La
otra ventana voló en mil pedazos, hijo de puta. El fresquete que
empezaba a reinar en tan ventilado salón obligó al narrador a
refugiarse en el dormitorio, donde con ayuda de varias botellas y
mucho tabaco se dispuso a esperar los acontecimientos. Por suerte,
Fantomas no acostumbraba a hacer esperar a nadie mucho tiempo, y a las
dos horas diversos amigos empezaron a llamar desde los lugares más
antipódicos, Eduardo Galeano desde la calle Pueyrredón en Buenos
Aires, Julio Ortega desde Correo en Lima, Daniel Waksman desde
México, Cristina Peri Rossi desde Barcelona, José Lezama Lima desde
La Habana, la lista fue larga y elocuente, ahora era Lelio Basso desde
Roma, Julio Le Parc desde Montrouge, Caetano Veloso estupefacto en Sao
Paulo, Carlos Fuentes fatigando a las telefonista mexicanas, y
naturalmente Susan Sontag, que lloraba de risa frente a cosas como éstas
puesto que acababa de enterarse de que Fantomas, precedido por nada
menos que Piscis, había asumido la personalidad de un millonario
paralítico para asistir a una reunión del directorio de la Kennecot,
de la cual todo el mundo había salido pálido y tembloroso.
–Traté
de convencerlo, Susan –dijo el narrador–, pero ya lo conocés, me
hizo su célebre discurso individualista y ya ves, seguirá por su
cuenta, es seguro.
Como seguir siguió, y poco a poco las agencias de
noticias fueron difundiendo los diferentes procedimientos gracias a
los cuales Fantomas se había abierto camino en las fortalezas de
aluminio y cristal de las sociedades multinacionales. Una imagen
proveniente de Chicago lo mostraba inofensivo y soñador mientras
llenaba una jarra de agua que luego acabó en el cráneo de
Pennypepper E. Pennypepper, el rey del cobre y la sardina.
Según
Heinrich Böll, que la envió por télex desde un diario de Francfort,
la imagen siguiente mostraba a Fantomas guardándose impúdicamente el
importe de la indemnización que la junta militar chilena acababa de
pagarle a la Anaconda o a la Kennecot.
|