"Una de las historias más extrañas y a la vez más melancólicas acerca de una deformidad humana es la de Edward Mordake, de quien se dice que era heredero de una de las familias más nobles de Inglaterra. Sin embargo, nunca reclamó el título. Vivió completamente recluido, rehusando visitas, incluso de miembros de su propia familia. Era un joven de excelentes dotes, estudioso, y músico de notable habilidad. Era de buen porte y su rostro era comparable al de Antinoo. Pero en la parte posterior de su cabeza había otra cara, la de una bella mujer «adorable como un sueño, terrible como un demonio». El rostro femenino era una simple máscara que ocupaba tan sólo una pequeña porción de la parte trasera del cráneo, pero que mostraba todos los signos de poseer inteligencia, aunque de un tipo maligno. Se la veía sonreír y mirar despectivamente cuando Mordake lloraba. Los ojos seguían los movimientos del espectador y los labios se movían sin cesar. No se oía voz alguna, aunque Mordake afirmaba no poder dormir por las noches a causa de los susurros de su diabólico mellizo."
George M. Gould & Walter L. Pyle, Anomalies and Curiosities of Medicine, New York, 1896, p.188.
¿El hombre y la mujer son algo más que un disfraz el uno para el otro? ¿En qué lugar se produce la conexión de las almas? ¿En qué lugar del cerebro o en qué lugar de la piel? ¿Cómo ve el hombre a la mujer? ¿Cómo ve la mujer al hombre? ¿La mirada masculina y femenina podrían fundirse en una única mirada tan sombría como luminosa? ¿Qué le ocurriría a un ser cuyo cuerpo fuese el campo de batalla donde se enfrentan las dos caras de la moneda humana? ¿Qué le ocurriría a un ser que fuese un hombre manifiesto y a la vez una mujer secreta que desde la oscuridad interpreta las más alucinantes canciones de amor?
La novela de Irene Gracia puede verse como una narración apasionada y despiadada sobre la condición masculina y la femenina, pero también como un concierto barroco en el que dos voces entrelazan sus cadencias en un remolino de preguntas y respuestas que sólo quieren iluminar la cara oscura de la conciencia, la cara no nombrada, no conocida: la cara infame "o no tocada por la fama".
Dueña de una paleta expresionista, ya perceptible en su primera novela, Irene Gracia configura un mundo contrastado, lírico y violento donde sus personajes se mueven como seres de luz y seres de sombra, de cuyas bocas se desprenden las más sensuales y letales revelaciones.
En Mordake o la condición infame, asistimos desde el principio a la "doble vida" de un hombre que tuvo la gracia y la desgracia de llevar en la parte posterior de su cabeza algo más que los otros: una mirada, una voz, un temblor y una conciencia.
Mordake no sólo tiene dos voces, tiene también dos conciencias y dos formas de asumir la vida, pero ni está loco ni es un monstruo. Su único pecado es no reconocer hasta el final que llevaba dentro de él la plenitud del ser: la cara y la cruz de la condición humana, de la condición partida, de la condición sexual, fundamentada en la dualidad.
Siguiendo el trazo de escritoras como Djuna Barnes o Violette Leduc, que fueron auténticos animales de fondo a la búsqueda de una escritura verdaderamente reveladora de lo que somos y de lo que no somos, Irene Gracia ha tejido una narración fulgurante e insólita por su forma, su contenido, y las muy violentas e íntimas emociones que pone en juego.
El poder de absorción que tiene esta narración es impresionante, y no hay lector que al llegar a las última páginas no se crea Mordake y no sienta la tentación de echarse las manos a la cabeza.