
Lo que hace que valga la pena estar vivo es, sin duda alguna, la gente.
Amigos, familia: gente a la que quieres y con la que te lo pasas bien,
gente que te quiere y/o te respeta, gente que te aconseja y que se deja
aconsejar, gente por la que haría cualquier cosa. Vosotros,
vamos.
Hace tiempo yo creía que era un
solitario. Siempre he sido tímido, aunque a veces no lo parezca
(creedme, lo soy, aunque de pequeñín lo era muchísimo más que ahora). Me
cuesta dar los pasos necesarios para conocer a nuevas personas, ganar confianza
con ellas, y a veces intento compensar ésto con una especie de huida hacia
adelante: una extroversión inmediata y radical hacia gente que acabo de
conocer. Confianza instantánea, casi una entrega incondicional. Y eso es un riesgo, oh sí.
He conocido así a gente fabulosa y sorprendente, Batmontse sin ir más
lejos, o la ángel caída Desidia, o mis amigas por correspondencia Tere
y Sara. Pero por otro lado, los riesgos a los que me refería antes
(aquí no daré nombres) incluyen un par de puñaladas en la espalda, algún
abuso de confianza, y también unos pocos encuentros con gente que conocí en
chats de Internet que... En fin, en uno me tomaron el pelo, otro por poco me
vuelve loco y aún estoy bregando con las consecuencias de
un tercero.
Pero, cómo no, me he alejado del tema
para perderme en una de mis disgresiones marca de la casa. Lo que quería decir
es que el miedo y mi timidez me llevaron durante muchos años a no involucrarme
demasiado con la gente a la que conocía, incluso con mis amigos. A pocos les
abría mi... Podríamos decir... Cubierta protectora. Esto ha cambiado en los
últimos años, y, francamente, creo que he salido ganando con el cambio. He
aprendido (o eso creo) a abrirme más a la gente, a identificarme con ella, con
sus problemas (a veces demasiado, desde siempre he sangrado con las
heridas ajenas, que maldita la gracia). Voy aprendiendo...

Un brindis por vosotros, campeones!