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La Anarquia
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ANARQUISMO
(del griego an-, y arke, contrario a la autoridad), es el
nombre que se da a un principio o teoría de la vida y la conducta que
concibe una sociedad sin gobierno, en que se obtiene la armonía, no por
sometimiento a ley, ni obediencia a autoridad, sino por acuerdos libres
establecidos entre los diversos grupos, territoriales y profesionales,
libremente constituidos para la producción y el consumo, y para la
satisfacción de la infinita variedad de necesidades y aspiraciones de
un ser civilizado. En
una sociedad desarrollada sobre estas directrices, las asociaciones
voluntarias que han empezado ya a abarcar todos los campos de la
actividad humana adquirirían una extensión aún mayor hasta el punto
de sustituir al Estado en todas sus funciones. Representarían una red
entretejida, compuesta de una infinita variedad de grupos y de
federaciones de todos los tamaños y grados, locales, regionales,
nacionales e internacionales, temporales o más o menos permanentes,
para todos los objetivos posibles: producción, consumo e intercambio,
comunicaciones, servicios sanitarios, educación, protección mutua,
defensa del territorio, etcétera; y, por otra parte, para la satisfacción
de un número creciente de necesidades científicas, artísticas,
literarias y de relación social. Además,
tal sociedad no se pretendería inmutable. Por el contrario, como sucede
en todo el conjunto de la vida orgánica, se derivaría la armonía de
un ajuste y reajuste perpetuo y variable del equilibrio de la multitud
de fuerzas e influencias, y este ajuste se obtendría. Dicho brevemente,
si ninguna fuerza gozase de la protección especial del Estado. El
anarquismo no es Si
la sociedad, según esto, se organizase conforme a estos principios, no
se vería el hombre limitado, en el libre ejercicio de su capacidad de
trabajo productivo, por un monopolio capitalista sostenido por el
Estado; ni en el ejercicio de su voluntad por miedo al castigo, o por
obediencia a entidades metafísicas o a individuos que llevan ambos a la
disminución de la iniciativa y al servilismo intelectual. El hombre se
guiaría por su propia razón, que llevaría necesariamente la huella de
la acción y reacción libres de su propio yo y las concepciones éticas
del medio. El hombre podría así alcanzar el desarrollo pleno de todas
sus potencias, intelectuales, artísticas y morales, sin verse obligado
a trabajar agotadoramente para los monopolistas, ni trabado por el
servilismo y la inercia intelectual de la gran mayoría. Podría así
alcanzar la plena individualización que no es posible ni bajo el
sistema de individualismo actual, ni bajo ningún sistema de socialismo
de Estado. Los
autores anarquistas consideran, además, que su concepción no es una Utopía
basada en un método apriorístico, después de haber postulado unos
cuantos deseos que se toman por hechos reales. Se deriva, afirman, de un
análisis de tendencias que están ya actuando, aunque el socialismo de
Estado puede encontrar apoyo temporal entre los reformadores. El
progreso de la técnica moderna, que simplifica maravillosamente la
producción de todos los elementos necesarios para la vida; el creciente
espíritu de independencia y la rápida expansión de la iniciativa
libre y el libre entendimiento en todas las ramas de actividad
(incluyendo las que se consideraban antes atributo de la Iglesia y el
Estado) refuerzan firmemente la tendencia de no gobierno. En
cuanto a sus concepciones económicas, los anarquistas, junto con todos
los socialistas, de los que son el ala izquierda, sostienen que el
sistema de propiedad privada de la tierra hoy imperante, nuestra
producción capitalista en función del beneficio, representa un
monopolio que va al mismo tiempo contra los principios de justicia y los
imperativos de la utilidad. Es el motivo de que los frutos de la técnica
moderna no se pongan al servicio de todos y produzcan el bienestar
general. Los anarquistas consideran el sistema salarial y la producción
capitalista un obstáculo para el progreso. Pero señalan también que
el Estado fue, y sigue siendo, el principal instrumento para que unos
pocos monopolicen la tierra, y los capitalistas se apropien de un
volumen totalmente desproporcionado del excedente anual acumulado de
producción. En consecuencia, al tiempo que combaten el actual monopolio
de la tierra y el capitalismo, combaten los anarquistas con la misma
energía al Estado como apoyo principal del sistema. No ésta o aquélla
forma especial de Estado, sino el Estado mismo, sea monarquía o incluso
República gobernada por medio del referéndum. Habiendo
sido siempre la organización del Estado, tanto en la historia antigua
como en la moderna (imperio macedónico, imperio romano, los modernos
Estados europeos edificados sobre las ruinas de las ciudades libres), el
instrumento para asentar monopolios de las minorías dominantes, no
puede utilizársele para la destrucción de tales monopolios. Los
anarquistas consideran, por tanto, que entregar al Estado todas las
fuentes principales de vida económica (la tierra, las minas, los
ferrocarriles, la banca, los seguros, etcétera), así como el control
de todas las principales ramas de la industria, además de todas las
funciones que acumula ya en sus manos (educación religiones apoyadas
por el Estado, defensa del territorio, etcétera), significarían crear
un nuevo instrumento de dominio. El capitalismo de Estado no haría más
que incrementar los poderes de la burocracia y el capitalismo. El
verdadero progreso está en la descentralización, tanto territorial
como funcional, en el desarrollo del espíritu local y de la iniciativa
personal, y en la federación libre de lo simple a lo complejo, en vez
de la jerarquía actual que va de centro a periferia. Los
anarquistas reconocen que, como toda evolución natural, la lenta
evolución de la sociedad es seguida a veces de períodos de evolución
acelerada a los que se llama revoluciones; y creen que la era de
las revoluciones aún no ha concluido. A los períodos de rápidos
cambios seguirán otros de lenta evolución, y han de aprovecharse estos
períodos, no para aumentar y ensanchar los poderes del Estado sino para
reducirlos, formando organizaciones en toda población o comuna de los
grupos locales de productores y consumidores, así como federaciones
regionales, y en su momento internacionales, de estos grupos. Los anarquistas se niegan, en virtud de los principios expuestos, a participar en la organización estatista y a apoyarla e infundirle sangre nueva. No pretenden constituir, e invitan a los trabajadores a no hacerlo, ni votar partidos políticos para los parlamentos. |