¿No cesará
este rayo que me habita
el corazón de exasperadas
fieras
y de fraguas coléricas
y herreras
donde el metal más
fresco se marchita?
¿No cesará
esta terca estalactita
de cultivar sus duras cabelleras
como espadas y rígidas
hogueras
hacia mi corazón que
muge y grita?
Este rayo ni cesa ni se agota:
de mí mismo tomó
su procedencia
y ejercita en mí mismo
sus furores.
Esta obstinada piedra de
mí brota
y sobre mí dirige
la insistencia
de sus lluviosos rayos destructores.
Me tiraste un limón,
y tan amargo
con una mano cálida,
y tan pura,
que no menoscabó su
arquitectura
y probé su amargura
sin embargo.
Con el golpe amarillo, de
un letargo
dulce pasó a una ansiosa
calentura
mi sangre, que sintió
una mordedura
de una punta de seno duro
y largo.
Pero al mirarte y verte la
sonrisa
que te produjo el limonado
hecho,
a mi voraz malicia tan ajena,
se me durmió la sangre
en la camisa,
y se volvió el poroso
y áureo pecho
una picuda y deslumbrante
pena.
Umbrío por la pena,
casi bruno,
porque la pena tizna cuando
estalla,
donde yo no me hallo no se
halla
hombre más apenado
que ninguno.
Sobre la pena duermo solo
y uno,
pena es mi paz y pena mi
batalla,
perro que ni me deja ni se
calla,
siempre a su dueño
fiel, pero importuno.
Cardos y penas llevo por
corona,
cardos y penas siembran sus
leopardos
y no me dejan bueno hueso
alguno.
No podrá con la pena
mi persona
rodeada de penas y de cardos:
¡cuánto penar
para morirse uno!
Por tu pie, la blancura más
bailable,
donde cesa en diez partes
tu hermosura,
una paloma sube a tu cintura,
baja a la tierra un nardo
interminable.
Con tu pie vas poniendo lo
admirable
del nácar en ridícula
estrechura,
y donde va tu pie va la blancura,
perro sembrado de jazmín
calzable.
A tu pie, tan espuma como
playa,
arena y mar me arrimo y desarrimo
y al redil de su planta entrar
procuro.
Entro y dejo que el alma
se me vaya
por la voz amorosa del racimo:
pisa mi corazón que
ya es maduro.
Tengo estos huesos hechos
a las penas
y a las cavilaciones estas
sienes:
pena que vas, cavilación
que vienes
como el mar de la playa a
las arenas.
Como el mar de la playa a
las arenas,
voy en este naufragio de
vaivenes,
por una noche oscura de sartenes
redondas, pobres, tristes
y morenas.
Nadie me salvará de
este naufragio
si no es tu amor, la tabla
que procuro,
si no es tu voz, el norte
que pretendo.
Eludiendo por eso el mal
presagio
de que ni en ti siquiera
habré seguro,
voy entre pena y pena sonriendo.
Una querencia tengo por tu
acento
una apetencia por tu compañía
y una dolencia de melancolía
por la ausencia del aire
de tu viento.
Paciencia necesita mi tormento,
urgencia de tu garza galanía,
tu clemencia solar mi helado
día,
tu asistencia la herida en
que lo cuento.
¡Ay querencia, dolencia
y apetencia!:
tus sustanciales besos, mi
sustento,
me faltan y me muero sobre
mayo.
Quiero que vengas, flor,
desde tu ausencia.
a serenar la sien del pensamiento
que desahoga en mí
su eterno rayo.
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Guiando un tribunal de tiburones,
como con dos guadañas
eclipsadas,
con dos cejas tiznadas y
cortadas
de tiznar y cortar los corazones,
en el mío has entrado,
y en él pones
una red de raíces
irritadas,
que avariciosamente acaparadas
tiene en su territorio sus
pasiones.
Sal de mi corazón,
del que me has hecho
un girasol sumiso y amarillo
al dictamen solar que tu
ojo envía:
un terrón para siempre
insatisfecho,
un pez embotellado y un martillo
harto de golpear en la herrería.
Tu corazón, una naranja
helada
con un dentro sin luz de
dulce miera
y una porosa vista de oro:
un fuera
venturas prometiendo a la
mirada.
Mi corazón, una febril
granada
de agrupado rubor y abierta
cera,
que sus tiernos collares
te ofreciera
con una obstinación
enamorada.
¡Ay, qué acometimiento
de quebranto
ir a tu corazón y
hallar un hielo
de irreductible y pavorosa
nieve!
Por los alrededores de mi
llanto
un pañuelo sediento
va de vuelo
con la esperanza de que en
él lo abreve.
Después de haber cavado
este barbecho
me tomaré un descanso
por la grama
y beberé del agua
que en la rama
su esclava nieve aumenta
en mi provecho.
Todo el cuerpo me huele a
recién hecho
por el jugoso fuego que lo
inflama
y la creación que
adoro se derrama
a mi mucha fatiga como un
lecho.
Se tomará un descanso
el hortelano
y entretendrá sus
penas combatiendo
por el salubre sol y el tiempo
manso.
Y otra vez, inclinado cuerpo
y mano,
seguirá ante la tierra
perseguido
por la sombra del último
descanso.
Fuera menos penado si no
fuera
nardo tu tez para mi vista,
nardo,
cardo tu piel para mi tacto,
cardo,
tuera tu voz para mi oído,
tuera.
Tuera es tu voz para mi oído,
tuera,
y ardo en tu voz y en tu
alrededor ardo,
y tardo a arder lo que a
ofrecerte tardo
miera, mi voz para la tuya
miera.
Zarza es tu mano si la tiento,
zarza,
ola tu cuerpo si la alcanzo,
ola,
cerca una vez pero un millar
no cerca.
Garza es mi pena, esbelta
y triste garza,
sola como un suspiro y un
ay, sola,
terca en su error y en su
desgracia terca.
Te me mueres de casta y de
sencilla:
estoy convicto, amor, estoy
confeso
de que, raptor intrépido
de un beso,
yo te libé la flor
de la mejilla.
Yo te libé la flor
de la mejilla,
y desde aquella gloria, aquel
suceso,
tu mejilla, de escrúpulo
y de peso,
se te cae deshojada y amarilla.
El fantasma del beso delincuente
el pómulo te tiene
perseguido,
cada vez más patente,
negro y grande.
Y sin dormir estás,
celosamente,
vigilando mi boca ¡con
qué cuido!
para que no se vicie y se
desmande.
Mi corazón no puede
con la carga
de su amorosa y lóbrega
tormenta
y hasta mi lengua eleva la
sangrienta
especie clamorosa que lo
embarga.
Ya es corazón mi lengua
lenta y larga,
mi corazón y es lengua
larga y lenta...
¿Quieres contar sus
penas? Anda y cuenta
los dulces granos de la arena
amarga.
Mi corazón no puede
más de triste:
con el flotante espectro
de un ahogado
vuela en la sangre y se hunde
sin apoyo.
Y ayer, dentro del tuyo,
me escribiste
que de nostalgia tienes inclinado
medio cuerpo hacia mí,
medio hacia el hoyo.
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