Una joya. En primer lugar fruto de una prodigiosa suerte, el hallazgo de lo que no puede dejar de considerarse un tesoro, el argumento. La historia, aparentemente hallada en un libro del siglo XIX, Anomalies and Curiosities of Medicine, de un joven, Edward Mordake, heredero de una de las familias más nobles de Inglaterra, dotado de muchas virtudes y de una belleza comparable a la del mítico Antinoo, pero que porta en la parte posterior de su cabeza otra cara, la de una bella mujer, adorable como un sueño, terrible como un demonio. "El rostro femenino era una simple máscara que ocupaba tan sólo una pequeña porción de la parte trasera del cráneo, pero que mostraba todos los signos de poseer inteligencia. Se la veía sonreír y mirar despectivamente cuando Mordake lloraba. Los ojos seguían los movimientos del espectador y los labios se movían sin cesar. No se oía voz alguna, aunque Mordake afirmaba no poder dormir por las noches a causa de los susurros de su diabólico mellizo".


    Un hallazgo. Pero a partir de ahí, uno de los más finos trabajos de la literatura reciente consigue convertir la bella piedra hallada en una auténtica joya. Un duetto de dos voces ¿interiores? que nos arrastra vertiginosamente a través de las páginas de una novela que rezuma la savia de la mejor literatura, sin perder en ningún momento su carácter de cosa extraordinaria, única. Voces encadenadas al terrible susurro forjado con el aliento, con el vaho de los mejores espíritus de la literatura romántica (Hoffmann, Villiers, Wilde y muchos, muchos otros), pero que consigue desvelarnos nuevos y fascinantes horrores; que consigue alcanzar honduras aún no exploradas de ese abismo sobre el que flotan nuestras fantasmagóricas existencias de hombres y mujeres condenados a la carencia, torturados en ese infierno que es nuestro propio deseo. En definitiva, una auténtica joya que hay que leer inmediatamente.

Joaquín Lledó    
Número 64, Mayo, 2001
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