14 de septiembre de
1999
Rodulfo y yo teníamos varios meses preparándonos para esta expedición, la ascensión
al pico Norte del Picacho del Diablo en el Parque Nacional Sierra de San Pedro Mártir, en
Baja California. La preparación para este viaje la realizamos durante tres meses, con
entrenamientos casi diarios. Nuestra intención es ascender a varios picos dentro del
Parque Nacional, entre otros, el Picacho, el Botella Azul y el Tres Palomas, nos sentimos
confiados en nuestra preparación aunque sabemos que en un lugar como este y por la ruta
que seguiremos, es muy común que los excursionistas se pierdan. La ruta que
considerábamos "tradicional", sigue el curso del Cañón del Diablo, remontando
el río hasta llegar aun paraje llamado Campo Noche. Nuestra ruta, también tenia como
objetivo llegar a campo noche, pero por el lado opuesto, esto es, llegar directamente al
parque por el camino al observatorio, y de ahí subir al collado del cerro Botella Azul y
el Scout Peak, para después bajar por al cañón por las inclinadísimas laderas, hasta
el río, para seguir su curso hasta Campo Noche.
Salimos a las 5 de la tarde de la ciudad de México, con rumbo a Tijuana, llegamos,
gracias al cambio de uso horario, a las 18:00 horas, y mientras Rod acaba de sacar el
coche rentado, yo hago las ultimas compras de agua y de la comida que cenaremos (una
botella de agua y una torta), y salimos por la carretera escénica a Ensenada. Yo jamás
he estado tan lejos de mi hogar y la emoción que siento es increible. Durante una buena
parte del viaje queda a nuestra izquierda el inmenso Océano Pacifico. El océano no es
particularmente hermoso, pero aun así, no deja de tener cierta majestad.
Al oscurecer apenas estamos llegando a Ensenada, pasamos de largo y dejamos para
nuestro regreso el conocer los famosos tacos de pescado. El aroma salado del mar nos
acompaña aún durante algunos kilómetros antes de que nos comencemos a internar en la
península rumbo a San Quintín. En un pueblo posterior, recargamos gasolina, con el
calculo mental de que este combustible debe de transportarnos a través de más de 250
kilómetros, ida y vuelta hasta el parque. También cargamos gasolina para la estufa.
Llegamos a la desviación al parque, que esta señalada también con letreros que
indican el acceso al Observatorio Nacional, dependiente del Instituto de Astronomía de la
UNAM. El camino es de terraceria, pero bien cuidado de un buen ancho. La oscuridad es
increible. Dejamos atrás los últimos caserios, y nos internamos en el más solitario de
los caminos. Solo nos encontramos un vehículo en el camino, que hacia mucho tiempo nos ha
rebasado, es una camioneta de doble tracción que después sabremos, lleva el mismo rumbo
que el nuestro. Nunca he estado en un lugar tan solitario, más de dos hora manejando sin
ver una sola luz, salvo las estrellas. El sueño llega a vencerme y es muy poco el cambio
que noto en el paisaje, que según me habían comentado, seria gradual pero espectacular.
Casi a las 2 de la
madrugada llegamos a la entrada del parque, que para nuestra sorpresa, tiene una puerta
que nos impide pasar, y es que el acceso es solo hasta las ocho de la noche y no abrirán
sino hasta las ocho de la mañana. Con un poco de desconcierto acabamos por aceptarlo y
ponemos la tienda para dormir (nuestra intención era llegar esa misma noche hasta donde
iniciaríamos la caminata, y esto nos haría perder valioso tiempo). Ahí ya estaban
durmiendo al ras de suelo los ocupantes de la camioneta que nos rebasó horas antes. |
Pichacho del Diablo
desde el observatorio de la UNAM
|
El amanecer me permitió admirar por primera vez el bosque del lugar, es increíble,
hacia solo unas horas estábamos en una costa desértica y ahora estamos en un bosque de
coníferas. Desayunamos y Rodulfo ya ha comenzado a entablar amistad con el otro grupo,
que nos informan que van a seguir la misma ruta que nosotros. Algo que no dejamos de
admirar el excelente estado del bosque y del control de acceso, aunque en este caso, la
lejanía de centros de población, hace ciertamente esto mucho más fácil. Dejamos la
compra de souvenirs para después y nos ponemos en marcha. Ya en el camino, y en vista del
cambio en el horario de inicio, decidimos visitar el observatorio, ubicado, según nuestro
mapa, en la cima de La Encantada. Este lugar yo sé que es ideal para la observación del
cielo, y la siguiente noche nos permitirá apreciar el porque de esto. Llegamos al
campamento del observatorio y nos comenta el jefe del lugar que no será sino hasta las 10
de la mañana en que podría mostrarnos los telescopios, eso es muy tarde para nosotros y
lo dejamos para después, aunque aprovechamos para ver al menos las cúpulas de cerca. Son
bellísimas. Desde una de estas, vemos por primera vez nuestro objetivo principal: el
Picacho del Diablo. Es imponente. De inmediato bajamos de esta montaña y buscamos el
camino que nos llevará al paraje conocido como El Shaq, donde dejamos el coche e
iniciamos la marcha. Para ese entonces, ya habíamos visto un venado a lo lejos, y una
impresionante águila.
Comenzamos con la típica pesadez que muestra lo frío de los músculos y la falta de
acoplamiento inicial a la mochila tan pesada (pesaban 30 kilogramos cada una). El camino
que seguimos siguió por unos minutos el cause de un pequeño río y de ahí, comenzó el
ascenso por unas rocas del lado derecho. Por momentos teníamos que abrirnos paso entre
matorrales con ramas muy similares a espinas. Al terminar el ascenso a esta roca, seguimos
con rumbo al sur, teniendo como referencia al pico Botella Azul (eso creíamos pero en
realidad era el Tres Palomas). Cabe hacer mención en este punto del extraordinario estado
de conservación del bosque, con unas coniferas de tamaño descomunal para los que solo
conocemos los bosques de coniferas del centro del país. Después de varias horas de
caminar buscando inútilmente un paso hacia que no existía, nos dimos cuenta de que
estábamos bastante alejados de los puntos de referencia, demasiado al sur, en rumbo
directo al Tres Palomas, que aunque era nuestra intención subir, no era la cima principal
que buscábamos, así que recaminamos sobre nuestros pasos y comenzamos a poner rumbo al
Botella Azul, ahora ya bien identificado, aunque nos separaba una pequeña montaña con
ciertas dificultades para la marcha, que en algunos puntos requirió del uso de las manos
para mantener el equilibrio. En una terraza de este cerro decidimos detenernos a comer. El
menú de este día era basado en salami, queso y pan, alimentos a los que no estaba del
todo acostumbrado y que en corto tiempo se revelarían como unos potenciales enemigos.
Después de comer, se decidió que podíamos tomar una breve siesta. Pero en este punto la
radiación solar era máxima. El sol quema de un modo particularmente intenso. Reanudamos
la marcha y comencé a tener algunos síntomas de insolación, como lo es el dolor de
cabeza, que combinado con el esfuerzo y la comida demasiado grasosa, me pusieron realmente
mal.
Después de cruzar por un collado que une este cerro al Botella Azul, nos dedicamos a
crestear hacia el norte hasta que llegamos a la cima de la montaña ¡Nuestra primer cima
en Baja California!, Pero era ya tarde y según nuestro itinerario, debíamos de bajar un
desnivel de casi mil metros por una de las paredes del Cañón del Diablo, para poder
llegar primero al la única fuente de abastecimientos de agua, y después a Campo Noche,
la zona para acampar al pie del Picacho. Por cierto, la vista desde la Botella Azul del
Picacho es impactante: una inmensa mole de rocas de un amarillo brillante, de dos cimas,
con paredes impresionantes y que a primera vista no se ve por donde pueda trazarse una
vía practicable sin usar técnicas de escalada. Y a la derecha del Picacho el llamado
Pinacle Riech, una sucesión de peñascos que se dibujan en un extraño equilibrio. Y
frente a nuestra montaña, La Encantada con las ahora minusculas y casi imperceptibles
cúpulas del observatorio.
Iniciamos el descenso de forma lenta y difícil, lentitud acentuada por mi terrible
malestar que me hacia trastabillar a cada momento y amenazaba con hacerme rodar hasta el
fondo del cañón. Ya habia oscurecido cuando llegamos a una pequeña repiza, donde me di
por vencido, era demasiado el dolor y el esfuerzo. Rodulfo estaba a punto de darme una
arenga acerca de la importancia de seguir adelante, cuando la combinación de factores
hizo que vomitara. Esto acabo por convencer a Rod de que era el mejor punto para acampar,
así que colocamos la tienda de campaña en ese pequeño espacio y Rodulfo se puso a
preparar la cena. Yo estaba aun concentrado en mis dolores, con la lámpara frontal
encendida, intentando distraerme con algunas estrellas, cuando al bajar la mirada, me
encuentro frente a un par de inmensos ojos rojizos, el susto fue mayúsculo hasta ver como
se movían y daban paso a que admirara a uno de esos visitantes ya raros en los
campamentos, era un cacomixtle, animal ágil, de aspecto entre lemur, mapache y coatí,
después de que se aburrió de verme decidió irse. Cenamos y nos dispusimos a dormir en
un espacio minúsculo, dormimos casi en repisas diferentes, después de tomar las
precauciones de atar la casa a un árbol y de hacer oración. La noche transcurrió
tranquila, y nos dedicamos antes de que nos ganara el sueño, a admirar las estrellas. La
cantidad que puede verse es inmensa, no podía imaginar algo así. Pasó una estrella
fugaz y me dormí. Soñé cosas tan dispares como extrañas, me soñé perdido en el
Chichinautzin, pero ahora con la inclinación de esta pendiente en que dormíamos, en
cierto momento caía por la pared para encontrarme a la puerta de la casa de mi novia, que
al abrirme la puerta me encontraba con ella en la cima de una montaña y al siguiente
instante caía de nuevo; extraña forma de mezclar en un sueño dos amores,
montaña-chica, desperté con sobresalto y de nuevo me quede viendo estrellas, ganó el
cansancio y volví a dormir, esta vez hasta el amanecer.
El nuevo día me parece excelente, el descanso y la cena me han ayudado mucho, así que
después de desayunar, levantar el campamento y hacer necesidades fisiológicas,
reanudamos el descenso avanzando muy rápido hasta llegar al fondo del cañón. Ya en este
punto nos guiamos por la ruta trazada con "patos" (piedras amontonadas) o bien
con listones de plástico anudados a los árboles. Llegamos al fondo del cañón para
deleitarnos con la presencia de un río de aguas cristalinas, de donde recargamos nuestra
reserva de agua, previa desinfección. Continuamos la marcha siguiendo el curso del río
hasta llegar a Campo Noche. La idea que tenia de campo noche era muy distinta a lo que nos
encontramos, me imaginaba un extenso campo con espacio para infinidad de campamentos, en
cambio no es sino una sucesión de pequeños claros junto al río, al pie de unas rocas, y
perfecto para acomodar a lo mucho cinco o seis tiendas. Las posas que forma en río en
este punto son ideales para darse un baño y lavar la ropa, que por el sudor, ya tenia un
olor bastante desagradable.
Ya instalados, y como a las 17 horas, llegó un grupo de excursionistas provenientes de
Tijuana, que iban con intenciones de ascender el Picacho de noche y así alcanzar al grupo
que nos precedía. Continuaron su camino y pasamos una noche con cierto insomnio de mi
parte por la emoción del ataque a la cumbre del día siguiente.
Amanece, me siento cansado, no dormí muy bien, soñé con mi novia y como nuestra
relación se vino abajo en parte por mi incapacidad para transmitir lo que significaba
para mi este viaje y el sacrificio en cuanto a entrenamiento que representó. ¿Sueño o
pensamientos consientes mezclados? quien sabe, el resultado es el mismo, me siento
cansado. Aun así, iniciamos el ascenso poco antes del amanecer, equipados con bastones,
cámara fotográfica, botiquín, agua y algo de alimento, todo metido en la mochila de
ataque. Comenzamos seguir el rastro de marcas ascendemos bastante rápido. Llegamos a la
Aleta de Tiburón (una roca con forma de diente), y encontramos otro rastro que nos
sacará de apuros: los restos de un colchón de esponja azul, arrancados por las ramas
espinosas que abundan en la zona. Mientras más ascendemos, me lleno más de energía, la
belleza de la montaña y el paisaje hacer gratificante cada paso, y aunque a veces
perdemos el sendero, siempre lo encontramos nuevamente. No puedo dejar de admirar a esos
exploradores que supieron encontrar esa via de ascenso, de no ser así, difícilmente
podríamos subir sin escalar.
Poco después de las 11 de la mañana, poco antes de llegar a lo que conocemos según
la experiencia de Rod como Slot Wash, alcanzamos al grupo que pasó junto a nosotros el
día anterior; se ven cansados, nos comentan que apenas pudieron dormir vivaqueando sobre
algunas repisas, ya que en la oscuridad fue un tanto difícil encontrar la ruta. Ahora nos
integramos en un solo grupo. Me siento tan bien que casi todo el tiempo voy a la cabeza
del grupo. Uno de los puntos impresionantes fue el llamado Wall Street Wash, avanzas entre
dos peñascos de paredes verticales a modo de rascacielos. Superado este punto solo resta
pasar unas rocas confiando en la fricción de las botas sobre la pared, ascender un
pequeño roquerio, y llegar al punto donde ya no hay a donde ascender: La Cima. ¡Lo
logramos! llego a la cima antes que los demás y solo grito: ¡No tengo a donde seguir
subiendo!, la felicidad es completa al reunirme con Rodulfo y compartir la fotografía de
la victoria. Llegan los demás y comenzamos el sano y emotivo rito de la cima: los
abrazos. Es la una de la tarde del 17 de septiembre. Me dan el libro de la cima, guardado
en un cilindro de metal, dentro encuentro además del cuaderno, algunos recuerdos dejados
por anteriores cordadas, casi todas norteamericanas. Deposito en el cilindro un escudo del
Grupo Alpino Pax, y escribo en el cuaderno algo que refleja mis emociones y que parafracea
lo que alguna vez leí en un escrito de Guy de Larigadie:
"En la cima de una montaña, cuando no hay tierra a la vista, uno posee para
él solo el círculo del horizonte. Pero inmediatamente aflora el deseo de empujar más
esa línea, de hacer estallar ese límite que, a pesar de todo nos aprisiona, porque
estamos hechos para lejanías más dilatadas que las pobres perspectivas de los horizontes
de este mundo".
También dedico la cima a esa chica que ocupa un lugar importante en mi corazón de
montañista. Las emociones son muchas pero poco el espacio.
Los chavos de Tijuana han hecho este ascenso con otro motivo: el fundador y principal
impulsor de su agrupación, había muerto hacia poco, y llevaron hasta la cima una placa
para recordarlo. La ceremonia de colocación de la placa fue sumamente emotiva, tristeza
por el que se fue, y alegría por lo que dejó. No estoy de acuerdo en dejar placas en las
montañas, pero me invade el sentimiento de solidaridad con nuestros nuevos amigos y
comparto con ellos la emoción del momento.
La cima del Picacho es increíble y domina todo el paisaje, hacia el norte se ve La
Encantada con su observatorio, el cerro Venado Blanco, hacia el este, el desierto y la
costa del Golfo de California, al oeste, Pinacle Reach y Botella Azul, al sur, una pared
impresionante de verdad imponente, un poco hacia el oeste, la otra cima, que por cosas del
destino es solo 60 cm más baja, y por tanto a veces despreciada; y a lo lejos el Tres
palomas.
Le descenso lo iniciamos casi a las 2 de la tarde, y al poco rato ya estábamos
rezagados Rodulfo (se le dificultaban un poco las pendientes sobre las rocas) y uno de los
chavos de Tijuana, que implícitamente dejaron a nuestro cargo. Llegamos a cierto punto
con agua sobre la montaña, y ahí encontramos un poco de basura, la recogimos un tanto
enojados y Rodulfo encontró además un par de cilindros naranjas. Yo insisto en que se
dejaron ahí a propósito y solo para que después sea más fácil transportarlos a la
cima, pero él opina que no, que debemos bajarlos y pues los baja (esto provocará que un
par de chavos de Tijuana tengan que regresar después a dejarlos en el lugar donde los
recogimos).
Alcanzamos al grupo de Tijuana casi llegando al campamento, y a punto de oscurecer, era
ya la cuarta noche dentro del parque. Cenamos convivimos un poco y a dormir, el siguiente
día tal vez seria el más pesado.
La mañana siguiente, recogimos el campamento y todo cuanto hallamos de basura.
Emprendimos el escape del cañón del diablo en compañía del resto del grupo. El ascenso
fue bastante rápido y yo en particular me sentía en excelente forma. A medio recorrido
nos detuvimos a almorzar. Comimos una mezcla que en ese momento nos pareció deliciosa:
quesadillas de Huitlacoche con queso y chorizo, acompañadas de chiles chipotles; fue
delicioso. Seguimos ascendiendo, hasta llegar a un collado entre la cima de la Botella
Azul y el Scout Peak, montaña rocosa de poco desnivel, con paredes de cierta belleza, y
que para futuros viajes, considero que deberiamos de tener como referencia, por su forma
tan particular. Caminamos por el bosque ya con la guia experimentada de estos chavos,
hasta llegar al lecho de un arrollo, que nos llevó directamente al Shaq y los coches. Nos
detuvimos solo lo suficiente para tomar una deliciosa cerveza, cambiarnos, y despedirnos
de todos.
A las 17 horas salimos en dirección a la salida del parque, con la esperanza de poder
llegar antes de que cerraran la puerta. Despedirme de este extraordinario bosque no es
nada fácil, su belleza y conservación cautivan de verdad. Esta vez, por ser sábado por
la tarde, encontramos varios campamentos familiares en las zonas destinadas a acampar.
Llegamos a la caseta de salida justo a la hora del crepúsculo. Nos entristeció un poco
el que no encontraramos ya gorras con el logotipo del parque, ya que un grupo anterior
había comprado todo, pero nos trajimos postales y playeras. Salimos muy contentos aunque
con la preocupación de que el consumo de combustible nos permitiera llegar a la siguiente
estación de gasolina.
El crepusculo fue increible y en poco tiempo estabamos de nuevo solos en la oscuridad
del camino. Las únicas personas que encontramos son unos "soldados" que
transitaban en cierto punto del camino, aunque no nos consta que hayan sido realmente
soldados, preferimos acelerar y pasar de largo sin ver más detalles.
Al llegar a la única estación de combustible, grande fue nuestra sorpresa al
encontrarla cerrada. Nos remitieron con una persona apodada "El Coyote" que
según nos dijeron podria vendernos gasolina, pero jamás lo encontramos, y así, nos
encaminamos a Ensenada pidiendo a Dios que nos ayudara a llegar y no quedar varados en tan
peligrosa carretera, donde el tráfico pesado abunda, y practicamente no existe
acotamiento.
Gracias a Dios (y ¿porque no? a los ingenieros de VW), logramos llegar a Ensenada,
cargamos combustible y buscamos hospedaje. Al dia siguiente y previo deleite del paladar
con tacos de pescado, mojada de pies en alguna playa entre Rosarito y Ensenada, y la
visita a los estudios Fox Baja, llegamos a Tijuana y no sin ciertos problemas, salimos
rumbo a la Ciudad de México a las 8:00 de la noche del domingo 19 de septiembre (Rodulfo
habia reservado los boletos de regreso con varios meses de anticipación, pero nunca nos
avisaron que en el inter este vuelo habia desaparecido, además el vuelo en que nos
acomodaron estaba sobrevendido). Llegar a casa fue solo el final de esta aventura, y el
inicio de nuevos sueños y proyectos.