Cuando a alguien se le pregunta: ¿a qué te dedicas?, responde invariablemente con una profesión. "Soy médico", "Soy camarero", "Trabajo en una oficina de correos"... Siguiendo ese criterio, yo tendría que responder: "soy ingeniero" (si todo va bien pronto acabaré el proyecto de final de carrera y seré un lindo Telequito), pero por dentro me quedarán las ganas de responder: "soy escritor". Porque leches, citando al bueno de Rincewind: "lo importante no es lo que haces sino lo que eres, seas bueno en ello o no". Rincewind (en los libros de Mundodisco) era el peor mago aparecido jamás sobre la faz de la Tierra, pero en su interior sabía que ERA un mago. Pues bien, yo me ganaré el pan como ingenierito, pero lo que realmente me hace sentir vivo es poner palabras una detrás de la otra, aporrear el teclado y escribir cuentos, historietas, relatos más o menos fantásticos, de más o menos calidad... Aprovecho en ellos para exorcizar viejos fantasmas, reírme de las cosas que me hacen gracia y llorar con las que me deprimen o aterrran, jugar con el futuro o el pasado, inventar situaciones y personajes. Sé que nunca podré ganarme la vida con ello (¿cuántos escritores viven hoy en día de la literatura en España? Pocos, pocos...), pero eso no me quitará el indudabilísimo placer que siento al escribir y al dejar mis cuentos a otra gente. Porque eso es importante: soy incapaz de escribir para mí mismo, me encanta que otras personas lean lo que hago y me den su opinión sincera: lo que les ha gustado y lo que no, si alguna vez habían pensado cosas parecidas, si están de acuerdo con lo que piensa algún personaje o creen que sólo dice tonterías... Es para mí una manera de comunicarme con los demás, de unirme en cierta manera al resto del mundo explicando las rarezas que me pasan por la cabeza. Se puede saber mucho de alguien por los textos que escribe, por los personajes que crea, por lo que intenta decir con ellos...