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Sobre el amor y otras cosas no menos importantes EL AMANTE PERFECTO Un cuento de Eduardo Minervino
" Si me está negado el amor, ¿por qué, entonces, amanece; por qué susurra el viento del sur entre las hojas recién nacidas? Si me está negado el amor, ¿por qué, entonces, la medianoche entristece con nostálgico silencio a las estrellas? ¿Y por qué este necio corazón continúa, esperanzado y loco, acechando el mar infinito? "
Rabindranaz Tagore (India, 1861-1941)
María vivía de cara al mar. Estaba sola, en una casa muy pequeña pegada a uno de los bares más concurridos de la ciudad portuaria.
El lugar era del dueño del establecimiento. Había llegado del interior del país, quinta hija de una familia que dejaba sus riñones sobre el campo, tratando de obtener algún fruto de el que le permitiera sobrevivir. Se había acostumbrado al hambre, pero no podía pensar su vida sin amor. Y ella siempre intuyó donde encontrarlo. Cuando llegó a la ciudad tuvo un gran choque. Los sueños por un lado, la realidad por otro. Por eso, cuando se dio cuenta que se le cerraban todas las puertas, recaló en el bar. Al poco tiempo, se transformó en la mujer más conocida del pueblo. Quienes querían tener placer barato, llegaban a ella con facilidad. Subían a su cuerpo, llenaban sus oídos de groserías, la dejaban sucia, pero no lograban matar su sueño. La fama de María trascendió las fronteras. Los cientos de marineros que llegaban a ese puerto, lo primero que hacían, apenas ponían un pie en tierra, era ir en su busca . Le contaban sus historias, le hablaban de su soledad y lograban satisfacer sus instintos, sublimados en largos meses de navegación. La cabalgaban salvajemente y ella esperaba el momento en que hubieran saciado su salvaje deseo para preguntarle sobre el mar. Escuchaba todas las historias y la mayoría de las veces, quedaba tan fascinada con ellas, que ni siquiera le cobraba al marino el dinero estipulado por sus servicios. María conoció sudores de los cinco continentes. Oyó palabras soeces en todos los idiomas. Se desnudó decenas de veces por día, durante miles de días. Pero a pesar de ello, el amor no aparecía en su vida. Lo buscaba en el puerto. Lo buscaba en la playa. Sabía que por allí estaría. No le importaba ir perdiendo lozanía, agregando arrugas a su cuerpo, perdiendo el brillo de sus ojos, ya casi gastados por el llanto de tantos amaneceres mirando el horizonte marino. Algunas veces, alargaba la vuelta a su casa, sabiendo que aún estaría oliendo a sudor y a sexo , leyendo un viejo libro de poemas. Se quedaba presa de uno que ya estaba impreso en su memoria:
No volver a soñar más que en lo mismo para tejer el hilo de los tiempos que tal vez fueron milagrosos. O acaso no existieron, sino en la mente de quien los pensó. Ese arrullo que escuchas no es el del mar de entonces; aquel calló con las ausencias, o bien se hundió lejano y se perdió en la espuma de otros mares. No son los mismos, nunca. SIGUE
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