TRINOMIO FUNDAMENTAL QUE TUVO SIMON BOLIVAR
SOÑAR.
PROYECTAR.
REALIZAR.
SOÑAR
Soñar es anticipar un futuro mejor. El sueño puede ser individual y manchado de
egoísmo. Si anticipa una mejora para el individuo, capaz de hacerlo más apto, si la
mejora no es antisocial, el sueño, sin ser un gran sueño, es legítimo. Al fin de
cuentas, la mejora social de los individuos concluye en mejora colectiva. El mayor valor
de los sumandos engrandece la suma. Nosotros, jóvenes, tenemos el derecho de soñar así.
Cuando el sueño, sin dejar de ser individual y egoísta, se entrelaza con sentimientos
altruistas, comienza a ganar en nobleza e importancia. El joven profesional aspirante a
mayor aptitud para elevarse y ganar crédito, consideración y proventos; aún el artista
y el hombre de ciencia, aspirantes a saber por el placer de saber y elevar su pensamiento,
cumplen una función moral y no tienen por qué avergonzarse de su sueño. Si a la vez
sueñan con poner sus aptitudes, sus ganancias espirituales al servicio de su país y de
la humanidad su sueño se sale de ellos y entra en el más alto nivel del sueño
colectivo.
Simón Bolívar, apenas adolescente, comienza a soñar. Sueña, primero, con el amor
idílico, la novia cándida y pura, la suave felicidad del hogar tranquilo. Sueña con
reconstruir el ambiente que la vida le negó al arrebatarle a sus padres. Sueña -el
sueño que nunca abandonó-, sueña tener hijos y ser para ellos el padre amoroso que él
apenas tuvo. Sueño adolescente, todavía uniforme; sueño individual, candoroso y
egoísta.
Roto este período de sueño por la adversidad, Bolívar comienza a soñar de nuevo. Ahora
sueña con el lujo, el esplendor, la gloria. Sueños vagos y todavía abstractos, en
apariencia más egoístas que los primeros. Observemos sin embargo, que Bolívar sueña ya
con la gloria. La gloria, si egoísta, no es gloria: es vanagloria. Pero a la reciedumbre
que comienza en Bolívar, no le satisface la vanagloria. El fausto, el oropel, lo cansan
pronto y busca a tientas satisfacer la más honda y luminosa preocupación de un alto
espíritu dar un objeto a su vida.
¿En cuál momento se ofrece brillante y neto al pensamiento de Bolívar, el grande, el
único objeto de su vida? Para suplir el silencio de la verdadera Historia, la fantasía
supone la aparición dramática, el estallido del rayo, el deslumbramiento. El juramento
del Monte Sacro, acto severo y sencillo ha servido a la fantasía detonante para
improvisar una escena de ópera.
Los fantaseadores olvidan que Bolívar mismo en la famosa carta a su maestro dice con toda
claridad: "Fuimos juntos al Monte Sacro a jurar la libertad de América", a
realizar un propósito deliberado y decidido de antemano. El juramento del Monte Sacro es
la revelación externa y solemne del sueño larga y lentamente elaborado. El
pronunciamiento de votos que han llegado a los labios después de haberse revuelto muchas
veces en el pensamiento y en el corazón. Es más grande aún, y armoniza en su lenta
gestación con el secreto de su larga durabilidad.
La fantasía ha inventado que Newton ideó la teoría de la gravitación universal viendo
caer una manzana. La crítica halla que el sabio genial llegó a su gran concepción
pensando siempre en ella.
Los sueños de Bolívar, por transformación ascendente, han llegado al sueño colectivo.
El sueño de él es y será el sueño de millares de hombres; sueño de millares de sus
contemporáneos, sueño de generaciones por venir. Soñarán con la libertad de América,
la dignificación de América, el engrandecimiento moral y material de América.
No es dado a todos los jóvenes alentar sueño tan grande y con tanta intensidad como
Bolívar. Porque él era grande en espíritu y la magnitud de su sueño estaba a la medida
de su gran espíritu, cual estaba su espíritu a la medida de su sueño.
Forjemos, nosotros, nuestros sueños a la medida de nuestros espíritus. Coronemos, si lo
podemos -y la mayoría de nosotros lo podrá-, coronemos nuestros sueños individuales con
el sueño colectivo. Ya por el hecho del engrandecimiento y la mayor nobleza de nuestros
sueños crecerá nuestro espíritu. El gran sueño colectivo es un río caudaloso. Los que
no podemos ser río, seremos al menos el arroyo afluente que lleva lo que tiene, el
modesto y valioso tesoro de sus aguas límpidas, y a la gran corriente. En el caudal de
los grandes sueños humanos correrá inadvertido, pero real y poderoso el caudal de
nuestro propio sueño.
PROYECTAR
Noble es soñar y soñar en grande. Mejor en todo caso que vivir adherido a los días
presentes sin dirigir el espíritu hacia días y niveles más nobles. Con todo, el sueño
no basta. Es apenas la primera etapa de un largo camino. Por cuanto implica un progreso
interno, merece nuestra simpatía y nuestro respecto. Merece más nuestra gratitud y
nuestra admiración; cuando pasa de sueño, se proyecta hacia afuera y comienza a ser
acción.
Algunos creen haberlo hecho todo, porque sueñan o han soñado. Mientras otros realizan,
sienten ellos consuelo y hasta orgullo en decir: "Yo había pensado eso". La
colectividad reserva apenas una flor para los que sólo han soñado. Para los que han
luchado y padecido por su sueño, guarda las coronas de laureles, las de bronce y aún las
de espinas: ligeras, unas; pesadas, otras, glorificadora, siempre.
Hay una clase de glorificadores, de indiscutible alteza. Para ser ellos precisa poseer
cualidades de excepción. Son los hombres de gran sinceridad, hondo pensar, verbo
encendido o preciso, que empujan las voluntades ajenas en el sentido de su sueño.
Predicar así es actuar, porque de su impulso nace la acción.
En el campo modesto señalado a los más, el peldaño inmediato superior al sueño es
proyectar. Proyecto es prólogo de realización. El sueño apenas tiene contacto con la
realidad objetiva. El proyecto comienza por tener cuenta de la realidad, medirla, pesarla,
analizarla.
Es, por supuesto, un grado de elevación. Pide mayor esfuerzo, conceptos claros, virtudes
más concretas que las del brillante soñador. En el proyectar se pone a prueba el temple
del carácter, la densidad del pensamiento, el espíritu crítico, la claridad de la
visión. Bolívar tiene todo esto. Proyecta para las circunstancias inmediatas. Proyecta
para las circunstancias remotas. Remotas en el tiempo y en el espacio.
Los proyectos son para él sólo capítulos de la obra gigantesca a la cual se ha
consagrado, etapas de un itinerario previsto, a cuyo extremo, remoto, están la libertad,
la dignidad de América.
"Mientras haya que hacer, nada hemos hecho". Es su concepto de la obra integral.
Queda para otros, ilustres servidores del ideal americano, más sin la visión amplísima
del Libertador, conformarse con realizaciones parciales, descoyuntadas entre sí por falta
de la visión de conjunto. El resume todos estos ideales en el enorme suyo. Por eso no
descansa. No puede descansar. Siempre falta por hacer y es como no haber hecho nada.
Bogotá, Caracas, Quito, Lima, el Cuzco; cada una es la base para la etapa que sigue.
Punto de apoyo para el inmediato esfuerzo.
Cuando escapado del desastre de la primera República venezolana, poco brillante aún,
pobre de autoridad, expone sus miras, ya en su espíritu están eslabonados los proyectos
parciales, trazada la cadena de realizaciones. Con tal claridad, con tal lógica, que
espíritus reflexivos comprenden al punto, no ya el fuego generoso del soñador y del
apóstol, sino también la trabazón férrea del proyecto, la estructura de la obra, el
edificio concreto de inevitable coronación.
Halla protectores eficaces porque lo han comprendido. Son hombres de Estado, capaces de
medir las dificultades y los medios de vencerlas. Esto es lo que Bolívar les pide.
Dénsele, que él sabrá emplearlos. Ellos se lo dan, porque han visto del brazo, junto
con el soñador, al hombre de pensamiento y de realidad, clara y larga la mirada, fuerte
el puño; al proyectista audaz, pero calculador, extraño a visiones inconscientes,
matemático de la vida, apreciador justo de los valores de las ideas, los hombres y las
cosas.
Pintar al Bolívar que proyecta, al Bolívar que condensa sus sueños, al Bolívar que, a
la luz de su gente, forma planes, ordena y los prepara, es pintar el mayor de los hombres
de excepción que conviven en su personalidad, es hacer la relación de su vida y de su
obra. Allí reside todo él. Si ese Bolívar, a la vez que subjetivo y objetivo, hijo del
sueño y de la realidad, no hubiera coexistido, tendríamos un fantaseador y un poeta, no
un Libertador.
Hemos tenido en Venezuela después de Bolívar, hombres ilustres que amaron la Patria, la
sirvieron y son parte de nuestra herencia de orgullo. No estamos escasos de hombres que
poseyeron grandes aptitudes de sueño y las desplegaron como una bandera. Hemos poseído
hombres fuertes y hombres de pensamiento y de virtud. Han solido faltarnos los caracteres
completos, donde las facultades, quizás con menor intensidad, pero con mayor lógica y
armonía, se compartieron el dominio de la acción. Hemos tenido con frecuencia las
mejores aptitudes, no concentradas en una sola personalidad, sino esparcidas en
personalidades distintas. La falta de conjunción entre tales aptitudes nos han costado
caro en muchas etapas de nuestra Historia. Produjimos hombres incompletos y mal
equilibrados, o disociados, o constituídos en proporciones inarmónicas. No han estado,
no podían estar, como estuvo Bolívar a la altura de las más variadas circunstancias.
Les faltaba la comunión entre el ideal y la realidad. Tuvieron exceso de lirismo o exceso
de practicismo, no la íntima conexión que hace los grandes civilizadores, los grandes
estadistas, los grandes reformadores.
Alentamos la ilusión de que, en generaciones sucesivas, se multipliquen los hombres del
tipo de Bolívar, los hombres completos, en profusión y al menos comparable con la
profusión de imágenes materiales del Libertador.
REALIZAR
Las historias corrientes nos relatan la obra de Bolívar. La consagró el éxito y la
admiración justa la dilata y la dilatará más de siglo en siglo. Deslumbran los hechos y
las muchedumbres, y aun los hombres que se juzgan extraños a la muchedumbre se inclinan
ante los hechos. El éxito es la primera razón de su admiración. Conviene a los jóvenes
estudiar la vida de Bolívar sin idolatría. Estudiarla, comprenderla y admirarla
después. Conviene comprender que la obra de Bolívar es un resultado. Resultado lógico
de las fuerzas condensadas en el Libertador. Entonces, la obra es una consecuencia y
nuestra admiración se vuelve hacia la justeza y la grandeza de las premisas. Se refiere
que el descubridor de Neptuno, luego de precisar por el cálculo la necesidad de su
existencia, fijó el punto del cielo donde debería encontrar. Tan seguro estaba de la
consecuencia que no se dignó siquiera a apuntar al cielo un telescopio para comprobarlo.
Otros lo hicieron por él y comprobaron el triunfo ruidoso del pensamiento y el método.
Cuando presenciamos el triunfo de un virtuoso de cualquier arte nos entregamos al encanto
del éxito y admiramos el resultado bello y armonioso. El joven artista que presencia, el
soñador del propio triunfo por venir se detiene a estudiar los caminos que aseguraron el
éxito del artista admirado, la pincelada, el dominio de la técnica, la habilidad del
acorde, el vencimiento de las dificultades, la vida de esfuerzo y constantes del artista.
Entonces la admiración por la obra cede el primer puesto a la admiración de las virtudes
que la realizaron. Es la ejemplaridad de la obra y de la vida.
Con razón sobrada se asigna a los que llegan muy alto en el desarrollo de su actitud el
renombre de maestros, aunque no sean profesores. Enseñan por su propia virtualidad. Su
obra y su vida siguen siendo lecciones cuando el hombre que las da, vuelto polvo, no tiene
ya otra voz que la de su ejemplo.
Sin la ejemplaridad, las grandes acciones, las grandes obras, carecerían de acción
social. Proliferan, y así se dilatan en el tiempo. Ciertas radiaciones poseen la virtud
de despertar -digámoslo así- nuevas radiaciones que sin las primeras no podrían
producirse. De las personalidades grandes y útiles al desarrollo humano fluyen las
radiaciones del ejemplo que despertarán nuevas radiaciones y prolongarán la acción de
la personalidad.
Por su grandeza intrínseca, la obra de Bolívar no puede ser modelo para los jóvenes. De
ella radia, y a torrente, la ejemplaridad. Los caminos que la hicieron posible, los
caminos del esfuerzo están siempre abiertos, y si no son siempre los mismos, su
conocimiento adiestra para andar por los caminos viejos y realizar la obra propia adecuada
al momento en que se diga. La ejemplaridad no está tanto en los resultados como en los
recursos y métodos que puso en acción.
Bolívar sueña, proyecta, realiza. Apura el Trinomio Fundamental. Soñar, Proyectar, son
premisas. La acción es la consecuencia. Sin ella, la vida de Bolívar hubiera sido
raciocinio inconcluso. No fue así. Fue hombre completo. Coronó la trilogía iniciada en
su juventud, la trilogía en que deben inspirarse los jóvenes, la que hace grandes a los
hombres y a los pueblos. Soñar, proyectar y realizar.
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