EL VERSO
CON RIMA Y MEDIDA


 
Inicio
Por qué esta web
Listado de obras
Auténtica Poesía
Más poesía
Novedades
Enlaces

 


   PÁGINA 2   


    En esta página encontrarás las siguientes poesías:


        VIENTO DEL PUEBLO (1936-1937)

 

        CANTO DE INDEPENDENCIA

        Paso a paso, mi tierra vuelve a mí. Trozo a trozo,
        vuelven la claridad y el día y el centeno.
        Han querido arrojar tanta luz en un pozo,
        en un pozo guardado por un puño de cieno.

        Por una madrugada de gallos iracundos,
        un ejército joven como las madrugadas
        conquista, paso a paso, los arados profundos,
        los pueblos invadidos, los hijos, las azadas.

        Soplan los toros y hacen temblar la luz del cielo:
        los hombre que yo digo la aumentan y la aclaran,
        hasta cuando la sombra viene a invadir el suelo
        y a la sombra estos hombres que he dicho le disparan.

        Haciendo luz la luz y luz la sombra densa,
        van los padres del sol, los padres del granito,
        que hacen la espiga grande, y hacen la vida inmensa
        y el vientre de las madres poblado de infinito.

        Aprende en estas vidas, aprende como aprendo:
        aprende a ser un hombre bien clavado en el barro,
        lo mismo que estos hombres que mueren encendiendo
        la mecha, la sonrisa, la muerte y el cigarro.

        Dejad el pie descalzo para pisar el punto
        donde cayó la sangre de las mejores venas:
        para besar la tierra donde recojo y junto
        los huesos orgullosos de rodar sin cadenas.

        Los huesos de los que antes de entregarse al verdugo
        prefieren enterrarse bajo su misma mano,
        sobre la boca donde sólo habitó el mendrugo
        echándose una tierra que no podrá el gusano.

        Vergüenza en tus mejillas mientras que tú no obres
        como estas anchas vidas que hasta los astros llegan.
        Dulce es la sangre, dulce, la sangre de los pobres,
        la sangre de los pueblos con la que tantos juegan.

        Los cuervos la devoran a duros picotazos,
        ávidos la reclaman los ricos con embudos:
        hasta que, amargamente, se encrespa por los brazos
        y ataca a quien la absorbe con aletazos rudos.

        Hoy, mientras esta sangre recorre España entera
        y apenas por sus hombres prueba el pan, prueba el beso,
        vosotros, los llegados de un hambre carnicera,
        como los perros mismos os disputáis un hueso.

        Sois los que nunca abrís la mano, la mirada,
        el corazón, la boca, para sembrar verdades:
        los que siempre pedís, los que jamás dais nada,
        cosecheros que sólo sembráis oscuridades.

        ¡Fuera de aquí, egoístas de retorcidas manos,
        dispuestos a negar la pureza en la nieve!
        Sois también invasores como los italianos,
        como la dinamita que sobre España llueve.

        La vida que prorrumpe como una llamarada
        comunicando al cielo su resplandor de avena,
        vuestra existencia seca de cárcel encerrada
        que no sabe obtener la libertad, condena.

        Blandos de peticiones y blandos de lamentos,
        se mueven vuestros labios que tan sólo provoca
        una voracidad brutal por los sustentos,
        sucia y abierta en tanto que otros cierran la boca.

        Ellos cierran la boca como una piedra brava
        y aprietan las cabezas como un siglo de puños,
        cerrados, agresivos, llenos de espuma y lava,
        contra aquellos que quieren robar nuestros terruños.

        Rayos de carne y hueso, carbonizan a aquellos
        que atacan su pobreza, su trabajo, su casa.
        Yo voy con este soplo que exige mis cabellos,
        yo alimento este fuego creciente que me abrasa.

        Escoged bien la piedra para grabar los nombres,
        la eternidad, los rasgos, la vida, la figura
        de la definitiva materia de estos hombres,
        hasta volverla carne de siglos y hermosura.

        Escoged bien la mano y el cincel decisivo
        donde de estos soldados la historia resplandezca,
        porque el avance sigue de la encina al olivo
        por más que el perro ladre y el cuervo se oscurezca.

        España se levanta limpia como las hojas,
        limpia con el sudor del hombre y las mañanas,
        y aún sonarán los nombres y las pisadas rojas
        cuando el bronce no suene y el cañón eche canas.

         
           
          VIENTOS DEL PUEBLO ME LLEVAN
           
          Vientos del pueblo me llevan,
          vientos del pueblo me arrastran,
          me esparcen el corazón
          y me aventan la garganta.
           
          Los bueyes doblan la frente,
          impotentemente mansa,
          delante de los castigos:
          los leones la levantan
          y al mismo tiempo castigan
          con su clamorosa zarpa.
           
          No soy de un pueblo de bueyes,
          que soy de un pueblo que embargan
          yacimientos de leones,
          desfiladeros de águilas
          y cordilleras de toros
          con el orgullo en el asta.
          Nunca medraron los bueyes
          en los páramos de España.
          ¿Quién habló de echar un yugo
          sobre el cuello de esta raza?
          ¿Quién ha puesto al huracán
          jamás ni yugos ni trabas,
          ni quién al rayo detuvo
          prisionero en una jaula?
           
          Asturianos de braveza,
          vascos de piedra blindada,
          valencianos de alegría
          y castellanos de alma,
          labrados como la tierra
          y airosos como las alas;
          andaluces de relámpagos,
          nacidos entre guitarras
          y forjados en los yunques
          torrenciales de las lágrimas;
          extremeños de centeno,
          gallegos de lluvia y calma,
          catalanes de firmeza,
          aragoneses de casta,
          murcianos de dinamita
          frutalmente propagada,
          leoneses, navarros, dueños
          del hambre, el sudor y el hacha,
          reyes de la minería,
          señores de la labranza,
          hombres que entre las raíces,
          como raíces gallardas,
          vais de la vida a la muerte,
          vais de la nada a la nada:
          yugos os quieren poner
          gentes de la hierba mala,
          yugos que habéis de dejar
          rotos sobre sus espaldas.
          Crepúsculo de los bueyes
          está despuntando el alba.
           
          Los bueyes mueren vestidos
          de humildad y olor de cuadra:
          las águilas, los leones
          y los toros de arrogancia,
          y detrás de ellos, el cielo
          ni se enturbia ni se acaba.
          La agonía de los bueyes
          tiene pequeña la cara,
          la del animal varón
          toda la creación agranda.
           
          Si me muero, que me muera
          con la cabeza muy alta.
          Muerto y veinte veces muerto,
          la boca contra la grama,
          tendré apretados los dientes
          y decidida la barba.
           
          Cantando espero a la muerte,
          que hay ruiseñores que cantan
          encima de los fusiles
          y en medio de las batallas.

           

              Arriba

             

          LOS COBARDES
           
          Hombres veo que de hombres
          sólo tienen, sólo gastan
          el parecer y el cigarro,
          el pantalón y la barba.
           
          En el corazón son liebres,
          gallinas en las entrañas,
          galgos de rápido vientre,
          que en épocas de paz ladran
          y en épocas de cañones
          desaparecen del mapa.
           
          Estos hombres, estas liebres,
          comisarios de la alarma,
          cuando escuchan a cien leguas
          el estruendo de las balas,
          con singular heroísmo
          a la carrera se lanzan,
          se les alborota el ano,
          el pelo se les espanta.
          Valientemente se esconden,
          gallardamente se escapan
          del campo de los peligros
          estas fugitivas cacas,
          que me duelen hace tiempo
          en los cojones del alma.
           
          ¿Dónde iréis que no vayáis
          a la muerte, liebres pálidas,
          podencos de poca fe
          y de demasiadas patas?
          ¿No os avergüenza mirar
          en tanto lugar de España
          a tanta mujer serena
          bajo tantas amenazas?
          Un tiro por cada diente
          vuestra existencia reclama,
          cobardes de piel cobarde
          y de corazón de caña.
          Tembláis como poseídos
          de todo un siglo de escarcha
          y vais del sol a la sombra
          llenos de desconfianza.
          Halláis los sótanos poco
          defendidos por las casas.
          Vuestro miedo exige al mundo
          batallones de murallas,
          barreras de plomo a orillas
          de precipicios y zanjas
          para vuestra pobre vida,
          mezquina de sangre y ansias.
          No os basta estar defendidos
          por lluvias de sangre hidalga,
          que no cesa de caer,
          generosamente cálida,
          un día tras otro día
          a la gleba castellana.
          No sentís el llamamiento
          de las vidas derramadas.
          Para salvar vuestra piel
          las madrigueras no os bastan,
          no os bastan los agujeros,
          ni los retretes, ni nada.
          Huís y huís, dando al pueblo,
          mientras bebéis la distancia,
          motivos para mataros
          por las corridas espaldas.
           
          Solos se quedan los hombres
          al calor de las batallas,
          y vosotros, lejos de ellas,
          queréis ocultar la infamia,
          pero el color de cobardes
          no se os irá de la cara.
           
          Ocupad los tristes puestos
          de la triste telaraña.
          Sustituid a la escoba,
          y barred con vuestras nalgas
          la mierda que vais dejando
          donde colocáis la planta.

           

     
          JORNALEROS
           
          J
          ornaleros que habéis cobrado en plomo
          sufrimientos, trabajos y dineros.
          Cuerpos de sometido y alto lomo:
          jornaleros.
           
          Españoles que España habéis ganado
          labrándola entre lluvias y entre soles.
          Rabadanes del hambre y el arado:
          españoles.
           
          Esta España que, nunca satisfecha
          de malograr la flor de la cizaña,
          de una cosecha pasa a otra cosecha:
          esta España.
           
          Poderoso homenaje a las encinas,
          homenaje del toro y el coloso,
          homenaje de páramos y minas
          poderoso.
           
          Esta España que habéis amamantado
          con sudores y empujes de montaña,
          codician los que nunca han cultivado
          esta España.
           
          ¿Dejaremos llevar cobardemente
          riquezas que han forjado nuestros remos?
          ¿Campos que ha humedecido nuestra frente
          dejaremos?
           
          Adelanta, español, una tormenta
          de martillos y hoces: ruge y canta.
          Tu porvenir, tu orgullo, tu herramienta
          adelanta.
           
          Los verdugos, ejemplo de tiranos,
          Hitler y Mussolini labran yugos.
          Sumid en un retrete de gusanos
          los verdugos.
           
          Ellos, ellos nos traen una cadena
          de cárceles, miserias y atropellos.
          ¿Quién España destruye y desordena?
          ¡Ellos!¡Ellos!
           
          Fuera, fuera, ladrones de naciones,
          guardianes de la cúpula banquera,
          cluecas del capital y sus doblones:
          ¡fuera, fuera!
           
          Arrojados seréis como basura
          de todas partes y de todos lados.
          No habrá para vosotros sepultura,
          arrojados.
           
          La saliva será vuestra mortaja,
          vuestro final la bota vengativa,
          y sólo os dará sombra, paz y caja
          la saliva.
           
          Jornaleros: España, loma a loma,
          es de gañanes, pobres y braceros.
          ¡No permitáis que el rico se la coma,
          jornaleros!

           

           
          ROSARIO, DINAMITERA
           
          Rosario, dinamitera,
          sobre tu mano bonita
          celaba la dinamita
          sus atributos de fiera.
          Nadie al mirarla creyera
          que había en su corazón
          una desesperación,
          de cristales, de metralla
          ansiosa de una batalla,
          sedienta de una explosión.
           
          Era tu mano derecha,
          capaz de fundir leones,
          la flor de las municiones
          y el anhelo de la mecha.
          Rosario, buena cosecha,
          alta como un campanario
          sembrabas al adversario
          de dinamita furiosa
          y era tu mano una rosa
          enfurecida, Rosario.
           
          Buitrago ha sido testigo
          de la condición de rayo
          de las hazañas que callo
          y de la mano que digo.
          ¡Bien conoció el enemigo
          la mano de esta doncella,
          que hoy no es mano porque de ella,
          que ni un solo dedo agita,
          se prendó la dinamita
          y la convirtió en estrella!
           
          Rosario, dinamitera,
          puedes ser varón y eres
          la nata de las mujeres,
          la espuma de la trinchera.
          Digna como una bandera
          de triunfos y resplandores,
          dinamiteros pastores,
          vedla agitando su aliento
          y dad las bombas al viento
          del alma de los traidores.



              Arriba

                 
          ACEITUNEROS
           
          Andaluces de Jaén,
          aceituneros altivos,
          decidme en el alma: ¿quién,
          quién levantó los olivos?
           
          No los levantó la nada,
          ni el dinero, ni el señor,
          sino la tierra callada,
          el trabajo y el sudor.
           
          Unidos al agua pura
          y a los planetas unidos,
          los tres dieron la hermosura
          de los troncos retorcidos.
           
          Levántate, olivo cano,
          dijeron al pie del viento.
          Y el olivo alzó una mano
          poderosa de cimiento.
           
          Andaluces de Jaén,
          aceituneros altivos,
          decidme en el alma, ¿quién
          amamantó los olivos?
           
          Vuestra sangre, vuestra vida,
          no la del explotador
          que se enriqueció en la herida
          generosa de sudor.
           
          No la del terrateniente
          que os sepultó en la pobreza,
          que os pisoteó la frente,
          que os redujo la cabeza.
           
          Árboles que vuestro afán
          consagró al centro del día
          eran principio de un pan
          que sólo el otro comía.
           
          ¡Cuántos siglos de aceituna,
          los pies y las manos presos,
          sol a sol y luna a luna,
          pesan sobre vuestros huesos!
           
          Andaluces de Jaén,
          aceituneros altivos,
          pregunta mi alma: ¿de quién,
          de quién son estos olivos?
           
          Jaén, levántate brava
          sobre tus piedras lunares,
          no vayas a ser esclava
          con todos tus olivares.
           
          Dentro de la claridad
          del aceite y sus aromas,
          indican tu libertad
          la libertad de las lomas.

           

        AL SOLDADO INTERNACIONAL CAÍDO EN ESPAÑA
         
        Si hay hombres que contienen un alma sin fronteras,
        una esparcida frente de mundiales cabellos,
        cubierta de horizontes, barcos y cordilleras,
        con arena y con nieve, tú eres uno de aquellos.
         
        Las patrias te llamaron con todas sus banderas,
        que tu aliento llenara de movimientos bellos.
        Quisiste apaciguar la sed de las panteras,
        y flameaste henchido contra sus atropellos.
         
        Con un sabor a todos los soles y los mares,
        España te recoge porque en ella realices
        tu majestad de árbol que abarca un continente.
         
        A través de tus huesos irán los olivares
        desplegando en la tierra sus más férreas raíces,
        abrazando a los hombres universal, fielmente.



           
          NUESTRA JUVENTUD NO MUERE

          Caídos sí, no muertos, ya postrados titanes,
          están los hombres de resuelto pecho
          sobre las más gloriosas sepulturas:
          las eras de las hierbas y los panes,
          el frondoso barbecho,
          las trincheras oscuras.
           
          Siempre serán famosas
          estas sangres cubiertas de abriles y de mayos,
          que hacen vibrar las dilatadas fosas
          con su vigor que se decide en rayos.
           
          Han muerto como mueren los leones:
          peleando y rugiendo,
          espumosa la boca de canciones,
          de ímpetu las cabezas y las venas de estruendo.
           
          Héroes a borbotones,
          no han conocido el rostro a la derrota,
          y victoriosamente sonriendo
          se han desplomado en la besana umbría,
          sobre el cimiento errante de la bota
          y el firmamento de la gallardía.
           
          Una gota de pura valentía
          vale más que un océano cobarde.
           
          Bajo el gran resplandor de un mediodía
          sin mañana y sin tarde,
          unos caballos que parecen claros,
          aunque son tenebrosos y funestos,
          se llevan a estos hombres vestidos de disparos
          a sus inacabables y entretejidos puestos.
           
          No hay nada negro en estas muertes claras.
          Pasiones y tambores detengan los sollozos.
          Mirad, madres y novias, sus transparentes caras:
          la juventud verdea para siempre en sus bozos.

           

Arriba

 

          EL SUDOR

          En el mar halla el agua su paraíso ansiado
          y el sudor su horizonte, su fragor, su plumaje.
          El sudor es un árbol desbordante y salado,
          un voraz oleaje.
           
          Llega desde la edad del mundo más remota
          a ofrecer a la tierra su copa sacudida,
          a sustentar la sed y la sal gota a gota,
          a iluminar la vida.
           
          Hijo del movimiento, primo del sol, hermano
          de la lágrima, deja rodando por las eras,
          del abril al octubre, del invierno al verano,
          aúreas enredaderas.
           
          Cuando los campesinos van por la madrugada
          a favor de la esteva removiendo el reposo,
          se visten una blusa silenciosa y dorada
          de sudor silencioso.
           
          Vestidura de oro de los trabajadores,
          adorno de las manos como de las pupilas.
          Por la atmósfera esparce sus fecundos olores
          una lluvia de axilas.
           
          El sabor de la tierra se enriquece y madura:
          caen los copos del llanto laborioso y oliente,
          maná de los varones y de la agricultura,
          bebida de mi frente.
           
          Los que no habéis sudado jamás, los que andáis yertos
          en el ocio sin brazos, sin música, sin poros,
          no usaréis la corona de los poros abiertos
          ni el poder de los toros.
           
          Viviréis malolientes, moriréis apagados:
          la encendida hermosura reside en los talones
          de los cuerpos que mueven sus miembros trabajados
          como constelaciones.
           
          Entregad al trabajo, compañeros, las frentes:
          que el sudor, con su espada de sabrosos cristales,
          con sus lentos diluvios, os hará transparentes,
          venturosos, iguales.

           

           
          PRIMERO DE MAYO DE 1937
           
          No sé qué sepultada artillería
          dispara desde abajo los claveles,
          ni qué caballería
          cruza tronando y hace que huelan los laureles.
           
          Sementales corceles,
          toros emocionados,
          como una fundición de bronce y hierro,
          surgen tras una crin de todos lados,
          tras un rendido y pálido cencerro.
           
          Mayo los animales pone airados:
          la guerra más se aíra,
          y detrás de las armas los arados
          braman, hierven las flores, el sol gira.
           
          Hasta el cadáver secular delira.
           
          Los trabajos de mayo:
          escala su cenit la agricultura.
           
          Aparece la hoz igual que un rayo
          inacabable en una mano oscura.
           
          A pesar de la guerra delirante,
          no amordazan los picos sus canciones,
          y el rosal da su olor emocionante
          porque el rosal no teme a los cañones.
           
          Mayo es hoy más colérico y potente:
          lo alimenta la sangre derramada,
          la juventud que convirtió en torrente
          su ejecución de lumbre entrelazada.
           
          Deseo a España un mayo ejecutivo,
          vestido con la eterna plenitud de la era.
          El primer árbol es su abierto olivo
          y no va a ser su sangre la postrera.
           
          La España que hoy no se ara, se arará toda entera.

 

Arriba

Copyright (c) 2001 Herrera & Muñoz. Todos los Derechos Reservados.
zener@mi.madritel.es