Desde
la segunda mitad del siglo XVI, al expanderse la colonización hacia el
norte de la Nueva España y con motivo de la protección que requerían
las nuevas poblaciones y los caminos para el comercio y el envío de los
metales de las minas descubiertas, se vio la necesidad de crear cuerpos de
soldados y fortificaciones capaces de sostener el embate de los indios bárbaros
que habitaban en esas regiones.
El
Virrey Enríquez de Almanza (cuarto virrey que gobernó desde 1568 a 1580)
dictaminó la construcción de las fortificaciones, que llamaban
presidios, y estaban guarnecidas por soldados llamados
"presidiales". Eran los puestos más avanzados de la colonización,
donde terminaban los caminos y las poblaciones, y donde empezaba la tierra
habitada por los indios bárbaros.
Estos presidios contaban con tierras, por lo cual posteriormente se
formaban poblaciones y al avanzar estas, los presidios se movían más al
norte. Existían además compañías volantes de soldados que recorrían
los caminos, conectando de este modo las poblaciones, las minas, las
rancherías, y los presidios.
soldado presidial del siglo XVIII
Así
se fundó en 1570 Jerez, Celaya, Portezuela, Ojuelas, y San Felipe; en
1573 Charcas, Fresnillo, Sombrerete, Pénjamo y Jamay; en 1575,
Aguascalientes; en 1576, León, Mezcala, y Palmillas, y otros más. A
finales del siglo XVII, ya había presidios en el Río Bravo e inclusive
algunos puestos más avanzados, en Texas y Nuevo México. Así se formaron
en Coahuila las poblaciones de Saltillo, Parras, Monclova, Múzquiz (Santa
Rosa), Zaragoza (San Fernando de Austria), Guerrero (Río Grande), etc., y
en Texas, San Antonio (Bejar), entre otras.
Estos
presidios eran fortificaciones construidas de piedra o de adobe, o una
combinación de ambos, generalmente de forma cuadrada de aprox. 120 mts.
por lado, y con bastiones salientes o torres en al menos dos esquinas
opuestas, donde colocaban cañones para proteger sus flancos. No eran
construcciones sofisticadas puesto que no se requerían, ya que se
utilizaban solamente para guarecerse de los ataques de los indios bárbaros,
quienes utilizaban armas rudimentarias y no ponían en peligro la
construcción. En algunas de las ruinas de los presidios que actualmente
todavía existen, se puede distinguir un túnel oculto con salida hacia el
abasto de agua, que utilizaban para el caso de estar asediados por los
enemigos. Dentro de los presidios vivían los soldados, sus familias,
sacerdotes, oficiales, y los
indios incorporados como guías, y contaban con
casas, almacenes, capilla, etc.
arreglo general simplificado de un presido
En
el año de 1724, Don Pedro Rivera, brigadier de los ejércitos reales,
recorrió el norte de la Nueva España desde Sonora hasta Nuevo León en
misión de inspección de los presidios y su funcionamiento, en un viaje
de más de 12,000 kilómetros que duró 3 años y medio. En el año de
1726 llegó a Coahuila y Texas, entrando por Cuencamé hacia Saltillo,
pasando por Monclova y su inspección llegó hasta Los Adaes y Espíritu
Santo en Texas.
A
raíz del reporte de la inspección de Don Pedro Rivera, en 1729 el Virrey
Marqués de Casa Fuerte emitió un reglamento por el cual se debían regir
los presidios, sus oficiales y sus soldados. Esto vino a corregir en gran
medida el desorden que existía en esa época, resultado del desarrollo de
los presidios con pocas directrices y de la grande distancia que existía
de ellos a las poblaciones más organizadas. Este reglamento tuvo vigencia
hasta 1772 cuando el Virrey Antonio María de Bucareli puso en vigor un
nuevo reglamento ordenado por el rey, bajo el cual se obtuvieron mejores
resultados y se llegó atener una época de florecimiento en el norte de
la Nueva España. Este nuevo reglamento tomó muchas de las
recomendaciones que el Marqués de Rubí hizo después de su visita de
inspección a las Provincias Internas, pensando ya no solamente en la
defensa contra los indios bárbaros que seguían azotando las poblaciones
y los caminos, sino las incursiones de los rusos en el poniente, y de los
franceses y los anglos en el oriente.
El
reglamento de 1772 dispuso una nueva distribución de los presidios a lo
largo de la frontera norte, formando una línea de defensa contra los
indios y extranjeros. Esta línea constaba de trece presidios, más dos en
avanzada hacia el norte (los
de Santa Fe en Nuevo México, y San Antonio del Bejar en Texas). Los
presidios mantenían un correo mensual entre ellos.
Bajo
este contexto se formó una casta de hombres muy especiales, que fue la de
los soldados presidiales.
Los
soldados presidiales, una casta muy especial de hombres
El
reclutamiento de los soldados presidiales se hacia con gentes de la región.
Nacidos en los desiertos y montañas del norte, criados bajo el constante
peligro en que los ponían los indios bárbaros que infestaban esas
provincias, siempre expuestos al extremoso clima, acostumbrados a grandes
jornadas y fatigas, los soldados presidiales poseían
características fundamentales para su sobrevivencia y para el
combate contra los indios que los soldados regulares de otras partes no
tenían.
El
general Don Vicente Filisola, participante en la campaña de Texas en el
siglo XIX, comenta en su libro "La guerra de Texas" que el
general Santa Ana en su paso por Monclova hacia Texas, erróneamente no
aceptó las recomendaciones de sus subalternos con respecto a la
conveniencia de incluir en sus tropas a soldados presidiales:
"en
atención a que esta clase de tropa era la más útil que podía
encontrarse para transitar aquellos desiertos países porque los conocen
a palmos, y además de ser tan valientes para batirse como cualquiera
otra buena tropa, tienen otras muchas circunstancias apreciabilísimas
que adquieren desde la niñez y de hacer correrías continuas para
defender las fronteras y para perseguir a los bárbaros que las
hostilizan. Así es que saben distinguir toda clase de huellas, los días
que tienen de impresas y las señas y humaredas que por su número,
posición y distribución en los lugares altos y bajos, en cuadros, triángulos,
grupos, etc. sirven de medios de inteligencia a los mismos enemigos, y
así mismo conocen las señales del tiempo, el cambio de temperatura y
las horas de la noche por el curso de las estrellas. Son excelentes
tiradores, jinetes, y nadadores, incansables en las fatigas,
extraordinariamente sobrios, cuidadores admirables de toda clase de
animales, cautos contra todas asechanzas de los bárbaros, buenos
bogadores, canoeros, utilísimos para el manejo de las carretas y mulas
de carga, para la matanza de reses, y sin iguales para guías y correos
en aquellos desiertos y veredas que nadie entiende ni conoce como
ellos".
En
1785, el Virrey de Gálvez también distinguía a los soldados presidiales
de los regulares:
"Los
soldados presidiales son del país, más aptos que el Europeo para esa
guerra, siendo preocupación de estos últimos creer que a los
Americanos les falta el espíritu y la generosidad para las armas,
atendiendo a que en todas las épocas y naciones la guerra ha hecho
valientes y la inacción cobardes.
Y
si es esta una verdad inconstratable, es precisa consecuencia que deben
ser fuertes y aguerridos unos hombres que nacen y se crían en medio de
los peligros.
No
son menos bravos los criollos de tierra-adentro que los indios con que
pelean, pero las circunstancias que los acompañan no son tan
favorables, su ligereza y agilidad a caballo grande (respecto a la de
los Europeos), es perezosa comparada a la de los indios, y nuestra
religión que pide otras justas atenciones en la muerte, no permite en
los últimos instantes aquellas apariencias de generosidad con que
mueren ellos; pues los apaches ríen y cantan en los últimos momentos
para adquirir su mentida gloria, y nosotros aspiramos a la verdadera por
medio del llanto y el arrepentimiento resultando que al paso que a ellos
se animan y se envidian, los nuestros se abaten y se entristecen.
Tampoco
pueden nuestros soldados sufrir la sed y el hambre con la misma
constancia del indio, ni resistir con la misma indolencia la intemperie
porque el distinto resguardo con que se crían los hace más sensibles y
delicados".
Las
funciones que cumplían eran muchas: Protegían las misiones, las
poblaciones y los caminos, escoltaban las caravanas de provisiones y el
correo, cuidaban las manadas de caballada con que los presidios contaban,
patrullaban por las grandes extensiones en busca de rastros de indios
hostiles, etc. Además, los
soldados presidiales recibían merced de tierras para cultivo y ganadería,
que los ayudaba a su sustento. De todas las anteriores, la función más
relevante y que fue su razón de existir, fue la del combate a los indios.
Los
indios a que los soldados presidiales se enfrentaban no eran como los que
enfrentó Cortés. Los Aztecas eran sedentarios y tenían un régimen político
gobernado por un rey. Con el dominio de ese régimen en la guerra de
conquista, se logró el dominio de todos los indios del centro de México.
Los indios del norte eran nómadas y no tenían un jefe común. Los
soldados presidiales se enfrentaban a muchos grupos con jefes distintos
que se movían por todo el territorio. Había que dominarlos a todos para
lograr la pacificación de las provincias. Además, esos indios tenían un
carácter difícil y eran muy violentos. Los que más problemas causaron
fueron los terribles apaches.
El
uniforme que utilizaban estaba mandado por el reglamento de 1772, que
decia: "El vestuario de los soldados de presidio ha de ser uniforme
en todos, y constará de una chupa corta de tripe, o paño azul, con una
pequeña vuelta y collarín encarnado, calzón de tripe azul, capa de paño
del mismo color, cartuchera, cuera y bandolera de gamuza, en la forma que
actualmente las usan, y en la bandolera bordado el nombre del presidio,
para que se distingan unos de otros, corbatín negro, sombrero, zapatos, y
botines."
Por
la utilización de la cuera como uniforme, se les conoció también con el
nombre soldados de cuera o dragones de cuera. Esta era un abrigo largo sin
mangas, constituido por hasta siete capas de piel, resistente a las
flechas de los indios enemigos, que sustituyó a las corazas metálicas de
la conquista. Al principio solo eran utilizadas por los oficiales, pero
dado a su eficacia su uso se extendió a toda la tropa, llegando a ser
parte del uniforme reglamentario. Como su peso llegaba a ser hasta de 10
kg., con el tiempo, el largo de la cuera que llegaba casi hasta las
rodillas, se fue acortando hasta que al fines del siglo XVIII y durante el
XIX llegaba solo a la cintura a modo de chaquetón. Generalmente era color
blanco con el escudo Español bordado en las bolsas. También se utilizó
color piel (café).
Las
armas que el mismo reglamento de 1772 mandaba, eran una espada ancha,
lanza, adarga, escopeta y pistolas, además el soldado debía contar con
seis caballos, un potro y una mula.
La
adarga era un escudo en forma de dos círculos traslapados
fabricado de piel, capaz de contener las flechas y los golpes de
los indios. En su lugar se podía utilizar
la rodela, también de piel, pero de forma circular. Tenían
el escudo de España dibujado.
El
armamento utilizado por los soldados de presidiales durante los siglos
XVIII y XIX ha sido tema de largas discusiones de los historiadores porque
algunos lo consideran anticuado para la época, cuando las milicias en
Europa ya utilizaban primordialmente las armas de fuego, y la lanza y el
escudo prácticamente ya no formaban parte de su armamento. Sin embargo,
las armas de fuego eran útiles solamente cuando el enemigo presentaba un
grupo compacto y daba oportunidad al lento proceso de recargarlas (en el
tiempo que el soldado recargaba su escopeta, el indio podía lanzar varias
flechas con su arco), pero los indios, conocedores de las limitaciones de
las armas de fuego, atacaban muy dispersos y desplegaban velocidad en sus
acercamientos, por lo que
frecuentemente se llegaba a la lucha cuerpo a cuerpo. Entonces la lanza,
la espada y la adarga (o rodela) eran más eficaces. En algunas ocasiones
los mismos soldados utilizaron el arco y la flecha.
Su
grito de guerra al empezar un combate era "Santiago,
y a ellos".
La
bandera más utilizada en Coahuila por los soldados presidiales fue la
Cruz de Borgoña. Fueron leales al Rey, combatieron las incursiones de los
franceses, los anglos y los rusos, y su lealtad los llevó a combatir
también contra los insurgentes. Participaron relevantemente en el
prendimiento del cura Don Miguel Hidalgo en Bajan, en una época en que
por varios años habían estado combatiendo con mucho éxito las
incursiones de intrusos extranjeros en Texas.
Estos
hombres, junto con los indios y los misioneros, tuvieron parte muy
relevante en la formación y desarrollo del estado de Coahuila (y Texas),
y son muchas las familias actuales que descienden de ellos. En los
manuscritos de relatos de los siglos pasados se pueden encontrar los
apellidos Ramón, Galán, Villarreal, Menchaca, Elizondo, Valdés, Garza,
Múzquiz, Maldonado, Rodríguez, Gutiérrez, Burciaga, Cadena, Flores,
Fuentes, Siller, Orozco, Delgado, etc., etc., que son muy comunes en la
región.
Bibliografía:
"La guerra chichimeca", Philip W. Powell. "Historia general
del estado de Coahuila", Regino F. Ramón. "Coahuila y Texas en
la época colonial", Vito Alessio Robles. "Tres estudios sobre
las provincias internas de la Nueva España", María del Carmen Velásquez.
"El norte bárbaro de México", Leopoldo Martínez Caraza.
"La guerra de Texas", General Vicente Filisola. "El Dragón
de Cuera y demás tropas fronterizas Españolas al Oeste de Norteamérica",
Researching & Dragona, Julio Albi de la Cuesta.