DE LOS SETENTA
Nacieron así máquinas como el Triumph Tr7, el MGB de paragolpes de goma, los prudentes Mustang de esos años, el V12 E-Type, el Cadillac Seville y el Rolls-Royce Camargue. Los modelos de autos estándar vieron su potencia más limitada todavía. ¿Quién puede olvidarse del Austin Allegro, el Morris Marina, el Vauxhall Ventora, los Chrysler 180, Peugeot 604, Dutsun Skyline, Volkswagen K70 o AMC Pacer? Muchos de ellos, con ingenioso artefactos de seguridad y caños de escape estrangulados. Los entusiastas descubrieron, entonces, que habían muchos modelos de autos de segunda mano que podían conseguirse por mucho menos del precio de uno nuevo: eran el Jaguar XK, el MG TF, los Aston Martin, las Ferrari y el Maserati de los sesenta.
Costaban lo que un Ford de los años de antigüedad. Bastaban 5.000 dólares para tener una Ferrari Lusso; 4.500 Para un Dino 246; 7.500 para llevarse a casa un auténtico AC Cobra.

Modelos de autos con personalidad
En octubre de 1973 apareció una revista británica, Classic Cars: con ella nació el nombre de un hobby que en sólo diez años dio origen a una industria de muchos miles de millones de dólares. En 1982, el interés por los modelos de autos antiguos ya había subido desde las 1.000 hasta alrededor de las 5.000 libras. Los Dinos se vendían por 10.000; los avisos que anunciaban las Ferrari Lusso comenzaron a aparecer con una frase significativa: “Consulte precio”. Los autos clásicos se habían convertido en artículos de última moda.
Pero lo que nació como amor a lo clásico se transformó en vorágine de mercado. En 1984 comenzó la espiral de precios: Sotheby´s anotó 246.000 libras por un Bentley. Poco después, un Düsenberg norteamericano llegó al millón de dólares.

Ocho meses más tarde, una Bugatti Royale pasó los 6 millones de la moneda estadounidense. La furia siguió hasta el fin de la década. Tras la recesión mundial de 1989, un Aston Martin DB6, que había llegado a las 70.000 libras, cayó a 25.000.
La especulación con respecto a los modelos de autos clásicos cesó; pero algunas auténticas joyas (una Ferrari Daytona), digamos conservaron su valor. Es que los clásicos de los clásicos permanecen, más allá de los vaivenes del mercado.
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