Mi
querido lector:
por
un capricho
o
por no sé qué amor
hacia
los bichos
gusté
del buen sabor
que
hay en sus dichos.
Y
he gustado también de los consejos
oídos
de los labios
de
fabulistas viejos,
y
que el tiempo ha probado que eran sabios.
La
vida de los bichos fue el espejo
de
donde, sin resabios,
los
que tenía cegados el reflejo
de
sus propios pecados,
se
miraron perplejos
y
conocieron que vivían errados.
La
mucha seriedad nos hace ciegos.
Pero
abrimos un ojo para el juego.
Queda
guiñando el uno
y
queda el otro abierto.
Miramos
hacia adentro con el tuerto
y
con el otro al tuno.
Y
descubrimos que está el tuno adentro.
II
Para
escribir las cosas que te entrego
releí
a Samaniego,
no
lo niego....
y
me inspiré en el arte
de
Don Tomás de Iriarte.
No
sé quién sacó a quién
del
polvo y los escombros.
Ellos
me hicieron bien
y
por eso los nombro.
Que
me perdone Esopo,
y
no se enojen Fedro y La Fontaine,
rocíenme
con un hisopo
y
admítanme en su gremio a mí también:
soy
de la raza de Don Juan Manuel.
Leonardo
Castellani me dio ejemplo
con
Bichos y Personas o Camperas
y
tras sus huellas me colé en el templo:
sin
él, por fabular, nunca me diera.
Y
el Arcipreste de Hita con sus fablas
-
de quien mi padre me enseñó el aprecio -
me
sugirió versear como quien habla
sin
someterme a tiquismiquis necios,
mas
cuando el habla en verso queda chica
largarme
a hablar como quien versifica.
III
De
todos los predichos
-
fabulistas y bichos -
a
los dichos me asomo.
De
todos – éstos y otros muchos – tomo.
De
todos debo piedra a la cantera.
Dios
sabe cuánto y cómo.
Yo....ojalá
lo supiera.
Pero
no me avergüenzo
de
verme enano, en hombros de gigantes.
Bien
sé que lo que pienso
lo
debo a otros que pensaron antes.
Así
que no me obligo
a
taparme el ombligo,
pues
cosa es bien sabida
que
por tenerlo estamos en la vida.
IV
De
la primera fábula de Don Tomás de Iriarte,
recuerdo
aquí el discurso final del Elefante
para
evitar que alguno se ofenda de las nuestras
o
proyecte en nosotros intenciones siniestras.
A
todos y a ninguno
mis
advertencias tocan,
-
les dijo el elefante
estirando
la trompa –
Quien
las siente, se culpa;
el
que no, que las oiga.
Quien
mis fábulas lea,
sepa
también que todas
hablan
de mil naciones
no
sólo a la Española,
ni
de estos tiempos hablan
porque
defectos notan
que
hubo en el mundo siempre,
como
los hay ahora.
Y
pues no vituperan
señaladas
personas,
quien
haga aplicaciones
con
su pan se lo coma.
Bien
puede suceder que algunos animales
tomen
por alusiones mis cuentos sapienciales.

Así
que aleccionados
por
la ajena experiencia
de
antemano salimos
al
paso de indiferencias:
No
hablamos de dolientes,
hablamos
de dolencias.
Y
cualquier semejanza
con
animales reales
es
mera coincidencia.
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