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PERÍODO EDO

 

INTRODUCCIÓN
El Periodo Edo fue una época de la historia de Japón que abarca desde 1600 hasta 1868, en la que gobernó la dinastía Tokugawa y que recibió este nombre en honor de la ciudad de Edo (Tokio en la actualidad), la capital Tokugawa. El shogunado Tokugawa comenzó realmente en 1603, con la designación de Tokugawa Ieyasu como shogún, y concluyó en 1867, con la retirada de Tokugawa Yoshinobu; si bien la supremacía de esta dinastía empezó con la batalla de Sekigahara (21 de octubre de 1600) y se prolongó hasta el triunfo de las fuerzas que apoyaban al emperador (micado) en 1868, cuya consecuencia fue la Restauración Meiji. Después de siglos de guerra civil, el periodo Edo brindó 250 años de paz, prosperidad y progreso a Japón, que, pese a ello, permaneció cerrado al exterior y mantuvo una rígida jerarquía feudal.

 

FUNDACIÓN DEL GOBIERNO EDO
Las bases del Japón Edo fueron establecidas por los tres primeros sogunes Tokugawa: Tokugawa Ieyasu, Tokugawa Hidetada (1579-1632; sogún desde 1605 hasta 1623) y Tokugawa Iemitsu. Ellos completaron la obra de Oda Nobunaga y Toyotomi Hideyoshi, al poner fin a las luchas entre clanes daimios que habían dividido a Japón durante el periodo Muromachi (1333-1568) y el periodo Azuchi-Momoyama (1568-1600) e implantar un gobierno centralizado. Instalado en el pueblo pesquero de Edo en 1590 a instancias de Hideyoshi, su señor, Ieyasu hizo de este lugar el núcleo de su bakufu ('gobierno militar'). Tras la batalla de Sekigahara, Edo se convirtió en la capital nacional: todos los daimios lucharon en la batalla y, posteriormente, Ieyasu destruyó más de 85 clanes daimios, reubicó a más de 40 y creó aproximadamente 70 nuevos entre sus seguidores. La confiscación de las propiedades de los derrotados y de la familia Hideyoshi proporcionó a Ieyasu y sus vasallos un cuarto de las tierras cultivables de Japón. Asimismo, éste obligó a los daimios supervivientes a jurarle lealtad entre 1611 y 1612.
Ieyasu venció en Sekigahara como jefe de una coalición de daimios; a continuación, se sirvió de ellos, en lugar de sustituirlos, otorgándoles cierto poder y autonomía. El gobierno Tokugawa evolucionó entonces hacia el sistema bakuhan: el bakufu Tokugawa que dominaba en los han (feudos) daimios. Tras su nombramiento como shogún en 1603, Ieyasu modificó la legislación sobre la propiedad de los han, asemejándola al sistema feudal europeo: los daimios, en lugar de heredar sus han como ocurría anteriormente, los recibían del shogún, que custodiaba todas las tierras en nombre del Emperador. Los cortesanos que acompañaban a éste apoyaron durante un tiempo al oponente de Ieyasu, el joven heredero de Hideyoshi. Por este motivo, las leyes bakufu dictadas en 1615 establecieron que la capital se asentara permanentemente en Kioto, sometida a estrecha vigilancia, mientras el shogún pasaba a ser el depositario de la soberanía imperial. En virtud de esta obligada delegación del Emperador, los daimios podían ser legítimamente desposeídos de sus bienes en caso de rebelión, conducta impropia, incapacidad para dar un heredero o simplemente para mantener la supremacía Tokugawa: el shogunado derrocó a 110 clanes daimios más a comienzos del siglo XVIII. La fortaleza del gobierno militar obligó a los daimios a obedecer. Los vasallos directos de Tokugawa, aquellos que portaban sus propios estandartes, formaron una fuerza permanente y lista para el ataque en Edo, y cientos de miles de samurais constituyeron un segundo grupo de leales seguidores.
Los Tokugawa dividieron a los daimios en tres grupos: los shimpan (la rama de la dinastía Tokugawa), los fudai (linajes creados por los Tokugawa) y los tozama (independientes desde antes de 1600). Estos últimos eran considerados como la peor amenaza y su número quedó reducido a 117 clanes (de un total de 195 daimios) tras la batalla de Sekigahara, y a 98 (de 266) en 1795; muchos fueron enviados a distintos lugares o desposeídos parcialmente de sus bienes. Los tres grupos estaban sometidos a las Buke Shohatto (Leyes de Casas Militares), promulgadas en 1615 y ampliadas posteriormente, por las que se les prohibía construir fortificaciones, acoger a fugitivos o contraer matrimonio sin el permiso necesario. El peculiar sistema conocido como sankin kotai ('servidumbre alterna') —introducido para los tozama en 1635 y aplicado a los restantes daimios desde 1642— les exigía dejar a sus herederos y familias como rehenes en Edo (en enormes y lujosas mansiones) y servir al shogún en su gran castillo de Edo cada dos años. Estaban obligados a someter sus disputas al arbitraje del tribunal del shogún. Sólo se les permitía tener un castillo en sus dominios (los restantes eran demolidos) y tenían que colaborar en los grandes proyectos del shogún, como en el caso de la reconstrucción de Edo después del incendio de 1657. El shogunado se arrogaba el derecho de regular las relaciones con el exterior, los caminos públicos y la religión.
A pesar del férreo control del shogunado, los daimios no tardaron en asentarse en el régimen Edo. El gobierno Tokugawa les protegía de las mutuas agresiones, eran prácticamente los jefes supremos de sus feudos y no pagaban impuestos de forma directa. La mayoría debía su posición al favor de los Tokugawa y carecía de alicientes para desafiar su supremacía. En la década de 1650, casi todos los daimios habían sido nombrados por los Tokugawa, por lo que no albergaban deseos independentistas. Muchos de ellos siguieron las prerrogativas de los sogunes en la administración de sus feudos, de manera que la legislación y las instituciones se homogeneizaron considerablemente en todo Japón, teniendo en cuenta que aproximadamente el 75% del país era gobernado por señores con escaso poder. El shogunado nunca fue lo suficientemente fuerte para derrotar ninguna gran alianza entre los daimios, pero los dividió y gobernó confiando en el apoyo de los daimios fudai y en la mutua desconfianza entre ellos. Los fudai, entre los que se nombraba a los consejeros del shogunado y a otros altos funcionarios, tenían múltiples razones para utilizar el sistema en su propio provecho contra los tozama. En consecuencia, cuando falleció Iemitsu en 1651, el sistema bakuhan disfrutaba de suficiente estabilidad para mantener la paz durante un largo periodo de regencia, mientras los consejeros daimios gobernaban en nombre de su joven hijo Ietsuna (sogún desde 1651 hasta 1680). Puede decirse, pues, que los daimios nunca supusieron una seria amenaza para la hegemonía Tokugawa.

 

LA FORMACIÓN DE LA SOCIEDAD EDO

Los legisladores Tokugawa prestaron también una gran atención a las clases sociales inferiores a la formada por los daimios. Siguiendo las prácticas iniciadas por Hideyoshi y las doctrinas neoconfucianas propias de los consejeros de Ieyasu, la sociedad quedó dividida en cuatro grupos con diferente rango: los samurais, los campesinos, los artesanos y los comerciantes. Un quinto grupo formado por curtidores, carniceros y otros oficios condenados por el budismo quedaron relegados como parias. La clase más importante desde el punto de vista político, la compuesta por los samurais, mantuvo el derecho a portar espada (e inicialmente a quitar la vida a cualquier persona de rango inferior que les causara algún motivo de enojo). No obstante, salvo en algunos feudos apartados, a todos ellos se les obligó a abandonar los pueblos en los que tradicionalmente habían vivido a costa del campesinado y fueron asignados a los castillos habitados por los señores daimios. Recibían un salario en arroz y eran empleados en la administración bakuhan como funcionarios de distinto nivel o simplemente como secretarios o guardias, supeditados siempre a la disciplina del código bushido. Los castillos no tardaron en perder su función militar y se convirtieron en centros de gobierno y comercio, mientras que importantes ciudades como Nagoya y Osaka permanecieron bajo el control directo del shogún. A los campesinos, que en la jerarquía social eran el grupo que seguía a los samurais, se les prohibió llevar armas y abandonar sus tierras; debían vivir frugalmente y cultivar los campos para alimentar a sus superiores. En realidad, el traslado de los samurais supuso una liberación para los campesinos y les permitió organizar la vida rural en función de sus necesidades; el jefe del pueblo solía ser el único que estaba en contacto con las clases superiores. Los artesanos y los comerciantes constituían el chonin ('población de las ciudades') y suministraban bienes a los daimios y samurais de Edo y de los castillos.
Los Tokugawa insistieron en regular la vida religiosa de sus súbditos por temor a la subversión, especialmente por parte de los cristianos. Los unificadores de Japón del siglo XVI habían luchado para subyugar a las sectas de campesinos que profesaban el budismo de la Tierra Pura. El cristianismo, que había sido introducido por misioneros europeos, era temido como un credo extranjero y fue consecuentemente prohibido. Se obligaba a todas las familias japonesas a inscribirse en un templo budista y demostrar que no eran cristianas. Esta persecución provocó la rebelión Shimabara, un levantamiento cristiano que tuvo lugar entre 1637 y 1638, en el que 37.000 hombres, mujeres y niños consiguieron rechazar a un ejército del shogún en un castillo de la península de Shimabara (Kyushu), aunque perecieron posteriormente cuando el castillo fue tomado. Cabe señalar que muchos de los rebeldes eran samurais sin señor al que servir que habían perdido su posición en la pacífica sociedad Edo. Lo cierto es que los cristianos apenas representaban una amenaza para el sistema Tokugawa, pero mantuvieron su fe en secreto ante el peligro constante de ser ejecutados.
El cristianismo fue una de las principales razones que llevaron a los Tokugawa a mantener Japón cerrado a la influencia de otras culturas. El shogunado temía el contacto con civilizaciones extranjeras porque podía poner en peligro la estabilidad nacional y la supremacía de su régimen. La prohibición de construir grandes barcos que pudieran surcar el océano impidió a los daimios desarrollar una fuerza naval o el comercio exterior. En 1635, se prohibió oficialmente viajar al extranjero a todos los japoneses y se cortó por completo la comunicación con las comunidades de comerciantes japoneses de las islas Filipinas y otros lugares. En 1639, el Imperio portugués perdió el derecho a comerciar con Japón: sólo se permitía la presencia de comerciantes holandeses, confinados en una isla artificial creada en el puerto de Nagasaki. El comercio con Corea y China prosiguió, pero generalmente a través de naves extranjeras y bajo estricta supervisión.
El comercio interior japonés se vio estimulado por la mejora de las vías de comunicación, entre las que se contaba la conocida Tokaido, red radial que partía de Edo y que era mantenida por los pueblos situados a lo largo de su recorrido. El shogunado emitió monedas de oro y plata desde 1601 y tomó el control de las minas de Japón, especialmente de las minas de plata de la isla de Sado, para acuñar monedas y llenar sus arcas: en vida de Ieyasu se habían abierto aproximadamente 50 nuevas minas de oro y plata. El uso de monedas y el nuevo sistema de pesos y medidas del shogunado favorecieron el comercio, pero también realzaron la legitimidad de los Tokugawa. Su supremacía quedó plasmada en la construcción (1634-1636) del gran panteón familiar, el Toshogu, en Nikko, donde los restos mortales de Ieyasu descansan en una vistosa e imponente cámara que reúne una compleja mezcla de símbolos del sintoísmo, budismo y confucianismo chino.

 

LA EDAD DORADA DEL PERÍODO EDO

A mediados del siglo XVII, la política de los Tokugawa, a pesar de su carácter autocrático, había traído a Japón más paz y estabilidad de la que había disfrutado el país en siglos: la consecuencia fue una eclosión demográfica y económica. La población pasó de unos 12 millones en 1600 a aproximadamente 31 millones en 1720, y Edo, que comenzó siendo una pequeña aldea con 200 habitantes, se transformó en una metrópoli con más de un millón de residentes. Aunque no se dispone de cifras fiables, la economía creció a gran velocidad: la construcción de castillos y los proyectos oficiales de los Tokugawa crearon nuevos empleos, y la urbanización promovió nuevos hábitos de consumo en una economía de mercado en ascenso favorecida por la paz, la construcción de nuevas vías, la estandarización de las unidades de medida y la acuñación de moneda. La constante movilidad de los daimios y sus séquitos según el sistema sankin kotai y sus lujosas posesiones en Edo crearon una nueva fuente de demanda económica.
El nuevo periodo de riqueza y paz alumbró también un florecimiento cultural. Las prácticas tradicionales del arte japonés, originales de Honami Koetsu, se desarrollaron en la escuela Rimpa, representada por Korin Ogata. En el campo de la literatura, el nuevo tipo de composición poética breve, el haiku, fue perfeccionado por el poeta errante Matsuo Basho; Ihara Saikaku y Chikamatsu Monzaemon escribieron novelas y obras de teatro kabuki para una audiencia urbana. El ritual de la ceremonia del té se enseñaba en varias escuelas, y se crearon soberbias cerámicas, como las del estilo raku, para complementarlo. La arquitectura tradicional se perpetuó en el maravilloso palacio de Katsura, finalizado en 1662. Los locales autorizados (como el Yoshiwara de Edo), en los que la prostitución se regulaba oficialmente, se convirtieron en centros de moda, lugares de exhibición y actividades artísticas; en tanto que los comerciantes arribistas acudían a ellos para hacer alarde de su fortuna y sofisticación ante los cultos cortesanos y las geishas, inmortalizados en láminas de madera Ukiyo-e.
Estas manifestaciones representan lo que más tarde se ha considerado como la edad dorada de Edo, la era Genroku (1688-1704). Con todo, la prosperidad y el crecimiento creaban tensiones en la rígida sociedad Tokugawa. Los chonin, teóricamente el estamento más bajo de la jerarquía social, prosperaron a expensas de los daimios y los samurais, siempre dispuestos a cambiar su salario de arroz por dinero, pero vulnerables ante las fluctuaciones de la producción y los precios agrícolas. La geografía económica de Japón basculaba en favor de Edo y en contra de Kioto, aunque Osaka seguía siendo un centro mercantil de gran importancia para la venta del arroz de los daimios y los samurais. Las jerarquías sociales se vieron amenazadas por las innovaciones del mercado masivo, por ejemplo, los grandes comercios con descuentos y pago en moneda de Edo. Los daimios exploraron nuevas tierras y técnicas agrícolas para incrementar sus ingresos y saldar sus deudas, pero también obligaron a sus campesinos a cultivar productos como el algodón y el tabaco, que se pagaban en dinero. Con la creciente comercialización de la vida rural, los agricultores adinerados aprovecharon las nuevas oportunidades económicas para distanciarse de los pequeños propietarios, que a menudo acababan trabajando como jornaleros o se trasladaban a las ciudades. Los samurais tampoco disfrutaban de una situación económica favorable, atrapados entre los codiciosos comerciantes y los poco generosos daimios, por lo que muchos renunciaron a su posición social y se dedicaron al comercio, a la medicina, al estudio o alguna otra profesión remunerada. El Japón del periodo Edo desbordaba las simples estructuras confucianas de los días de Ieyasu.
 

INESTABILIDAD Y OPOSICIÓN

El poder Tokugawa se debilitó tras la muerte de Tokugawa Iemitsu en 1651. Su hijo Ietsuna dependía de sus consejeros, que decidieron no aminorar la presión sobre sus compañeros daimios. De gran importancia fue el hecho de que a partir de 1651 se permitiera a los daimios sin descendencia nombrar a sus herederos con independencia del bakufu, lo que eliminó un significativo medio de control de los Tokugawa. Los daimios comenzaron a ignorar los edictos bakufu cuando éstos no convenían a sus intereses. Los sogunes posteriores reaccionaron ante estos cambios en lugar de apoyarlos, en un intento de que la vida en Japón volviera a su cauce anterior.
La inestabilidad social empeoró durante el siglo XVIII, cuando la demanda de la población, que había aumentado durante los prósperos años del comienzo del periodo Edo, sobrepasó la limitada oferta de tierras de cultivo de Japón. En el norte del país, se explotó el cultivo del arroz hasta el límite de las posibilidades climáticas y, así, grandes áreas quedaron expuestas en un determinado momento a un verano con bajas temperaturas. A partir de 1700, la situación social apenas experimentó cambios, puesto que los campesinos, e incluso los samurais, recurrieron al infanticidio y a métodos de control de natalidad para disminuir el número de bocas que alimentar. El factor que contribuyó en mayor medida a la disminución de la población no fue otro que las prolongadas hambrunas, especialmente la de Tenmei de 1783 y 1784, que siguió a la erupción del volcán Asama: las cenizas volcánicas cubrieron campos y ríos, lo que provocó la pérdida del 90% de las cosechas en algunas áreas. Estos acontecimientos tuvieron una doble repercusión política porque, de acuerdo con la ideología neoconfuciana Tokugawa, los desastres naturales eran enviados por Dios para advertir a los gobernantes injustos de que su mandato no tardaría en concluir. Las revueltas campesinas, poco habituales a comienzos de este periodo, comenzaron a proliferar: este estamento social nunca había llevado a cabo una auténtica revolución, pero se sublevó para obligar a sus superiores a reducir los impuestos (después de algunas ejecuciones ejemplares), apoyándose en que el sogunado podía desposeer de sus bienes a los señores de los feudos mal gobernados y rebeldes. Una revuelta que tuvo lugar en 1764 obligó al bakufu a cancelar una peregrinación prevista al panteón ancestral de Nikko porque los campesinos, indignados por los impuestos que se les aplicaban, amenazaron la capital hasta conseguir un aplazamiento de las medidas de recaudación.
La respuesta del sistema bakufu al cambio social y la crisis económica osciló entre la represión y la apelación a la buena voluntad. Tokugawa Tsunayoshi (1646-1709; shogún desde 1680 hasta 1709), el quinto sogún, perdió prestigio y respeto por imponer reformas radicales de inspiración budista, tales como la construcción de refugios para perros extraviados. Entre las medidas que aplicó, se cuenta la reacuñación de la moneda de 1695, que enriqueció temporalmente al shogunado pero provocó una inflación generalizada. Las reformas Kyoho, iniciadas por el octavo shogún, el competente Tokugawa Yoshimune (1684-1751; shogún desde 1716 hasta 1745), estaban destinadas inicialmente a resolver el empobrecimiento de los bakufu, daimios y samurais; para aliviar su situación, cerró los tribunales del shogunado a los comerciantes que demandaban a los samurais por las deudas contraídas y redujo temporalmente las obligaciones de sankin kotai a los daimios a cambio de un impuesto sin precedentes sobre su arroz. Yoshimune intentó también disminuir el efecto del cambio económico en la vida rural: rebajó los intereses de los préstamos a los campesinos, evitó la división de las fincas familiares e incluso instaló un buzón de sugerencias en las puertas del castillo de Edo para recibir las quejas y propuestas. No obstante, hacia el final de su vida se vio implicado en la falsificación de moneda y en la oferta de monopolios a los comerciantes acaudalados a cambio de sus donaciones y apoyo. Después de la terrible hambruna de la década de 1780, que provocó repetidas sublevaciones en la propia Edo, los consejeros del shogunado llevaron a cabo las denominadas reformas Kansei: realizaron cambios en el sistema financiero y administrativo, aumentaron las reservas de alimentos, mejoraron el sistema fiscal e intentaron en vano que los campesinos que habían huido a las ciudades regresaran a sus pueblos. El régimen Tokugawa finalizó el siglo XVIII con relativa solvencia y estabilidad, aunque incapaz de recuperar su anterior preeminencia.

 

DESARROLLO CULTURAL Y NUEVAS IDEOLOGÍAS

A pesar de las crisis periódicas y el sentimiento generalizado de que los grandes días de la era Genroku habían concluido, el avance cultural prosiguió a lo largo del siglo XVIII. Harunobu Suzuki empleó nuevas técnicas polícromas en las pinturas sobre láminas de madera que culminaron la gran época de Ukiyo-e con deliciosas obras creadas desde 1765 hasta su muerte, ocurrida en 1770. Sus grandes sucesores, particularmente Utamaro Kitagawa y Toshusai Sharaku, perfeccionaron sus innovaciones del Ukiyo-e, tan en boga en la época. Desde la década de 1760, el poeta Buson revivió la herencia de Basho en su poesía y pinturas líricas. Posteriormente, Issa aproximó la corriente haiku a la vida cotidiana. Hiraga Gennai combinó la literatura con su original investigación científica e histórica.
El shogunado no consiguió controlar la proliferación de nuevas ideas e ideologías debido a que los estudiosos de todas las clases sociales, pero especialmente del débil grupo formado por los samurais, centraron su atención en la historia, la ciencia, la filosofía y la literatura. El bakufu había reclutado inicialmente a sabios confucianos como Hayashi Razan para elaborar las bases del sistema bakuhan. Cuando el shogunado relajó su control sobre la política y la vida del país, los estudiosos confucianos ampliaron sus perspectivas: del interés inicial por adaptar este credo chino a Japón pasaron al estudio de los textos de los grandes autores y a la creación de un pensamiento original.
La escuela Razan se convirtió en la doctrina ortodoxa del Estado Tokugawa, pero también surgieron otras corrientes. A partir de 1720, año en el que se levantó la prohibición sobre la importación de libros extranjeros, la escuela Rangaku (la escuela holandesa) se dedicó al estudio de textos de autores occidentales (la mayoría de ellos en holandés) y de artefactos procedentes del puesto comercial holandés establecido en Nagasaki, e introdujo la medicina occidental y nuevas perspectivas artísticas en el arte japonés. La escuela Kokugaku (aprendizaje nacional) se centró en la tradición y literatura nacionales y en el sintoísmo. Su gran representante, Motoori Norinaga, llevó a cabo brillantes estudios sobre la obra maestra de la nación, La historia de Genji, de Murasaki Shikibu, y realizó excelentes aportaciones en otros campos del saber. No obstante, movido por su devoción a la tradición japonesa, exaltó los valores de su país frente a los de la antigua China y elogió la ininterrumpida línea de los emperadores japoneses, descendientes directos de Amaterasu, la diosa del Sol sintoísta. Estos eruditos encarnaban la esencia nacional ancestral protegida por el shogunado, que por ende tenía el deber de protegerlos del mal y de la influencia de ideas del exterior.
Hirata Atsutane, el sucesor de Norinaga, añadió a esta floreciente ideología un tono aún más nacionalista y elitista: criticó el confucianismo y el budismo y creó una nueva cosmología sintoísta en la que Japón pasaba a estar dotado de una naturaleza divina, encarnada en el emperador, superior a la de cualquier otra nación. Esta doctrina se complementó con el desarrollo de la escuela Mito, originalmente un grupo de investigación histórico confuciano que más tarde evolucionó como un organismo proimperial patriótico que fomentaba el kokutai ('la esencia nacional'). A finales del siglo XVIII, la dinastía imperial, manipulada por los Tokugawa y otros gobernantes durante los siglos XVI y XVII, era defendida y promovida como un foco de la unidad nacional capaz de cuestionar el derecho a gobernar del propio shogunado.

 

LA COLONIZACIÓN EXTRANJERA Y LA CRISIS NACIONAL

A comienzos del siglo XIX, el imperialismo colonial occidental comenzó a cobrar fuerza, lo que supuso una creciente amenaza para el tradicional aislacionismo japonés. Rusia iniciaba su expansión en la Siberia oriental y el noroeste del océano Pacífico. Un grupo de mercenarios rusos destruyó una colonia japonesa establecida en la remota isla de Sajalín en 1806, hecho contemplado como un augurio de los acontecimientos venideros.
El siglo XIX brindó al Japón Edo una nueva etapa de estabilidad y crecimiento, en la que se obtuvieron grandes cosechas gracias a unas condiciones climatológicas favorables y a los nuevos métodos de agricultura intensiva. Hacia 1800, Edo era la ciudad más grande del mundo y disfrutaba de un floreciente comercio. No obstante, este periodo de prosperidad concluyó con una terrible hambruna —la hambruna Tempo, que se inició en 1833— que provocó una revuelta popular en Osaka liderada por Oshio Heihachiro, un funcionario desleal del shogunado, y con el denominado incidente Morrison, en el que se abrió fuego contra un navío mercante estadounidense para impedir que atracara en Japón. El shogunado y los daimios reaccionaron ante esta situación promulgando las reformas Tempo, en un decidido aunque inútil intento por mejorar la administración, el sistema fiscal, los valores morales, las defensas costeras y la formación militar de los samurais. El desarrollo de la cultura Edo prosiguió a través de las obras literarias de Jippensha Ikku y Ryokan, así como del arte de Hokusai Katsushika e Hiroshige (que utilizaban un pigmento azul importado de Occidente), pero la pacífica y estable sociedad descrita en estas obras se hallaba en realidad sometida a una creciente tensión. A partir de la década iniciada en 1820, los ideólogos de la escuela Mito desarrollaron el principio de sonno joi ('venerar al emperador y expulsar a los bárbaros') en su afán por proteger la esencia del espíritu japonés, encarnado por el emperador, de la nociva influencia de los misioneros cristianos, los exploradores imperialistas y demás amenazas del mundo occidental.
Las relaciones internacionales alcanzaron un punto crítico en 1853, cuando el comodoro Matthew Calbraith Perry dirigió una expedición naval en la bahía de Edo que puso fin al aislacionismo de Japón. Esta política fue seguida por otras potencias occidentales, y hacia 1858 Japón se vio obligada a mantener relaciones diplomáticas y comerciales con Occidente. La incapacidad para evitar la firma de un tratado con Estados Unidos en 1854 debilitó profundamente la posición del shogunado: en primer lugar, al perder su control exclusivo sobre la política exterior pidiendo sugerencias a los han daimios sobre el modo de hacer frente a la amenaza extranjera; en segundo lugar, al firmar un tratado desfavorable con Estados Unidos en 1858 sin la sanción imperial. Los nacionalistas defensores del Imperio habían reforzado su poder militar debido al interés de los Tokugawa por crear una fuerza de defensa nacional. La dura represión ejercida en 1858 por el consejero del shogunado Ii Naosuke, que llevó a cabo una cruenta purga de activistas proimperiales e intentó emparentar a los Tokugawa con la familia imperial acordando el matrimonio del shogún con la hermana del emperador, culminó con su asesinato en el corazón de Edo, en 1860. La violencia política se convirtió en una constante cuando las facciones rivales, formadas por los llamados “hombres de honor”, comenzaron a atentar contra funcionarios del shogunado, rivales directos, destacados líderes nacionalistas y estudiosos de la cultura occidental. En 1864, el han Mito, sede de la escuela Mito, se vio afectado por una disputa interna que sólo pudo ser aplastada con la ayuda de las fuerzas del shogunado y otro han. A la generalizada violencia contra los extranjeros se unieron los desórdenes internos. En 1862, Charles Richardson, un comerciante británico, fue asesinado por ofender al daimio del han Satsuma por atravesar un camino de sus propiedades: en represalia, Kagoshima, la capital Satsuma, fue asediada por buques de guerra británicos y sufrió grandes daños y pérdidas. Esta acción hizo pensar a todos los líderes, salvo a los ultranacionalistas, que Japón debía reformar su sistema de gobierno y fortalecerse como nación antes de enfrentarse con las potencias occidentales.
Tanto el shogunado como los daimios importaron armas para hacer frente a la amenaza del imperialismo occidental. Asimismo, el shogunado estableció una academia naval en 1855 y contrató a marinos holandeses como instructores de los oficiales japoneses de la nueva flota. Se enviaron emisarios a Occidente. Inicialmente, su misión era negociar los términos de tratados; posteriormente, en 1865 y 1867, su objetivo fue adquirir conocimientos, lo que dejaba de lado la tradicional prohibición sobre los viajes al extranjero. Durante este tiempo, el han tozama de Choshu, establecido en el extremo occidental de Honshu, comenzó a organizar levas de campesinos a los que armó e instruyó militarmente al estilo occidental, apartándose del tradicional monopolio militar de los samurais.
El shogunado buscaba nuevas alternativas ante el fracaso del sistema bakuhan y competía con los daimios nacionalistas por el favor de la cada vez más influyente corte imperial. El objetivo de este “Movimiento en favor de la unión de la corte y el shogunado” era compaginar el dominio del shogunado y la soberanía imperial, pero los sectores radicales de Japón, especialmente los destacados han occidentales de Choshu y Satsuma, deseaban una restauración completa de la perdida supremacía del emperador, sin tener en cuenta al shogunado y sus aliados. En 1862, Kido Takayoshi y otros samurais proimperiales y defensores acérrimos de la corte imperial de Kioto, en colaboración con nobles afines a su causa, convencieron al Emperador para que ordenara la expulsión de todos los extranjeros asentados en Japón a mediados de 1863. Todos los han ignoraron la orden excepto Choshu, que abrió fuego contra los navíos extranjeros; sin embargo, los sectores moderados de Satsuma y otros lugares persiguieron a los grupos radicales de Kioto. Después de que éstos intentaran asaltar Kioto en 1864, una fuerza armada del shogunado con mandato imperial acudió para subyugarlos. Finalmente, el sector moderado dominó la situación, pidió la paz y los soldados del shogún se retiraron. No obstante, hacia 1865 la facción extremista de Choshu había retomado el control del han, por lo que el shogún envió una nueva expedición contra ellos en 1866. Durante este tiempo, Choshu había establecido con Satsuma un pacto secreto contra los Tokugawa; asimismo, otros han negaron su ayuda al shogunado. Por este motivo, la mortal enfermedad de Tokugawa Iemochi se convirtió en un perfecto pretexto para la retirada de las fuerzas del shogunado en 1866. La preeminencia política del shogunado Tokugawa se había basado desde sus comienzos en su supremacía militar sobre los han de los daimios, por lo que esta humillación debilitó enormemente su prestigio y legitimidad.
Los campesinos y el pueblo llano de Edo adoptaron una actitud pasiva ante el derrumbamiento de su mundo. Los grupos radicales proimperiales estaban integrados generalmente por jóvenes samurais procedentes de regiones pobres y remotas; los daimios no estaban tan motivados como para modificar el statu quo. A excepción de la milicia Choshu, pocos miembros del pueblo llano contaban con la formación militar necesaria para las batallas decisivas que pondrían fin al periodo Edo. Se limitaron a tomar parte en reuniones amistosas, bailes y procesiones basados en tradiciones populares para festejar la llegada del nuevo milenio, actitudes que proliferaron en las ciudades y en el campo como una fría respuesta a los levantamientos políticos.
El nuevo shogún, Tokugawa Yoshinobu, y sus consejeros, conscientes del paso del tiempo, se afanaron por reformar el shogunado y promover cambios que mantuvieran cierta continuidad con el sistema bakuhan. Como parte del plan, Yoshinobu dimitió oficialmente de su cargo en favor del emperador el 9 de noviembre de 1867: este acto puso fin al shogunado Tokugawa, pero Yoshinobu seguía conservando sus posesiones y se perpetuaba en el poder como máximo líder de un nuevo consejo de daimios. Alarmadas por este desafío a su sueño de un Estado basado en la figura del emperador, las fuerzas de Satsuma y Choshu, lideradas por Saigo Takamori, Kido Takayoshi y Okubo Toshimichi, tomaron el palacio imperial el 3 de enero de 1868 y proclamaron la restauración. Los súbditos leales a los Tokugawa fueron derrotados en sus primeros intentos por dominar al nuevo Ejército imperial. Durante la posterior guerra civil Boshin, la mayoría permaneció neutral, excepto algunos vasallos incondicionales de los Tokugawa. Los combates esporádicos concluyeron finalmente a mediados de 1869, pero el shogún ya había aceptado los términos de una retirada honorable propuestos por los nuevos gobernantes imperiales, con la rendición pacífica de Edo a los nuevos señores. Así comenzó una nueva época denominada Meiji, en honor del joven emperador Meiji Tenno, en la que los líderes de la restauración imperial procedieron a transformar Japón, y en la que Edo pasó a llamarse Tokio.
 

LEGADO Y VALORACIÓN DEL PERÍODO EDO

Las autoridades Meiji persiguieron a los escasos defensores del antiguo sistema Edo, pero el periodo mismo quedó estigmatizado por la ideología y el sistema educativo como una época de oscuridad feudal que concluyó en 1868 con el despertar a la civilización, la ilustración y un gobierno legítimo. Es preciso señalar que, en el nuevo régimen Meiji, los campesinos seguían ocupando el nivel inferior de la escala social y soportaban una mayor carga fiscal necesaria para la modernización y los programas militares, mientras que los industriales disfrutaban de generosas concesiones. A pesar del ímpetu desatado en 1868, la restauración simplemente supuso el traspaso del poder de unas manos a otras en lo que concernía a la Casa imperial. Durante este tiempo, todos los sectores radicales tomaron conciencia de que, en lo referente a ideas procedentes del exterior, como la democracia o el socialismo, la oligarquía Meiji apenas era más tolerante que el shogunado Tokugawa.
El rápido y satisfactorio proceso de modernización militar e industrial del Japón Meiji, que permitió contar con infraestructura suficiente para afrontar la Guerra Ruso-japonesa iniciada en 1904, fue producto del periodo Edo en mayor medida de lo que los líderes Meiji hubieran admitido. Tanto el shogunado como los daimios realizaban estudios sobre armamento y fundición al estilo occidental antes de 1868, y la rápida expansión comercial que siguió a la apertura de Japón al exterior se basaba en los avances económicos promovidos por la paz de los Tokugawa. Asimismo, sólo gracias al desarrollo cultural de Edo pudieron los estudiosos nacionalistas redescubrir la supuestamente perdida tradición del gobierno directo del emperador y alentar una ideología que fortaleciera a Japón frente al colonialismo occidental.

 

 

Fuente: http://encarta.msn.es (Página oficial en español de la  

Enciclopedia Encarta)

 

 

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