Marco
histórico
Los eruditos modernos están divididos en
cuanto a si el momento cuando se escribió el Apocalipsis debe
fijarse en una fecha relativamente temprana, durante los
reinados de Nerón (54-68 d. C.) o de Vespasiano (69-79 d. C.;
ver t. VI, pp. 83, 88), o en una fecha posterior, hacia el fin
del reinado de Domiciano (81-96 d. C.; ver t. VI, p. 88).
Los eruditos que prefieren una fecha más
antigua para el Apocalipsis, generalmente identifican la
persecución citada en las cartas a las siete iglesias con la
que sufrieron los cristianos en el reinado de Nerón (64 d.
C.), o posiblemente más tarde en el tiempo de Vespasiano,
aunque no es claro hasta qué punto este último emperador
persiguió a la iglesia.
Creen que el mundo convulsionado descrito en el
Apocalipsis refleja las dificultades que perturbaron la ciudad
de Roma desde los últimos años de Nerón hasta los primeros
años de Vespasiano. Ven
en la bestia que sufre una herida mortal y es curada (cap.
13:3), y en la bestia que "era y no es; y está para
subir del abismo" (cap. 17:8), una representación de Nerón,
de quien decía una leyenda popular que apareció después de
su muerte, que reaparecería algún día.
También creen que el número simbólico 666 (cap.
13:18) representa a Nerón César, escrito en consonantes
hebreas (Nrwn Qsr). Estas
evidencias han inducido a cierto número de destacados
eruditos a ubicar la redacción del Apocalipsis a fines de las
décadas de los años 60 ó 70 del siglo I.
Este razonamiento, aunque indudablemente
basado en hechos históricos, depende, para ser admitido, de
la interpretación que se dé a ciertas declaraciones del
Apocalipsis. Pero
una interpretación tal es, por supuesto, subjetiva, y no ha
sido aceptada por muchos verdaderos eruditos del pasado. Tampoco la acepta este Comentario, pues sus autores creen que
las profecías del Apocalipsis se aplican también a lo que
está más allá de la situación inmediata y local (cf. com.
cap. 1: 11). Cualquier evidencia para la fecha de la redacción del
Apocalipsis debe basarse, en primer lugar, por lo menos en
otras clases de evidencias y razonamientos.
El testimonio de los primeros escritores
cristianos es casi unánime en el sentido 739 de que el libro
de Apocalipsis fue escrito durante el reinado de Domiciano.
Ireneo, que afirma que tuvo relación personal con Juan
por medio de Policarpo, declara del Apocalipsis: "Porque
eso no fue visto hace mucho tiempo, sino casi en nuestros días,
hacia fines del reinado de Domiciano" (Contra herejías
v. 30). Victorino
(m. c. 303 d. C.) dice: "Cuando Juan dijo estas cosas
estaba en la isla de Patmos, condenado a trabajar en las minas
por el césar Domiciano.
Por lo tanto, allí vio el Apocalipsis"
(Comentario sobre el Apocalipsis, cap. 10: 11; ver com.
Apoc. l: 9). Eusebio
(Historia eclesiástica iii. 20.
8-9) registra que Juan fue enviado a Patmos por
Domiciano, y que cuando los que habían sido desterrados
injustamente por Domiciano fueron liberados por Nerva, su
sucesor (96-98 d. C.), el apóstol volvió a Efeso.
Un testimonio cristiano tan antiguo ha
inducido a los autores de este Comentario a fijar el momento
cuando se escribió el Apocalipsis, al final del reinado de
Domiciano, o sea antes de 96 d. C.
Por lo tanto, es interesante mencionar
brevemente algo de las condiciones que existían en el
imperio, particularmente las que afectaban a los cristianos
durante el tiempo de Domiciano.
Durante su reinado la cuestión de la adoración del
emperador llegó a ser por primera vez crucial para los
cristianos, especialmente en la provincia romana de Asia, región
a la cual se dirigieron en primer lugar las cartas a las siete
iglesias. Ver
com. cap. 1: 1, 11.
La adoración del emperador era común en
algunos lugares al este del mar Mediterráneo aun antes de
Alejandro Magno. Este
fue deificado y también sus sucesores.
Cuando los romanos conquistaron el Oriente, sus
generales y procónsules eran aclamados a menudo como
deidades. Esta
costumbre fue mucho más fuerte en la provincia de Asia, donde
siempre habían sido populares los romanos.
Era común edificar templos para la diosa Roma,
personificación del espíritu del imperio, y con su adoración
se relacionaba la de los emperadores. En el año 195 a. C. se le erigió un templo en Esmirna; y en
el 29 a. C. Augusto concedió permiso para la edificación de
un templo en Efeso para la adoración conjunta de Roma y de
Julio César, y de otro en Pérgamo, para la adoración de
Roma y de sí mismo. Augusto
no promovía su propia adoración, pero en vista de los deseos
expresados por el pueblo de Pérgamo, sin duda consideró tal
adoración como una conveniente medida política.
En ese culto la adoración de Roma poco a poco llegó a
ser menos importante, y sobresalió la del emperador.
La adoración de éste en ninguna manera reemplazaba la
de los dioses locales, sino que era añadida y servía como un
medio para unificar el imperio.
Los rituales del culto del emperador no siempre se
distinguían fácilmente de las ceremonias patrióticas.
En Roma se instaba a no adorar a un emperador mientras
aún vivía, aunque el senado deificó oficialmente a ciertos
emperadores ya muertos.
Gayo Calígula (37-41 d. C.) fue el
primer emperador que promovió su propia adoración.
Persiguió a los judíos porque se oponían a adorarlo,
y sin duda también hubiera dirigido su ira contra los
cristianos si hubieran sido lo bastante numerosos en sus días
como para que le llamaran la atención.
Sus sucesores fueron más condescendientes, y no
persiguieron a los que no los adoraban.
El próximo emperador que dio importancia
a su propia adoración fue Domiciano (81-96 d. C.). El
cristianismo no había sido aún reconocido legalmente por el
gobierno romano (ver p. 769), pero aun una religión ilegal
difícilmente fuera perseguida a menos que se opusiera a la
ley; y esto fue precisamente lo que hizo el cristianismo. Domiciano procuró con todo empeño que su pretendida
deificación se arraigara en la mente del populacho, e impuso
su adoración a sus súbditos.
El historiador Suetonio registra que publicó una carta
circular en nombre de sus procuradores, que comenzaba con
estas palabras: " 'Nuestro Señor y nuestro 740 Dios
ordena que esto sea hecho' " (Domiciano xlii. 2).
Un pasaje no muy claro del historiador
romano Dio (Historia romana lxvii. 14.
I-3) parece explicar esta persecución:
"Y en el mismo año [95 d. C.]
Domiciano mató junto
con muchos otros a Flavio Clemente el cónsul, aunque era su
primo y tenía como esposa a Flavia Domitila, que era también
pariente del emperador. Ambos
fueron acusados de ateísmo, acusación por la cual fueron
condenados muchos otros que habían adoptado costumbres judías.
Algunos de ellos fueron muertos, y el resto por lo
menos fue despojado de sus propiedades.
Domitila sólo fue desterrada a Pandataria".
Aunque a primera vista este pasaje parece
registrar una persecución contra los judíos (y de acuerdo
con el historiador judío H. Graetz, el primo de Domiciano era
prosélito judío [History of the Jews, t. 2, pp. 387-389] ),
los eruditos han sugerido que en realidad Flavio Clemente y su
esposa fueron castigados por ser cristianos.
Desde el punto de vista de un historiador pagano que no
conocía íntimamente el cristianismo, "costumbres judías"
sería una descripción lógica del cristianismo, y el
"ateísmo" bien podría representar la negativa de
los cristianos de adorar al emperador.
Eusebio (Historia eclesiástica iii. 18. 4, p. 123) sin
duda confunde la relación entre Domitila y Clemente, y dice
que Domiciano desterró a una sobrina de Clemente, llamada
Flavia Domitila, porque era cristiana.
Probablemente las dos referencias son a la misma
persona, y sugieren que la persecución llegó hasta la
familia imperial.
Esa persecución, por negarse a adorar
ante el altar del emperador, sin duda constituye la razón
inmediata del destierro de Juan a Patmos, y por lo tanto de la
redacción del libro del Apocalipsis.
Sin duda habían muerto todos los apóstoles, excepto
Juan, y éste se hallaba desterrado en la isla de Patmos.
El cristianismo ya había entrado en su segunda
generación. La
mayoría de los que habían conocido al Señor habían muerto.
La iglesia se veía frente a la más fiera amenaza
externa que había conocido, y necesitaba una nueva revelación
de Jesucristo. Por
lo tanto, las visiones dadas a Juan llenaban una necesidad
específica en ese tiempo; y mediante ellas el cielo fue
abierto para la iglesia que sufría, y los cristianos que se
negaban a inclinarse ante la pompa y el esplendor del
emperador, recibieron la seguridad de que su Señor, ya
ascendido y ante el trono de Dios, superaba infinitamente en
majestad y poder a cualquier monarca terrenal que pudiese
exigir su adoración. Ver
HAp 464-466. En cuanto al significado del culto al emperador en relación
con la declaración de Juan acerca del "día del Señor",
ver com. cap. 1: 10.
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