LA CARACAS DE ANTES Y BOLIVAR
Caracas, la capital de Venezuela, era en 1783 una ciudad
grande que albergaba a cuarenta y cinco mil habitantes. Era una ciudad de calles largas,
rectas y anchas, orilladas por casas bajas, blancas y espaciosas, con patios y jardines en
su interior. En las fachadas de muchas de ellas campeaban escudos nobiliarios. Las torres
y veletas de los conventos e iglesias sobresalían por encima de los rojos tejados, y las
airosas palmeras lucían su esbeltez en los jardines floridos.
Muy próxima a la Plaza Mayor, en el centro mismo de la ciudad y frente al convento de San
jacinto, se alzaba la casa solariega de los Bolívar. Era una casa típica colonial, con
reminiscencias andaluzas, de las que habitaban las ricas familias criollas. Era un
edificio sobrio, de una sola planta. El tejado saliente y rojo. Las ventanas enrejadas y
altas. La pesada puerta de madera claveteada y coronada por el escudo familiar. La
sencilla y severa fachada daba a un amplísimo interior en el que las habitaciones y
patios se distribuían con cierta simetría. El patio principal no tenía árboles ni
flores. El llamado de los granados era un pequeño y cuidado jardín y el de los
chaguaramos tenía aire tropical. Estaban luego la cocina y el lavandero, las cuadras y
demás dependencias del servicio, compuesto por criados y esclavos negros y mestizos.
Aparte la casa destinada al uso de los servidores, estaba separada por una pared, de las
habitaciones y estancias situadas en la parte anterior de la mansión y destinadas a la
familia. Esta pared medianera servía también para impedir el paso de los esclavos
varones a tales habitaciones. Gruesas paredes aislaban del exterior las estancias
habitadas por los señores, a fin de que el calor no penetrase en ellos y su ambiente
resultase agradable. A las muchas comodidades de que disfrutaba el hogar de los Bolívar,
como correspondía a su posición y fortuna, hay que añadir una muy moderna en aquel
tiempo, la del agua corriente. A la casa llegaba el agua a través de una tubería desde
el cercano río Caroata.
Los Bolívar pertenecían a la rica aristocracia criolla, llamada por entonces Mantuana,
que desarrollaba una intensa vida social totalmente inaccesible para aquellas gentes cuya
posición no les daba el privilegio de ingresar en su estrecho círculo. Para los
aristócratas mantuanos era esencial hacer gala de un exquisito refinamiento en los
muebles de sus mansiones, y de una sutil elegancia en las reuniones frecuentes que
celebraban, en las que se solía escuchar música, hablar con apasionamiento de las obras
de teatro en boga y comentar los éxitos políticos o de cualquier otra índole de alguno
de los presentes. También era de buen gusto leer las mejores obras que circulaban por los
países europeos. Todo este ambiente se reflejaba de una manera muy digna y sobresaliente
en la vida de los Bolívar, quienes tenían en su casa ricos muebles churriguerescos,
lucían hermosa vajilla de plata, alineaban en su biblioteca importantes libros
históricos, religiosos y militares, y celebraban elegantes reuniones en las que la joven
doña María lucía sus habilidades artísticas, ya fuese cantando o tocando el arpa o la
guitarra. No obstante el elevado nivel de que gozaba la poderosa aristocracia criolla,
ésta no lograba penetrar en la estrechez del círculo en que se había encerrado la
aristocracia metropolitana, integrada por los altos cargos que de manera continuada
España mandaba a las colonias. Esta era la causa de que los criollos luchasen cada día
con mayor ahínco por elevar su cultura y aumentar su poder, de que cada día fuese mayor
el abismo espiritual que separaba a la metrópolis de sus súbditos coloniales.
Los Bolívar, como las demás familias acomodadas, solo pasaban algunas temporadas en su
casa caraqueña. Por lo general vivían en las grandes haciendas vigilando de cerca la
marcha de las mismas y entreteniendo sus ocios, cazando o haciendo largas cabalgadas por
las inmensas tierras, rodeados siempre de una auténtica legión de criados y esclavos que
profesaban una devoción filial a sus amos.
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