EL VERSO
CON RIMA Y MEDIDA

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   AUTÉNTICA POESÍA    

En esta página encontrarás poesías de:
         

         

         FEDERICO GARCÍA LÓRCA
        Fuente Vaqueros, (Granada) 1898.. Granada 1936

           

          ROMANCE DE LA LUNA LUNA

                A Conchita García Lorca

          La luna vino a la fragua
          con su polisón de nardos.
          El niño la mira, mira.
          El niño la está mirando.
           
          En el aire conmovido
          mueve la luna sus brazos
          y enseña, lúbrica y pura,
          sus senos de duro estaño.
           
          Huye luna, luna, luna.
          Si vinieran los gitanos,
          harían con tu corazón
          collares y anillos blancos.
           
          Niño, déjame que baile.
          Cuando vengan los gitanos,
          te encontrarán sobre el yunque
          con los ojillos cerrados.
           
          Huye luna, luna, luna,
          que ya siento sus caballos.
           
          Niño, déjame, no pises
          mi blancor almidonado.
           
          El jinete se acercaba
          tocando el tambor del llano.
          Dentro de la fragua el niño,
          tiene los ojos cerrados.
           
          Por el olivar venían,
          bronce y sueño, los gitanos.
          Las cabezas levantadas
          y los ojos entornados.
          Cómo canta la zumaya,
          ¡ay, cómo canta en el árbol!
          Por el cielo va la luna
          con un niño de la mano.
           
          Dentro de la fragua lloran,
          dando gritos, los gitanos.
          El aire la vela, vela.
          El aire la está velando.

           

           
          PRECIOSA Y EL AIRE

                A Dámaso Alonso

          Su luna de pergamino
          Preciosa tocando viene,
          por un anfibio sendero
          de cristales y laureles.
           
          El silencio sin estrellas,
          huyendo del sonsonete,
          cae donde el mar bate y canta
          su noche llena de peces.
           
          En los picos de la sierra
          los carabineros duermen
          guardando las blancas torres
          donde viven los ingleses.
           
          Y los gitanos del agua
          levantan por distraerse,
          glorietas de caracolas
          y ramas de pino verde.
           
          Su luna de pergamino
          Preciosa tocando viene.
          Al verla se ha levantado
          el viento que nunca duerme.
           
          San Cristobalón desnudo,
          lleno de lenguas celestes,
          mira la niña tocando
          una dulce gaita ausente.
           
          Niña, deja que levante
          tu vestido para verte.
          Abre en mis dedos antiguos
          la rosa azul de tu vientre.
           
          Preciosa tira el pandero
          y corre sin detenerse.
          El viento-hombrón la persigue
          con una espada caliente.
           
          Frunce su rumor el mar.
          Los olivos palidecen.
          Cantan las flautas de umbría
          y el liso gong de la nieve.
           
          ¡Preciosa, corre, Preciosa,
          que te coge el viento verde!
          ¡Preciosa, corre, Preciosa!
          ¡Míralo por dónde viene!
          Sátiro de estrellas bajas
          con sus lenguas relucientes.
           
          Preciosa, llena de miedo,
          entra en la casa que tiene,
          más arriba de los pinos,
          el cónsul de los ingleses.
           
          Asustados por los gritos
          tres carabineros vienen,
          sus negras capas ceñidas
          y los gorros en las sienes.
           
          El inglés da a la gitana
          un vaso de tibia leche,
          y una copa de ginebra
          que Preciosa no se bebe.
           
          Y mientras cuenta, llorando,
          su aventura a aquella gente,
          en las tejas de pizarra
          el viento, furioso, muerde.

               

              El SUEÑO

          de la obra "Así que pasen cinco años"

          El sueño va sobre el tiempo
          flotando como un velero.
          Nadie puede abrir semillas
          en el corazón del sueño.

          ¡Ay cómo canta el alba, cómo canta!
          témpanos de hielo azul levanta!

          El tiempo va sobre el sueño
          hundido hasta los cabellos.
          Ayer y mañana comen
          oscuras flores de duelo.

          cómo canta la noche, cómo canta!
          espesura de anémonas levanta!  
          Sobre la misma columna
          abrazados sueño y tiempo
          cruza el gemido del niño
          la lengua rota del viejo.

          ¡Ay, cómo canta la noche,cómo canta!
          espesura de anémonas levanta!  

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          Juan de Dios Peza
           (Leyendas de las calles de México)

           EL CALLEJÓN DEL BESO

        Una noche invernal, de las más bellas
        con que engalana enero sus rigores
        y en que asoman la luna y las estrellas
        calmando penas e inspirando amores;
        noche en que están galanes y doncellas
        olvidados de amargos sinsabores,
        al casto fuego de pasión secreta
        parodiando a Romeo y a Julieta.
         
        En una de esas noches sosegadas,
        en que ni el viento a susurrar se atreve,
        ni al cruzar por las tristes enramadas
        las mustias hojas de los fresnos mueve
        en que se ven las cimas argentadas
        que natura vistió de eterna nieve,
        y en la distancia se dibujan vagos
        copiando el cielo azul los quietos lagos;
         
        llegó al pie de una angosta celosía,
        embozado y discreto un caballero,
        cuya mirada hipócrita escondía
        con la anchurosa falda del sombrero.
        Señal de previsión o de hidalguía
        dejaba ver la punta de su acero
        y en pie quedó junto a vetusta puerta,
        como quien va a una cita y está alerta.
         
        En gran silencio la ciudad dormida,
        tan sólo turba su quietud serena,
        del Santo Oficio como voz temida
        débil  campana que distante suena,
        o de amor juvenil nota perdida
        alguna apasionada cantilena
        o el rumor que entre pálidos reflejos
        suelen alzar las rondas a lo lejos.
         
        De pronto, aquel galán desconocido
        levanta el rostro en actitud violenta
        y cual del alto cielo desprendido
        un ángel a su vista se presenta
        -¡Oh Manrique! ¿Eres tú? ¡Tarde has venido!
        -¿Tarde dices, Leonor?  Las horas cuenta.
        Y el tiempo que contesta a tal reproche
        daba el reloj las doce de la noche.
         
        Y dijo la doncella: - "Debo hablarte
        con todo el corazón; yo necesito
        la causa de mis celos explicarte.
        Mi amor, lo sabes bien, es infinito,
        tal vez ni muerta dejaré de amarte
        pero este amor lo juzgan un delito
        porque no lo unirán sagrados lazos,
        puesto que vives en ajenos brazos.
         
        "Mi padre, ayer, mirándome enfadada
        me preguntó, con duda, si era cierto
        que me llegaste a hablar enamorado,
        y al ver mi confusión, él tan experto,
        sin preguntarme más, agregó airado:
        prefiero verlo por mi mano muerto
        a dejar que con torpe alevosía
        mancille el limpio honor de la hija mía.
         
        "Y alguien que estaba allí dijo imprudente:
        ¡Ah! yo a Manrique conocí en Sevilla,
        es guapo, decidor, inteligente,
        donde quiera que está resalta y brilla,
        mas conozco también a una inocente
        mujer de alta familia de Castilla,
        en cuyo hogar, cual áspid, se introdujo
        y la mintió pasión y la sedujo.
         
        Entonces yo celosa y consternada
        le pregunté con rabia y amargura,
        sintiendo en mi cerebro desbordada
        la fiebre del dolor y la locura:
        -¿Esa inocente víctima inmolada
        hoy llora en el olvido su ternura?
        Y el delator me respondió con saña:
        -¡No! La trajo Manrique a Nueva España.
         
        "Si es la mujer por condición curiosa
        y en inquirir concentra sus anhelos,
        es más cuando ofendida y rencorosa
        siente en su pecho el dardo de los celos
        y yo, sin contenerme, loca, ansiosa,
        sin demandar alivios ni consuelos,
        le pregunté por víctima tan bella
        y en calma respondió: -Vive con ella.
         
        "Después de tal respuesta que ha dejado
        dudando entre lo efímero y lo cierto
        a un corazón que siempre te ha adorado
        y sólo para ti late despierto,
        tal como deja un filtro envenenado
        al que lo apura, sin color y yerto:
        no te sorprenda que a tu cita acuda
        para que tú me aclares esta duda".
         
        Pasó un gran rato de silencio y luego
        Manrique dijo con la voz serena
        -"Desde que yo te vi te adoro ciego
        por ti tengo de amor el alma llena;
        no sé si esta pasión ni si este fuego
        me ennoblece, me salva o me condena,
        pero escucha, Leonor idolatrada,
        a nadie temo ni me importa nada.
         
        "Muy joven era yo y en cierto día
        libre de desengaños y dolores,
        llegué de capitán a Andalucía,
        la tierra de la gracia y los amores.
        Ni la maldad ni el mundo conocía,
        vagaba como tantos soñadores
        que en pos de algún amor dulce y profundo
        ven como eterno carnaval el mundo.
         
        "Encontré a una mujer joven y pura,
        y no sé qué la dije de improviso,
        la aseguré quererla con ternura
        y no puedo negártelo: me quiso.
        Bien pronto, tomó creces la aventura;
        soñé tener con ella un paraíso
        porque ya en mis abuelos era fama:
        antes Dios, luego el Rey, después mi dama.
         
        "Y la llevé conmigo; fue su anhelo
        seguirme y fue mi voluntad entera;
        surgió un rival y le maté en un duelo,
        y después de tal lance, aunque quisiera
        pintar no puedo el ansia y el desvelo
        que de aquella Sevilla, dentro y fuera,
        me dio el amor como tenaz castigo
        del rapto que me pesa y que maldigo.
         
        "A noticias llegó del Soberano
        esta amorosa y juvenil hazaña
        y por salvarme me tendió su mano,
        y para hacerme diestro en la campaña
        me mandó con un jefe veterano
        a esta bella región de Nueva España...
        ¿Abandonaba a la mujer aquella?
        soy hidalgo, Leonor, ¡vine con ella!
         
        "Te conocí y te amé, nada te importe
        la causa del amor que me devora;
        la brújula, mi bien, siempre va al norte;
        la alondra siempre cantará a la aurora.
        ¿No me amas ya? pues deja que soporte
        a solas mi dolor hora tras hora;
        no demando tu amor como un tesoro,
        ¡bástame con saber que yo te adoro!
         
        "No adoro a esa mujer; jamás acudo
        a mentirle pasión, pero tú piensa
        que soy su amparo, su constante escudo,
        de tanto sacrificio en recompensa.
        Tú, azucena gentil, yo cardo rudo,
        si ofrecerte mi mano es una ofensa
        nada exijo de ti, nada reclamo,
        me puedes despreciar, pero te amo".
         
        Después de tal relato, que en franqueza
        ninguno le excedió, calló el amante,
        inclinó tristemente la cabeza;
        cerró los ojos mudo y anhelante
        ira, celos, dolor, miedo y tristeza
        hiriendo a la doncella en tal instante
        parecían decirle con voz ruda:
        la verdad es más negra que la duda.
         
        Quiere alejarse y su medrosa planta
        de aquel sitio querido no se mueve,
        quiere encontrar disculpa, mas le espanta
        de su adorado la conducta aleve;
        quiere hablar y se anuda su garganta,
        y helada en interior como la nieve
        mira con rabia a quien rendida adora
        y calla, gime, se estremece y llora.
         
        ¡Es el humano corazón un cielo!
        Cuando el sol de la dicha lo ilumina
        parece azul y vaporoso velo
        que en todo cuanto flota nos fascina:
        si lo ennegrece con su sombra el duelo,
        noche eterna el que sufre lo imagina,
        y si en nubes lo envuelve el desencanto
        ruge la tempestad y llueve el llanto.
         
        ¡Ah! cuán triste es mirar marchita y rota
        la flor de la esperanza y la ventura,
        cuando sobre sus restos solo flota
        el negro manto de la noche obscura;
        cuando vierte en el alma gota a gota
        su ponzoñosa esencia la amargura
        y que ya para siempre en nuestra vida
        la primera ilusión está perdida.
         
        Leonor oyendo la vulgar historia
        del hombre que encontrara en su camino,
        miró eclipsarse la brillante gloria
        de su primer amor, casto y divino;
        su más dulce esperanza fue ilusoria,
        culpaba, no a Manrique, a su destino
        y al fin le dijo a su galán callado:
        -"Bien; después de lo dicho, ¿qué has pensado?
         
        "Tanta pasión por ti mi pecho encierra
        que el dolor que me causas lo bendigo;
        voy a vivir sin alma y no me aterra,
        pues mi culpa merece tal castigo.
        Como a nadie amaré sobre la tierra
        llorando y de rodillas te lo digo,
        haz en mi nombre a esa mujer dichosa,
        porque yo quiero ser de Dios esposa.
         
        Calló la dama y el galán, temblando,
        dijo con tenue y apagado acento:
        -"Haré lo que me pidas; te estoy dando
        pruebas de mi lealtad, y ya presiento
        que lo mismo que yo te siga amando
        me amarás tú también en el Convento;
        y si es verdad, Leonor, que me has querido
        dame una última prueba que te pido.
         
        "No tu limpia pureza escandalices
        con este testimonio de ternura
        no hay errores, ni culpas, ni deslice
        entre un hombre de honor y un alma pura;
        si vamos a ser ambos infelices
        y si eterna ha de ser nuestra amargura,
        que mi postrer adiós que tu alma invoca
        lo selles con un beso de mi boca".
         
        Con rabia, ciega, airada y ofendida,
        -"No me hables más,  -repuso la doncella-
        sólo pretendes verme envilecida
        y mancillarme tanto como a aquélla.
        Te adoro con el alma y con la vida
        y maldigo este amor, pese a mi estrella,
        si hidalgo no eres ya ni caballero
        ni debo amarte, ni escucharte quiero".
         
        Manrique, entonces la cabeza inclina,
        siente que se estremece aquel recinto,
        y sacando una daga florentina,
        que llevaba escondida bajo el cinto
        como un tributo a la beldad divina
        que amó con un amor jamás extinto,
        altivo, fiero y de dolor deshecho
        diciendo :
        -"Adiós, Leonor", la hundió en su pecho.
         
        La dama, al contemplar el cuerpo inerte
        en el dintel de su mansión caído,
        maldiciendo lo negro de la suerte,
        pretende dar el beso apetecido.
        Llora, solloza, grita ante la muerte
        del hombre por su pecho tan querido,
        y antes de que bajara hasta la puerta
        la gente amedrentada se despierta.
         
        Leonor, a todos sollozando invoca
        y les pide la lleven al convento
        junto a Manrique, en cuya helada boca
        un beso puede renovar su aliento.
        Todos claman oyéndola: "¡Está loca!"
        y ella, fija en un solo pensamiento
        convulsa, inquieta, lívida y turbada
        cae, al ver a su padre, desmayada.
         
        Y no cuentan las crónicas añejas
        de aquesta triste y amorosa hazaña,
        si halló  asilo Leonor tras de las rejas
        de algún convento de la Nueva España.
        Tan fútil como todas las consejas,
        si ésta que narro a mi le lector extraña,
        sepa que a la mansión de tal suceso,
        llama la gente: "El Callejón del Beso".
         
         

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          Juan Nicasio Gallego
                (Zamora 1777--Madrid 1853)

            HOJA SECA

          Hoja seca solitaria
          que te vi tan lozana ayer
          ¿Dónde de polvo cubierta
          vas a parar?   
          -No lo sé;
          lejos del nativo ramo
          me arrastra el cierzo crüel,
          desde el valle a la colina,
          del arenal al vergel.
          Voy por donde el viento me lleva,
          resignada por saber
          que ni suspiros ni ruegos
          han de templar su altivez.
          Hija de un pobre lentisco,
          voy adonde van también
          la presunción de la rosa,
          la soberbia del laurel.
           

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          Gerardo Diego
                      (1866-1918)

          ROMANCE DEL DUERO
           
          Río Duero, río Duero,
          nadie a acompañarte baja,
          nadie se detiene a oír
          tu eterna estrofa de agua.
          Indiferente o cobarde,
          la ciudad vuelve la espalda.
          No quiere ver en tu espejo
          su muralla desdentada.
          Tú, viejo Duero, sonríes
          entre tus barbas de plata,
          moliendo con tus romances
          las cosechas mal logradas.
          Y entre los santos de piedra
          y los álamos de magia
          pasas llevando en tus ondas
          palabras de amor, palabras.
          Quién pudiera como tú,
          a la vez quieto y en marcha,
          cantar siempre el mismo verso,
          pero con distinta agua.
          Río Duero, río Duero,
          nadie a estar contigo baja,
          ya nadie quiere atender
          tu eterna estrofa olvidada,
          sino los enamorados
          que preguntan por sus almas
          y siembran en tus espumas
          palabras de amor, palabras.
           
           
           
           
           
          EL CIPRÉS DE SILOS
           
          Enhiesto surtidor de sombra y sueño
          que acongojas el cielo con tu lanza.
          Chorro que a las estrellas casi alcanza
          devanado a sí mismo en loco empeño.
           
          Mástil de soledad, prodigio isleño;
          flecha de fe, saeta de esperanza.
          Hoy llegó a ti, riberas del Arlanza,
          peregrina al azar, mi alma sin dueño.
           
          Cuando te vi, señero, dulce, firme,
          qué ansiedades sentí de diluirme
          y ascender como tú, vuelto en cristales,
           
          como tú, negra torre de arduos filos,
          ejemplo de delirios verticales,
          mudo ciprés en el fervor de Silos.

           

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          Leopoldo Díaz

          Chivilcoy (Buenos Aires) 1862-Buenos Aires 1947

          NUESTRO IDIOMA
           
          Claro y limpio raudal
          es la lengua que yo adoro,
          la lengua de versos de oro
          y de vibración marcial.
           
          Es dúctil como el metal
          y rica como el tesoro
          que dejó Boabdil el moro
          allá en su Alhambra oriental.
           
          Como clarines al viento
          vibra su broncíneo acento
          en la ira o el dolor.
           
          Y son sus cláusulas graves
          amorosos trinos de aves
          sobre las lilas en flor.
           
           

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          Manuel Machado
                  Sevilla 1874-Madrid 1947

            LA SAETA

                           I
           
           
                   «Míralo por dónde viene
                    el mejor de los nacidos...»
           
           
          Una calle de Sevilla
          entre rezos y suspiros...
          Largas trompetas de plata.
          Túnicas de seda...  Cirios,
          en hormiguero de estrellas,
          festoneando el camino...
           
          El azahar y el incienso
          embriagan los sentidos.
          Ventana que da a la noche
          se ilumina de improviso,
          y en ella una voz -¡saeta!-
          canta o llora, que es lo mismo:
           
                   «Míralo por dónde viene
                    el mejor de los nacidos...»
           
           
                                  II
           
          Canto llano... Sentimiento
          que sin guitarra se canta.
          Maravilla
          que por acompañamiento
          tiene..., la Semana Santa
          de Sevilla
           
          Cantar de nuestros cantares,
          llanto y oración.    Cantar,
          salmo y trino.
          Entre efluvios de azahares
          tan humano y, a la par,
          ¡tan divino!
           
          Canción del pueblo andaluz:
          ...de cómo las golondrinas
          le quitaban las espinas
          al Rey del Cielo en la Cruz.

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