Hace 30 años los autos clásicos no habían sido inventado todavía. Hubo sólo “coches viejos”, que algunos fanáticos, siempre debajo de un chasis y con grasa bajo las uñas, reparaban y lustraban sin cesar.
En Inglaterra, durante los años Cincuenta, algunas asociaciones como el Vintage Sports Car Club y el Historic Sports Car Club establecieron algunas normas. Los autos anteriores a 1919 fueron llamados “eduardinos”; los de antes de 1931, Vintage, esto es, “añejos” o de colección. Algunos modelos de autos clasicos aparecidos hasta la Segunda Guerra Mundial se denominaron, genéricamente, “Pura Sangre post Vintage”. Los ídolos fueron máquinas como la Bugatti Type 35, el Bentley de 8 litros, el Düsenberg, los Auburn y los Hispano-Suiza. Eran los Chippendale y los Sheraton de las nuevas antigüedades motorizadas.
Autos clasicos sport de los sesenta
Entonces Gran Bretaña invadió el mundo con una nueva arma secreta: los automóviles deportivos. Fueron los días impetuosos del E-Type, de los MGB, el Austin-Healey y el Triumph TR. Sin límite de velocidad, los caminos se abrieron a todo un mundo de fantasías, llenas de potencia y agresividad. La producción en serie puso las mayores performances al alcance del automovilista común. En los Estados Unidos aparecieron los Mustang, los Corvette, Charger, Barracuda y Firebird.
Fue una década de gran atracción para los aficionados, cuando toda una generación soltó los frenos. Pero la legislación tuvo que establecer las necesarias restricciones a la velocidad: los autos clásicos (o el automóvil en sí) se habían convertido en algo demasiado poderoso.
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