Allá por un
pueblo del mar Báltico, del lado de Rusia, vivía el pobre Loppi, en un casuco
viejo, sin más compañía que se hacha y su mujer. El hacha ¡bueno!; pero la
mujer se llamaba Masicas, que quiere decir "fresa agria". Y era agria
Masicas de veras, como la fresa silvestre. ¡Vaya un nombre: Masicas! Ella nunca
se enojaba, por supuesto, cuando le hacían el gusto, o no la contradecían:
pero si se quedaba sin el capricho, era de irse a los bosques por no oírla. Se
estaba callada de la mañana a la noche, preparando el regaño, mientras Loppi
andaba afuera con el hacha, corta que corta, buscando el pan: y en cuanto
entraba Loppi, no paraba de regañarlo, de la noche a la mañana. Porque estaban
muy pobres, y cuando la gente no es buena, la pobreza los pone de mal humor. De
veras que era pobre la casa de Loppi: las arañas no hacían telas en sus
rincones porque no había allí moscas que coger, y dos ratones que entraron
extraviados, se murieron de hambre.
Un día estuvo
Masicas más buscapleitos que de costumbre, y el buen leñador salió de la casa
suspirando, con el morral vacío al hombro: el morral de cuero, donde echaba el
pico de pan, o la col, o las papas que le daban de limosna. Era muy de
mañanita, y al pasar cerca de un charco vio en la yerba húmeda uno que le
pareció animal raro y negruzco, de muchas bocas, como muerto o dormido. Era
grande por cierto: era un enorme camarón. "¡Al saco el camarón!":
con esa cena le vuelve el juicio a esa hambrona de Masicas; ¿quién sabe lo que
dice cuando tiene hambre?" Y echó el camarón en el saco.
Pero ¿qué tiene Loppi, que da un salto atrás, que le tiembla la barba, que se pone pálido? Del
fondo del saco salió una voz tristísima: el camarón le estaba ablando:
-Párate, amigo,
párate y déjame ir. Yo soy el más viejo de todos los camarones: más de un
siglo tengo yo: ¿que vas a hacer con este carapacho duro? Se bueno conmigo como
tú quieres que sean buenos contigo.
-Perdóname camaroncito, que yo te dejaría ir: pero mi mujer está
esperando su cena, y si le digo que encontré el camarón mayor del mundo, y que
lo dejé escapar, esta noche sé yo a lo que suena un palo de escoba cuando se
lo rompe su mujer a uno en las costillas.
-Y ¿por qué se lo has de decir a tu mujer?
- ¡Ay, camaroncito!: eso me dices tú porque no sabes quién es
Masicas. Masicas es una gran persona, que lo lleva a uno por la nariz, y uno se
deja llevar: Masicas me vuelve al revés, y me saca todo lo que tengo en el
corazón: Masicas sabe mucho.
-Pues mira, leñador, que yo no soy camarón como parezco, sino una
maga de mucho poder, y si me oyes, tu mujer se contentará, y si no me oyes,
toda la vida te has de arrepentir.
-Tú contenta a Masicas, y yo te dejaré ir, que por gusto a nadie
le hago daño.
-Dime qué pescado le gusta más a tu mujer.
-Pues el que haya, camarón, que los pobres no escogen: lo que has
de hacer es que no vuelva yo con el morral vacío.
-Pues ponme en la yerba, mete en el charco tu morral abierto, y di:
"¡Peces, al morral!"
Y tanto peces
entraron en el morral que casi se le iba a Loppi de las manos. Las manos le
bailaban a Loppi del asombro.
-Ya ves, leñador -le
dijo el camarón-, que no soy desagradecido. Ven acá todas las
mañanas, y en cuanto digas: ¡"Al morral peces!" tendrás el
morral lleno, de los peces colorados, de los peces de plata, de los
peces amarillos. Y si quieres algo más, ven y dime así:
Camaroncito duro,
Sácame del apuro":
y yo saldré,
y veré lo que puedo hacer por ti. Pero mira, ten juicio, y no le digas
a tu mujer lo que ha sucedido hoy.
-Probaré, señora maga, probaré -dijo el leñador: y puso
en la yerba con mucho cuidado el camarón milagroso, que se metió de un
salto en el agua.
Iba como
la pluma Loppi, de vuelta a casa. El morral no le pesaba, pero lo puso
en el suelo antes de llegar a la puerta, porque ya no podía más de la
curiosidad. Y empezaron los peces a saltar, primero un lucio como de una
vara, luego una carpa, radiante como el oro, luego dos truchas, y un
mundo de meros. Masicas abrazó a Loppi, y lo volvió a abrazar, y le
dijo: "¡leñadorcito mío!"
-Ya ves,
ya ves Loppi, lo que nos ha sucedido por haber oído a tu mujer y salir
temprano a buscar fortuna. Anda a la huerta, anda, y tráeme unos ajos y
unas cebollas, tráeme una setas: anda, anda al monte, leñadorcito, que
te voy a hacer una sopa que no la come el rey. Y la carpa la asaremos:
ni un regidor va a comer mejor que nosotros.
Y fue
muy buena por cierto la comida, porque Masicas no hacía sino lo que
quería Loppi, y Loppi estaba pensando en cuando la conoció, que era
como una rosa fina, y no le hablaba del miedo. Pero al otro día no le
hizo Masicas tantas fiestas al morral de pescados. Y al otro, se puso a
hablar sola. Y el sábado, le sacó la lengua en cuanto lo vio venir. Y
el domingo, se le fue encima a Loppi, que volvía con su morral a
cuestas.
-¡Mal
marido, mal hombre, mal compañero! ¡que me vas a matar a pescado!
¡que de verte el morral me da el alma vueltas!
-Y ¿qué quieres que te traiga, pues? -dijo el pobre Loppi.
-Pues lo que comen todas las mujeres de los leñadores
honrados: una sopa buena y un trozo de tocino.
-Con tal -pensó Loppi- que la maga me quiera hacer este
favor".
Y al
otro día a la mañanita fue al charco, y se puso a dar voces:
Camaroncito duro,
Sácame del apuro":
y el agua se movió,
y salió una boca negra, y luego otra boca, y luego la cabeza, con dos
ojos grandes que resplandecían.
-¿Qué quiere el
leñador?
-Para mi, nada: nada para mí, camaroncito: ¿qué he de querer yo?
Pero ya mi mujer se cansó del pescado, y quiere ahora sopa y un trozo de
tocino.
-Pues tendrá lo que quiere tu mujer -respondió el
camarón-. Al sentarte esta noche a la mesa, dale tres golpes con el dedo
meñique, y di a cada golpe: "¡Sopa, aparece; aparece tocino!" Y
verás que aparecen. Pero ten cuidado, leñador, que si tu mujer empieza a pedir,
no va a acabar nunca.
-Probaré, señora maga, probaré -dijo Loppi, suspirando.
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