Martí, el escritor

La Edad de Oro
Meñique

(Del francés, de Laboulaye)
     Cuento de magia, donde se relata la historia del sabichoso Meñique, y se ve que el saber vale más que la fuerza.

PARTES

Página 1

I

II

III

IV

V

VI

VII

 

    En un país muy extraño vivió hace mucho tiempo un campesino que tenía tres hijos: Pedro, Pablo y Juancito. Pedro era gordo y grande, de cara colorada, y de pocas entendederas; Pablo era canijo y paliducho, lleno de envidias y de celos; Juancito era lindo como una mujer, y más ligero que un resorte, pero tan chiquitín que se podía esconder en una bota de su padre. Nadie le decía Juan, sino Meñique.
     El campesino era tan pobre que había fiesta en la casa cuando traía alguno un centavo. El pan costaba mucho, aunque era pan negro; y no tenían cómo ganarse la vida. En cuanto los tres hijos fueron bastante crecidos, el padre les rogó por su bien que salieran de su choza infeliz, a buscar fortuna por el mundo. Les dolió el corazón de dejar solo a su padre viejo, y decir adiós para siempre a los árboles que habían sembrado, a la casita en que habían nacido, al arroyo donde bebían el agua en la palma de la mano. Como a una legua de allí tenía el rey del país un palacio magnífico, todo de madera, con veinte balcones de roble tallado, y seis ventanitas. Y sucedió que de repente, en una noche de mucho calor, salió de la tierra, delante de las seis ventanas, un roble enorme con ramas tan gruesas y tanto follaje que dejó a oscuras el palacio del rey. Era un árbol encantado, y no había hacha que pudiera echarlo a tierra, porque se le mellaba el filo en lo duro del tronco, y por cada rama que le cortaban salían dos. El rey ofreció dar tres sacos llenos de pesos a quien les quitara de encima al palacio aquel arbolón; pero allí se estaba el roble, echando ramas y raíces, y el rey tuvo que conformarse con encender luces de día.
     Y eso no era todo. Por aquel país, hasta de las piedras del camino salían los manantiales; pero en el palacio no había agua. La gente del palacio se lavaba las manos con cerveza y se afeitaba con miel. El rey había prometido hacer marqués y dar muchas tierras y dinero al que abriese en el patio del castillo un pozo donde se pudiera guardar agua para todo el año. Pero nadie se llevó el premio, porque el palacio estaba en una roca, y en cuanto se escarbaba la tierra de arriba, salía debajo la capa de graito. Como una pulgada nada más había tierra floja.
     Los reyes son caprichosos, y este reyecito quería salirse con su gusto. Mandó pregoneros que fueran clavando por todos los pueblos y caminos de su reino el cartel sellado con las armas reales, donde ofrecía casar a su hija con el que cortara el árbol y abriese el pozo, y darle además la mitad de sus tierras. Las tierras eran de lo mejor para sembrar, y la princesa tenía fama de inteligente y hermosa; así es que empezó a venir de todas partes un ejército de hombres forzudos, con el hacha al hombro y el pico al brazo. Pero todas las hachas se mellaban contra el roble, y todos los picos se rompían contra la roca.

 II

     Los tres hijos del campesino oyeron el pregón, y tomaron el camino del palacio, sin creer que iban a casarse con la princesa, sino que encontrarían entre tanta gente algún trabajo. Los tres iban anda que anda, Pedro siempre contento, Pablo hablándose solo, y Meñique saltando de acá para allá, metiéndose por todas las veredas y escondrijos, viéndolo todo con sus ojos brillantes de ardilla. a cada paso tenía algo nuevo que preguntar a sus hermanos: que por qué las abejas metían la cabecita en las flores, que por qué las golondrinas volaban tan cerca del agua, que por qué no volaban derecho las mariposas. Pedro se echaba a reír, y Pablo se encogía de hombros y lo mandaba a callar.
     Caminando, caminando, llegaron a un pinar muy espeso que cubría todo un monte, y oyeron un ruido grande, como de un hacha, y de árboles que caían allá en lo más alto.
     -Yo quisiera saber por qué andan allá arriba cortando leña - dijo Meñique.
     -Todo lo quiere saber el que no sabe nada - dijo Pablo, medio gruñendo.
     -Parece que este muñeco no ha oído nunca cortar leña - dijo Pedro, torciéndole el cachete a Meñique de un buen pellizco.
     -Yo voy a ver lo que hacen allá arriba- dijo Meñique.
     -Anda ridículo, que ya bajarás bien cansado, por no creer lo que te dicen tus hermanos mayores.
     Y de ramas en piedras, gateando y saltando, subió Meñique por donde venía el sonido. Y ¿qué encontró Meñique en lo alto del monte? Pues un hacha encantada, que cortaba sola, y estaba echando abajo un pino muy recio.
     -Buenos días, señora hacha - dijo Meñique-: ¿no está cansada de cortar tan solita ese árbol tan viejo?
     -Hace muchos años, hijo mío, que estoy esperando por ti - respondió el hacha.
     -Pues aquí me tiene - dijo Meñique.
     Y sin ponerse a temblar, ni preguntar más, metió el hacha en u gran saco de cuero, y bajó el monte, brincando y cantando.
     -¿Qué vio allá arriba el que todo lo quiere saber? - preguntó Pablo, sacando el labio de abajo, y mirando a Meñique como una torre a un alfiler.
     -Pues el hacha que oíamos - le contestó Meñique.
     -Ya ve el chiquitín la tontería de meterse por nada en esos sudores - le dijo Pedro el gordo.
     A poco andar ya era de piedra todo el camino, y se oyó un ruido que venía de lejos, como de un hierro que golpease una roca.
     -Yo quisiera saber quién anda allá lejos picando piedras -dijo Meñique.
     -Aquí está un pichón que acaba de salir del huevo, y no ha oído nunca al pájaro carpintero picoteando en un tronco - dijo Pablo.
     -Quédate con nosotros, hijo, que eso no es más que el pájaro carpintero que picotea en un tronco - dijo Pedro.
     -Yo voy a ver lo que pasa allá lejos.
     Y aquí de rodillas, y allá medio a rastras, subió la roca Meñique. oyendo cómo se reían a carcajadas Pedro y Pablo ¿Y que encontró Meñique allá en la roca? Pues un pico encantado, que picaba solo, y estaba abriendo la roca como si fuese de mantequilla.
     -Bueno días, señor pico- dijo Meñique-: ¿No está cansado de picar tan solito en esa roca vieja?
     -Hace muchos años, hijo mío, que estoy esperando por ti - respondió el pico.
     -Pues aquí me tiene - dijo Meñique.
     Y sin pizca de miedo le echó mano al pico, lo sacó del mando, los metió aparte en su gran saco de cuero, y bajó por aquellas piedras, retozando y cantando.
     -¿Y qué milagro vio por allá su señoría? - preguntó Pablo, con los bigotes de punta.
     - Era un pico lo que oímos - respondió Meñique, y siguió andando, sin decir más palabras.
      Más adelante encontraron un arroyo, y se detuvieron a beber, porque era mucho el calor.
     -Yo quisiera saber - dijo Meñique - de dónde sale tanta agua en un valle tan llano como éste.
     -¡Grandísimo pretencioso - dijo Pablo - que en todo quiere meter la nariz! ¿No sabes que los manantiales salen de la tierra?
     -Yo voy a ver de dónde sale esta agua.
     Y los hermanos se quedaron diciendo picardías; pero Meñique echó a andar por la orilla del arroyo, que se iba estrechando, estrechando, hasta que no era más que un hilo. Y ¿qué encontró Meñique cuando llegó al fin? Pues una cáscara de nuez encantada, de donde salía a borbotones el agua clara chispeando al sol.
     -Buenos días señor arroyo - dijo Meñique-; ¡no está cansado de vivir tan solito en un rincón, manando agua?
     -Hace muchos años, hijo mío, que estoy esperando por ti- respondió el arroyo.
     -Pues aquí me tiene - dijo Meñique.
     Y sin el menor susto tomó la cáscara de nuez, la envolvió bien en musgo fresco para que no se saliera el agua, la puso en un gran saco de cuero, y se volvió por donde vino, saltando y cantando.
     -¿Ya sabes de dónde viene el agua?- le gritó Pedro.
     -Si hermano: viene de un agujerito.
     -¡Oh, a este amigo se lo come el talento! ¡Por eso no crece! - dijo Pablo, el paliducho.
     -Yo he visto lo que quería ver, y sé lo que quería saber - se dijo Meñique a si mismo. Y siguió su camino, frotándose las manos.

 

PARTES

Página 1

I

II

III

IV

V

VI

VII