La
muerte del talento
La
gente que sabe hacer algo tendrá que resignarse a hacer
nada por el desinterés de la población en general, la
falta de promoción por parte de las instituciones del
Estado y la ausencia de incentivos que permitan descubrir,
educar y potenciar valores que nos pueden sacar del
subdesarrollo.
por
Irina Mauricio Trelles maririna@hispavista.com
"El
problema es que la sociedad no facilita el cultivo del
talento; lo aniquila." |
El
talento también muere. A diario somos testigos de cómo la
inteligencia, capacidad intelectual, las cualidades o
virtudes, además de la aptitud para el desempeño de una
ocupación, profesión u oficio mueren en los cuerpos de niños,
jóvenes y adultos. Algunas veces la muerte es lenta; otras
fulminante. Sólo los más fuertes logran sobrevivir.
El
talento muere por descuido de la sociedad y de los
gobiernos. A nadie parece importarle que el niño tiene
talento para la música o que el adolescente que va a la
escuela de palos y esteras posee un coeficiente intelectual
o que el joven que vive al lado tiene una sensibilidad a
flor de piel para el arte.
Tampoco
nos importa si ese adulto que “patea latas” y pide
trabajo es un verdadero talento en su profesión. A esta
indiferencia y al poco apoyo casi nadie se resiste.
Los
talentosos deciden que sus capacidades duerman o las
aprovechan al mínimo
para poder sobrevivir. También están aquellos que no
muestran todo su talento porque la recompensa es escasa y el
reconocimiento nulo.
Ellos
comienzan a cuestionarse de qué sirve ser talentoso si el
pago en el trabajo es igual o menor al que no tiene talento
y mucho menos se les reconoce como personas con capacidades
superiores y con posibilidad de mayor aporte. La
consecuencia de todo esto es la frustración y el
desencanto.
En
el Perú esto pasa a diario. Hace unos días la televisión
nos mostraba a un joven talentoso y ganador internacional de
ping pong viviendo en un callejón de mala muerte de
La Victoria, convertido en un frustrado por no contar con
dinero que le permita finalizar sus estudios secundarios en
un colegio estatal.
También
tenemos fresco el recuerdo del campeón de ajedrez
regresando al campo a cultivar papas para poder sobrevivir.
Piura
no es ajena a este panorama y puedo dar fe de un joven
talentoso para las artes plásticas y ganador de un Salón
Latinoamericano de Pintura contemporánea convertido en un
mototaxista o de un magnifico estudiante de medicina que ha
tenido que colgar el mandil y el estetoscopio para manejar
un trimovil y llevar el sustento a su hogar. Las historias
existen por decenas.
El
problema es que la sociedad no facilita el cultivo del
talento; lo aniquila. Esto ocurre, principalmente, por un
asunto de discriminación o exclusión económica, sexual,
social e incluso racial, Los talentos no siempre nacen en
cuna de oro ni
están cubiertos por piel blanco o son hombres.
El
talento no sólo muere por indiferencia. La principal causa
es la precariedad económica en la que muchos tienen que
vivir. Esta falta de recursos no sólo se vive en el seno de
sus hogares, también en sus escuelas y colegios. Allí no sólo
están condenados a recibir una enseñanza de baja calidad,
algunos se ven obligados a abandonar las aulas por razones
diversas.
Nada
más para tener una idea, en Piura la deserción escolar
desde 1999 hasta la fecha tiene una cifra, según reportes
oficiales, de 23 mil alumnos retirados. ¿Cuántos de ellos
serán talentos ya aniquilados o condenados a vivir en la
oscuridad de la ignorancia?.
Si
este escollo se logra saltar, lo que viene después es una
lucha constante.
Escoger
una carrera, oficio o profesión y mantenerse en ella, también
depende del dinero y las oportunidades que se le crucen en
el camino. Todo o casi todo, depende del azar, para los
talentosos pobres, nada es seguro.
En
esta etapa del aprendizaje, el “olvido” de los gobiernos
y la falta de la puesta en marcha de políticas de Estado es
evidente.
No
existen políticas definidas de promoción a todos los
talentos existentes, y el círculo siempre se cierra
en los más populares, o con mejores condiciones
económicas. Hace falta explorar. |
Si
no, no hay forma de explicar por qué tantos niños deben
dejar la escuela o por qué los forjadores de mentes ganan
una miseria o por qué las universidades estatales cada vez
tienen menos recursos o por qué funciona en Piura una
Escuela de Música en un local de tripley y calaminas o por
qué los alumnos de la Escuela de Bellas
Artes
tienen menos recursos para modelos, equipos y sus ambientes
de estudio cada vez son más deplorables.
Tampoco
existe explicación lógica ante la falta de incentivos o
posibilidades de obtener becas integrales, pasantías o
viajes de estudio para aquellos que en verdad pueden
aprovecharlo porque tienen talento y deseo de aportar a la
sociedad.
El
martirio de ser talentoso en el Perú no acaba con una
profesión u oficio. El sufrimiento prosigue con la lucha
diaria para sobrevivir, conseguir empleo y llevar a casa el
sustento. Nadie paga lo justo. La explotación está a la
orden del día y los talentosos se sumergen en el mundo de
la desesperanza. Sólo algunos logran salir a flote porque
alguien los ayuda o porque los pocos recursos del hogar les
son entregados en señal de esperanza de toda una familia o
porque logran embarcarse en una aventura riesgosa que los
lleva a convertirse en ilegales en otros países.
Sólo
unos cuantos consiguen una beca, una posibilidad de salir
del país para perfeccionarse. Sin embargo, si retornan al
Perú, nadie les garantiza que el talento que poseen, que
Dios puso en ellos y que cultivaron con esfuerzo, será
reconocido.
Por
eso, los talentos fugan y los que no lo hacen mueren, pero
no de pie sino sumergidos en la desesperanza y la frustración.
Irina Mauricio Trelles es
periodista que a la fecha trabaja como redactora y editora de
Arte y Cultura del diario El Tiempo de Piura.
Recientemente aceptó colaborar con nuestras publicaciones. ©2001
Irina Mauricio Trelles. Distribuida por NPC
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