías, cierran los establecimientos comerciales. En el transcurso de este día se adhieren a la huelga los estudiantes universitarios. A mediodía afluyen a la catedral de Kazán y a las calles adyacentes millares de personas. Intentan organizarse mítines en las calles, se producen choques armados con la policía. Desde el monumento de Alejandro III dirigen la palabra al público los oradores. La policía montada abre el fuego. Un orador cae herido. Como consecuencia de los disparos que parten de la multitud, resulta muerto un comisario de la policía y heridos el jefe superior y algunos agentes. De la muchedumbre arrojan a los gendarmes botellas, petardos y granadas de mano. La guerra había enseñado el arte de construirlas. Los soldados adoptan una actitud pasiva y a veces hostil a la policía; por entre la multitud corre con emoción la noticia de que cuando los policías empezaban a disparar cerca de la estatua de Alejandro III, los cosacos dispararon contra los "faraones montados" -así llamaba el pueblo a los guardias-, viéndose éstos obligados a retirarse. Por lo visto, no se trataba de una leyenda echada a rodar para infundir ánimos, porque la noticia se confirma, aunque en versiones diversas, por diferentes conductos.
El obrero bolchevique Kajurov, uno de los auténticos caudillos de estas jornadas, cuenta que en uno de los puntos de la ciudad, cuando los manifestantes, corridos a latigazos por la policía montada, se dispersaban pasando por junto a un destacamento de cosacos, Kajurov, seguido de algunos obreros que no habían imitado a los fugitivos, se acercaron a los cosacos y, quitándose las gorras, les dijeron: "Hermanos cosacos: Ayudad a los obreros en la lucha por sus demandas pacíficas; ya veis cómo nos tratan los "faraones" a nosotros, los obreros hambrientos". "¡Ayudadnos!" Aquel tono conscientemente humilde, aquellas gorras en las manos, ¡qué cálculo sicológico más sutil, qué inimitable gesto! Toda la historia de las luchas en las calles y de las victorias revolucionarias está llena de semejantes improvisaciones. Pero estos episodios desaparecen sin dejar huella en el torbellino de los grandes acontecimientos. Y a los historiadores no les quedan más que las cáscaras de los lugares comunes. "Los cosacos -prosigue Kajurov- se miraron unos a otros de un modo extraño, y apenas habíamos tenido tiempo de retirarnos cuando se lanzaron a la pelea." Minutos después, la multitud jubilosa alzaba en hombros, cerca de la estación, al cosaco que delante de sus ojos había derribado de un sablazo a un agente de policía. La policía no tardó en desaparecer completamente del mapa; es decir, se ocultó y empezó a maniobrar por debajo de cuerda. Vienen los soldados a ocupar su puesto, fusil al brazo. Los obreros les interrogan, inquietos: "¿Es posible, compañeros, que vengáis en ayuda de los gendarmes?" Como contestación, un grosero "¡Sigue tu camino!" Una nueva tentativa de aproximación termina del mismo modo. Los soldados están sombríos; un gusano les roe por dentro y se irritan cuando la pregunta da en el clavo de sus propias inquietudes.
Entretanto, el desarme de los "faraones" se convierte en la divisa general. Los gendarmes son el enemigo cruel, irreconciliable, odiado. No hay ni que pensar en ganarlos para la causa. No hay más remedio que azotarlos o matarlos. El ejército ya es otra cosa. La multitud rehuye con todas sus fuerzas los choques hostiles con ellos, busca el modo de ganarlo, de persuadirlo, de fundirlo con el pueblo. A pesar de los rumores favorables, acaso un poco exagerados, relativos a la conducta de los cosacos, la multitud sigue guardando una actitud circunspecta ante la Caballería. El soldado de Caballería se eleva por encima de la multitud, y su espíritu se halla separado del huelguista por las cuatro patas de la bestia. Una figura a la que hay que mirar de abajo arriba se representa siempre más amenazadora y terrible. La Infantería está allí mismo, al lado, en el arroyo, más cercana y accesible. La masa se esfuerza en aproximarse a ella, en mirarle a los ojos, en envolverla con su aliento inflamado. La mujer obrera representa un gran papel en el acercamiento entre los obreros y los soldados. Más audazmente que el hombre, penetra en las filas de los soldados, toma con sus manos los fusiles, implora, casi ordena: "Desviad las bayonetas y venid con nosotros." Los soldados se conmueven, se avergüenzan, se miran inquietos, vacilan; uno de ellos se decide: las bayonetas desaparecen, las filas se abren, estremece el aire un hurra entusiasta y agradecido; los soldados se ven rodeados de gente que discute, increpa, incita: la revolución ha dado otro paso hacia adelante.
Intentemos representarnos con más claridad la lógica interna del movimiento. El 23 de febrero se inicia, bajo la bandera del "Día de la Mujer", la insurrección de las masas obreras de Petrogrado, latente desde hacía mucho tiempo, y desde hacía mucho tiempo también contenida. El primer peldaño de la insurrección es la huelga. A lo largo de tres días, ésta va ganando terreno y se convierte de hecho en general. No hacía falta más para infundir confianza a las masas e impulsarías a seguir. La huelga, que va tomando cada vez más decididamente carácter ofensivo, se combina con manifestaciones callejeras, que ponen en contacto a la masa revolucionaria con las tropas. Esto impulsa al objetivo del movimiento, en su conjunto, hacia un plano más elevado, donde el pleito se dirime por la fuerza de las armas. Los primeros días se señalan por una serie de éxitos parciales, aunque de carácter más sintomático que efectivo.
Un alzamiento revolucionario que dure varios día sólo se puede imponer y triunfar con tal de elevarse progresivamente de peldaño en peldaño, registrando todos los días nuevos éxitos. Una tregua en el desarrollo de los éxitos es peligrosa. Si el movimiento se detiene y patina, puede ser el fracaso. Pero tampoco éxitos de por sí bastan; es menester que la masa se entere de ellos a su debido tiempo y aprecie antes de que sea tarde su importancia para no dejar pasar de largo el triunfo en momentos en que le bastaría alargar la mano para cogerlo. En la historia se han dado casos de éstos.
Durante los tres primeros días, la lucha fue exacerbándose constantemente. Pero esto hizo precisamente que las cosas alcanzasen un nivel en que los éxitos sintomáticos ya no bastaban. Toda la masa activa se había echado a la calle. Con la policía liquidó eficazmente y sin grandes dificultades. En los últimos días hubieron de intervenir ya las tropas; en el segundo día fue sólo la Caballería; al tercero, la Infantería también. Las tropas dispersaban a la gente o la contenían, manifestando a veces una condescendencia evidente y sin recurrir nunca a las armas de fuego. En las alturas no se apresuraban a modificar el plan represivo, en parte porque no daban a los acontecimientos toda la importancia que tenían -el error de visión de la reacción completaba simétricamente a los caudillos revolucionarios-, y en parte porque no estaban seguros de las tropas. Al tercer día, constreñido por la fuerza de las cosas y por la orden telegráfica del zar, el gobierno no tiene más remedio, quiéralo o no, que echar mano de las tropas ya de una manera decidida. Los obreros lo comprendían así, sobre todo los elementos más avanzados, tanto más cuanto que la víspera, los dragones habían disparado sobre las masas. Ahora la cuestión se plantea en toda su magnitud ante ambas partes.
En la noche del 25 de febrero fueron detenidas, en distintas partes de la ciudad, cerca de cien personas pertenecientes a las organizaciones revolucionarias entre ellas cinco miembros del Comité bolchevique de Petrogrado. Esto da a entender que el gobierno pasaba a la ofensiva. ¿Qué sucederá hoy? ¿Con qué temple se despertarán los obreros después de las descargas de ayer? Y, sobre todo ¿cuál será la actitud de las tropas? El 26 de febrero amanece entre nieblas de incertidumbre y de inquietud.
Detenido el comité local, la dirección de todo el trabajo en la capital pasa a manos de la barriada de Viborg. Tal vez sea mejor así. La alta dirección del partido se retrasa, desesperadamente. Hasta el día 25 por la mañana, la oficina del Comité central de los bolcheviques no se decidió a lanzar una hoja llamando a la huelga general en todo el país. En el momento de salir a la calle este manifiesto, si es que efectivamente salió, la huelga general de Petrogrado se apoyaba ya totalmente en el alzamiento armado. Los dirigentes observan desde lo alto, vacilan y se quedan atrás, es decir, no dirigen, sino que van a rastras del movimiento.
Cuanto más nos acercamos a las fábricas, mayor es la decisión. Sin embargo, hoy, día 26, también en los barrios obreros reina la inquietud. Hambrientos, cansados, ateridos de frío, con una inmensa responsabilidad histórica sobre sus hombros, los militantes del barrio de Viborg se reúnen en las afueras para cambiar impresiones acerca de la jornada y señalar de común acuerdo la ruta que se ha de sentir. Pero, ¿qué hacer? ¿Organizar una nueva manifestación? ¿Qué resultado puede dar una manifestación sin armas, si el gobierno ha decidido jugarse el todo por el todo? Esta pregunta tortura las conciencias. "Todo parecía indicar como la única conclusión posible que la insurrección se estaba liquidando." Es la conocida voz de Kajurov la que nos habla, y al principio nos resistimos a creer que esta voz sea la suya. Tan bajo descendía el barómetro momentos antes de la tormenta.
La presión de los obreros sobre las tropas se intensifica conforme aumenta la presión sobre ella por las autoridades. La guarnición de Petrogrado se ve decididamente arrastrada por los acontecimientos. La fase de expectativa, que se mantuvo casi tres días y durante la cual el principal contingente de la guarnición pudo conservar una actitud de amistosa neutralidad ante los revolucionarios, tocaba a su fin: "Dispara sobre el enemigo!", ordena la monarquía. "¡No dispares contra tus hermanos y hermanas!", gritan los obreros y las obreras. Y no sólo esto, sino: "¡Unete a nosotros!" En las calles y en las plazas, en los puentes y en las puertas de los cuarteles, se desarrollaba una pugna ininterrumpida, a veces dramática y a veces imperceptible, pero siempre desesperada, en torno al alma del soldado. En esta pugna, en estos agudos contactos entre los obreros y obreras y los soldados, bajo el crepitar ininterrumpido de los fusiles y de las ametralladoras, se decidía el destino del poder, de la guerra y del país.
El ametrallamiento de los manifestantes acentúa la sensación de inseguridad en las filas de los dirigentes. Las proporciones que toma el movimiento empiezan a parecer peligrosas. En la reunión celebrada por el Comité de Viborg el día 26 por la tarde, es decir, doce horas antes de decidirse el triunfo, llegó a hablarse de si no había llegado el momento de aconsejar que se pusiese fin a la huelga. Esto podrá parecer sorprendente. Pero no tiene nada de particular, pues en estos casos es mucho más fácil reconocer la victoria al día siguiente que la víspera.
Entre los obreros de filas hay menos vacilaciones. El agente de la Ojrana, Churkanov, que estaba bien informado, y que desempeñó un gran papel en la organización bolchevique, se expresa en los términos siguientes, en los informes que cursa a sus jefes, hablando del estado de ánimo de los obreros: "Como quiera que las tropas no oponían obstáculo alguno a la multitud y en algunos casos hasta intervenían para malograr las iniciativas de la policía, las masas se han convencido de su impunidad, y ahora, cuando, después de haber circulado sin obstáculos por las calles, los elementos revolucionarios han lanzado los gritos de "¡Abajo la guerra!" y "¡Abajo la autocracia!", el pueblo tiene la certeza de que ha empezado la revolución, de que el triunfo de las masas está asegurado, de que la autoridad es impotente para aplastar el movimiento, puesto que las tropas están a su lado; de que el triunfo decisivo está próximo, ya que aquéllas se pondrán abiertamente, de un momento a otro, al lado de las fuerzas revolucionarias: de que el movimiento iniciado no irá a menos, sino que, lejos de eso, crecerá ininterrumpidamente, hasta lograr el triunfo completo e imponer el cambio de régimen." Este resumen es notable por su concisión y elocuencia. El informe representa de por sí un documento histórico de gran valor, lo cual no obsta, naturalmente, para que los obreros triunfantes fusilen a su autor en cuanto lo agarran.
Los confidentes, cuyo número era enorme, sobre todo en Petrogrado, eran los que más temían el triunfo de la revolución. Estos elementos mantienen su política propia: en las reuniones bolcheviques, Churkanov sostiene la necesidad de emprender las acciones más radicales; en sus informes a la Ojrana, aconseja el empleo decidido de las armas. Es posible que Churkanov, persiguiendo este objetivo, tendiera incluso a exagerar la confianza de los obreros en el triunfo. Pero en lo esencial sus informes reflejaban la verdad, y pronto los acontecimientos vinieron a confirmar su apreciación.
Los dirigentes de ambos campos vacilaban y conjeturaban, pues nadie podía medir a priori la proporción de fuerzas. Los signos exteriores perdieron definitivamente su valor de criterios de medida: no hay que olvidar que uno de los rasgos principales de toda crisis revolucionaria consiste precisamente en la aguda contradicción entre la nueva conciencia y los viejos moldes de las relaciones sociales. La nueva correlación de fuerzas anidaba misteriosamente en la conciencia de los obreros y soldados. Pero precisamente el tránsito del gobierno a la ofensiva contra las masas revolucionarias hizo que la nueva correlación de fuerzas pasara de su estado potencial a un estado real.
Por la mañana del día siguiente los obreros afluyen nuevamente a las fábricas y, en asambleas generales, deciden proseguir la lucha. Se siguen destacando por su decisión, como siempre, los trabajadores de Viborg. También en los demás barrios transcurren en medio del mayor entusiasmo los mitines matinales.
¡Proseguir la lucha! Pero, ¿qué significa esto, hoy? La huelga general ha derivado en manifestaciones revolucionarias de masas inmensas, y las manifestaciones se han traducido en choques con las tropas. Seguir la lucha hoy equivale a proclamar el alzamiento armado. Pero este llamamiento no lo ha lanzado nadie, no ha sido puesto a la orden del día por el partido revolucionario: es una consecuencia inexorable de los propios acontecimientos.
El arte de conducir revolucionariamente a las masas en los momentos críticos consiste, en nueve décimas partes, en saber pulsar el estado de ánimo de las propias masas, y así como Kajurov observaba las guiñadas de los cosacos, la gran fuerza de Lenin consistía en su inseparable capacidad para tomar el pulso a la masa y saber cómo sentía. Pero Lenin no estaba aún en Petrogrado. Los estados mayores "socialistas" públicos y semipúblicos, los Kerenski, los Cheidse, los Skobelev y cuantos los rodeaban, preferían hacer amonestaciones de toda índole y resistir al movimiento. El estado mayor central bolchevique, compuesto por Schliapnikov, Zalutski y Mólotov, reveló en aquellos días una impotencia y una falta de iniciativa asombrosas. De hecho, las barriadas obreras y los cuarteles estaban abandonados a sí mismos. Hasta el día 26 no apareció el primer manifiesto a los soldados, lanzado por una de las organizaciones socialdemócratas, afín a los bolcheviques. Este manifiesto, que tenía un carácter muy indeciso y ni siquiera hacia un llamamiento a los soldados para que se pusieran al lado del pueblo, empezó a repartirse por todos los barrios el día 27 por la mañana. "Sin embargo -atestigua Fureniev, uno de los directivos de la organización-, los acontecimientos revolucionarios se desarrollaban con tal rapidez, que nuestras consignas llegaban ya con retraso. En el momento en que las hojas llegaban a manos de los soldados, éstos entraban ya en acción."
Por lo que al centro bolchevique se refiere, conviene advertir que, hasta el día 27 por la mañana, Schliapnikov no se decidió a escribir, a instancias de Chugurin, uno de los mejores caudillos obreros de las jornadas de febrero, un manifiesto dirigido a los soldados. ¿Fue impreso ese manifiesto? En todo caso, vería la luz cuando su eficacia era ya nula. En modo alguno pudo tener influencia sobre los sucesos del día 27. No hay más remedio que dejar sentado que, por regla general, en aquellos días los dirigentes, cuanto más altos estaban, más a la zaga de las cosas iban.
Y, sin embargo, el alzamiento, a quien nadie llamaba por su nombre, estaba a la orden del día. Los obreros tenían concentrados todos sus pensamientos en las tropas. ¿Será posible que no logremos moverlas? Hoy, la agitación dispersa ya no basta. Los obreros de Viborg organizan un mitin en el cuartel del regimiento de Moscú. La empresa fracasa. A un oficial o a un sargento no le es difícil manejar una ametralladora. Un fuego graneado pone en fuga a los obreros. La misma tentativa se efectúa también sin éxito en el cuartel del regimiento de reserva. Entre los obreros y los soldados se interponen los oficiales apuntando con la ametralladora. Los caudillos obreros y los soldados exasperados, buscan armas, se las piden al partido; éste les contesta: las armas las tienen los soldados, id a buscarlas allí. Esto ya lo saben ellos. Pero, ¿cómo conseguirlas? ¿No se echará todo a perder? Así, la lucha iba llegando a su punto crítico. O la ametralladora barre la insurrección, o la insurrección se apodera de la ametralladora. En sus "Memorias", Schliapnikov, figura central en la organización bolchevique petersburguesa de aquel entonces, cuenta que cuando los obreros reclamaban armas, aunque no fuera más que revólveres, les contestaban con una negativa, mandándolos a los cuarteles. De este modo querían evitar choques sangrientos entre los obreros y los soldados, cifrando todas las esperanzas en la agitación, es decir, en la conquista de los soldados por la palabra y el ejemplo. No conocemos testimonios que confirmen o refuten esta declaración de uno de los caudillos preeminentes de aquellos días, y que más bien acredita miopía que clarividencia. Mucho más sencillo hubiera sido reconocer que los dirigentes no disponían de armas.
Es indudable que, al llegar a una determinada fase, el destino de toda revolución se resuelve por el cambio operado en la moral del ejército. Las masas populares inermes, o poco menos, no podrían arrancar el triunfo si hubiesen de luchar contra una fuerza militar numerosa, disciplinada, bien armada y diestramente dirigida. Pero toda profunda crisis nacional repercute, por fuerza, en grado mayor o menor, en el ejército; de este modo, a la par con las condiciones de una revolución realmente popular, se prepara asimismo la posibilidad -no la garantía, naturalmente- de su triunfo. Sin embargo, el ejército no se pasa nunca al lado de los revolucionarios por propio impulso, ni por obra de la agitación exclusivamente. El ejército es un conglomerado, y sus elementos antagónicos están atados por el terror de la disciplina. Aun en vísperas de la hora decisiva, los soldados revolucionarios ignoran la fuerza que representan y su posible influencia en la lucha. También son un conglomerado, naturalmente, las masas populares. Pero éstas tienen posibilidades incomparablemente mayores de someter a prueba la homogeneidad de sus filas en el proceso de preparación de la batalla decisiva. Las huelgas, los mitines, las manifestaciones, tienen tanto de actos de lucha como de medios para medir la intensidad de la misma. No toda la masa participa en el movimiento de huelga. No todos los huelguistas están dispuestos a dar la batalla. En los momentos más agudos, se echan a la calle los más decididos. Los vacilantes, los cansados, los conservadores, se quedan en casa. Aquí, la selección revolucionaria se efectúa orgánicamente, haciendo pasar a los hombres por el tamiz de los acontecimientos. En el ejército, las cosas no ocurren del mismo modo. Los soldados revolucionarios, los simpatizantes, los vacilantes, los hostiles, permanecen ligados por una disciplina impuesta, cuyos hilos se hallan concentrados, hasta el último momento, en manos de la oficialidad. En los cuarteles sigue pasándose revista diariamente a los soldados y se les cuenta, como siempre, por orden de filas "primera y segunda"; pero no, pues sería imposible, por orden de filas "revoltosas" y "adictas".
El fin que se proponía Schliapnikov: evitar los choques de los obreros con las tropas no dando armas a los revoltosos, era irrealizable. Antes de que se llegara a los choques con las tropas tuvieron lugar innumerables encuentros con los gendarmes. La lucha en las calles se inició con el desarme de los odiados "faraones", cuyos revólveres pasaban a las manos de los revolucionarios. En si mismo, el revólver es un arma débil, casi de juguete, contra los fusiles, las ametralladoras y los cañones del enemigo. Pero, ¿estaban éstos realmente en sus manos? Para comprobarlo, los obreros exigían armas. Es ésta una cuestión que se resuelve en el terreno psicológico. Pero tampoco en las insurrecciones los procesos psicológicos son fácilmente separables de los materiales. El camino que conduce al fusil del soldado pasa por el revólver arrebatado al "faraón".
En la reunión celebrada por la mañana en casa del incansable Kajurov, a la cual acudieron hasta cuarenta representantes de las fábricas, la mayoría se pronunció por llevar adelante el movimiento. La mayoría, pero no todos. Es una lástima que no se conserve testimonio de la proporción de votos. Pero no eran aquellos momentos de actas. Por lo demás, el acuerdo llegó con retraso: la Asamblea se vio interrumpida por la noticia fascinadora de la sublevación de los soldados y de que habían sido abiertas las puertas de las cárceles. "Churkanov besó a todos los presentes." Fue el beso de Judas, pero éste no precedía, por suerte, a una crucifixión.
Desde la mañana se fueron sublevando, uno tras otro, al ser sacados de los cuarteles, los batallones de reserva de la Guardia, continuando el movimiento que en la víspera había iniciado la cuarta compañía del regimiento de Pavlovski.
Los primeros que se sublevaron fueron los soldados del regimiento de Volinski. Ya a las siete de la mañana, el comandante del batallón llamó a Jabalov por teléfono, para comunicarle la terrible noticia: el destacamento de alumnos, esto es, las fuerzas que se creían más adictas y se destinaban a sofocar el movimiento se habían negado a salir; el jefe había sido muerto o se había suicidado ante los soldados, sin embargo, esta segunda versión fue abandonada en seguida. Quemando los puentes tras de sí, los soldados de Volinski se esforzaron en ampliar la base de la sublevación, que era lo único que podía salvarles. Con este fin se dirigieron a los cuarteles de los regimientos de Lituania y Preobrajenski, situados en las inmediaciones, "llevándose" a los soldados, del mismo modo que los huelguistas sacan a los obreros de las fábricas. Poco después, Jabalov recibió la noticia de que los soldados del regimiento de Volinski no sólo no entregaban los fusiles, como había ordenado el general, sino que, unidos a los soldados de los regimientos de Preobrajenski y de Lituania, y lo que era aún más terrible, "unidos a los obreros", habían destruido el cuartel de la división de gendarmes. Esto atestigua que la experiencia por que habían pasado el día antes los soldados del regimiento de Pavlovski no había sido estéril: los sublevados habían encontrado caudillos y, al mismo tiempo, un plan de acción.
En las primeras horas de la mañana del día 27, los obreros se imaginaban la consecución de los fines de la insurrección mucho más lejana de lo que estaba en realidad. Para decirlo más exactamente, sólo veían la consecución de estos fines como una remota perspectiva, cuando en sus nueve décimas partes se hallaban ya alcanzados. La presión revolucionaria de los obreros sobre los cuarteles coincidió con el movimiento revolucionario de los soldados en las calles. En el transcurso del día, estas dos poderosas avalanchas se unen formando un todo, para arrastrar, primero el tejado, después los muros y luego los cimientos del viejo edificio. Chugurin fue uno de los primeros que se presentó en el local de los bolcheviques con un fusil en la mano y la espalda cruzada por una cartuchera, sucio, pero radiante y triunfal. ¡La cosa no era para menos! ¡Los soldados se pasan a nuestro lado con las armas en la mano! En algunos sitios, los obreros han conseguido unirse a los soldados, penetrar en los cuarteles, obtener fusiles y cartuchos. Los obreros de Viborg, y con ellos la parte más decidida de los soldados, han esbozado el plan de acción: apoderarse de las comisarías de policía, en las cuales se han concentrado los gendarmes armados, desarmar a todos los jefes de policía; liberar a los obreros detenidos y a los presos políticos encerrados en las cárceles; destruir los destacamentos gubernamentales de la ciudad, unirse a los soldados que no se han sublevado aún y a los obreros de las demás barriadas.
El regimiento de Moscú se adhirió a la insurreción, no sin luchas intestinas. Es sorprendente que estas luchas fueran tan poco considerables en otros regimientos. Los elementos monárquicos, impotentes, quedaban separados de la masa, se escondían por los rincones o se apresuraban a cambiar de casaca. "A las dos de la tarde -recuerda el obrero Koroliev-, al salir el regimiento de Moscú, nos armamos... Tomamos cada uno un revólver y un fusil, nos unimos a un grupo de soldados que se nos acercó (algunos de ellos rogaron que los mandáramos y les indicáramos qué tenían que hacer), y nos dirigimos a la calle Tichvinskaya, para abrir el fuego contra la "comisaría de policía". Véase, pues, cómo los obreros indicaban a los soldados lo que tenían que hacer, sin un instante de vacilación.
En el transcurso del día 27 fueron puestos en libertad por la multitud, sin que hubiera ninguna víctima, los detenidos políticos de las numerosas cárceles de la capital, entre ellos el grupo patriótico del Comité industrial de guerra, detenido el 26 de enero, y los miembros del Comité petersburgués de los bolcheviques, encarcelados por Jabalov cuarenta horas antes. A las mismas puertas de la cárcel se dividen los caminos políticos: los patriotas mencheviques se dirigen hacia la Duma, donde se reparten los papeles y los cargos; los bolcheviques se van a las barriadas, al encuentro de los obreros y soldados, a fin de dar fin con ellos a la conquista de la capital. No se puede dejar respiro al enemigo. Las revoluciones exigen, más que ninguna otra cosa, remate y coronación.
No se puede precisar quién sugirió la idea de conducir al palacio de Táurida a los regimientos sublevados. Esta ruta política era una consecuencia lógica de la situación. Todos los elementos radicales no incorporados a las masas sentíanse, naturalmente, atraídos hacia este palacio, en que se concentraban todos los informes de la oposición. Es muy verosímil que precisamente estos elementos, que sintieron súbitamente el día 27 la afluencia de las fuerzas vitales, desempeñasen el papel de guías de la Guardia sublevada. Este papel era honroso y ya casi no ofrecía peligro alguno. El palacio de Potemkin, por su situación, era el más apropiado para servir de centro a la revolución. El jardín de Táurida sólo estaba separado por una calle de la población militar, en que se hallaban los cuarteles de la Guardia y una serie de instituciones militares. Durante muchos años, esta parte de la ciudad había sido considerada, tanto por el gobierno como por los revolucionarios, como el reducto militar de la monarquía. Y lo era efectivamente. Pero todo había cambiado. La sublevación militar surgió, precisamente, de este sector. Los sublevados no tenían más que atravesar la calle para llegar al jardín del palacio de Táurida, separado del Neva solamente por una manzana de casas. Del otro lado del Neva se extiende la barriada de Viborg, caldera de vapor de la revolución. Los obreros no tienen más que cruzar el puente de Alejandro, y si éste ha sido levantado, por el río helado, para ir a parar a los cuarteles de la Guardia o al palacio de Táurida. He aquí cómo este triángulo heterogéneo y contradictorio por su origen, situado en el noroeste de Petersburgo, la Guardia, el palacio de Potemkin y las fábricas gigantescas, se convierte en la plaza de armas de la revolución.
Seguía siendo un enigma la fortaleza de Pedro y Pablo, situada en el islote bañado por el Neva, frente al palacio de Invierno y los de los grandes duques. La guarnición se hallaba, o parecía hallarse, más protegida detrás de sus muros de las influencias del mundo circundante. En la fortaleza no había artillería permanente. a no ser el viejo cañón que anunciaba diariamente a los petersburgueses el medio día. Pero hoy se han colocado en los muros cañones de campaña enfilados sobre el puente. ¿Qué se prepara allí? En el estado mayor del palacio de Táurida, por la noche, la gente se quiebra la cabeza pensando qué hacer con Pedro y Pablo, y en la fortaleza se hallan torturados por la cuestión de saber lo que la revolución hará con ellos. Por la mañana se descifra el enigma: la fortaleza se rinde al palacio de Táurida "a condición de que se respete la seguridad personal de la oficialidad." Orientándose en la situación, lo cual no era muy difícil, los oficiales de la fortaleza se apresuran a prevenir la marcha inevitable de los acontecimientos.
El 27, por la tarde, afluyen al palacio de Táurida soldados, obreros. estudiantes, simples ciudadanos, todos los cuales confían hallar aquí a los que lo saben todo y recibir informaciones e instrucciones. De distintos puntos de la ciudad llegan al palacio verdaderas gavillas de armas, que son amontonadas en una de las habitaciones, convertida en arsenal. Por la noche, el estado mayor revolucionario emprende el trabajo, manda fuerzas para vigilar las estaciones y patrullas a todos aquellos sitios de que se puede temer algún peligro. Los soldados cumplen las órdenes del nuevo poder de buena gana y sin rechistar, aunque de un modo extraordinariamente desordenado. Lo único que exigen cada vez es la orden escrita: probablemente, la iniciativa parte de lo que queda de mando en los regimientos o de los escribientes militares. Pero tienen razón: es preciso introducir inmediatamente un orden en aquel caos. El estado mayor revolucionario, lo mismo que el soviet que acaba de surgir, no disponen aún de ningún sello. La revolución tiene que preocuparse de establecer un orden burocrático. Andando el tiempo, ha de hacerlo, ¡ay!, con exceso.
La revolución empieza la búsqueda de enemigos; por toda la ciudad se efectúan detenciones, "detenciones arbitrarias" dirán en tono de censura los liberales. Pero toda revolución es arbitraria. En el palacio de Táurida hay un desfilar constante de detenidos: el presidente del Consejo de Estado, ministros, guardias de Seguridad, agentes de la Ojrana, una marquesa "germanófila". Verdaderas nidadas de oficiales de gendarmería. Algunos altos funcionarios, tales como Protopopov, se presentan ellos mismos y se constituyen prisioneros: con ello, piensan salir ganando. Las paredes de la sala, que conservaban todavía el eco del absolutismo, no escuchan ahora más que suspiros y sollozos -relatará, más tarde, una marquesa puesta en libertad-.
La primera noche de la revolución victoriosa está llena de inquietudes. Los comisarios improvisados de las estaciones y de otros puntos, intelectuales en su mayoría, ligados con la revolución por sus relaciones personales -los suboficiales, sobre todo los de origen obrero, eran incomparablemente más útiles-, empiezan a ponerse nerviosos, acechan peligros por dondequiera, comunican su nerviosidad a los soldados y telefonean constantemente al palacio de Táurida exigiendo refuerzos. Allí también están agitados; telefonean, mandan refuerzos que casi nunca llegan a su destino. "Los que reciben órdenes -cuenta uno de los miembros del estado mayor nocturno-, no las cumplen; los que obran, lo hacen sin haber recibido orden alguna..."
También obran sin órdenes las barriadas proletarias. Los caudillos revolucionarios que habían sacado a los obreros de las fábricas, que se habían apoderado de las comisarías, que habían echado a los regimientos a la calle y destruido los refugios de la contrarrevolución, no se apresuran a ir al palacio de Táurida, al estado mayor, a los centros dirigentes; al reves, apuntan hacia aquel sitio con ironía e incredulidad: "Esos valientes se apresuran a repartirse la piel del oso que no han matado y que aún colea." Los obreros bolcheviques y los mejores elementos obreros de los demás partidos de izquierda se pasan el día en las calles y las noches en los estados mayores de barriada, mantienen el contacto con el cuartel, preparan el día de mañana. En la primera noche del triunfo prosiguen y desarrollan la labor realizada en el transcurso de las cinco jornadas. Son la columna vertebral de la revolución en sus comienzos.
Los abogados y los periodistas, las clases perjudicadas por la revolución, han gastado grandes cantidades de tinta en demostrar que el movimiento de Febrero, que se quiere hacer pasar por una revolución, no fue en rigor más qué un motín de mujeres, transformado después en motín militar. También Luis XVI se obstinaba en creer en su tiempo que la toma de la Bastilla no era más que un motín, hasta que las cosas se encargaron de demostrarle de un modo harto elocuente que se trataba de una revolución. Los que salen perdiendo con una revolución rara vez se inclinan a llamarla por su nombre, pues éste, a pesar de todos los esfuerzos de los reaccionarios enfurecidos, va asociado, en el recuerdo histórico de la Humanidad, a una aureola de emancipación de las viejas cadenas y prejuicios. Los privilegiados de todos los siglos y sus lacayos intentan, invariablemente, motejar de motín, sedición o revuelta de la chusma a la revolución que los derriba de sus puestos. Las clases caducas no se distinguen precisamente por su gran inventiva.
La Ojrana[5], al registrar los acontecimientos en los últimos días de febrero, consignaba asimismo que el movimiento era " espontáneo ", es decir, que no estaba dirigido sistemáticamente desde arriba. Pero añadía: " Sin embargo, los efectos de la propaganda se dejan sentir mucho entre el proletariado. " Este juicio da en el blanco; los profesionales de la lucha contra la revolución, antes de ocupar los calabozos que dejaban libres los revolucionarios, comprendieron mejor que los jefes del liberalismo el carácter del proceso que se estaba operando.
La leyenda de la espontaneidad no explica nada. Para apreciar debidamente la situación y decidir el momento oportuno para emprender el ataque contra el enemigo, era necesario que las masas, su sector dirigente, tuvieran sus postulados ante los acontecimientos históricos y su criterio para la valoración de los mismos. En otros términos, era necesario contar, no con una masa como otra cualquiera, sino con la masa de los obreros petersburgueses y de los obreros rusos en general, que habían pasado por la experiencia de la revolución de 1905, por la insurrección de Moscú del mes de diciembre del mismo año, que se estrelló contra el regimiento de Semenov, y era necesario que en el seno de esa masa hubiera obreros que hubiesen reflexionado sobre la experiencia de 1905, que supieran adoptar una actitud crítica ante las ilusiones constitucionalistas de los liberales y de los mencheviques, que asimilaran la perspectiva de la revolución, que hubieran meditado docenas de veces acerca de la cuestión del ejército, que observaran celosamente los cambios que se efectuaban en el mismo, que fueran capaces de sacar consecuencias revolucionarias de sus observaciones y de comunicarlas a los demás. Era necesario, en fin, que hubiera en la guarnición misma soldados avanzados ganados para la causa, o, al menos, interesados por la propaganda revolucionaria y trabajados por ella.
En cada fábrica, en cada taller, en cada compañía, en cada café, en el hospital militar, en el punto de etapa, incluso en la aldea desierta, el pensamiento revolucionario realizaba una labor callada y molecular. Por dondequiera surgían intérpretes de los acontecimientos, obreros precisamente, a los cuales podía preguntarse la verdad de lo sucedido y de quienes podían esperarse las consignas necesarias. Estos caudillos se hallaban muchas veces entregados a sus propias fuerzas, se orientaban mediante las generalizaciones revolucionarias que llegaban fragmentariamente hasta ellos por distintos conductos, sabían leer entre líneas en los periódicos liberales aquello que les hacía falta. Su instinto de clase se hallaba agudizado por el criterio político, y aunque no desarrollaran consecuentemente todas sus ideas, su pensamiento trabajaba invariablemente en una misma dirección. Estos elementos de experiencia, de crítica, de iniciativa, de abnegación, iban impregnando a las masas y constituían la mecánica interna, inaccesible a la mirada superficial, y sin embargo decisiva, del movimiento revolucionario como proceso consciente.
A la pregunta formulada más arriba: ¿Quién dirigió la insurrección de Febrero?, podemos, pues, contestar de un modo harto claro y definido: los obreros conscientes, templados y educados principalmente por el partido de Lenin. Y dicho esto, no tenemos más remedio que añadir: este caudillaje, que bastó para asegurar el triunfo de la insurrección, no bastó, en cambio, para poner inmediatamente la dirección del movimiento revolucionario en manos de la vanguardia proletaria.
El alzamiento triunfó. Pero ¿a quién entregó el poder arrebatado a la monarquía? Llegamos al problema central de la revolución de Febrero: ¿Cómo y por qué fue el poder a parar a manos de la burguesía liberal?
El poder estuvo en manos del Soviet desde el primer momento. Los que menos podían hacerse ilusiones sobre el particular eran los miembros de la Duma. El diputado octubrista Schildlovski, uno de los directores del bloque progresista recuerda: "El Soviet se apoderó de todas las oficinas de Correos y Telégrafos y de Radio, de todas las estaciones de ferrocarril, de todas las imprentas, de modo que, sin autorización, era imposible cursar un telegrama, salir de Petrogrado o escribir un manifiesto." A esta síntesis inequívoca del balance de fuerzas pos-revolucionarias conviene hacer, sin embargo, una aclaración: el hecho de que el Soviet se hubiera "apoderado" del telégrafo, de los ferrocarriles, de las imprentas, debe entenderse en el sentido de que los obreros y empleados de esas empresas no querían someterse más que al Soviet.
¿Cómo, a pesar de esta situación, los liberales se vieron en el poder? Veamos lo que dice la otra parte, la que cedió el poder: "El pueblo no se sentía atraído por la Duma -dice Sujánov, hablando de las jornadas de Febrero-, no se interesaba por ella y no pensaba en convertirla, ni política ni técnicamente, en el eje del movimiento". Esta confesión es tanto más peregrina cuanto que su autor ha de consagrar todos los esfuerzos, en las horas que siguen. a la 'entrega del poder al Comité de la Duma del Estado'. "Miliúkov sabía perfectamente -dice más adelante Sujánov, hablando de las negociaciones del 1 de marzo- que dependía por entero del Comité ejecutivo el que se cediera o no el poder a un gobierno de la burguesía." ¿Cabe expresarse de un modo más categórico? ¿Puede ser más clara la situación política? Y sin embargo. Sujánov, en flagrante contradicción con los hechos y consigo mismo, dice a renglón seguido: "El poder que recoja la herencia del zarismo no puede ser más que burgués... Hay que orientarse en este sentido. De otro modo, no se conseguirá nada, y la revolución se verá perdida."
Aquí el problema de la correlación viva de las fuerzas sociales se ve suplantado ya por un esquema apriorístico y por una terminología escolástica: estamos ya de lleno dentro del campo del doctrinarismo intelectual. Pero, como veremos más adelante, este doctrinarismo no era platónico ni mucho menos, sino que cumplía una función política, completamente real, aunque caminase con los ojos vendados.
No se crea que citamos al azar a Sujánov. En este primer período, el inspirador del Comité ejecutivo no era su presidente Cheidse, un provinciano honrado y de cortos alcances, sino precisamente Sujánov, la persona menos indicada del mundo, en general, para dirigir un movimiento revolucionario. Pero su fuerza principal consistía en traducir al lenguaje doctrinario los rasgos orgánicos de aquel grupo, a la par heterogéneo y homogéneo: desconfianza en las propias fuerzas, miedo ante la masa y actitud de altivo respeto frente a la burguesía. Lenin decía que Sujánov era uno de los mejores representantes de la pequeña burguesía. Es lo más lisonjero que se puede decir de él.
En la insurrección participa de un modo directo la minoría de la clase revolucionaria, con la particularidad de que la fuerza de dicha minoría consiste en el apoyo o, por lo menos, en la simpatía que la mayoría le presta. La minoría activa y combativa impulsa hacia adelante inevitablemente, bajo el fuego del enemigo, a los elementos más revolucionarios y abnegados con que cuenta. Es natural que en los combates de febrero ocuparan los primeros puestos los obreros bolcheviques.
Pero la situación cambia desde el momento del triunfo, cuando empieza a consolidarse políticamente. A las elecciones para cubrir los órganos e instituciones de la revolución triunfante se llama a masas incomparablemente más extensas que las que han combatido con las armas en la mano. Esto acontece no sólo en las elecciones de los órganos democráticos generales, como las dumas y los zemstvos, y más tarde la Asamblea Constituyente, sino también con los de clase, como los soviets de diputados obreros. La mayoría aplastante de los obreros mencheviques, socialrevolucionarios y sin partido apoya a los bolcheviques en su acción directa contra el zarismo. Pero sólo una pequeña minoría de ellos comprendía en qué residía la diferencia que separaba a los bolcheviques de los demás partidos socialistas. Al propio tiempo, los obreros todos establecían una línea de demarcación bien definida entre ellos y la burguesía. Esto determinó la situación política creada después del triunfo. Los obreros elegían a los socialistas, esto es, a aquellos que estaban no sólo contra el zarismo, sino también contra la burguesía, y, al obrar así, no establecían distinción alguna entre los tres partidos socialistas. Y como quiera que los mencheviques y los socialrevolucionarios disponían de cuadros intelectuales incomparablemente más considerables, que afluían a ellos de todos lados y les facilitaban un número enorme de agitadores, las elecciones, incluso en las fábricas, daban una superioridad inmensa a estos grupos.
El ejército ejercía su presión en el mismo sentido, pero con una fuerza incomparablemente mayor. Al quinto día de la insurrección, la guarnición de Petrogrado siguió a los obreros. Después del triunfo fue llamada a participar en las elecciones a los soviets. Los soldados elegían confiadamente al que estaba por la revolución, contra la oficialidad monárquica, y que sabía expresarlo bien: éstos resultaban ser los escribientes, los médicos, los jóvenes oficiales de la época de la guerra procedentes del campo intelectual, los pequeños funcionarios militares, es decir, el estrato inferior de la "nueva clase media". Casi todos ellos se inscribieron, a partir de marzo, en el partido de los socialistas revolucionarios, que por su ideología vaga era el que mejor respondía a la situación social intermedia y a la limitación política de estos elementos. Resultado de esto fue que la guarnición se revelase incomparablemente más moderada y burguesa que la masa de los soldados. Pero estos últimos no se daban cuenta de la diferencia, que pronto había de exteriorizarse en la experiencia de los meses próximos. Los obreros, por su parte, tendían a fundirse lo más estrechamente posible con los soldados, a fin de consolidar la alianza conquistada con la sangre y armar de un modo más sólido a la revolución. Y, como en nombre del ejército hablaban principalmente los socialrevolucionarios de nuevo cuño, esto tenía que aumentar necesariamente a los ojos de los obreros el prestigio de dicho partido, a la par que el de sus aliados, los mencheviques. Así fue como surgió en los soviets el predominio de los partidos colaboracionistas. Baste decir que hasta en el soviet de la barriada de Viborg desempeñaron un papel preeminente en los primeros tiempos los obreros mencheviques. En aquel período, el bolchevismo latía aún sordamente en el subsuelo de la revolución. Los bolcheviques oficiales estaban representados aún en el soviet de Petrogrado por una minoría insignificante, que, además, no veía con absoluta claridad sus objetivos.
Y he aquí cómo nació la paradoja de la revolución de Febrero. El poder se halla en manos de los socialdemócratas, que no se han adueñado de él por un golpe blanquista, sino por cesión franca y generosa de las masas triunfantes. Estas masas, que no sólo niegan la confianza y el apoyo a la burguesía, sino que la colocan casi en el mismo plano que a la nobleza y a la burocracia y sólo ponen sus armas a disposición de los soviets. Y la única preocupación de los socialistas, a quienes tan poco esfuerzo ha costado ponerse al frente de los soviets, está en saber si la burguesía políticamente aislada, odiada de las masas y hostil hasta la médula a la revolución, accederá a hacerse cargo del poder.
¿Cómo explicaban su conducta los colaboracionistas? Uno de sus argumentos tenía un carácter doctrinario: puesto que la revolución es burguesa, los socialistas no deben comprometerse tomando el poder; que la misma burguesía responda por ella.
El segundo argumento que se esgrimía para justificar la renuncia al poder, sin ser más serio en el fondo, tenía un aspecto más práctico. Nuestro conocido Sujánov subrayaba en primer término la "dispersión" de la Rusia democrática: "En aquel entonces, la democracia no tenía en sus manos organizaciones de partido, sindicales o municipales más o menos consistentes e influyentes." ¡Esto parece una burla ¡Un socialista que habla en nombre de los soviets de obreros y soldados y no dice una palabra de ellos! Gracias a la tradición de 1905, los soviets brotaron como escupidos por la tierra y se convirtieron inmediatamente en una fuerza incomparablemente más poderosa que todas las demás organizaciones que después intentaron rivalizar con ellos (los municipios, las cooperativas y, en parte, los sindicatos). Por lo que se refiere a los campesinos, clase dispersa por naturaleza, gracias a la guerra y a la revolución aparecieron organizados como no lo habían estado nunca: la guerra aglutinaba a los campesinos en el ejército y daba a éste un carácter político. Más de ocho millones de campesinos estaban organizados en compañías y en escuadrones, que inmediatamente se crearon su representación revolucionaria, por mediación de la cual podían ser puestos en pie en cualquier momento a la primera llamada telefónica. ¡Tal era la "dispersión" proclamada por Sujánov!
Pero, ¿por qué? ¿Por qué unos demócratas, unos "socialistas", que se apoyaban directamente en unas masas como jamás las ha conocido ninguna democracia en la historia, masas que contaban por añadidura con una experiencia considerable, disciplinadas y armadas, organizadas en soviets, por qué, repetimos, esta poderosa democracia, al parecer invencible, podía tenerle miedo al poder? Este enigma, aparentemente indescifrable, se explica por el hecho de que la democracia no tenía confianza en su propia base, la masa les inspiraba miedo. No creía en la consistencia de la confianza en sí misma, y lo que más temía era la "anarquía", esto es, que al tomar el poder se convirtiera, con éste, en un juguete de las llamadas fuerzas elementales desatadas. Dicho en otros términos, la democracia no se sentía llamada a dirigir al pueblo en el momento de su impulso revolucionario, sino que se consideraba el ala izquierda del Orden burgués, un tentáculo de este Orden burgués tendido hacia las masas. Si se titulaba "socialista", y aún se consideraba como tal, era para ocultar no sólo a las masas, sino a sí misma, su verdadera misión, y sin esta autosugestión es lo cierto que no habría podido cumplirla. Así se resuelve la fundamental paradoja de la revolución de Febrero.
La burguesía tomó el poder a espaldas del pueblo. No tenía ningún punto de apoyo en las clases trabajadoras, pero con el poder consiguió algo así como un punto de apoyo de segunda mano: los mencheviques y los socialrevolucionarios, elevados a las alturas por la masa, otorgaron un voto de confianza a la burguesía.
Si examinásemos esta operación desde el punto de vista de la democracia formal, nos encontraremos ante algo parecido a unas elecciones de segundo grado, en las cuales los mencheviques y socialrevoludonarios desempeñan el papel técnico de eslabón intermedio, esto es, de compromisarios electores de kadetes[6]. Examinada desde el punto de vista político, no hay más remedio que reconocer que los colaboracionistas burlaron la confianza de las masas llamando al poder a aquellos contra los cuales habían sido elegidos. Finalmente, desde un punto de vista profundo, desde un punto de vista social, la cuestión se plantea así: los partidos pequeñoburgueses, que en las condiciones normales se manifestaban con una jactancia y una suficiencia excepcionales, exaltados a las cimas del poder, se asustaron de su propia inconsistencia y se apresuraron a poner el timón en manos de los representantes del capital. En este acto de postración se puso inmediatamente de manifiesto la terrible inconsistencia de la nueva clase media y su dependencia humillante con respecto a la gran burguesía. Al darse cuenta, o solamente tener la sensación, de que no podrían conservar el poder en sus manos durante mucho tiempo, de que pronto tendrían que cederlo a derecha o izquierda, los demócratas decidieron que era mejor adelantarse a entregarlo hoy a los respetables liberales para no tener que entregárselo mañana a los representantes extremos del proletariado. Pero, aun así, el papel de los colaboracionistas en toda su motivación social no deja de encerrar una felonía para con las masas.
Al otorgar su confianza a los socialistas, los obreros y soldados lo que hacían, sin saberlo, era despojarse del poder político. Cuando se dieron cuenta de la realidad, se quedaron perplejos, se inquietaron, pero no veían aún el modo de salir de la situación creada. Sus propios representantes acudían con argumentos contra los cuales no tenían una respuesta preparada, pero que se hallaban en contradicción con sus sentimientos y sus intenciones. Ya en el momento de la revolución de Febrero las tendencias revolucionarias de las masas no coincidieron en lo más mínimo con las tendencias colaboracionistas de los partidos pequeñoburgueses. El proletariado y el campesino votaban al menchevique y al socialrevolucionario, no como a conciliadores, sino como a enemigos del zar, del terrateniente y del capitalista. Pero al votarlos levantaban una barrera entre ellos y los fines que perseguían. Ahora no podían ya avanzar sin chocar con la muralla que habían levantado y destruirla. Tal era el sorprendente quid pro quo que se encerraba en las relaciones de clase puestas de manifiesto por la revolución de Febrero.
El 5 de marzo reapareció Pravda, el periódico bolchevique. Si bien denunciaba al gobierno provisional -al que caracterizaba como "gobierno de capitalistas y terratenientes"-, pedía que el sóviet convocara a una Asamblea Constituyente y levantaba la consigna de transformar la guerra imperialista en guerra civil. Contradictoriamente en el mismo periódico apareció un artículo que planteaba que el centro de la política bolchevique era "golpear juntos" y que la revolución burguesa no había concluido: esto produjo confusión entre los bolcheviques. El 13 de marzo, con la llegada de los dirigentes exiliados en Siberia cambió la dirección del periódico, que adoptó una posición cercana a la de los mencheviques, quienes llamaban a presionar sobre el gobierno provisional para hacerle cambiar el rumbo.
La posición de Lenin contrastaba radicalmente con la de los bolcheviques al interior de Rusia. El 6 de marzo hace telegrafiar a Petrogrado el siguiente mensaje: "Nuestra táctica: total desconfianza; ningún apoyo nuevo gobierno; sospechamos especialmente Kerenski; única garantía armar proletariado; elecciones inmediatas para Duma Petrogrado; ningún acercamiento a otros partidos".
Para el gobierno provisional, y con él los mencheviques y los socialistas revolucionarios, Lenin personificaba el fantasma de la revolución. No en vano declaró Kerenski en una reunión de ministros: "Esperad, está llegando el mismo Lenin en persona. Entonces empezarán las cosas de verdad".
Al llegar Lenin el cuadro varió sensiblemente. Según el testimonio de Schliapnikov, responsable del comité central de Petrógrado: "Todo el mundo había esperado que Vladimir Illich (...) llamaría al orden al buró ruso del comité central y especialmente al camarada Molótov, que había adoptado una posición particularmente irreconciliable frente al Gobierno Provisional. Sin embargo, resultó que quien estaba más cerca de Illich era precisamente Molótov" .
Efectivamente, con la llegada de Lenin empezaron "las cosas de verdad" . El telegrama enviado sintetizaba la posición desarrollada luego en las célebres Tesis de abril expuestas el 4 de abril en Petrogrado, cuyo centro era la número dos. Sólo con la llegada de Lenin del exilio quedó claro que para los bolcheviques la tarea ante este doble poder pasaba por el desarrollo de los sóviets y de que éstos tomaran el poder y no como planteaban los mencheviques y socialistas revolucionarios que se trataba de utilizar el poder de los sóviets para apoyar la gestión del gobierno porque esa etapa de la revolución era de la burguesía.
1. En nuestra actitud ante la guerra, que indiscutiblemente sigue siendo por parte de Rusia -también bajo el nuevo gobierno de Lvov y Cía., en virtud del carácter capitalista de este gobierno- una guerra imperialista de rapiña, no debe tolerarse ni la más insignificante concesión al "defensismo revolucionario".
El proletariado consciente sólo puede dar su asentimiento a una guerra revolucionaria que justifique real y verdaderamente el defensismo revolucionario si se dan las siguientes condiciones: a) que el poder pase a manos del proletariado; b) que se renuncie de hecho, y no sólo de palabra, a todas las anexiones; c) que se rompa realmente y de un modo absoluto con todos los intereses del capital.
Dada la indudable buena fe de grandes capas de la masa de partidarios del defensismo revolucionario, que admiten la guerra únicamente como una necesidad impuesta y no para fines de conquista, dado su engaño por la burguesía, es preciso explicarles su error de un modo particularmente minucioso, paciente y perseverante, explicarles la ligazón indisoluble que existe entre el capital y la guerra imperialista y demostrarles que sin derribar al capital es imposible poner fin a la guerra con una paz verdaderamente democrática y no con una paz impuesta por la fuerza.
Organizar la propaganda más amplia de este punto de vista en el ejército en operaciones. Confraternización en el frente.
2. La peculiaridad del momento actual en Rusia Consiste en el paso de la primera etapa de la revolución, que ha dado el poder a la burguesía, por carecer el proletariado del grado necesario de conciencia y de organización, a la segunda etapa, que debe poner el poder en manos del proletariado y de los campesinos pobres.
Este tránsito se caracteriza, por una parte, por un máximo de legalidad (Rusia es, actualmente, el más libre de todos los países beligerantes); por otra parte, por la falta de violencia contra las masas y, finalmente, por la confianza inconsciente de éstas en el gobierno de los capitalistas, los peores enemigos de la paz y del socialismo.
Esta peculiaridad exige de nosotros capacidad para adaptarnos a las condiciones específicas de la labor del Partido entre masas extraordinariamente inmensas del proletariado, que acaban de despertar a la vida política.
3. Ni el menor apoyo al gobierno provisional; demostrar la falsedad absoluta de todas sus promesas, principalmente de la renuncia a las anexiones. Desenmascarar a este gobierno, que es un gobierno de capitalistas, en vez de 'exigir' que deje de ser imperialista, cosa inadmisible y que no hace más que despertar ilusiones.
4. Reconocer que en la mayor parte de los sóviets de diputados obreros, nuestro partido está en minoría y, por el momento, en una minoría débil, frente al bloque de todos los elementos pequeñoburgueses y oportunistas, sometidos a la influencia de la burguesía y que llevan dicha influencia al seno del proletariado, elementos que comprenden desde los socialistas-populares y los socialista-revolucionarios hasta el Comité de Organización (Chjeídze, Tsereteli, etc.), Steklov, etc., etc.
Explicar a las masas que los sóviets de diputados obreros son la única forma posible de gobierno revolucionario, por cuya razón, mientras este gobierno se someta a la influencia de la burguesía, nuestra misión sólo puede consistir en explicar los errores de su táctica de un modo paciente, sistemático, tenaz y adaptado especialmente a las necesidades prácticas de las masas.
Mientras estemos en minoría desarrollaremos una labor de crítica y esclarecimiento de los errores, propugnando, al mismo tiempo. la necesidad de que todo el poder del estado pase a los sóviets de diputados obreros, para que, sobre la base de la experiencia, las masas se desprendan de sus errores.
5. No una república parlamentaria -volver a ella desde los sóviets de diputados obreros seria dar un paso atrás-, sino una república de los sóviets de diputados obreros, obreros agrícolas y campesinos, en todo el país, de abajo arriba.
Supresión de la policía, del ejército[7] , de la burocracia.
La remuneración de los funcionarios, todos ellos elegibles y que puedan ser removidos en cualquier momento, no deberá nunca exceder el salario medio de un obrero calificado.
6. En el programa agrario trasladar el centro de gravedad a los sóviets de diputados obreros agrícolas.
Confiscación de todas las tierras de los terratenientes.
Nacionalización de toda las tierras del país, de las que dispondrán los sóviets locales de diputados obreros agrícolas y campesinos. Creación de sóviets especiales de diputados campesinos pobres. Transformación de todas las grandes fincas (con una extensión de 100 a 300 desiatinas, según el lugar y las demás condiciones, y conforme determinen los organismos locales) en haciendas modelo bajo el control de diputados de los obreros agrícolas y a cuenta de la comunidad.
7. Fusión inmediata de todos los bancos del país en un Banco Nacional único sometido al control de los sóviets de diputados obreros.
8. Nuestra tarea inmediata no es la "implantación" del socialismo, sino la simple instauración del control de la producción social y de la distribución de los productos por los sóviets de diputados obreros.
9. Tareas del partido:
a) Celebración inmediata de un congreso del partido.
b) Cambio del programa del partido, principalmente.
1) sobre el imperialismo y la guerra imperialista;
2) sobre la actitud ante el estado y nuestra reivindicación de un "estado comuna"[8];
3) reforma del programa mínimo, ya anticuado.
c) Cambio de nombre del partido[9].
d) Renovación de la Internacional.
Iniciativa de creación de una Internacional revolucionaria, de una Internacional contra los socialchovinistas y contra el "centro"[10].
Ya en 1905 los bolcheviques pusieron totalmente en claro el problema que Kautsky tanto enreda. Sí, nuestra revolución es una revolución burguesa en tanto marchamos con los campesinos como un todo .Esto era muy claro para nosotros; desde 1905 lo dijimos cientos y miles de veces, y nunca intentamos saltarnos esta etapa necesaria del proceso histórico o abolirla por decreto. Los esfuerzos de Kautsky por "desenmascararnos" a propósito de esto, no hacen sino revelar su confusión mental y su temor a recordar lo que él escribió en 1905, cuando aún no era un renegado.
En abril de 1917, sin embargo, mucho antes de la revolución de Octubre, o sea, mucho antes de que tomásemos el poder, declaramos abiertamente y explicamos al pueblo: la revolución no puede detenerse ahora en esta etapa, pues el país ha seguido adelante, el capitalismo a avanzado, la ruina ha alcanzado proporciones nunca vistas, lo cual (quiérase o no) exigirá dar pasos hacia el socialismo , pues no hay otro modo de avanzar, de salvar al país, agotado por la guerra, y de aliviar los sufrimientos de los trabajadores y explotados.
Las cosas ocurrieron tal como dijimos que ocurrirían. La marcha de la revolución confirmó la exactitud de nuestro juicio. Primero ,junto con "todos" los campesinos contra la monarquía, contra los terratenientes, contra el medievalismo (y hasta este punto la revolución sigue siendo burguesa, democraticoburguesa). Después , junto con los campesinos pobres, con los semiproletarios, con todos los explotados, contra el capitalismo , incluyendo a los ricos del campo, los kulaks, los especuladores, y en ese punto, la revolución se convierte en socialista . Querer levantar una artificial muralla china entre ambas revoluciones, separarlas con algo que no sea el grado de preparación del proletariado y el grado de su unidad con los campesinos pobres, es la mayor tergiversación del marxismo, es vulgarizarlo, remplazarlo por el liberalismo. Es hacer pasar de contrabando, mediante referencias seudocientíficas al carácter progresista de la burguesía en comparación con la Edad Media, una defensa reaccioanria de la burguesía frente al proletariado socialista. (Lenin, Obras Completas, Tomo XXX, Editorial Cartago.)
Páginas 39 a 41
Sintetizando, la revolución de febrero se caracteriza por lo siguiente:
Primero, es una movilización obrera y popular urbana, de carácter insurreccional, sin dirección política partidaria, aunque los obreros de vanguardia, en especial los educados por los bolcheviques, cumplen un rol de dirección.
Segundo, esta movilización urbana no derrota a las fuerzas armadas sino que solamente provoca una profunda crisis en su seno.
Tercero, por su objetivo inmediato, por la tarea histórica que cumple, es una revolución democrático-burguesa, ya que derroca al zar para instaurar un régimen democrático burgués.
Cuarto, esta revolución democráticoburguesa es parte de la revolución socialista internacional, más concretamente, es parte fundamental de la lucha del proletariado mundial por transformar la guerra imperialista en guerra civil.
Quinto, también es parte de la revolución socialista en la propia Rusia, ya que el poder del zar no era sólo el de los terratenientes sino en gran medida era el poder de la propia burguesía, que había pactado con la monarquía.
Sexto, asimismo es parte de la revolución socialista en Rusia porque al zar lo derrotó la clase obrera como caudilla del pueblo, principalmente de los soldados.
Séptimo, también porque los trabajadores y el pueblo sólo podían solucionar los problemas que los agobiaban si enfrentaban en forma inmediata a los terratenientes y capitalistas, que al caer el zar se habían transformado en los enemigos inmediatos y directos del proletariado.
Octavo, todo lo anterior significaba que la revolución de febrero ponía a la orden del día, como tarea estratégica, hacer una revolución socialista nacional e internacional, en la medida en que los explotados seguirían en la misma condición si el proceso revolucionario se detenía en las fronteras nacionales, es decir si seguía existiendo un poder burgués.
Noveno, los trabajadores no son conscientes de que la revolución que han llevado a cabo es socialista en los aspectos que hemos señalado, y de que por lo tanto les exige avanzar hacia la toma del poder. Después de febrero creen que no es necesario hacer otra revolución. Por eso hemos llamado revolución inconsciente a la revolución de febrero tal como lo hizo Trotsky.
Décimo, los partidos reformistas que dirigen al movimiento obrero y de masas, no conformes con defender el régimen burgués y de formar un gobierno con la burguesía, inculcan en el movimiento de masas el respeto a ese régimen y se oponen duramente a la lucha por llevar a cabo la revolución socialista, con el pretexto de que sólo cuando Rusia sea un país capitalista se podrá hablar de socialismo; por lo tanto, la primera tarea era para ellos, desarrollar el capitalismo.
Como producto del triunfo de la revolución de febrero surge un régimen absolutamente distinto del zarista, de amplísimas libertades democráticas, asentado en un ejército en crisis y fundamentalmente en los partidos pequeñoburgueses que dirigen al movimiento de masas. Desaparece la monarquía zarista y pasan a tener un rol central como instituciones de gobierno los partidos obreros y populares dirigidos por la pequeña burguesía. Debido al ascenso revolucionario, este régimen es extremadamente débil. La III Internacional lo definió como un régimen kerenskista , por haber sido Kerensky quien simbolizó sus distintas etapas.
Pero de cualquier manera, se dio una situación extremadamente crítica con respecto al estado. Esta ya se había dado en otras oportunidades pero en Rusia, después de febrero de 1917, adquirió un carácter dramático. Se abrió una etapa de subsistencia del estado burgués, pero en crisis completa. Esta crisis fue consecuencia de que el movimiento obrero y de masas a través de sus propias instituciones, tenía sobre muchos sectores de la sociedad un poder tanto o más efectivo que el del estado burgués. Los órganos de lucha y de poder del movimiento de masas fueron los soviets de obreros, campesinos y soldados, los sindicatos, los comités de fábrica. Los soviets eran organismos de poder "de hecho". En algunos lugares, el pueblo hacía lo que ordenaba el soviet, no lo que ordenaba el gobierno. En otros sitios, era al revés. Por eso se lo denominó poder dual . Este era dinámico, cambiaba. Pero de conjunto, el poder mas fuerte, casi el dominante, eran los soviets, no el gobierno capitalista.
El poder soviético se asentaba en la crisis del estado burgués, fundamentalmente la muy profunda de las fuerzas armadas, ya que los soldados no acataban las órdenes y desertaban masivamente del frente. Ante ese estado semidestruido el poder dominante era obrero, campesino y de los soldados.
Definimos el kerenskismo y el poder dual como un régimen, porque son una combinación, aunque muy inestable, de distintas instituciones: el gobierno, la cúpula militar y los partidos burgueses y pequeñoburgueses por un lado; por el otro, los soviets y otras organizaciones obreras y populares.
El poder de la burguesía venía también de los propios soviets, pero en forma indirecta, a través de su dirección. Los socialistas revolucionarios y los mencheviques eran mayoría en los soviets y convencían a los obreros, campesinos y soldados de que tenían que apoyar al gobierno burgués.
"La época revolucionaria se divide, entonces, en tres etapas claramente delimitadas:
La primera: desde 1917 a 1923, en la que triunfa la Revolución de Octubre en Rusia como consecuencia de la existencia de un partido marxista revolucionario, se funda la Tercera Internacional y estalla la revolución europea.
La segunda: desde 1923 a 1943 aproximadamente, que se abre a partir de la derrota de la revolución europea, inaugura veinte años de derrotas ininterrumpidas, lleva al surgimiento y triunfo del stalinismo en el seno de la URSS y de la Tercera Internacional, que ayuda con su política a los triunfos fascistas de Chiang Kai-shek, Hitler, Franco y a la segunda guerra imperialista mundial.
La tercera: es esta postguerra, en donde nos encontramos con el más grande ascenso revolucionario conocido, que consigue expropiar a la burguesía en China y en la tercera parte de la humanidad. Pero ahora, debido a que el stalinismo sigue siendo la dirección predominante, relativamente fortalecido por la derrota militar del nazismo, los estados obreros que surgen son estados obreros burocratizados y el capitalismo puede recobrarse en Europa.
Resumiendo, los dos elementos determinantes de todos los fenómenos contemporáneos, las causas última y primera, las que determinan con sus distintas combinaciones todos los fenómenos, son el ascenso revolucionario de las luchas de la clase obrera y de los pueblos atrasados por un lado y la crisis de dirección revolucionaria por el otro. Esto último confirma por sí la validez de la Cuarta Internacional.
A partir de la primera guerra imperialista, al iniciarse la época de crisis definitiva del imperialismo y el capitalismo, la época de la revolución socialista, cambian las relaciones causales de los acontecimientos históricos. En relación con las grandes épocas históricas y el desarrollo normal de las sociedades, el marxismo ha sostenido que el hilo rojo que explica todos los fenómenos son los procesos económicos. Pero en una época revolucionaria y de crisis, esta ley general tiene una refracción particular que invierte las relaciones causales, transformando el más subjetivo de los factores --la dirección revolucionaria-- en la causa fundamental de todos los otros fenómenos, incluso los económicos. Hasta la Primera Guerra Mundial el proceso económico tenía un carácter predominante y en cambio no tenían mayor importancia los factores subjetivos. La misma lucha de la clase obrera era reformista porque no atentaba contra el proceso de acumulación capitalista, contra el desarrollo económico capitalista, contra sus leyes, sino a lo sumo significaba una ligera variación al proceso. Por eso fue una época reformista. Pero a partir de la Primera Guerra Mundial ya no es así. Los procesos económicos dejan de ser los determinantes; y el factor subjetivo --la dirección-- se convierte en lo fundamental. No olvidemos que esto es así porque toda la época está determinada por la lucha revolucionaria de las masas.
La existencia de Marx y Engels en el siglo XIX no fue un factor objetivo en el desenlace de ningún proceso histórico. Su existencia no pudo garantizar el triunfo ni evitar las derrotas de la revolución proletaria en el año 1848 ni en la Comuna de París. En cambio, la existencia de Lenin y Trotsky y del Partido Bolchevique pudieron garantizar el triunfo de la Revolución de Octubre, mientras que en Alemania la inexistencia de un partido bolchevique y de un Lenin y un Trotsky hizo que no se pudiera garantizar el triunfo de la revolución socialista. De la misma manera, la existencia de direcciones contrarrevolucionarias burocráticas al frente de los grandes partidos socialistas permitió el estallido de la Primera Guerra Mundial.
Una consecuencia histórica fundamental de esta inversión en la línea causal de los acontecimientos históricos se va a reflejar en la dialéctica de los triunfos y derrotas del proletariado mundial.
La izquierda socialdemócrata, confiada en el proceso lineal y evolutivo, al comprobar retrocesos y derrotas de éste como consecuencia de la inmadurez del proletariado o de la traición de sus direcciones, formuló una ley marxista, dialéctica, en una bella frase: el camino del proletariado está plagado de derrotas que llevan al triunfo. Señalaban así la diléctica de derrotas y triunfos, su transformación de unas en otros. Pero la Primera Guerra Mundial, al hacer aparecer con toda crudeza el nuevo factor determinante del proceso histórico --la crisis de dirección revolucionaria del proletariado mundial-- estableció una dialéctica invertida de las relaciones entre los triunfos y las derrotas que vale para toda la época que se abre con la Primera Guerra Mundial, y es más actual que nunca. Esta ley la podemos formular de la siguiente manera: mientras el proletariado no supere su crisis de dirección revolucionaria no podrá derrotar al imperialismo mundial y todas sus luchas, como consecuencia de ello, estarán plagadas de triunfos que nos llevarán inevitablemente a derrotas catastróficas. Nada lo demuestra mejor que el boom económico de esta posguerra: su verdadera causa es la traición del stalinismo, que llamó a los obreros occidentales a trabajar más que nunca para el imperialismo.
Mientras los aparatos sigan controlando al movimiento de masas, todo triunfo revolucionario se transforma inevitablemente en derrota. Esto se debe a la relación de los aparatos burocráticos con la movilización permanente de los trabajadores. Toda dirección burocrática saca su fuerza del apoyo directo o indirecto que tiene de los explotadores para que frene la movilización permanente de los trabajadores. Por otra parte, esta movilización es una amenaza mortal para la propia burocracia. De ahí que toda conquista que la burocracia se ve obligada a encabezar es administrada por ésta para frenar la movilización revolucionaria, para detenerla con esa conquista, en ese punto del proceso. Pero en esta época revolucionaria todo avance que no es seguido de otro avance significa un retroceso. De ahí que la burocracia con su política de freno por un lado, de defensa de sus privilegios frente a las masas por otro, está obligada a luchar contra la movilización permanente de los trabajadores, a transformar sus triunfos en una derrota de la revolución permanente."
NOTAS
[1] León Trotsky, Los crímenes de Stalin, Juan Pablos Editores México D.F. 1973, Págs. 308 y 312.
[2] Voz, 2/4/97. Pág. 4
[3] El criterio de Trotsky sobre las fechas está explicado en el prólogo: "Cronológicamente nos guiamos en todas las fechas por el viejo calendario, rezagado en trece fechas, como se sabe, respecto al que regía en el resto del mundo y hoy rige también en los Soviets. El autor no tenía más remedio que atenerse al calendario que estaba en vigor durante la revolución. Ningún trabajo le hubiera costado, naturalmente, trasponer las fechas según el cómputo moderno. Pero esta operación, eliminando unas dificultades, habría creado otras de más monta. El derrumbamiento de la monarquía pasó a la historia con el nombre de Revolución de Febrero. Sin embargo, computando la fecha por el calendario occidental, ocurrió en marzo. La manifestación armada que se organizó contra la política imperialista del gobierno provisional figura en la historia con el nombre de "jornadas de abril", siendo así que, según el cómputo europeo, tuvo lugar en mayo. Sin detenernos en otros acontecimientos y fechas intermedios, hacemos notar, finalmente, que la Revolución de Octubre se produjo, según el calendario europeo, en noviembre. Como vemos, ni el propio calendario se puede librar del sello que estampan en él los acontecimientos de la Historia, y al historiador no le es dado corregir las fechas históricas con ayuda de simples operaciones aritméticas. Tenga en cuenta el lector que antes de derrocar el calendario bizantino, la revolución hubo de derrocar las instituciones que a él se aferraban."
[4] El 8 de marzo de 1890, en Nueva York, los patronos de la fábrica textil "Cotton" incineraron 129 obreras que se hallaban realizando una huelga por sus reivindicaciones. En 1910, el Segundo Congreso Internacional de Mujeres Socialistas declaró el 8 de marzo como Día Internacional de la Mujer. El 8 de marzo era para el viejo calendario gregoriano, que regía durante el zarismo, el 23 de febrero.
[5] Policía de Estado del zar.
[6] Nombre coloquial del partido de la burguesía liberal llamado Demócrata Constitucionalista.
[7] Es decir, sustitución del ejército permanente por el pueblo en armas.
[8] Es decir, de un estado cuyo prototipo ha sido dado por la Comuna de París.
[9] Abandonando el nombre de "socialdemócrata", cuyos líderes oficiales han traicionado al socialismo en el mundo entero y se han pasado a la burguesía (lo mismo los "defensistas" que los vacilantes "kautskistas"); en lo sucesivo deberemos llamarnos Partido Comunista.
[10] Se llama "centro", en la socialdemocracia internacional, a la tendencia que oscila entre los chovinistas (o "defensistas") y los internacionalistas, tendencia representada en Alemania por Kautsky y Cía., en Francia por Longuet y Cía., en Rusia por Chjeídze y Cía., en Italia por Turati y Cía., en Inglaterra por MacDonald y Cía., etc.
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