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Cada uno se acerca a sus orillas, diversos todos, todos únicos en el rozar del agua con su tierra; y cada tierra con su mar se duerme o al levantar el sol con él se alza. Pero distintas, diferentes, las tierras lejos, las de cerca, tienen su propio mar que las arrulla y con diverso pálpito respiran. Como es otra la música que en su bajar nos llega del infinito mar de las constelaciones. Y así vamos de mares y de orillas al límite final que nos espera.
El regreso a su casa, como siempre, fue la vuelta a las miserias cotidianas. Sexo y más sexo, sin llegar jamás a conocer el placer, ese que todos los que la poseían sentían intensamente.. María estaba segura que con la llegada del amor, sabría, de una vez por todas, que se sentía cuando se estaba con un hombre. Ella, hasta ahora, solo sentía asco. Sobrellevaba sus miserias, simplemente para hablar del mar. Sabía que desde el, finalmente llegaría su amor. Esa noche quedó exhausta. Más de quince marineros pasaron por su lecho. Igualmente decidió ir hacia la playa. Se quedó dormida , acostada sobre la arena húmeda, casi sin darse cuenta. En un primer momento sintió que unos muy suaves lengüeteos comenzaban recorrer su pies.... Los sentía de una manera muy especial Comenzó a vibrar como nunca jamás lo había hecho. No necesitó abrir los ojos para saber que ese era el amante que había estado esperando. Luego la lengua empezó a recorrer sus piernas, se metió entre los muslos. Primero uno, luego el otro. Ella los separó lo más que pudo en medio de una profunda excitación. Esperaba con ansias que las caricias llegaran a su sexo, se introdujeran en el hasta lo más profundo. Ese sitio siempre hollado, pero jamás acariciado como en ese momento. Cuando por fin la lengua lo poseyó, comenzó a moverse al mismo compás con el que era acariciada. Reconocía ese aliento. Era una mezcla del sal y de yodo. Cada vez se movía más y más, hasta que por fin llegó al clímax. El que había buscado durante años. Subió a lo más alto del monte del placer. Se sintió mujer por primera vez en su vida. Su corazón no paraba de latir intensamente. Desde el mar vendría el amor , ella lo sabía. Desde el mar llegaría el amante perfecto, estaba segura. Finalmente se sentó y con la mirada pura de los quince años, reconoció a quien le había dado el placer por el cual había soportado todo tipo de humillaciones. Lentamente, el oleaje fue haciéndose mucho más suave. María jamás regresó al pueblo. Algunos viejos pescadores dicen que entró sonriendo al mar.
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