El inglés Carlyle habla en su
Vida del Poeta Schiller de un Daniel Schubart, que era poeta, músico,
predicado, y a derechas no era nada. Todo lo hacía por espasmos y se cansaba de
todo, de sus estudios, de su pereza y de sus desórdenes. Era hombre de mucha
capacidad, notable como músico: como predicador, muy elocuente; y hábil
periodista. A los cincuenta y dos años murió, y su mujer e hijo quedaron en la
miseria. Pero Franz Schubert, el niño maravilloso de Viena, vivió de otro
modo, aunque no fue mucho más feliz. Tocaba el violín cuando no era más alto
que él, lo mismo que el piano y el órgano. Con leer una vez una canción,
tenía bastante para ponerla en música exquisita, que parece de sueño y de
capricho, y como si fuera un aire de colores. Escribió más de quinientas
melodías, a más de óperas, misas, sonatas, sinfonías y cuartetos. Murió
pobre a los treinta y un años.
Entre los músicos de Italia se
ha visto la misma precocidad. Cimarosa, hijo de un zapatero
remendón, era autor a los diez y nueve de La Baronesa de Stramba.
A los ocho tocaba Paganini en el violín una sonata suya. El padre de Rossini
tocaba el trombón en una compañía de cómicos ambulantes, en que la madre iba
de cantatriz. A los diez años Rossini iba con su padre de segundo; luego cantó
en los coros hasta que se quedó sin voz; y a los veintiún años era el autor
famoso de la ópera Trancredo
Entre los pintores y escultores
han sido muchos los que se han revelado en la niñez. El más glorioso de todos
es Miguel Ángel. Cuando nació lo mandaron al campo a criarse con la mujer de
un picapedrero, por lo que decía él después que había bebido el amor de la
escultura con la leche de la madre. En cuanto pudo manejar un lápiz le
llenó las paredes al picapedrero de dibujos, y cuando volvió a Florencia
cubría de gigantes y leones el suelo de la casa de su padre. En la escuela no
adelantaba mucho con los libros, ni dejaba el lápiz de la mano; y había que ir
a sacarlo por fuerza de casa de los pintores. La pintura y la escultura eran
entonces oficios bajos, y el padre, que venía de familia noble, gastó en vano
razones y golpes para convencer a su hijo de que no debía ser un miserable
cortapiedras. Pero cortapiedras quería ser el hijo, y nada más. Cedió el
padre al fin, y lo puso de alumno en el taller del pintor Ghirlandalo, quien
halló tan adelantado al aprendiz que convino en pagarle un tanto por mes. Al
poco tiempo el aprendiz pintaba mejor que el maestro; pero vio las estatuas de
los jardines célebres de Lorenzo de Médicis, y cambió entusiasmado los
colores por el cincel. Adelantó con tanta rapidez en la escultura que a los
diez y ocho años admiraba Florencia su bajorrelieve de la Batalla de los
Centauros; a los veinte hizo el Amor Dormido, y poco
después su colosal estatua de David. Pintó luego, uno tras otro,
sus cuadros terribles y magníficos. Benvenuto Cellini, aquel genio creador en
el arte de gobernar, dice que ningún cuadro de Miguel Ángel vale tanto como el
que pintó a los veintinueve años, en que unos soldados de Pisa, sorprendidos
en el baño por sus enemigos, salen del agua a arremeter contra ellos.
La precocidad de Rafael fue
también asombrosa, aunque su padre no se le oponía, sino le celebraba su
pasión por el arte. A los diez y siete años ya era pintor eminente. Cuentan
que se llenó de admiración al ver las obras grandiosas de Miguel Ángel en la
Capilla Sixtina, y que dio en voz alta gracias a Dios por haber nacido en el
mismo siglo que aquel genio extraordinario. Rafael pintó su Escuela de
Atenas a los veinticinco años y su Transfiguración a los treinta y
siete. Estaba acabándola cuando murió, y el pueblo romano llevó la pintura al
Pantenón, el día de los funerales. Hay quien piensa que La Transfiguración
de Rafael, incompleta como está, el es cuadro más bello del mundo.
Leonardo de
Vinci sobresalió desde la niñez en las matemáticas, la música y el
dibujo. En un cuadro de su maestro Verrocchio pintó un ángel de tanta
hermosura que el maestro, desconsolado de verse inferior al discípulo,
dejó para siempre su arte. Cuando Leonardo llegó a los años mayores
era la admiración del mundo, por su poder como arquitecto e ingeniero,
y como músico y pintor. Guercino a los diez años adornó con una
virgen de fino dibujo la fachada de su casa. Tintoretto era un
discípulo tan aventajado que su maestro Tiziano se enceló de él y lo
despidió de su servicio. El desaire le dio ánimo en vez de
acobardarlo, y siguió pintando tan de prisa que le decían "El
furioso". Casanova, el escultor, hizo a los cuatro años un león
de un pan de mantequilla. El dinamarqués Thorwaldsen tallaba, a los
trece, mascarones para los barcos en el taller de su padre, que era
escultor en madera; y a los quince ganó una medalla en Copenhague por
su bajorrelieve del Amor en Reposo
Los poetas también suelen dar pronto muestras de su vocación, sobre
todo los de alma inquieta, sensible y apasionada. Dante a los nueve
años escribía versos a la niña de ocho años de que habla en su Vida
Nueva. A los diez años lamentó Tasso en verso su separación de
su madre y hermana, y se comparó al triste Ascanio cuando huía de
Troya con su padre Eneas a cuestas; a los treinta y un años puso la
última octavas a su poema de la Jerusalén, que empezó a los
veinticinco.
De
diez años andaba Metastasio improvisando por las calles de Roma; y
Goldoni, que era muy revoltoso, compuso a los ocho su primera comedia.
Muchas veces se escapó Goldoni de la escuela para irse detrás de los
cómicos ambulantes. Su familia logró que estudiase leyes, y en pocos
años ganó fama de excelente abogado, pero la vocación natural pudo
más que él, y dejó la curia para hacerse el poeta famoso de los
comediantes.
Alfieri demostró cualidades extraordinarias desde la juventud. De niño
era muy endeble, como muchos poetas precoces, y en extremo meditabundo y
sensible. A los ocho años se quiso envenenar, en un arrebato de
tristeza, con una yerbas que le parecían de cicuta; pero las yerbas
sólo le sirvieron de purgante. Lo encerraron en su cuarto y lo hicieron
ir a la iglesia en penitencia, con su gorro de dormir. Cuando vio al mar
por primera vez, tuvo deseos misteriosos, y conoció que era poeta. Sus
padres ricos no se habían cuidado de educarlo bien, y no pudo poner en
palabras las ideas que le hervían en la mente. Estudió, viajó, vivió
sin orden, se enamoró con frenesí. Su amada no lo quiso y él
resolvió morir, pero un criado le salvó la vida. Se curó, se volvió
a enamorar, volvió la novia a desdeñarlo, se encerró en su cuarto, se
cortó el pelo de raíz, y en su soledad forzosa empezó a escribir
versos. Tenía veintiséis años cuando representó su tragedia Cleopatra:
en siete años compuso catorce tragedias.
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