Caballería
española en la segunda mitad del XVI
Con la paulatina pérdida de eficacia de la caballería pesada enfrentada al escuadrón o cuadro de picas "festonado" por mangas de arcabuceros y mosqueteros, la caballería retornó a su papel clásico, esto es, un complemento táctico de las tropas a pie.
Los generales de caballería tuvieron que buscar nuevos métodos para revitalizar un arma que se encontraba de capa caída. La primera solución fue la de la movilidad. Jinetes ligeros que, durante la segunda mitad del XVI, demostraron ser muy valiosos para maniobras de persecución, escaramuza y flanqueo, si bien debían ceder a la infantería el peso del combate, especialmente frente a la caballería pesada y a la infantería enemiga, siempre y cuando estuviera organizada y sostuviera fuertemente el terreno.
Pero la verdadera revolución de la caballería se dió con la introducción del arcabucillo de rueda o pistola tercerola, que derivaría posteriormente en el milanés y el pistolete. La caballería armada con pistolas y espada, complementada por caballería pesada, fue recuperando la confianza en si misma, hasta tal punto que, en batallas a campo abierto y en terrenos llanos, más de un maestre de campo se lamentaba de no disponer de buenos contingentes de caballería para complementar al, comparativamente hablando, poco maniobrero cuadro de picas.
La caballería ligera española evolucionó paulatinamente hacia el herreruelo, un tipo de jinete que tendría un papel destacado en la batalla de San Quintín, y posteriormente en las guerras sostenidas en Francia y el sur de Flandes (con un terreno que se prestaba más al uso de la caballería). El herreruelo (llamado así por la capa corta con la que se cubría), era una jinete armado con dos pistolas o pequeños arcabuces y apenas llevaba armadura, como mucho una gola de malla y botas de caña alta en vez de grebas. Se cubrían con sombreros o con borgoñotas, salletes, morriones... todos cascos abiertos que no impedían la visión.
Dentro de la caballería española había un buen número de soldados y oficiales italianos, ya que dicha arma no era tan puntillosa a la hora de combatir o ser mandado por personas procedentes de la Península Itálica, además de que gran parte de la caballería ligera procedía de Nápoles.
Un jinete herreruelo dispara a un
oficial francés durante la Batalla de San Quintín. Ilustración
de Angel García Pinto
Coexistiendo con el herreruelo estaba el "reitre". Los reitres eran un tipo de caballería alemana creada en las década de los 50. Estaban equipados con armaduras de distintos tipos, dependiendo del poder adquisitivo de cada uno, aunque la más codiciada era la de tres cuartos que se utilizó con más extensión en las décadas siguientes a la formación de este cuerpo. Eran tropas mercenarias, por lo que su composición variaba enormemente de una unidad a otra, dependiendo de si el reclutamiento había sido bueno o no. El armamento que caracterizaba a estos duros soldados eran los pistolones que manejaban. A gusto de cada jinete, podían ir armados con dos o hasta con seis, guardándolos en las fundas que llevaban en la parte delante de silla de montar o en las cañas altas de sus botas; además, portaban una espada para el combate cuerpo a cuerpo, aunque las pistolas también servían como mazas sujetándolas por el cañón.
Los "reitres", que se ofrecieron al mejor postor durante toda la segunda mitad del XVI, adquirieron una siniestra reputación durante las guerras de religión francesas y la revuelta de Flandes, ya que cuando no tenían que combatir su disciplina dejaba mucho que desear, dedicándose al merodeo y a todo tipo de crímenes contra los campesinos y viajeros. Como curiosidad, según Alonso Vázquez en su crónica sobre las guerras de Flandes, las camisas que llevaban debajo de las armaduras estaban empapadas en vinagre con el propósito de que las heridas que sufriesen no se les infectasen.
Su táctica de combate era la denominada caracola, en la que la primera fila de jinetes se lanzaba contra el enemigo y unos pocos metros antes de establecer contacto disparaba sus pistolas; la línea se movía hacia uno de los flancos y se replegaba hasta el final de la formación mientras era reemplazada por las siguientes líneas de caballos, volviendo a hacer fuego y retirándose.
Existían, asi mismo, jinetes pesados, que en cierta forma eran herederos de la tradición medieval. Estos jinetes combatían con una armadura de tres cuartos, una lanza pesada, espada y, según el jinete, alguna que otra pistola. Los caballos, empero, dejaron de llevar protecciones, con lo que se conseguía un jinete más maniobrero. Cabe señalar que, a estas alturas de siglo, la monta "a la jineta" estaba siendo desplazada por la tradicional (a la brida), si bien se conservaba en entornos cortesanos (como el juego de cañas) y en el Nuevo Mundo. Esta caballería pesada resultaba muy útil para complementar a la armada con pistoletes, así como para atacar a contingentes de infantería de escasa calidad o para poner fuera de combate a los "reitres" enemigos. Un ejemplo de este uso lo tenemos en la batalla de Gembloux, donde la caballería pesada de Alejandro Farnesio cargó repetidas veces contra los reitres orangistas que, una vez descargadas sus pistolas, fueron masacrados por la caballería española, retirándose precipitadamente e impactando contra la infantería holandesa, provocando su desorganización y pérdida de moral, con lo que la batalla quedó sentenciada.
De izquierda a derecha: Lancero
de caballería pesada desmontado, "reitre" alemán,
jinete desmontado, simboliza la evolución del herreruelo hacia el "dragón"
o arcabucero a caballo, durante la última década del siglo XVI.
Ilustración de Richard Hooka
Caballería española
en la primera mitad del XVI
Ver: Caballería pesada o caballería
ligera
General Targul. Parcialmente extraído de "La batalla de San Quintín, 1557". Eduardo de Mesa y Angel García Pinto. Editorial Almena.