Maestro Iglesias

Transcripción de la entrevista realizada en Nautla en 1956 al Maestro Juan José Iglesias por el señor Gutierre Tibón.

Cha cha chá en Nautla
(1956)

... No tengo 110 años. Favor que me hacen. Tengo mucho menos. Con todo, mis añitos los tengo. Nací bajo el imperio: lo prueba mi acta de nacimiento, expedida en tiempos de Maximiliano. Nací en Puebla; allí me eduqué. Dos hermanos sacerdotes, uno abogado. Yo también estudié un año de leyes; mas mi vocación era el magisterio. Me decía mi madre: "Profesor muerto de hambre". Pero aquí me tiene vivito, después de setentaitres años de enseñanza. Nada de lujos, claro está; un poco más pobre con lo que me dan ahora, de cuando me pagaban cincuenta pesos mensuales. Aquellos pesos valían cien centavos, y con cada centavo se podía comprar......

Sí, estoy pensionado: ciento cincuenta pesos me pasa el municipio de Nautla.; otros tanto el gobierno del estado. No me olvidan. Mire esta fotografía: la tomaron de cuando el gobernador de Veracruz me entregó un cheque de mil pesos, en reconocimiento de mi labor. Con ellos arreglé un poco mi casa. Hubo años en que olvidaron completamente de nosotros. 1927 y 28. Ni un centavo. Pero continué enseñando, por que tenía que hacerlo. Dos tiendas en Nautla me fiaron; así no morí de hambre. Con nuestros sueldos construyeron el edificio de Jalapa. Sus piedras están hechas con nuestras privaciones, con nuestra miseria......

¿Recuerdos? Muchos. El mundo ha cambiado más durante mi existencia que durante los dos mil años que me han precedido. Por supuesto, sólo en el aspecto técnico, pues lo chamacos de hoy son igüales a mis primeros alumnos de allá por 1882. Estudiaba en mi ciudad de Puebla: era presidente el Manco González. Me acuerdo cuando llegaron los güeritos de Venecia, gente muy hacendosa. Luego sembraron maíz en un yermo pedregoso que se llamaba Chipilo: figurese que con el maíz no hacían ni tortillas ni atole. Hacían algo que llamaban polenta que sabe un poco a tamal. Todavía están allí, todavía comen polenta. Hablan español, sí; pero hablan mejor el mexicano, como la mayoría de los campesinos de Cholula. Les gusta más. Luego me mandaron a la sierra......

¿A caballo? No, ya llegaba a Teziutlán en tren, el Interoceánico. Me dieron en propiedad la flamante escuela "Gabino Barreda". ¿Sabe usted quién fue mi alumno? Maximino: muy travieso el escuincle. Y le enseñé las primeras letras a Manolo Ávila, no crea usted, también era un diablito. Nunca hubiera imaginado que Manolo llegaría a ser presidente. Tengo un buen recuerdo de mi estancia en la sierra: pero no pude quedarme allá, por el frío. Me enfermé de reumatismo articular y los médicos me aconsejaron que bajara a tierra caliente. Mientras preparaba mi viaje, llegaron a Teziutlán los Lombardo. Venían de Gutiérrez Zamora. Don Vicente usaba bigotes y piocha como el rey Victor Manuel; era moreno y chaparro. Recuerdo también a su esposa, doña Marcelina. Su hijo Vicente, el segundo, ya estaba casado; y el nieto, también Vicente, un chamaco rete listo, se volvió compañero de estudios de Chimino Ávila. Los Lombardo subieron la sierra y bajé para Gutiérrez Zamora. Enseñé algunos años en Tecolutla y, al principio de este siglo, vine a Nautla......

¿De cuantas generaciones he sido maestro? Sólo aquí, en Nautla, de cuatro (si es que tiene razón el sabio mexicano que limita cada generación a trece años) Cuando llegué a Nautla, había dos casas de mampostería; todas las demás eran jacales. Ya sabe cuantos aspectos tiene la vida de nosotros, los maestros rurales. Me ocupaba de la enseñanza, trataba de mejorar las condiciones higiénicas de la gente, aconsejaba en todo lo que podía y hasta organizaba fiestas. Usted no imagina que trabajo me dio convencer a las parejas para que balaran valses y polcas.  "¡Imposible!", me decían, acostumbrados como estaban a bailar separados los sones costeños. Se miraban a los ojos, y con cuanta intención, los jóvenes de entonces.; pero las manos, los brazos, no podían participar en las danzas. "¡Imposible!" Que imposible ni que nada. Hoy, en la noche, en el baile de reyes, ya verá cómo bailan: algo que se llama chachachá. Se agarran de las manos, se abrazan, brincan como changos y hasta a veces se repegan -le digo la pura verdad- los cachetes. En Nautla ya nadie baila los sones antiguos. La tradición se ha perdido. Hay nuevas costumbres. Oiga usted la música del jacal de enfrente. Radio a todo volumen y el día entero. Ricachá, ricachá......

Continúo dando clases, pero particulares. Tengo que redondear mis entradas. Nada de primeras letras, que son muy pesadas. Me siento bien, sólo que un poco cansado. Calcule: setentaitres años de enseñanza, corriditos......

No, no me arrepiento de haber escogido esta actividad. Mucha gente habla de patria, de hacer patria. Yo sé, de veras, que he contribuido a hacer patria: con mucha buena voluntad, con mucha paciencia y un entusiasmo que se renovaba constantemente. Igual que aquel pájaro. -¿cómo se llama?- que siempre renace de sus cenizas. Ya me acuerdo: el ave fénix. He enseñado a leer y escribir a muchos, muchos chamacos, desde 1882 hasta hoy. Creame, "la misión del maestro" no es una frase vacía. Es una realidad, una gran realidad. Yo he amado esta misión, y he cumplido con ella, y aún estoy cumpliendo, pese a las pocas energías que me restan......

Si, dos hermanos curas y un hermano abogado, que no tuvo familia. Y a mí ya no me queda nadie. Todos los míos murieron. Estoy sólo. Pero, mire: no me han olvidado. Ente mis alumnos ha habido médicos, licenciados, generales, hasta un presidente de la República. Algunos se acuerdan de mí. En este cajón guardo las tarjetas de felicitación que me han mandado por el Año Nuevo. Mire: una, dos, tres, cuatro tarjetas......

Si viene otra vez a Nautla, no se le pase visitarme. Aquí tiene su casa. Juan José Iglesias, para servir a usted.