da, hasta el dudoso rigor histórico de las paginas de "El Papa de Hitler" del amateur John Cornwell (síntesis de los anteriores), hemos de dar cuenta de la fábula de uno y otro lado para gloria y loor de la Verdad. No por que ésta requiera de tan pésimo defensor sino por simple estética de la realidad histórica.

Lejos pues de la imagen que se pretende instalar de una Iglesia silenciosa y de un concordato de conveniencia, o de un Papa maquiavélico; (aún a sabiendas que hablamos de hombres y no de ángeles), no hemos de repetir aquí el derrotero de quienes ya recopilaron las Actes et Documents du Saint Siège relatifs à la Seconde Guerre Mondiale o quienes como Antonio Gapari, el P. Gumpel o Pierre Blet se han tomado la molestia de rebatir punto por punto cada una de estas falacias; de quienes han sabido recordar la Shoah y el título de Justo que la comunidad judía otorgó a PIO XII por tanta labor y sacrificio para lograr salvar de la barbarie a cantidad de seres. Preferimos mostrar el absurdo de la imputación tomando la posta desde la "resistencia católica" y a partir de dos tópicos: Por un lado responder al porqué se persiguió al cristianismo; la estructura del pensamiento nacionalsocialista; es decir, su distancia ideológica y moral tanto en lo discursivo como en lo simbólico. Totalmente opuesta a cualquier concepción religiosa. Y por otro responder a cómo se persiguió al cristianismo; la realidad pasada, es decir los testimonios acerca de los mecanismos de opresión y la triste relación de una Iglesia alemana restringida, limitada y por fin, definitivamente perseguida y clandestina que por gracia de Dios, santidad de su Pastor y mérito de sus mártires supo resistir los embates del nazismo con la paz del Cordero y la fortaleza del Espíritu Santo.

Se propagó entonces, una falacia de perder - perder, ante la cual se debía optar o por el minimun de premisas políticas del partido o por todo; incluyendo el marco pseudo religioso del nazismo. Hubo agresiones aisladas desde la constitución del partido hasta la firma del Concordato en 1933, transcurrido cierto período de calma los agravios no solo se reanudaron sino que se institucionalizaron. En 1937 la encíclica Mit Brennender Sorge constituyó la declaración de guerra; recogiendo las quejas de la jerarquía alemana, se condenaron allí la concepción panteísta del mundo y su mito de la sangre y de la raza, el intento de disociar la moral de la religión sobre una base utilitaria y colectivista en contra de las verdades eternas del orden sobrenatural, la dignidad y la libertad humana. La encíclica fue un prólogo fatalmente profético que se ratificó en el mensaje de Navidad de 1942 y concluyó con la triste comprobación histórica resumida en la alocución que Pio XII dirigió al sacro colegio el 2 de junio de 1945.

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