INTEGRACION DE LA PERSONALIDAD DE SIMON BOLIVAR
Tres son esencialmente los cauces formativos de la
personalidad cultural del Libertador: los maestros, los viajes y las lecturas.
Bolívar dice que fue educado como podía serlo un niño rico en la América bajo dominio
hispano, nunca le faltaron instructores de calidad. Su madre y su abuelo buscaron para la
enseñanza inicial al Pbro. José Antonio Negrete, a Guillermo Pelgrón, Fernando Vides y
otros distinguidos preceptores; entre éstos también contóse Andrés Bello como maestro
de literatura y geografía; igualmente recibió lecciones de matemática del ilustrado
Padre Andújar, noble personalidad intelectual y humana, muy admirada por Humboldt;
también fue discípulo del Licenciado Sanz. Fue don Simón Rodríguez, sin embargo, el
más influyente maestro de Bolívar; a ningún otro en todo instante -y especialmente en
los años de gloria y de altura- le reconoció tanto poder sobre su corazón; sólo de
Rodríguez dijo: "cuyos consejos y consuelos han tenido siempre para mí tanto
imperio".
Don Simón Rodríguez, precursor y animador de la inquietud bolivariana, es por
antonomasia el Maestro del Libertador; antes de que éste independizara a América, -su
"maestro universal"- hace su tarea: independiza a Bolívar, lo divorcia de la
realidad tradicional y lo acerca a la verdad futura; le ayuda a conseguir la perspectiva
propia de un creador, a intuir su faena y a calcular las fuerzas de sus auxiliares y sus
enemigos. Simón Rodríguez llama a Bolívar a ser terriblemente cuerdo entre aquellos
mediocres que se autoestiman depositarios del buen juicio y de la sensatez, y a los ojos
de los cuales la Independencia tenía que ser una "locura" singular.
La enseñanza de Rodríguez se cumple en la adolescencia y en los umbrales mismos de su
edad adulta; superados algunos roces de la infancia entre maestro y discípulo, roces que
nunca más recordará El Libertador, la compenetración entre ambos es intensa y duradera.
Por el carácter independiente y rebelde de Rodríguez se comprende que cale tan hondo en
el espíritu del joven.
Además de los maestros señalados, cuya enseñanza se desenvolvía sin
"método" y con irregularidades motivadas por circunstancias propias de un alma
inquieta y mimada, hay que señalar como los únicos estudios sistemáticos realizados por
Bolívar, los de matemática en la Academia de San Fernando de Madrid. En esta ciudad hizo
además el estudio de las lenguas francesa e inglesa con profesores competentes, bajo la
inspección de su representante el Marqués de Ustáriz.
Conviene subrayar que adelantándose al concepto de la educación integral, los
responsables de la formación bolivariana no se preocuparon sólo por los conocimientos
teóricos; El Libertador recibió desde niño lecciones de esgrima, equitación y baile.
Desde la antigüedad se ha apreciado el valor formativo de los viajes. Nada mejor para el
logro de una genuina mentalidad comprensiva, de un, espíritu tolerante, de una visión
perspectiva capaz de recibir la relatividad de las culturas, y por ende, de facilitar el
progreso y desterrar el dogmatismo.
El propio Libertador asigna a los viajes una importancia fundamental en su carrera; el 10
de mayo de 1828 decía: "es de creer que en Caracas o San Mateo no me habrían nacido
las ideas que me vinieron en mis viajes, y en América no hubiera tomado aquella
experiencia ni hecho aquel estudio del mundo, de los hombres y de las cosas que tanto me
ha servido en todo el curso de mi carrera política".
Tres viajes realizó Bolívar a Europa con motivos diversos, pero tácitamente con un solo
fin: construcción de su personalidad, búsqueda y acumulación de experiencias,
elaboración de un destino. El primer viaje, siendo niño, es de estudios y culmina con su
matrimonio. Pasa por México y Cuba, se sitúa en España y conoce Francia. Tiene
oportunidad de presenciar la coronación de Napoleón y de sentir desprecio por primera
vez, por la actividad que responde única y ciegamente a la ambición de poder. El segundo
viaje lleva por propósito la distracción de la viudez temprana, dura tres años en los
cuales disipa una cuantiosa fortuna material, culmina en el Monte Sacro y en el Juramento
definitivo: es el viaje de aprendizaje con Rodríguez. Visita España, Inglaterra,
Francia, Portugal, Italia y parte de Austria y Alemania; a su regreso desembarca en los
Estados Unidos. La visión de los diversos pueblos europeos, colectividades con tradición
que arranca de remotos tiempos, lo hará ser más comprensivo con su pueblo. En Europa
logrará un más exacto sentido de las proporciones que no puede alcanzar en su patria,
hallará una más vieja y alta tribuna para asomarse al espectáculo del devenir
universal. Europa lo incita a la reflexión. Con satisfacción maravillada advierte que
los problemas de América desde allá se miran con más claridad. Bolívar se descubre a
si mismo en Europa, se aprecia mejor, se autocritica con mayor justicia; en este viaje
eligió su signo y cimentó la evidencia de que no iba equivocado. Bolívar calibra en
este viaje la diferencia entre Europa y América: un continente con entidad espiritual
lograda en más de dos mil años; y otro, con el problema de culturas desiguales que no
logran fundirse, con tres siglos apenas de historia conocida, en trance de indagación de
su propia alma.
En el tercer viaje a Europa, va de diplomático a la Gran Bretaña, como intérprete de
una de las primeras embajadas venezolanas. Bolívar tiene ocasión de gustar calmadamente
la vida inglesa, este viaje es también, por eso, fundamental; sentirá siempre una
admiración extraordinaria por el pueblo inglés, en el cual halla mucho de lo que falta
en América y que él se empeña en fundar: estabilidad, respeto, dignidad, sensatez,
sentido práctico, le produce la más viva impresión; quiere para América ese grupo
sencillo de virtudes británicas: realización efectiva de la libertad y democracia en un
clima sin violencias; tradición amorosamente cultivada como elemento vertebrador de la
personalidad colectiva a través de las épocas. Esta justa apreciación de la calidad de
la sociedad británica es la razón que lleva a Bolívar a recomendar cuantas veces puede
una alianza de América con el estilo de vida de Inglaterra.
No sólo a Europa se dirigió la inquietud bolivariana; después, en plena contienda
emancipadora, y por imperativos y necesidades de la misma, recorre a pie, a caballo, en
flecheras, bergantines, goletas, etc., la mayor porción del continente americano. Desde
Boston a Plata, los puntos más septentrionales y meridionales del itinerario bolivariano,
prácticamente nada le es desconocido; tuvo la vivencia exacta de la patria americana;
Bolívar la vivió y la sintió íntegramente, y siempre estuvo donde fue necesaria su
presencia. Quienes en nuestro tiempo viajan por vía aérea sobre los altos picos y
profundas hondonadas de Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, más o menos paralelamente al
Pacifico, se asombran de la dimensión material del esfuerzo bolivariano.
Desde su adolescencia Bolívar tuvo el hábito de la lectura; el suyo fue un proceso
continuo de vigorización y renovación de su personalidad intelectual. Es imposible
construir una lista exhaustiva de los autores leídos por Bolívar, pero remitiéndonos
nuevamente a la información contenida en sus escritos, debemos indicar a grandes rasgos
que conocía los clásicos de la antigüedad, griegos y romanos: Homero, Polibio,
Plutarco, César, Virgilio; todos los géneros. Clásicos modernos de España, Francia,
Italia e Inglaterra. Igualmente de los más diversos sectores intelectuales: desde
filósofos y políticos como Hobbes, hasta poetas como Tasso y Camoens, pasando por
naturalista como Buffon, astrónomos como Lalande, economistas como Adam Smith. En sus
cartas pueden hallarse muchos nombres regados con espontaneidad: los enciclopedistas y
planificador Revolución Francesa, conocidos y estudiados a fondo y cuya influencia en el
credo bolivariano es fácil de señalar: Montesquieu sobre todos. Rousseau, D'Alambert,
Condillac, Voltaire. Además Cervantes, Locke, Helvetius, Ossian, Goguet, Llorente,
Napoleón, Rollin, Berthot, De Pradt, Filangieri, Mahon, La Fontaine, Constant, Madame
Staël, Grotius, Humboldt, Ramsay, Beaujour, Mably, Dumeril, Delius, Montholon, Arrien,
Sismondi, etc. En parte de sus libros, que regala a Tomás C. Mosquera en 1828, se
encuentran los más diversos títulos. Claro índice de que su cultura no era unilateral
es, además de los autores citados, la siguiente diversidad de títulos, idiomas y
materias de su biblioteca: Epoques de I'Histoire de Prusse; Ensayo de la historia civil
del Paraguay, Buenos Aires y Tucumán; Description Générale de la Chine; Dictionnaire
Géographique; Voyage to the South Atlantic; Gramática Italiana; Diccionario de la
Academia; New Dictionary Spanish and English; Encyclopédie des enfants, Life of
Washington; Dictionnaire des Hommes Célébres, Life of Scipio; Mémoires du Général
Rapp; Medias Anatas y Lanzas del Perú; Cours Politique et Diplomatique de Bonaparte,
Espíritu del derecho; Influences des Gouvernements; Congreso de Viena; Viajes de
Anacarsis; Fétes el courtisanes de la Gréce; Code of laws of the Republic of Colombia.
Fue la suya una pasión de cultura que no conoció término; en todos y cada uno de los
maestros del saber universal quiso aprender siquiera una idea que sirviera a la
perfección de la obra de su vida: la creación de su América, su programa
revolucionario.
Profesores había tenido hasta entonces; maestros, no. El maestro por antonomasia de
Bolívar es Don Simón Rodríguez.
Antes de Rodríguez, los profesores habían tratado, sin gran éxito, como advertimos por
la primera carta que de él conocemos, la carta al tío Pedro, de inculcarle
conocimientos: el capuchino Andújar, de primeras letras, de religión, de moral, de
gramática española; Andrés Bello, sólo dos años mayor que Bolívar, de aritmética,
geografía y cosmografía; Guillermo Pelgrón, de latín. También tuvo otro profesor de
nombre Vides. Ninguno dejó huella en él.
Algunos de estos profesores lo fueron simultáneamente. Todos contribuyeron, junto con la
desaplicación del discípulo, para que éste aborreciese la sabiduría y a los sabios.
Por lo menos a los sabios de la Colonia. Enseñanza baldía; profesores inútiles.
La casualidad pone en manos de Simón Rodríguez, pedagogo per sé y fanático de Juan
Jacobo Rousseau, a un niño sano, rico, de alcurnia, inteligente, sin familia, sin padres
siquiera a quienes rendir estrecha cuenta de aquella infancia. En suma, encuentra el
Emilio ideal. Y Simón Rodríguez inicia la educación que aconseja Rousseau en su Emilio.
Bolívar es el primer hombre moderno, quizás el único, que haya sido educado para hombre
libre. Para hombre libre, según Rousseau. Así como a los príncipes los educan para
Reyes, a Bolívar lo educan para vivir libremente. El exageró un poco y se convirtió en
Libertador.
Rodríguez le hizo cerrar los libros de texto y le abrió el gran libro de la naturaleza.
Le enseña antes que nada a ser fuerte de alma y de cuerpo convivir con la naturaleza, sin
ser víctima de ella. Le enseña a dar grandes caminatas a cabalgar días enteros, a
nadar, a saltar. En los estanques, ríos y lagunas del campo nativo nada como un tritón
horas y horas. Le transmite oralmente cuanto el discípulo puede asimilar. Y le obliga a
leer a los grandes autores clásicos como Plutarco y a los modernos como Rousseau. A eso
se limita.
Tenía el hábito de la lectura, que conservó toda su vida. Según Mancini, al salir de
Venezuela había tomado para la travesía del Atlántico, a Plutarco, Montesquieu,
Voltaire y Rousseau. Más de veinte años después, en 1828, Voltaire era su preferido,
según Perú de Lacroix: "Después de almorzar -dice éste en el Diario de
Bucaramanga- S.E. fue a ponerse en su hamaca y me llamó para que oyese el modo con que
traduce los versos franceses en castellano; tomó la Guerra de los Dioses y la leyó como
si fuera una obra escrita en español; lo hizo con facilidad, con prontitud y elocuencia;
más de una hora quedé en oírlo y confieso que lo hice con gusto y que muy raras veces
tuvo necesidad S.E. pedirme de traducirle algunas voces. En la comida volvió S.E. en
hacer el elogio de la obra del Caballero de Parni; pasó después a elogiar las de
Voltaire, que es su autor favorito; criticó luego algunos escritores ingleses,
particularmente a Walter Scott, y concluyó diciendo que la Nueva Eloísa de Juan Jacobo
Rousseau no le gustaba, por lo pesado de la obra y que sólo el estilo es admirable; que
en Voltaire, se encuentra todo: estilo, grandes y profundos pensamientos, filosofía,
crítica fina y diversión".
El propio Libertador dejó referencias de los autores que estudió y una de ellas parece
referirse a la época de su vida en París. Sus expresiones en este caso -carta a
Santander, fecha 20 de mayo de 1825- tienen desusada violencia, a causa de sentirse herido
por un "godo, servil, embustero" que le atribuía escasos conocimientos:
"Mi madre y mis tutores -dice- hicieron cuanto era posible para que yo aprendiese: me
buscaron maestros de primer orden en mi país. Robinson, que Ud. conoce, fue mi maestro de
primeras letras y gramática; de bellas letras y geografía, nuestro famoso Bello; se puso
una academia de matemáticas sólo para mí por el padre Andújar, que estimó mucho el
barón de Humboldt. Después me mandaron a Europa a continuar mis matemáticas en la
Academia de San Fernando; y aprendía los idiomas extranjeros con maestros selectos de
Madrid; todo bajo la dirección del sabio marqués de Ustáriz, en cuya casa vivía.
Todavía muy niño, quizá sin poder aprender, se me dieron lecciones de esgrima, de baile
y de equitación. Ciertamente que no aprendí ni la filosofía de Aristóteles, ni los
códigos del crimen y del error; pero puede ser que Mr. de Mollien no haya estudiado tanto
como yo a Locke, Condillac, Buffon, D'Alembert, Helvetius, Montesquieu, Mably, Filangieri,
Lalande, Rousseau, Voltaire, Rollin, Berthot y todos los clásicos de la antigüedad, así
filósofos, historiadores, oradores y poetas, y todos los clásicos modernos de España,
Francia, Italia y gran parte de los ingleses".
"Con todo, las obras de los autores franceses modernos, y los filósofos de esa
nación, forman lo más consistente de su acervo cultural, o por lo menos lo que más
ampliamente se refleja en sus escritos. Los nombres de Montesquieu, de Rosseau, de
Voltaire -en especial, los dos primeros- son frecuentemente mencionados, y sus ideas
aducidas, sea para apoyarlas o para combatirlas. Se tiene la impresión -pero no es, hasta
ahora, sino eso- de que las obras de Montesquieu hablan principalmente a la inteligencia
de Bolívar, en tanto que las de Rousseau hallan sobre todo eco en su sensibilidad. Junto
a ellos, el conde Volney, cuya dedicatoria en la edición castellana cita Bolívar
textualmente en su Discurso de Angostura y de quien vuelve a acordarse en el Cuzco, en
1825. También el abate Raynal, Marmontel, la baronesa de Staël, Carnot el Convencional,
Benjamín Constant, el poeta Casimir Delavigne, el Abate De Pradt, el Obispo Gregoire, el
conde Guibert, La Condamine, el Abate Carlos de Saint Pierre, Sieyés. Y, junto a ellos,
Racine y Corneille, Boileau, La Fontaine y Descartes, para no repetir los nombres que el
propio Bolívar da en su carta de Arequipa".
O'Leary también nos menciona los filósofos estudiados por El Libertador; y no puede
haber duda de que se refiere a la época del segundo viaje de Bolívar a Europa, cuando
dice: "Helvecio, Holbach, Hume, entre otros, fueron los autores cuyo estudio
aconsejó Rodríguez". Y agrega: "Admiraba Bolívar la austera independencia de
Hobbes, a pesar de las marcadas tendencias monárquicas de sus escritos; pero le
cautivaron más las opiniones especulativas de Spinoza, y en ellas, tal vez, debemos
buscar el origen de algunas de sus propias ideas políticas". La seguridad con que
lanza estos juicios el cuidadoso edecán de El Libertador, nos hace meditar. ¿Será
lícito suponer que Bolívar comentó a menudo con él los autores que cita? Sabemos que
El Libertador le encargó a Chile, en 1823, obras de Voltaire, Locke, Robertson y otros
escritores.
Al llegar a París, él y Fernando Toro se encontraron con varios jóvenes
hispanoamericanos, entre los cuales estaban los ecuatorianos Carlos Montúfar y Vicente
Rocafuerte. Montúfar era hijo del Marqués de Selva Alegre, que sería en 1809 Presidente
de la Junta Revolucionaria establecida en Quito, la primera en Suramérica; y él mismo
dio su vida en la lucha por la independencia. Rocafuerte no tomó parte activa en la
emancipación, y por eso se sentía en una "falsa posición" frente a sus
antiguos compañeros, y fue enemigo de El Libertador durante los últimos años de la Gran
Colombia.
Entre estos extranjeros en la flor de la edad, así agrupados en la ciudad encantadora, se
estableció rápidamente amable e íntima camaradería. En la cual participaba
-sorprendente hallazgo- don Simón Rodríguez, el recordado maestro de Caracas. No
olvidemos que Rodríguez apenas había rebasado los treinta años, y por eso fue, en gran
parte, sólo un compañero más en aquel grupo. En 1826 le escribía a Bolívar: "No
sé si usted se acuerda que estando en París, siempre tenía yo la culpa de cuanto
sucedía a Toro, Montúfar, a usted y a todos sus amigos", palabras que sugieren las
amistosas riñas que a cada momento surgirían entre aquellos jóvenes y el travieso pero
respetado pedagogo.
La vocación de Bolívar era el ejercicio de las armas. En enero de 1797 ingresó como
cadete en el Batallón de Milicias de Blancos de los Valles de Aragua, del cual había
sido Coronel años atrás su propio padre. No tenía aún 14 años cumplidos. En julio del
año siguiente, cuando fue ascendido a Subteniente, se anotaba en su hoja de servicios:
Valor conocido, aplicación: sobresaliente. El adiestramiento práctico en los deberes
militares lo combinaba Bolívar con el aprendizaje teórico de materias consideradas
entonces la base de la formación castrense: las matemáticas, el dibujo topográfico, la
física, etc., que aprendió en la Academia establecida en la propia casa de Bolívar por
el sabio Capuchino Fray Francisco de Andújar desde mediados de 1798, y a la cual
asistían también varios amigos de Simón.
A comienzos de 1799 viajó a España. En Madrid, bajo la dirección de sus tíos Esteban y
Pedro Palacios y la rectoría moral e intelectual del sabio Marqués de Ustáriz, se
entregó con pasión al estudio. Recibió allí la educación propia de un gentilhombre
que se destinaba al mundo y al ejercicio de las armas: amplió sus conocimientos de
historia, de literatura clásica y moderna, y de matemáticas, inició el estudio del
francés, y aprendió también la esgrima y el bailé, haciendo en todo rápidos
progresos. La frecuentación de tertulias y salones pulió su espíritu, enriqueció su
idioma, y le dio mayor aplomo.
RASGOS FISICOS
Y ahora sí, próximo a la plenitud, aunque sólo tenía
veintitrés años, y enriquecido por conocimientos y observaciones sobre los cuales había
aprendido a reflexionar, podemos comenzar a buscar en él al futuro Libertador. Tal como
se presentó en Caracas le convenía ya, con las salvedades imprescindibles, el retrato
que muchos años después le hizo su edecán O'Leary: "Bolívar -escribe- tenía la
frente alta, pero no muy ancha, y surcada de arrugas desde temprana edad, indicio de
pensador; pobladas y bien formadas cejas; los ojos negros, vivos y penetrantes; la nariz
larga y perfecta: tuvo en ella un pequeño lobanillo que le preocupó mucho, hasta que
desapareció en 1820 dejando una señal casi imperceptible; los pómulos salientes; las
mejillas hundidas, desde que lo conocí en 1818; la boca fea y los labios algo gruesos. La
distancia de la nariz a la boca era notable. Los dientes blancos, uniformes y bellísimos;
cuidábalos con esmero. Las orejas grandes pero bien puestas. El pelo negro, fino y crespo
lo llevaba largo en los años 1818 a 1821, en que empezó a encanecer. Y desde entonces lo
usó corto. Las patillas y bigotes rubios; se los afeitó por primera vez en el Potosí,
en 1825. Su estatura era de cinco pies seis pulgadas inglesas. Tenía el pecho angosto; el
cuerpo delgado, las piernas sobre todo. La piel morena y algo áspera. Las manos y los
pies pequeños y bien formados que cualquier mujer habría envidiado. Su aspecto, cuando
estaba de buen humor, era apacible, pero terrible cuando irritado: el cambio era
increíble.
"Hablaba mucho y bien; poseía el raro don de la conversación y gustaba de referir
anécdotas de su vida pasada. Su estilo era florido y correcto; sus discursos y sus
escritos están llenos de imágenes atrevidas y originales. Sus proclamas son modelos de
la elocuencia militar. En sus despachos lucen, a la par de la galanura del estilo, la
claridad y la precisión. En sus órdenes, que comunicaba a sus tenientes, no olvidaba ni
los detalles más triviales, todo lo calculaba, todo lo preveía".
"Tenía el don de la persuasión, y sabía inspirar confianza a los demás. A esas
cualidades se deben, en gran parte, los asombrosos triunfos que obtuvo en circunstancias
tan difíciles, que otro hombre sin esas dotes y sin su temple de alma se habría
desalentado. Genio creador por excelencia, sacaba recursos de la nada".
"Gran conocedor de los hombres y del corazón humano, comprendía a primera vista
para qué podía servir cada cual; muy rara vez se equivocó. Hablaba y escribía francés
correctamente, e italiano con bastante perfección; de inglés sabía poco, aunque lo
suficiente para entender lo que leía. Conocía a fondo los clásicos griegos y latinos,
que había estudiado, y los leía siempre con gusto en las buenas traducciones
francesas".
Así lo verían, a su regreso, en Caracas. Ahora sí era verdad que "nadie lo
reconocería", según la expresión hiperbólico que usan en Venezuela, sobre todo
los ancianos, para indicar los cambios experimentados por un joven.
PERSONALIDAD
Nota sobresaliente en la faceta intelectual de El
Libertador es la objetividad, o sea, la característica mental que permite reconocer y
apreciar los hechos -independientemente de la simpatía o antipatía que puedan inspirar-
en su tamaño propio y dentro de estructuras totales.
La objetividad en Bolívar se expresa en dos direcciones. Una individual, que
denominaremos autocrítica, concretada en el exacto conocimiento de sí mismo. Y otra
referida hacia los demás, y que llamaremos ecuanimidad.
En el político es fundamental conocerse. Es rara esta cualidad; lo corriente es que el
individuo ignore sus posibilidades, que se supervalore o se subestime, que tenga entrabada
su personalidad por una de esas embarazosas armaduras psíquicas que son los complejos. En
el prepórtico de su vida pública, Bolívar escribió: "Es siempre útil el
conocerse, y saber lo que se puede esperar de sí". Con claridad entendió cuál era
su empresa, y no se equivocó en cuanto a su temperamento y sus aptitudes. Dice que no
está hecho para la función sedentaria y que detesta la administración. Sabe que los
peligros lo tonifican; siente que su ánimo se estimula ante la adversidad. No pide reposo
material para pensar mejor; sabia abstraerse, aislarse en medio de humanos torbellinos y
concentrarse en la meditación de sus ideas. "Hay hombres -decía- que necesitan
estar solos y bien retirados de todo ruido para poder pensar y meditar; yo pensaba,
reflexionaba y meditaba en medio de la sociedad, de los placeres, del ruido y de las
balas. Sí, me hallaba solo en medio de mucha gente, porque me hallaba con mis ideas y sin
distracción".
En cuanto a su personalidad mental -en sentido estricto- la apreciación más exacta,
comprobable por quienquiera que analice su obra, es la que de manera condensada él mismo
formula así en 1825: "No soy difuso.... soy precipitado, descuidado e impaciente...,
multiplico las ideas en muy pocas palabras".
Un testimonio fidedigno, aparte de los escritos a disposición del más severo examen, el
de Luis Peru de Lacroix en 1828, confirmará la concisión bolivariana. Peru de Lacroix lo
vio y observó muy de cerca: "En todas las acciones de El Libertador y en su
conversación se ve siempre, como he dicho, una extrema viveza: sus preguntas son cortas y
concisas; le gustan contestaciones iguales, y cuando alguno sale de la cuestión, le dice,
con una especie de impaciencia, que no es lo que ha preguntado: nada difuso le
gusta".
Su precipitación la había observado desde su niñez; en la primera carta que de él se
conserva dice que se le "ocurren todas las especies de un golpe". Esa
precipitación le impedirá ser más afortunado y certero en la planificación de ciertas
instituciones. Es igualmente fácil comprobar lo que afirma sobre su descuido e
impaciencia.
Merece consideración particular su aserto autocrático de que multiplica las ideas en muy
pocas palabras. El mérito de Bolívar, implícito en su peculiar don de síntesis, es el
de su riqueza conceptual e ideológica. Podrían citarse muchas expresiones suyas, líneas
breves con una potencia de enseñanza insospechada a simple vista. Por esta
característica, su pensamiento ha sido objeto de las más diversas interpretaciones; algo
parecido a lo que, salvando la distancia, ocurre con versículos bíblicos. Todos los
traficantes políticos, los gestores de todos los partidos americanos han buscado en
palabras de Bolívar, banderas para sus parcialidades; ello no lo asombra: "Con mi
nombre se quiere hacer en Colombia el bien y el mal, y muchos lo invocan como el texto de
sus disparates". Medítese la frase: el texto de sus disparates, y se comprenderá
por qué ha sido difícil para el lector ordinario, acostumbrado a las informaciones
indirectas, el conocimiento verídico de las ideas de Bolívar.
En la mayor parte de los casos, el lector común, nuestro hombre medio, precisamente
aquél para quien forjó El Libertador su doctrina, se halla perplejo al no poder separar
la propaganda de la verdad. Son muy escasos los intérpretes objetivos y globales del
pensamiento bolivariano; todavía se persiguen en la obra de El Libertador expresiones
sueltas para pretender justificar indignidades o cubrir miserias. A Bolívar no puede
comprendérsele si el estudioso no posee al par que una mentalidad científicamente capaz,
comprensiva y avisada, una gran escrupulosidad ética. Aún abundan esos que hábilmente
silencian la voz acusadora de Bolívar, para dar resonancia a la parte que parece
servirles en sus aventuras; pero si esta traición al pensamiento bolivariano, en cuanto a
un inteligente escamoteo de sus palabras, es absolutamente perniciosa, más lo es aún la
interpretación desagajada de su unidad original. Son solidariamente culpables del pésimo
conocimiento que se tiene de Bolívar, todos sus intérpretes fragmentarios. Su obra no es
para leerse y comprenderse por cuotas, ni para asimilarse en frases aisladas. El estudio
honesto, y naturalmente el estudio científico -con la ética propia de la investigación
auténtica- ha de penetrar en la unidad, ha de reconstruir previamente el panorama; en
este sentido el método indicado es buscar la estructura, entender en conjunto y asimilar
de manera global. Tal es la fórmula para un acercamiento válido a su obra; y no se crea
que ésta es una recomendación más o menos influída por los métodos científicos en
boga; es pauta del propio Libertador, quien precisamente refiriéndose al Discurso de
Angostura -su más densa expresión política- da al futuro la técnica interpretativa por
intermedio de su amigo Don Guillermo White: "Tenga Ud. la bondad de leer con
atención mi discurso, sin atender a sus partes, sino al todo de él".
Múltiples testimonios de un espíritu ecuánime, de una mentalidad objetiva capacitada
para mirar la verdad sin apasionamiento, hallamos repetidas veces en su obra. Su
ecuanimidad no se empaña ni se desmiente, ni siquiera cuando se trata de hechos que le
atañen por referirse a su familia. Tampoco cuando se trata de sus amigos; los conoce
bien, y sabe dónde pueden dar el mejor rendimiento.
Sus aciertos en la apreciación de méritos son notables, el cariño no logra desviarlo;
así dice llanamente a Santander en 1823: "los intendentes de Bogotá y Caracas son
eminentemente malos, con ser los mejores del mundo y mis mejores amigos". Esta virtud
mental posee mucho interés para la estimación de su labor intelectual; ya no habrá
sorpresa cuando se diga que El Libertador era un observador de mirada precisa, capacitado
para formular una crítica imparcial. Esta cualidad especialmente ha de tener fecunda
proyección en su opinión política, sociológica e histórica.
Era además un hombre de mirada aguda; no pasaba tan inadvertidamente por encima de las
cosas mínimas, como ordinariamente se cree. Está siempre atento a su circunstancia con
ojos que abarcan a los grandes hechos y a los pequeños: en Guayaquil nota prontamente que
se casan muy tempranos los muchachos; desde Lima subraya que "en Caracas era moda
pensar todos mal contra el gobierno". Y véase igualmente el caso del joven Michelena
a quien destituye en Lima; la conducta de Bolívar responde en este caso a un cuidadoso
proceso de observación.
Su don observador unido a su ecuanimidad llévalo a un conocimiento exacto de sus hombres;
ya anotamos que conocía las aptitudes de éstos.
Estudiaba la personalidad psíquica de sus amigos, y aplicaba a cada uno el tratamiento
adecuado; en este sentido es un psicólogo espontáneo, sus cartas más cuidadosas y
políticas son para Santander, sus cartas más plenas de nobleza y afecto son para Sucre.
Por último en la fisonomía intelectual de Bolívar señalaremos su tendencia discreta al
humorismo, la facilidad para captar -hasta en momentos serios- la nota risueña. Asimismo
llamamos la atención sobre su forma tan espontánea de mezclar expresiones populares en
sus cartas; Bolívar repetía frases del vulgo, conocía sus refranes y los aplicaba con
tino.
Cualidades morales de Bolívar son la nobleza de espíritu y la constancia. La nobleza
espiritual ya supone una serie de virtudes, supone sobre todo una buena capacidad de
desprecio; Bolívar sabía despreciar, sorprende que en sus cartas no se ocupe, con la
debida insistencia, de sus enemigos; trabajo cuesta indagar en su correspondencia los
nombres de sus adversarios.
La constancia es el denominador común de la empresa de Bolívar; jamás cede él en su
propósito, su voluntad "no desmaya y aún se fortifica con la adversidad", por
eso la consigna de Pativilca ha llegado a simbolizar su carácter. "El valor, la
habilidad y la constancia corrigen la mala fortuna", dijo en su primer memorial
político. Es efectivo el afán que jamás se doblega.
Su carácter práctico y dinámico, encaminado directamente hacia sus objetivos, explica
una de sus críticas básicas a los hombres de la Primera República, quienes, a juicio de
Bolívar, se equivocaron al pensar que sus principios saldrían victoriosos y serían
respetarlos por su sola verdad y bondad intrínsecas. El triunfo de una doctrina es obra
de tenacidad y de lucha, su bondad es aliciente y estímulo para que sus propugnadores no
la abandonen.
La vida entera de Bolívar fue fiel a la idea de la necesidad de la acción permanente;
reconocía en todo instante la creadora proyección de la energía, sin ella "no
resplandece nunca el mérito, y sin fuerza no hay virtud, y sin valor no hay gloria".
En la historia halla asideros, recuerda que más le valió a Cicerón un rasgo de
valentía que todos los prodigios de su genio. Si se investiga el perfil de su deber, se
comprende por qué existe en Bolívar junto a un carácter generoso un hombre riguroso e
inexorable, terrible cuando las circunstancias son terribles. Su actividad utiliza los
elementos propios de la disciplina y de la fuerza cuando ha menester; no sólo fusila
desertores y traidores y encarcela delincuentes y deudores del Estado, sino que su
justicia toca hasta sus allegados. En hora crítica, obligado a restar una ventaja a sus
antagonistas, decreto la guerra a muerte; después vendrá el momento de celebrar el
tratado regularizador de la contienda; y el mismo firmante de la proclama de Trujillo
señalará más adelante a sus soldados "la obligación rigurosa de ser más piadosos
que valientes".
El Libertador tenía noción de su propia personalidad, y sabía los linderos y la
dimensión de su esfuerzo. Conoció la magnitud de su obra; era llano y sencillo. En las
páginas de Peru de Lacroix, quien lo retrata con ojos de intimidad, se advierte la
personalidad de Bolívar constituida por rasgos sobrios y severos, fáciles en todo
momento de ser reconocidos y observados sin misterio.
La figura moral de Simón Bolívar se refleja en todas su expresiones. El investigador
científico no encuentra inconsecuencias en los escritos de Bolívar, porque no las hubo.
Don Vicente Lecuna, sabio en materia bolivariana, recogió en forma que obliga la gratitud
del mundo, la obra escrita de El Libertador. La honestidad y competencia del eminente
compilador es garantía suficiente de que no ha habido lagunas convencionales, ni
ocultamientos, ni tergiversaciones, ni cortes ni enmendaturas. Las fuentes, siempre
claras, están indicadas en todas las publicaciones hechas por Lecuna, con absoluta
precisión.
Más no es necesario buscar en los libros la dimensión moral de Bolívar, más que en
palabras ella consta en hechos, está en la vida de quien pudo decir: "¡Para qué
necesitaré yo de Colombia! ¡Hasta sus ruinas han de aumentar mi gloria! Serán los
colombianos los que pasarán a la posteridad cubiertos de ignominia, pero no yo. Ninguna
pasión me ciega en esta parte, y si para algo sirviera la pasión en juicios de esta
naturaleza, sería para dar testimonios irrefragables de pureza y desprendimiento. Mi
único amor siempre ha sido el de la patria; mi única ambición, su libertad".
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