El
narrador no solamente tenía amigos intelectuales, y le gustaba
hacerlo notar de vez en cuando, máxime cuando en su relato los
escritores llegaban ya a un número saturante. Por eso lo alegró
recibir otra noticia por intermedio de Jean Claude Bouttier,
adversario desafortunado de Carlos Monzón pero digno de respeto como
lo probaba su interés en revelar la apariencia revestida por Fantomas
antes de entrar en el despacho del presidente Gerald Ford, con el cual
mantuvo un diálogo cuyo resultado no era aún conocido, pero podía
imaginarse después de verle la cara:
La
última imagen de tan extraordinaria serie preocupó no solamente al
narrador sino al Osservatore Romano, pues nadie sabía con
exactitud cuál de los dos personajes era Fantomas.
De
todas maneras, a partir de ese momento cesaron las noticias, y los
diarios pasaron rápidamente a temas tales como las últimas
performances de Emerson Fittipaldi, el precio del bife, las
ejecuciones o atentados de turno, la moda retro y el nuevo boom
de Hollywood, que mostraba incontrovertiblemente el dinamismo de la
libre empresa. Ya Susan podía pasearse un poco por su cuarto, y
cuando llamó por última vez (por última vez en este contexto, se
entiende) lo hizo con esa voz siempre desagradable de los que tienen
razón y te remachan el clavo.
–Se
acabó, Julio, te lo había dicho. Se ha vuelto a su guarida
convencido de que puso el mundo patas arriba, y ya ves.
–Sí,
la verdad es que no se ve gran cosa –dijo el narrador echando una
ojeada a su ventana recién reparada y preguntándose hasta cuando
duraría así–. Pero no nos impacientemos, Susan, todavía no se
pueden medir los resultados.
–Serán
pocos y falsos, verás. Fantomas es admirable y se juega la vida a
cada paso, pero nunca le entrará en la cabeza que los otros son legión
y que solamente con otras legiones se les puede hacer frente y
vencerlos.
–Bah,
si es cuestión de número pensá en Fidel y el Che, y hasta en Cortés
o Pizarro si vamos al caso. Además, Fantomas es un justiciero
solitario, si no fuera así nadie le dibujaría las historietas, te
das cuenta. No tiene vocación de líder, nunca será un jefe de
hombres.
–Por
supuesto, y yo no se lo reprocho. A nadie hay que reprocharle que haga
lo suyo enteramente solo. El problema es otro, porque nuestra realidad
no es Steiner o una pandilla suelta, lo sabes de sobra. Y hasta que
mucha gente comprenda esto, y haga también lo suyo a su manera, nos
seguirán friendo como renacuajos.
–Nunca
vi un renacuajo frito –dijo el narrador–. ¿Pero tú crees que un
día terminaremos por encontrarnos, por reunirnos? Por supuesto estoy
de acuerdo contigo, Susan, si llegáramos a eso frente a los vampiros
y los pulpos que nos ahogan, si tuviéramos un jefe, un...
–No,
Julio, no agregues "Fantomas" o cualquier nombre que se te
ocurra. Por supuesto que necesitamos líderes, es natural que surjan y
se impongan, pero el error (¿era realmente Susan la que hablaba?
Otras voces se mezclaban ahora en el teléfono, frases en idiomas y
acentos diferentes, hombres y mujeres hablando de cerca y de lejos),
el error está en presuponer al líder, Julio, en no mover ni un dedo
si nos falta, en esperar sentados que aparezca y nos reúna y nos dé
consignas y nos ponga en marcha. El error es tener ahí delante de las
narices cosas como la realidad de todos los días, como la sentencia
del Tribunal Russell, ya que anduviste en eso y me sirve de ejemplo, y
seguir esperando a que sea siempre otro el que lance el primer
llamado.
–Susan,
nuestros pueblos están alienados, mal informados, torcidamente
informados, mutilados de esa realidad que sólo unos pocos conocen.
–Sí,
Julio, pero todo eso se sabe también de otras maneras, se sabe por el
trabajo o la falta de trabajo, por el precio de las papas, por el
muchacho que balearon en la esquina, por los ricachos que pasan en sus
autos delante de las villas miseria (es una metáfora porque tienen
buen cuidado de no pasar en su puta vida). Eso se sabe hasta en el
canto de los pájaros, en la risa de los chicos, en el momento de
hacer el amor. Esas cosas se saben, Julio, las sabe un minero o un
maestro o un ciclista, en el fondo todo el mundo las sabe, pero somos
flojos o andamos desconcertados, o nos han lavado el cerebro y creemos
que tan mal no nos va simplemente porque no nos allanan la casa o nos
matan a patadas...
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