Editorial   Panorama Internacional Nº 8

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La Crisis Económica

Sus Causas y Tendencias...
[ Continuación ]

Por Héctor Ergento


III. El mito de la "globalización", de las "multinacionales", de la extinción del estado-nación y de la desaparición del proletariado

Está de moda entre los economistas, sociólogos y políticos burgueses —y más de un marxista— la teoría de que estamos viviendo una etapa absolutamente nueva del capitalismo, caracterizada por cuatro fenómenos inéditos: la "globalización"; las "multinacionales"; el debilitamiento y tendencia a la extinción de los Estados nacionales, y la desaparición de la clase obrera. Todo esto es pura ideología. Hay cambios muy importantes en toda una serie de aspectos, pero lo único completamente nuevo en relación a los últimas décadas es el cambio de signo de la lucha de clases, del ascenso revolucionario al actual retroceso, y la restauración del capitalismo en los países en los que se había hecho la revolución socialista.

El mito de la "globalización"

Es indudable que hoy estamos viviendo una gran libertad para el movimiento de los capitales por el mundo. El capital puede entrar y salir de muchos países cuando se le da la gana y en cualquiera de sus formas: industrial, comercial o financiera. Ya dijimos que este fenómeno no es inédito, que justo antes de la Primera Guerra Mundial, esa libertad era todavía más amplia que la que hay ahora. Y los yanquis, que emergieron como imperialismo dominante después de la Segunda Guerra, han estado peleando décadas para "globalizar" cada vez más, ya que eso significaba acentuar su dominio sobre la economía mundial.

De cualquier manera, ha habido un cambio respecto de la situación que conocimos desde la Primera Guerra Mundial, donde eran mucho más fuertes las trabas jurídicas y económicas que ponían los países a los movimientos del capital. Y ni que hablar de después de la Segunda Guerra, donde un tercio del planeta, los Estados obreros, y muchos países semicoloniales con regímenes nacionalistas burgueses impusieron un control —absoluto en el primer caso, bastante fuerte en el segundo— a través del monopolio estatal del comercio exterior u otras normas arancelarias, impositivas y jurídicas. Un factor esencial para que hoy la "libertad de comercio" sea tan grande es la derrota que ha sufrido el ascenso revolucionario, que dejó a merced del imperialismo a los países atrasados y a los Estados obreros burocráticos.

Otra diferencia, que hace a la velocidad, no al hecho en sí, es que ahora, con las computadoras y el avance en las comunicaciones, el capital financiero circula a una velocidad mayor. Antes, desplazar 1.000 millones de dólares de Nueva York a Tokio tardaría unos días, ahora tarda horas o minutos. La velocidad de desplazamiento de la enorme masa de capital especulativo que anda revoloteando por el mundo, comprando y vendiendo títulos, accciones, bonos y toda clase de papeles, hace que el caos se profundice. Pero el hecho fundamental es que existe esa masa de capital "líquido" dando vueltas por ahí, invirtiendo en un país porque el gobierno impuso una alta tasa de interés, o porque las acciones suben o por lo que fuere, pero dispuesta a salir corriendo si esos índices bajan o si sospecha que puede estallar una crisis o si desconfía de la "seguridad jurídica", es decir, de que el gobierno pueda promulgar leyes que impidan, dificulten o graven con impuestos la libre salida de esos capitales. Y ese capital afluyó hacia el circuito de la circulación capitalista por las altas ganancias que generó la superexplotación de nuestra clase y de los países atrasados, no por los avances tecnológicos.

Dentro de este proceso, ¿qué son Maastricht y el Mercosur?

En Panorama Internacional Nº 2 habíamos avanzado en definirlos, pero hay que avanzar más, porque veo problemas de análisis y políticos. Planteamos "No a Maastricht", porque es un engendro del imperialismo europeo para explotar mejor a sus trabajadores y a sus semicolonias. Está bien, pero debemos afinar la política para combatir ese engendro. ¿Debemos plantear "Abajo el Mercosur"? Tengo dudas.

¿Estamos en contra de la libre circulación de capitales? Depende de qué tipo de países se trata, porque no es lo mismo si hablamos de relaciones entre países semicoloniales, entre países imperialistas o entre un país imperialista y un país semicolonial. Aunque suene a herejía, nosotros somos, en cierta medida, proteccionistas de los países semicoloniales respecto de los países imperialistas pero, al mismo tiempo, no podemos ser proteccionistas burgueses. Cuando nosotros levantamos el no pago de la deuda externa, hacemos "proteccionismo". En la medida en que sirva para movilizar, podemos empalmar incluso con un movimiento no socialista que plantee eso, como lo hicimos con los 26 puntos de la CGT argentina en su momento.

¿Estamos a favor del NAFTA? No, estamos en contra, porque lleva al extremo la semicolonización de México. ¿Estamos a favor del ALCA que proponen los yanquis? No, porque significa extender ese mismo proceso a toda América latina y el Caribe.

¿También estamos contra el Mercosur? Por un lado, es evidente que Brasil y la Argentina lo usan para explotar al Uruguay y al Paraguay, es decir, se ubican como una especie de subimperialismo. Y nosotros tenemos que estar en contra de eso. En el mismo sentido, las burguesías de los cuatro países y los monopolios imperialistas usan el Mercosur contra el movimiento obrero, desplazando o amenazando con desplazar sus empresas apenas enfrentan un intento de resistencia a la ofensiva en uno u otro país. También tenemos que estar en contra de eso.

Pero, por otro lado, la burguesía brasileña resiste al proyecto del ALCA y usa el Mercosur para poder negociar desde una posición más fuerte no sólo con los yanquis sino también con los europeos, y hasta ahora viene arrastrando a esa posición incluso al gobierno más proyanqui del área, el de Menem. Dentro de su debilidad, son burguesías relativamente fuertes, que por ahora se pueden dar esos lujos. Y, en los roces que hay entre ALCA y Mercosur, tengo dudas de si no debemos defender al Mercosur contra el ALCA.

Es un problema difícil, porque estoy de acuerdo en ser "proteccionista" de un país atrasado —y mucho más de un Estado obrero— respecto de uno imperialista, pero no me convence ser proteccionista de un país atrasado respecto de otro país atrasado. Ni tampoco, como hace casi toda la "izquierda" europea, de sus propios países imperialistas respecto de Estados Unidos.

Creo que, donde no está involucrada la explotación imperialista de países semicoloniales, no debemos decir "no", sino denunciar el carácter burgués de esas integraciones regionales y oponerles la federación socialista que, a su vez, sólo se puede lograr haciendo la revolución y tomando el poder.. Nosotros estamos a favor de integrar las economías latinoamericanas e incluso del actual Mercosur en una sola economía, pero de manera que sea a favor de los trabajadores y de los países más débiles, no como la "integración" en el Mercosur, que es burguesa, hecha en contra de los países más débiles y de los trabajadores. Y, precisamente porque la hacen los burgueses, está incubando nuevas y más agudas contradicciones entre los países hoy "integrados". Cuando estalle una crisis profunda, a más integración más conflictos, incluso conflictos armados.

Con respecto a la Unión Europea, debemos estudiar y denunciar todos los aspectos que tienen que ver con esa unidad imperialista para explotar y oprimir a las semicolonias y tragarse a Europa oriental. Pero, en relación a Europa, no podemos proponer que cada país imperialista se vuelva a encerrar en sus propias fronteras como antes de la Segunda Guerra, porque no por eso van a dejar de ser imperialistas. Debemos oponerle también la federación socialista y alertar que, si la crisis empieza a descalabrar el mercado mundial, o se agarran a tiros entre ellos o se alían para hacer la guerra contra otros, precisamente porque cuanto más entrelacen sus economías más se cierra la posibilidad de otra salida que no sea la guerra. Esa es la lección que nos dejó la "globalización" previa a la Primera Guerra Mundial.

El mito de las "multinacionales"

Para ser bien polémico voy a sostener que, aunque nosotros en la LIT-CI a veces usábamos el término "multinacionales" en la propaganda, las multinacionales no existen . Lo que quiero decir es que no existen empresas que no sean de una burguesía, de uno o varios burgueses, y, desde el momento en que las clases burguesas son nacionales, desde el momento en que no hay una burguesía internacional, las empresas son nacionales , no multinacionales. Lo que existe son los monopolios imperialistas —e incluso algunos capitales fuertes de burgueses de países semicoloniales— que extienden su actividad industrial, comercial y financiera a todo el mundo. Son empresas transnacionales en ese sentido: bancos con sucursales en todas partes, redes comerciales extendidas por el planeta, industrias con plantas en decenas y decenas de países. [ Nahuel Moreno: Monopolios, transnacionales, imperialismo y Estado ]

Este fenómeno tampoco es nuevo: es lo que Lenin definió —junto con los monopolios y la fusión de éstos con el Estado— como una de las características fundamentales del imperialismo, la exportación de capitales. Lo que sí es nuevo es su extensión, sobre todo en el área de la industria, ya que bancos con filiales en todos lados hay desde hace muchísimo tiempo. Lo nuevo es que, antes, un monopolio industrial imperialista tenía plantas en cinco o diez países, y ahora está muchísimo más extendido.

Esto es un producto natural del desarrollo del imperialismo, potenciado —creo yo— por el salto tecnológico en las comunicaciones y en el transporte, y por la creciente sustitución del hierro y el acero —que son pesados— por el aluminio y los sintéticos, que son más livianos. Antes, para radicar una planta en otro país con mano de obra más barata, un monopolio imperialista debía tomar mucho más en cuenta el precio de los fletes, y por eso lo hacía en países que le ofrecieran un mercado interno o regional que pudiera absorber la producción de esa planta y que pudiese producir la materia prima semielaborada y las partes necesarias. Por eso había terminales de empresas del automotor que hacían el proceso productivo más o menos completo en la Argentina o Brasil, mientras que en otros países sólo había ensambladoras o directamente se importaban los automotores terminados.

Ahora estamos viviendo las consecuencias de una combinación entre el abaratamiento de los fletes y la liberalización del comercio y el flujo de capitales a nivel internacional. Las empresas industriales transnacionales no sólo han instalado plantas en muchos puntos del planeta sino que han dividido el proceso mismo de la producción entre diferentes países. Los componentes de un producto pueden haber sido fabricados en veinte países diferentes y ensamblados en otros países, de los cuales se exporta ese producto a todo el mundo.

Esto sí que es nuevo. Pero no quiere decir que la empresa no pertenezca a uno o varios burgueses de un país: por eso decimos que es transnacional y no multinacional. En todo el mundo las empresas pertenecen a alguien, justamente a esos burgueses, llámense Rockefeller, Mitsui, Flick, Agnelli o como se llamen. Y sus empresas, igual que ellos, tienen patria , el que no tiene patria es el proletariado. La General Motors no es "multinacional", es norteamericana; la FIAT es italiana, la Mitsubishi es japonesa. A veces se alían monopolios de dos países diferentes para competir con otra alianza similar, y a veces no lo hacen, pero eso no quiere decir que los propietarios burgueses cambien de nacionalidad o directamente dejen de tenerla.

La cuestión de los monopolios transnacionales también nos plantea un problema. ¿Nosotros estamos en contra de los monopolios imperialistas? Sí. ¿Queremos destruirlos? La respuesta es más compleja. Nosotros no queremos destruir los monopolios para retroceder al capitalismo de libre competencia del siglo pasado. Ese retroceso, además de reaccionario y burgués, es imposible. Los monopolios son una tendencia del capitalismo en su fase imperialista y, al mismo tiempo, expresan distorsionadamente la necesidad que tienen las fuerzas productivas de la planificación y de superar las fronteras nacionales para poder desarrollarse.

A los monopolios, nosotros no les oponemos a empresas capitalistas chicas encerradas en los mercados nacionales, ni queremos que los monopolios se vayan llevándose sus máquinas y su tecnología, ni queremos que el Estado los compre. Combatimos a los monopolios imperialistas con la revolución y la expropiación sin pago, para hacer monopolios productivos aún más grandes, que no compitan entre ellos sino que produzcan planificadamente dirigidos por la clase obrera en el poder.

El mito de la extinción del Estado-nación

Cuando cuestionamos los conceptos que hay detrás de los términos "globalización" y "multinacionales", lo que atacamos es toda esa ideología de que vivimos en una nueva etapa del capitalismo en la que unos capitales sin patria establecen su propio orden a través del mercado, debilitando cada vez más, hasta reducir a un papel casi decorativo, al Estado-nación. No es ninguna novedad que bajo el capitalismo manda el capital. Y tampoco es una novedad que el capital, es decir la clase capitalista, la burguesía, tiene en sus manos una herramienta política y militar para ejercer ese dominio: el Estado. Decir que bajo la globalización el Estado burgués está subordinado a la clase burguesa es correcto, pero no agrega nada a lo que dijo Marx hace un siglo y medio.

Lo que es una colosal patraña es la supuesta tendencia a la disolución del Estado-nación por el dominio de un capital (convertido en una abstracción) que "no respeta fronteras ni leyes nacionales". Antes que nada, esta crisis nos da una contundente evidencia empírica al respecto: jamás estuvo más fuerte el Estado-nación norteamericano. Todo el mundo aplaude o condena, felicita o reclama, por lo que hace Estados Unidos en el terreno económico, político y militar. Unos le piden que bombardee a tal o cual país, otros que no; todos le piden que ponga plata en el FMI, pero los yanquis la ponen si quieren, y si no, no la ponen; unos le piden que baje la tasa de interés de sus Bonos del Tesoro, otros que no; el dólar ha reemplazado al oro (por ahora) como dinero mundial y el Estado yanqui tiene la facultad de emitir dólares o de retirarlos de la circulación... y así hasta el infinito.

Todas éstas son decisiones políticas que toma el gobierno de Estados Unidos, es decir el Estado. ¿Y quién determina, en última instancia —porque es un proceso conflictivo y con contradicciones—, las decisiones del gobierno norteamericano? La burguesía monopolista-imperialista norteamericana , es decir, la burguesía nacional de Estados Unidos, no la japonesa ni la alemana, ni mucho menos la nigeriana, la malaya o la salvadoreña. Esa burguesía nacional existe, son gente de carne y hueso, con nombre y apellido, y mucha plata.

Exactamente lo mismo ocurre en los restantes países imperialistas, aunque sean más débiles que Estados Unidos. Hay burgueses que determinan lo que hace o deja de hacer el Estado de su nación.

Y lo mismo podemos decir incluso de los países semicoloniales. También allí hay burguesías nacionales, con la diferencia de que éstas, por ser muy débiles, deben optar por pactar con el imperialismo dominante en la región el papel de socios menores, o bien tratar de ser más autónomas apoyándose en el movimiento de masas (el tipo de Estado que Trotsky denominó "bonapartismo sui generis"). Hoy la inmensa mayoría de las burguesías atrasadas han optado por el primer camino, pero eso no quiere decir que hayan desaparecido.

Y cada burguesía nacional tiene su Estado, con sus fuerzas armadas, para defender sus intereses, en primer lugar, del movimiento de masas, pero también de las otras burguesías nacionales.

Hace ya dos años tuvimos una discusión con camaradas que sostenían que la Unión Económica Europea era un "protoestado", es decir, un proceso en curso de disolución de los Estados nacionales hacia la conformación de un Estado único en Europa imperialista. Les contestamos que estaban totalmente equivocados. Sin duda, había elementos aparentes de "disolución" de los Estados nacionales: el plan de la moneda única, las instituciones políticas supranacionales, etcétera. Pero las burguesías imperialistas de cada país europeo-occidental seguían existiendo, y por eso también seguían existiendo las "columnas vertebrales" de sus respectivos Estados nacionales: las fuerzas armadas.

Vamos a creer que Europa se convierte en un solo Estado el día en que los burgueses alemanes, franceses, italianos, españoles... renuncien a tener sus propios ejércitos en aras de un ejército único de toda Europa. ¿Por qué no lo hacen? Desde la Santa Alianza, la masacre de la Comuna de París, la guerra civil en España y la ofensiva nazi-fascista en la Segunda Guerra, está demostrado que un ejército multinacional es altamente eficiente para aplastar los procesos revolucionarios. No hacen ni harán un ejército europeo —y, por lo tanto, no habrá un Estado europeo— porque la FIAT quiere un ejército italiano que la defienda, como la Mercedes-Benz quiere un ejército alemán que la defienda.

Como "dinosaurios marxistas" que somos, sostenemos que la burguesía, por su propio carácter de clase, es incapaz de superar las dos trabas que ella misma ha impuesto al progreso de la Humanidad: la propiedad privada de los bienes de producción y las fronteras nacionales. Seguimos creyendo que "la política es economía concentrada" y que "la guerra es la continuación de la política por otros medios". Seguimos creyendo que estas leyes mantienen todo su vigor, no sólo para la lucha de clases entre la revolución obrera y la contrarrevolución burguesa sino también para la lucha entre diferentes burguesías nacionales y entre sectores de la propia burguesía. Seguimos creyendo que las relaciones de mercado son relaciones de conflicto, no de armonía, desde el momento en que se basan en la competencia, en la supervivencia de los más ricos y poderosos y el aniquilamiento de los más débiles y pobres. Por eso seguimos creyendo que el capitalismo amenaza con llevar a la humanidad a la barbarie y que, aunque puedan unirse las burguesías ante el peligro de la revolución o competir en paz en los períodos de auge económico, seguirán desarrollando sus tendencias más profundas, que son agresivas, belicistas, cuando la crisis económica las obligue a ello. Y para eso necesitan el Estado.

El mito de la "desaparición" de la clase obrera

La teoría de que está desapareciendo la clase obrera se apoya en una serie de argumentos.

Unos dicen que la industria es la que está desapareciendo, y está siendo sustituida por los servicios. Esta opinión tiene una serie de trampas. La primera es estadística y está ligada a la ofensiva burguesa para dividir y fragmentar a los trabajadores. Antes, todos los trabajadores de una fábrica —desde los operarios hasta los del comedor— eran personal de esa fábrica y estaban afiliados al mismo sindicato. Después vino el proceso de "tercerización", cuyo objetivo era claramente político-económico: dividir a los trabajadores para debilitar su organización sindical y, por esa vía, explotarlos más y mejor. Ahora, el operario es del sindicato de esa rama de industria, y el del comedor está en otro sindicato. Y cada uno pertenece a una empresa diferente, en algunos casos, real, en otros, de la misma patronal. O directamente desapareció el personal del comedor porque la empresa compra fast-food a otra empresa.

Pero resulta que esos trabajadores del comedor, que antes aparecían en las estadísticas como clase obrera industrial, ahora aparecen como trabajadores de servicios. Y todos los obreros que elaboran la fast-food también aparecen en el rubro servicios, porque su empresa da el servicio de comida a otras empresas. Y entonces un obrero que fabrica bienes de uso (como los que preparan, cocinan y empacan la fast-food), gremial y estadísticamente son empleados de comercio, es decir de servicios, a pesar de que su actividad es radicalmente diferente de la de un vendedor o de la del que atiende el mostrador, que sí es de servicios.

A esta distorsión estadística se suma otra, conceptual: como el número de obreros industriales disminuyó en los países avanzados, se dice que la tendencia es a que cada vez haya menos obreros. Y esto es falso: jamás en la historia hubo tantos obreros industriales como ahora en el mundo. Lo que ocurrió es que los monopolios trasladaron y expandieron sus plantas en los países de bajos salarios, especialmente en Asia Pacífico. La existencia de un número creciente de obreros industriales en esos países, que compensa con creces la disminución en las metrópolis, no es, entonces, una rémora de un pasado que está quedando atrás, sino el producto de lo más avanzado de la economía capitalista: los monopolios imperialistas.

A esto debemos sumar la proletarización creciente de sectores de la pequeña burguesía que se ve obligada a trabajar a cambio de un salario miserable (lo cual, según Marx, significa que son parte de la clase obrera). Es un fenómeno que ha tenido y tiene consecuencias políticas. Por ejemplo, el papel de vanguardia de la movilización que han tenido los trabajadores docentes en muchos países, algo inconcebible hace cincuenta años.

Una tercera vía, más insidiosa e indirecta, de plantear que la clase obrera está desapareciendo, se está transformando en otra cosa o será sustituida en su rol de sujeto social de la revolución por otro sector, es la de los "cambios estructurales". Hasta hoy no logramos entender qué se quiere decir con "cambios estructurales".

Si se refieren a la estructura de la sociedad, a las relaciones de producción, no vemos cambios de cualidad. Hay patrones, cada día más ricos, que explotan a cada vez más trabajadores, que son cada día más pobres, a cambio de un salario, como siempre lo han hecho los capitalistas.

Si se refieren a que se han perdido el grueso de las conquistas de la clase, eso tampoco es un cambio "estructural": igual o peor estaban los obreros a mediados del siglo pasado, porque las jornadas de 12 o 14 horas, el trabajo a domicilio o lo que hoy se llama "flexibilización", "multiplicidad de tareas", etcétera, era la forma normal de explotación en la cuna del capitalismo, Inglaterra, en la época de Marx y Engels. Y a nadie se le ocurrió decir que aquéllos eran obreros y los del boom de posguerra, con todas sus conquistas, no eran obreros. Si hoy hay producción just-in-time o "a la carta" —es decir, con mucho menos stock de obreros, materias primas y mercancías no realizadas (lo que aumenta la ganancia porque baja el capital constante y el capital variable y acelera la circulación)—, es porque se ha impuesto la "flexibilidad" de la jornada de trabajo y la "multiplicidad de tareas", y eso ocurrió porque la burguesía le dio una paliza a la clase obrera y le destruyó la jornada de ocho horas, el descanso dominical, el "sábado inglés" y las categorías laborales. Pero la clase obrera, con grandes conquistas o sin ellas, sigue siendo clase obrera.

Si se refieren a que las tareas del obrero van cambiando al compás de la tecnificación, eso ha ocurrido desde siempre: no hacía lo mismo un ensamblador antes y después de que se impusiera la cadena de montaje, ni hacía lo mismo un tornero antes y después de que se inventara el torno automático o, más tarde, el torno con programación numérica.

Finalmente, si se refieren a que la producción la lleven a cabo individuos aislados confortablemente sentados en su casa frente a una computadora, dejemos eso para la futurología, porque no es lo que está ocurriendo a nivel mundial. El trabajador que hace data-entry en su casa delante de una computadora es tan característico de la sociedad capitalista como la familia obrera que se autoexplotaba con los telares domiciliarios a fines del siglo pasado y comienzos de éste. Lo que en realidad está ocurriendo es que cada vez más hombres, mujeres y niños se levantan de madrugada y viajan hacinados hacia sus lugares de trabajo, donde la patronal los explota sin piedad y les paga un salario de hambre. También hay cada vez más desocupados. Y el número de trabajadores asalariados, domiciliarios y desocupados crece mucho más rápidamente que el número de los que se dedican a navegar por Internet para divertirse, y que son los más proclives a creer en los charlatanes tipo Alvin Toffler, el verdadero padre de las "teorías" de los "cambios estructurales" desde que escribió su libro La tercera ola.

Una conclusión reformista y contrarrevolucionaria

Si tomamos de conjunto estas cuatro "teorías", queda clarísimo que apuntan a la construcción de una ideología contrarrevolucionaria, en el mejor de los casos reformista, a saber:

  1. La "globalización" está solucionando una de las tareas históricas del proletariado: la abolición de las fronteras nacionales en el terreno económico;
  2. Las "multinacionales" están solucionando la otra tarea histórica del proletariado: convertidas en un capital "abstracto", que está más allá de los individuos que lo poseen y de los Estados nacionales que lo defienden, son la casi abolición de la propiedad privada (es decir, individual) de los bienes de producción y de cambio.
  3. La "globalización" y las "multinacionales", al extinguir los Estados nacionales, resuelven la cara negativa (destructiva) de la más importante tarea política transicional de la clase obrera: el derrocamiento del Estado burgués.
  4. Y, para ponerle el moño al paquete, como la clase obrera "desaparece" o sufre "cambios estructurales", ¿que sentido tiene seguir hablando de la cara positiva de esa tarea transicional: la toma del poder para instaurar la dictadura del proletariado?

Lo que queda es, entonces, la tarea de humanizar el tránsito hacia esa nueva sociedad sin fronteras, sin propiedad privada y sin Estado que están pariendo la "globalización" y las "multinacionales", es decir... ¡la burguesía imperialista!

Esta es, en síntesis, la nueva ideología que, apoyándose en su triunfo coyuntural sobre la revolución socialista, está propagandizando la burguesía y que, con más o menos estridencias "críticas", está en la base de las teorizaciones revisionistas de innumerables "marxistas".

IV. La nueva situación

Estamos planteando un concepto nuevo y, como tal, en embrión, no desarrollado: que la combinación que explica lo que ocurre hoy en el mundo es la derrota que ha sufrido la revolución socialista y un salto cualitativo en la crisis económica. Es una combinación diferente de las que vivimos desde fines de la Segunda Guerra Mundial. [ Una opinión sobre la restauración del capitalismo ]

Con Stalingrado comenzó un ascenso revolucionario mundial que marcó toda una etapa de la lucha de clases hasta mediados de los 80 o comienzos de los 90. Pero incluso esa etapa mostró combinaciones distintas del factor económico y el político. Hay todo un período en que el ascenso se combina con el boom económico de la posguerra, y por eso el proceso revolucionario se desarrolla exclusivamente en los países coloniales y semicoloniales. El fin del boom, a mediados o fines de los años 60, produce una combinación distinta: el ascenso penetra en algunos países imperialistas. Y este proceso llega a su punto más alto con la derrota militar del imperialismo más poderoso, el yanqui, en Vietnam, que deja a la contrarrevolución en una situación crítica y abre la posibilidad del triunfo de la revolución a nivel internacional.

Pero a comienzos de los años 80, aprovechando el oxígeno que le da la burocracia al traicionar y frenar la movilización revolucionaria, el imperialismo comienza una contraofensiva en todos los terrenos. Reagan y Thatcher triunfan sobre sus respectivos proletariados, Inglaterra derrota a la Argentina en Malvinas, y los yanquis vuelven a instrumentar una ofensiva militar, al principio tímida (Granada, el intento de rescate de los rehenes en Irán) y luego cada vez más contundente: invasión a Panamá. Esta contraofensiva económica, política y militar termina derrotando el ascenso revolucionario cuando logra que empiece el proceso de restauración del capitalismo en los Estados obreros burocráticos, a comienzos de los años 90.

En este marco de retroceso de la clase obrera estalla la actual crisis económica, y ésta es la nueva combinación cuyas leyes y tendencias debemos tratar de descubrir. Porque de la misma manera que la economía y la política del período del ascenso reflejaban en alto grado el temor de la burguesía a la revolución, la economía y la política actual reflejan el cambio de signo de la relación de fuerzas entre las clases. Por eso sostenemos que la nueva situación se caracteriza por un capitalismo que, como nunca desde 1917, despliega los peores rasgos de su carácter de clase: el salvajismo del ataque a los trabajadores, el recrudecimiento de las guerras, el extremo a que ha llegado la explotación de los países atrasados y las tendencias bonapartistas o fascistizantes que se están desarrollando.

Fue muy tonto Fukuyama cuando extrajo de la derrota del ascenso revolucionario la conclusión de que se había acabado la historia y se establecía por los siglos de los siglos el capitalismo de libre mercado políticamente coronado por la democracia burguesa. Ahora Fukuyama se autocritica, pero si hubiese sido marxista habría previsto que el "triunfo sobre el comunismo" no sólo fortalecería temporariamente a la burguesía en lo político, lo económico-social y lo militar; también la haría volver a expresar "libremente" su tendencia a la barbarie.

La contrarrevolución económica

Este tema es el que mejor conocemos, ya que lo teníamos bien analizado en la LIT-CI, es sobre el que más hemos elaborado en el CITO y es el que surge naturalmente de lo que charlamos con cualquier trabajador. Las Tesis de la LIT-CI definían:

La crisis económica obliga al imperialismo y a la burguesía a mantener una ofensiva permanente y brutal contra los trabajadores de todo el planeta. [...] La actual etapa de la economía burguesa, a partir de 1966, es de contrarrevolución permanente. [...]

Esta contrarrevolución o expoliación económica permanente de las masas trabajadoras se vale de múltiples instrumentos; todos ellos tendientes a aumentar la plusvalía absoluta, es decir la explotación de los trabajadores [...]

Y a renglón seguido enumeraban los fundamentales:

La desocupación se generaliza"; "se intensifica la explotación prolongando la jornada de trabajo"; "se imponen ritmos atroces de producción"; "se recorta o directamente se liquida el salario social"; "el imperialismo saquea a los países atrasados", y "avanza sobre los Estados obreros para saquearlos a ellos también, [...]

Nosotros, en el CITO, precisamos bastante bien los avances cualitativos que había logrado la burguesía en todos estos terrenos con la derrota del ascenso y el comienzo de la restauración del capitalismo en los Estados obreros burocráticos. Ahora deberíamos estudiar más fondo las nuevas formas de semicolonización, para reubicar las relaciones entre los países capitalistas atrasados y el imperialismo y, sobre todo, la relación entre éste y los Estados donde se había expropiado a la burguesía. Es decir, avanzar hacia una caracterización más precisa de la naturaleza de esos Estados desde el enfoque de sus relaciones con el imperialismo. Retomar y estudiar en lo concreto la definición de Moreno de que el imperialismo (y no un proceso endógeno de enriquecimiento de la burocracia, como sostenía Trotsky) sería el factor determinante de la restauración del capitalismo en los Estados obreros.

Con la crisis económica, nuestra política tiene que partir de alertar a la clase lo que se viene. Que desde el ángulo del salario y las condiciones de vida y de trabajo, vienen más y más Indonesias, que todo el mundo tenderá a convertirse en Indonesia. Eso no quiere decir que vaya a ocurrir mañana en Estados Unidos, pero la tendencia va para ese lado, y si hay una crisis global va a ser bastante mundial que los países se conviertan en Indonesia. Y de golpe se te va el salario a la mitad o te quedás en la calle.

Las guerras

En los últimos años ha empezado a haber cada vez más guerras interburguesas. Durante el ascenso revolucionario, casi todas las guerras eran muy claramente guerras entre la revolución y contrarrevolución. Uno veía una guerra en Angola y sabía que había un movimiento independentista que era revolucionario objetivamente, y la contrarrevolución eran los portugueses. Que yo recuerde, había muy pocas guerras claramente interburguesas, del tipo de la "guerra del fútbol" entre El Salvador y Honduras. La guerra entre Irán e Irak ya es menos clara, pero era evidente que Irak actuaba con apoyo imperialista para aplastar el proceso de "revolución islámica" que había abierto la revolución iraní.

Ahora empezó a haber, cada vez más, una serie de guerras en donde no podemos encontrar un bando que exprese la revolución o la contrarrevolución. En nuestro continente fue premonitoria la de Perú-Ecuador. Las guerras en Africa son una mezcla de guerras "étnicas" y entre Estados que, a su vez, son en su mayoría artificiales. En realidad, son burguesías que se enfrentan, muchas veces con un imperialismo apoyando a un bando y otro apoyando al otro, como sucedió en Ruanda. Está el conflicto entre la India y Pakistán. Están las guerras de los Balcanes, que empiezan como guerras interburocráticas o entre las nuevas burguesías. Hay peligro de guerra entre Irán y Afganistán.

En síntesis, creo que se está produciendo un cambio en el carácter de las guerras. El telón de fondo de todo esto la crisis económica. Que estalla en los lugares más débiles en forma de guerras interburguesas. También por eso me parece que vamos a una situación parecida a la del ’14.

Vos decías que la Unión Europea, en lugar de avanzar, va a terminar en una guerra. Pero el hecho es que la integración sigue avanzando: ya se definió lo de la moneda única, y la mayoría de los países pudieron cumplir con los requisitos fiscales y de otro tipo. Y esto, en medio de la guerra en los Balcanes. Además, los países imperialistas viven una situación que no los acerca a la guerra. Sí ha habido otro tipo de guerras, las del imperialismo contra países que le armaban lío: Libia, Irak, la Yugoslavia de Milosevic. Pero en Europa no veo elementos de roces interimperialistas, más bien ha avanzado la unidad y se han unido para intervenir en los Balcanes.

Ya avisé que todo lo que dijera iba a ser unilateral, "bandeado" hacia lo nuevo. Pero tenés razón. Lo primero que tenemos que decir es que recrudecen las guerras contrarrevolucionarias que hace el imperialismo, en especial el yanqui. Después de Panamá vino la guerra del Golfo, la invasión a Somalia, el ataque en la ex Yugoslavia (que ahora amenaza con repetirse por lo de Kosovo), los bombardeos en Afganistán y Túnez, la amenaza de un nuevo ataque a Irak... Es decir, el imperialismo es cada vez más guerrero contra cualquier país cuyo gobierno mantenga cierto grado de independencia.

Debemos avanzar más, arrancando de lo que planteaba Moreno en 1986: el régimen yanqui no giraba hacia el bonapartismo o el fascismo en el terreno nacional porque la clase obrera yanqui no peleaba, pero ya había una tendencia al fascismo en el terreno internacional. Ahora, aprovechando la nueva relación de fuerzas favorable, ya no es una tendencia incipiente, sino bastante desarrollada.

Volviendo a lo de Europa, nunca dijimos que el proceso de la Unión Económica no iba a avanzar, dijimos que Europa no se iba a convertir en un solo Estado. Tampoco digo que la posibilidad de una guerra en Europa esté a la vuelta de la esquina. Pero siempre recuerdo que, apenas había entrado al partido, me invitaron a un Comité Central ampliado en el que se discutían unas tesis sobre la economía argentina. El compañero que las había elaborado sostenía que había un acuerdo total, sin contradicciones, entre todos los sectores burgueses. Moreno le contestó que cometía un error de método; que las relaciones entre los burgueses, como entre sus empresas, eran de mercado, y la relación de mercado es, por su propia esencia, conflictiva.

No digo que en Europa se van a agarrar a tiros mañana. Digo otra cosa: que cuanto más estrechas sean las relaciones de mercado, más contradictorias son, no menos. Que cuanto más se avance en el terreno de la moneda única y en todos los otros que se propone la Unión Económica, más explosiva será la crisis cuando se dé. Esta es la dialéctica que veo.

Y es particularmente peligrosa en Europa, no sólo porque es donde más se han integrado las economías de varios países imperialistas, sino porque esos países imperialistas comparten un mismo ámbito geográfico, en el cual, para peor, el proceso revolucionario es único como mínimo desde la Revolución Francesa. Estados Unidos puede hacerse el distraído un tiempo porque no tienen fronteras con otro país imperialista que le pueda hacer sombra. Japón está en una situación parecida a la de los yanquis. Pero Alemania tiene fronteras con Francia, y a las dos sólo las separa de Inglaterra un canal. Y es allí, en esas fronteras, donde estallaron las dos guerras mundiales en este siglo. Igual, no pronostico la inevitabilidad de una guerra en Europa. Por ahí la cosa ocurre al revés, y Europa se une cada vez más para enfrentar a Estados Unidos y a Japón.

En lo que no estoy de acuerdo es en que no haya roces interimperialistas. Yo veo que hay roces, y cada vez más duros. Por algo Inglaterra hace su propio juego. Es la potencia europea más ligada a Estados Unidos y, por eso, la única importante que no adhirió al euro. No descarto que mañana lo haga, pero hoy hay una fuerte presión de los yanquis para que Inglaterra no se sume a la Unión Europea, en la que ven un competidor formidable, y hay una fuerte presión de Alemania, Francia y las demás potencias continentales para que sí lo haga. Y también hubo y hay roces, y muy fuertes, entre los imperialismos continentales sobre quién domina esa especie de Banco Central europeo que surge con el euro, aunque por ahora todos han debido aceptar que la voz cantante la lleven los alemanes porque son los más fuertes.

De cualquier manera, hoy por hoy la pelea más dura no es entre los imperialismos europeos, sino entre Estados Unidos por un lado, Europa por el otro y Japón por el otro, pero todavía no estamos en una depresión mundial.

Otro problema es el militar. Hoy nadie puede meterse con los yanquis si no quiere desaparecer del mapa. Pero Francia nunca dejó de desarrollar su propio armamento de todo tipo, incluso nuclear, y no me extrañaría que dentro de poco se descubra que Japón y Alemania también lo vinieron haciendo. Alemania peleó muy duro para poder instalar en países atrasados sus plantas nucleares de energía eléctrica, y no sólo porque es un buen negocio, sino porque esa tecnología y esos materiales se pueden reciclar hacia el campo militar.

En síntesis, no creo que esas burguesías sean tan idiotas como para decir: "Como ya nos ganaron una guerra —porque todas, menos Inglaterra, fueron vencidas en la Segunda Guerra—, nunca más voy a ir a la guerra".

Además, no olvidemos nunca que son países imperialistas. En pocos años pueden superar décadas de atraso en el terreno militar o en cualquier otro que implique la tecnología de avanzada. En un país atrasado como el nuestro, las cosas son diferentes: cuando el imperialismo yanqui nos obligó a liquidar la industria misilística (el caso del Condor II), logró que no podamos volver a construir misiles por décadas.

Lo que quiero enfatizar con esos pronósticos apocalípticos —tipo "la Unión Económica termina en una guerra"— es que teóricamente debemos elegir entre dos opciones: o hay una ley absolutamente nueva, hija de la "globalización", según la cual están desapareciendo las burguesías nacionales con sus Estados, sus fronteras, sus fuerzas armadas; o siguen en pie las leyes básicas que descubrió el marxismo, tanto en el terreno económico como sociológico y político.

Como yo creo en la segunda opción, veo la situación muy grave porque esta crisis se da en el marco de la derrota del ascenso revolucionario.

Las Tesis de la LIT-CI sostenían que una tercera guerra mundial no era posible, y lo fundamentaban así:

Tres razones nos reafirman el dominio total del imperialismo norteamericano sobre las burguesías nacionales y el resto de los imperialismos:

Primera: La unidad política de todos los explotadores del mundo para enfrentar el ascenso del movimiento de masas. El terror de todos los imperialistas y burgueses al triunfo revolucionario es infinitamente superior a los posibles roces o discrepancias que puedan aparecer. [...]

Segunda: La profunda necesidad que tienen todos, sin excepción, de redoblar la explotación de los trabajadores, para enfrentar su crisis económica. Ella está por encima de cualquier pequeña divergencia sobre la política económica. [...]

Tercera: El poderío económico, si incluimos el control tecnológico y la potencia militar, es abrumadoramente favorable a Estados Unidos. [...]

Estas relaciones interimperialistas, nos llevan a afirmar que no existe ninguna posibilidad real de que las diferencias entre las potencias imperialistas se diriman en una guerra entre ellas.

De los tres factores que señalaban las Tesis, dos han cambiado. Por un lado, con el estallido de esta crisis, que todos aceptan es la más grave de la posguerra, y sobre todo si termina en una depresión mundial, las "divergencias sobre la política económica" dejarán de ser "pequeñas", no en cuanto a explotar a las masas pero sí en cuanto a cómo repartirse el botín. Por otro lado, lo más importante: al haber derrotado al ascenso revolucionario, los burgueses le perdieron el miedo a la revolución social, y ahora pueden dejarse llevar por su tendencia a resolver militarmente las disputas económicas agudas.

Es cierto que las clases, como los individuos, aprenden de sus experiencias. La que más aprende es la burguesía que, a diferencia del proletariado, no necesita de un partido que acumule su experiencia histórica como clase; para eso tiene el poder, sus universidades, sus intelectuales, sus miles de millones para la investigación. Y las dos guerras mundiales fueron trágicas para la burguesía por sus consecuencias revolucionarias. Pero la burguesía tiene una limitación que le impide ser cabalmente científica: su propio carácter de clase, el ser un sector social que vive para conseguir ganancias. Y eso, a la hora de las crisis, cuando las ganancias se esfuman y se empieza a perder plata, es más poderoso que cualquier teorización sobre los peligros revolucionarios —e incluso de desaparición de la Humanidad por una guerra nuclear— que entrañan las crisis y las guerras.

Por eso creo que hay que hacer todo un desarrollo programático que tome el problema de las guerras. En el CITO ya enfrentamos en concreto este problema con la guerra Perú-Ecuador. Tuvimos que resistir la presión nacionalista, que fue muy fuerte en los dos bandos. En Ecuador, por ejemplo, no era fácil contestar al argumento: "somos un país chiquito y los peruanos nos agredieron". Lo resolvimos bien: los camaradas peruanos y ecuatorianos desde el principio denunciaron al propio gobierno, a la propia burguesía y a todo lo que había que denunciar. De lo que se trata es de tener claridad teórica de que fue una guerra interburguesa, donde no tenía ninguna importancia si un país era más chico o más grande ni quién atacó primero, y la única política posible era la de Lenin: convirtamos la guerra de rapiña en guerra civil contra nuestras propias burguesías y gobiernos.

La semicolonización

Otro elemento nuevo es el salto en la semicolonización de los países capitalistas atrasados y de los Estados en los que se había expropiado a la burguesía. La semicolonización no es nueva, es tan vieja como el imperialismo. Lo nuevo es el salto.

Pero ahora, el fenómeno que se ve es que los capitales imperialistas ya no invierten en empresas, invierten para prácticamente comprar países: el petróleo, las comunicaciones, el correo...

Primero, los que compran todo eso son empresas. Segundo, eso lo hicieron siempre; en la Argentina, durante la "década infame" (desde 1930 hasta fines de la Segunda Guerra Mundial) los ingleses eran propietarios de los teléfonos, los ferrocarriles, los tranvías, la electricidad, los frigoríficos..., y tenían amarrado al país a través de un pacto terrorífico, casi colonial, llamado "Roca-Runciman". Ese proceso retrocedió en varios países del mundo como consecuencia de la revolución colonial y ahora volvió a avanzar por la derrota del ascenso.

¿Volvemos a un proceso colonial?

Si eso ocurriese, habría una extinción del Estado-nación, pero sólo en los paises atrasados; en el otro polo, se fortalecerían enormemente los Estados-nación imperialistas. Hoy, sin llegar a ser colonias, es evidente que los Estados nacionales de los países atrasados se han debilitado, y los imperialistas son más poderosos que, por ejemplo, después de Vietnam.

Pero no es necesario ser colonia para que el imperialismo domine casi totalmente la economía de un país atrasado. La Argentina no era una colonia inglesa, sino una semicolonia. Colonias de los imperialismos de Europa y de Japón fueron la India, casi toda Africa, casi toda Asia, hasta que las revoluciones coloniales expulsaron a esos imperios en forma más o menos violenta o negociada.

El imperialismo yanqui, en cambio, nunca fue un imperio territorial. Siempre fue un imperialismo económico que se apoyaba en su fuerza militar, no un imperio con virreyes o gobernadores designados en Washington. Que, como parte del proceso de decadencia imperialista, se convierta en un imperio territorial, invada países y los convierta en colonias, es una hipótesis teórica que no se puede descartar, pero por ahora no veo síntomas de que vaya hacia allá. Mientras tanto, las semicolonias seguimos siendo semicolonias, no colonias.

El problema es que la definición de semicolonia es muy amplia. La Argentina era semicolonia en la época de la "década infame", cuando los ingleses eran propietarios de los resortes fundamentales de la economía y un ministro de Relaciones Exteriores "argentino" definió a nuestro país como una "joya de la Corona británica", y también era semicolonia relativamente independiente en la época de Perón, cuando los ingleses se habían retirado por debilidad y Perón no dejaba entrar a los yanquis. Es evidente que la relación con el imperialismo no era la misma, y no es un problema sólo cuantitativo: por algo la Argentina bajo Perón sufrió un bloqueo de los yanquis similar al que hoy aplican contra Cuba, y por algo Perón fue derrocado por un golpe de Estado promovido por los yanquis.

Yo veo un proceso mundial que hace que cada vez más países semicoloniales estén viviendo sus propias "décadas infames". Podemos tratar de avanzar más y elaborar categorías teóricas para distinguir una relación de la otra. Pero siempre manteniendo que todo país capitalista atrasado, no imperialista, mientras tenga su propio Estado, sus propias fuerzas armadas, etcétera, es semicolonial, no colonial, y eso expresa la existencia de una burguesía nacional, que no deja de serlo por más sometida y asociada que esté al imperialismo.

Si abandonamos esta definición corremos el peligro de sorprendernos cuando haya bruscos cambios en la realidad. Hoy en América latina, con la excepción de Cuba, no hay gobiernos que intenten mantenerse más o menos independientes del imperialismo, como los hubo aquí y en el mundo cuando el auge del peronismo, el nasserismo en Egipto, el varguismo en Brasil, etcétera. Pero esto no tiene por qué ser eterno. Vamos a ver qué pasa si hay una depresión mundial como la de los años 30.

Para poner los conceptos teóricos al rojo vivo, no porque yo crea que se va a dar , siempre digo que Martínez de Hoz, ese oligarca ultraconservador y agente y socio del imperialismo, puede convertirse en medio de una crisis en un "nacionalista" furioso. El es dueño de la siderúrgica Acindar, y le va bastante bien tanto en el mercado interno como en la exportación, porque el acero argentino es competitivo. ¿Qué va a pasar si se hunde todo? El no puede mandar los altos hornos por Internet a un banco suizo. O los cierra, o los vende a precio vil, o se hace proteccionista y "antiimperialista" para no perder ese capital.

Insisto, éste es un ejemplo para discutir la teoría que hay detrás, no un pronóstico. La burguesía argentina es una de las más cipayas del mundo. Con la convertibilidad (que es la paridad uno a uno del peso con el dólar respaldada en divisas fuertes y establecida por ley del Congreso), renunció prácticamente a manejar uno de los atributos centrales del Estado-nación "soberano": la moneda.

Lo que importa, como siempre, son las conclusiones programáticas. Algo hemos avanzado cuando definimos el carácter imperialista y colonizador del NAFTA, Maastricht, etcétera. Y siempre debemos tener presente el gran acierto que tuvimos en la LIT-CI con el no pago de la deuda y el planteo de la Segunda Independencia. Pero hay bastantes cuestiones nuevas que debemos estudiar y a las que debemos responder en nuestro programa, empezando por tratar de hacer una definición marxista, no descriptiva, de lo que yo llamo "segunda década infame", así como de la semicolonización de los países donde se había expropiado a la burguesía.

Las tendencias bonapartistas y fascistas

El otro problema que vemos es el de los regímenes políticos. Si la crisis se generaliza, inevitablemente la burguesía y el imperialismo van a tender cada vez más a regímenes bonapartistas, totalitarios, fascistoides, porque es una necesidad para los explotadores.

La burguesía derrotó el ascenso y empezó a restaurar el capitalismo en el Este, pero ¿por qué vía lo hizo? No fue con una contrarrevolución sangrienta, sino esencialmente con los mecanismos de la democracia burguesa. Y pensar que las cosas podían quedar así traía un problema, que para mí era serio teórica y políticamente: creer que el capitalismo puede triunfar y consolidar ese triunfo por la vía de la democracia burguesa.

Creemos lo contrario, que la contrarrevolución capitalista no se va a quedar parada, va a seguir golpeando para intentar llevar la derrota hasta el fin, porque en el mundo sigue habiendo resistencia y —por más que estén en manos de burócratas de la peor calaña— sigue habiendo sindicatos, y el capitalismo, si sigue la crisis económica, va a tratar de terminar de una vez por todas con esos obstáculos. Entre la derrota de la revolución alemana a principios de los años 20 y la culminación de la ofensiva nazi a mediados de los años 30, hubo todo un período de un régimen semiparlamentario-semibonapartista que preparaba el fascismo pero no era el fascismo: la República de Weimar. Creo que estamos viviendo algo parecido a escala mundial, lo cual no quiere decir que un nuevo nazismo vaya a triunfar, sino que debemos tener un programa que nos arme para enfrentar y derrotar una creciente ofensiva física, militar, de la contrarrevolución.

También en esto corremos el riesgo de ser unilaterales o de confundir una hipótesis o una tendencia todavía no generalizada con la realidad, y eso es muy peligroso, nos puede llevar al oportunismo frente a los regímenes democrático burgueses y a los pactos de paz de la contrarrevolución con las direcciones traidoras. Hoy por hoy, la burguesía sigue usando sobre todo esos métodos de la reacción democrática, como lo muestran el gobierno de Mandela en Sudáfrica; los regímenes democráticos que restauran el capitalismo en los países bálticos, Polonia, Checoslovaquia, Hungría...; los pactos de "pacificación" con el IRA, el que se trata de hacer con la ETA en España, el intento de mantener el que firmó Arafat con los sionistas, el que trata de arreglar el nuevo gobierno colombiano con la guerrilla.... Y nosotros tenemos que seguir peleando contra esos pactos y contra esos regímenes democrático burgueses en donde hay que hacerlo.

Pero hay otros lados donde no es así. En casi toda el Africa, donde el desastre económico es terrible, los regímenes son brutalmente totalitarios. Las milicias yanquis son un salto en los elementos fascistas que ya había en Estados Unidos, porque han adquirido un carácter militar (aunque el régimen político no es fascista: sigue siendo democrático burgués). Y, como ya dijimos, a partir de la Guerra del Golfo el imperialismo ha dado un paso muy importante en la fascistización de su política internacional, lo cual, tarde o temprano, va a tener consecuencias en los regímenes nacionales.

Dos visiones radicalmente opuestas de la situación

Vemos a muchos honestos luchadores sindicales o de izquierda que, ante cada huelga o levantamiento popular, creen que está cambiando la relación de fuerzas entre las clases a escala mundial. Estas expectativas, que son muy explicables porque a nadie le gusta una situación de retroceso, son alimentadas por la casi totalidad de las organizaciones que se reclaman trotskistas, al menos las que conocemos.

En Correo Internacional —órgano de la LIT-CI que responde a la orientación del PSTU brasileño— Nº 74, Eduardo Almeida escribe:

Estamos iniciando un período de grandes conmociones sociales que pueden generar ascensos revolucionarios en el marco de la crisis del neoliberalismo y de la caída del aparato [stalinista].

Pedro Fuentes, del MST argentino, describe así la realidad:

Un nuevo ciclo recesivo se presenta muy crítico para el imperialismo a consecuencia de [...] la agudización de la lucha de clases [...]

Estamos en el período en que se presentan condiciones de actuar abiertamente hacia las masas y presentar firmemente una alternativa a las direcciones oportunistas y traidoras

Emilio Albamonte, del PTS, escribe en Estrategia Internacional N° 9:

En el mundo, o por lo menos en gran cantidad de países, estamos viviendo una situación pre-revolucionaria, preparatoria, donde los ataques renovados del capital producto de la profundización de la crisis económica son respondidos con una tendencia de las masas a unificarse [...]

Se ha profundizado la crisis del capitalismo y las masas han profundizado a su vez su combate. [...] la colaboración acrecentada entre contrarrevolucionarios es expresión de debilidad de los reformistas —ante la crisis extrema del stalinismo— y no de su fortaleza.

Los tres análisis tienen una base común:

  1. En el terreno objetivo, se sostiene que la crisis indefectiblemente generará "ascensos revolucionarios", o un una situación "muy crítica para el imperialismo a consecuencia de la agudización de la lucha de clases", o ya ha generado "una situación pre-revolucionaria" caracterizada por "una tendencia de las masas a unificarse".
  2. En el terreno subjetivo, estamos de parabienes por "la caída del aparato stalinista" y la "debilidad de los reformistas".

Nosotros, por el contrario, no vemos un proceso en el cual habrá cada vez más huelgas y más levantamientos, y así, gradualmente, volveremos a vivir un ascenso revolucionario mundial que, para mejor, no tendrá el obstáculo de las direcciones traidoras, que están prácticamente liquidadas. Vemos la dinámica opuesta, donde lo central va a ser —ya está siendo— una situación calamitosa, de sufrimientos espantosos para las masas, por el hambre, las guerras, la opresión nacional y las dictaduras. Eso no quiere decir que no habrá "conmociones sociales" y grandes luchas; las habrá y ya hay algunas. Pero también las hubo en la etapa mundial más negra que vivió la clase obrera en toda historia, la de la ofensiva fascista, en medio de la cual se dieron la revolución y la guerra civil españolas y la huelga general francesa.

Lo que no creemos para nada es que nuestra clase se recupere así nomás de una derrota muy dura como la que está sufriendo con el proceso de pérdida de la conquista revolucionaria más extraordinaria que había logrado: la destrucción del Estado burgués y la expropiación de la burguesía en un tercio del planeta. A este "pequeño" hecho, nuestros escritores no le dan la menor importancia. A la hora de analizar la situación objetiva, para ellos no pasó nada o casi nada.

Quien lleva al extremo esta forma de pensar es Andrés Romero, del MAS argentino. Para él, lo mejor que pudo pasar es que cayeran los Estados obreros burocráticos. En su libro Después del estalinismo, Romero define así el carácter de todo el proceso de posguerra:

En la URSS, la destrucción de la democracia obrera basada en los soviets, determinó que las formas económicas instauradas con la Revolución de Octubre [la nacionalización y la planificación] , fueran degeneradas y sirvieran como engranajes de un sistema —tal vez sería más correcto hablar de un subsistema , porque no quebró su dependencia de la Economía-mundo modelada por el imperialismo y se mantuvo en última instancia tributaria del modo de producción capitalista—, cuyo contenido económico y social era categóricamente antiobrero y antisocialista (págs. 93-94).

Con la zaga de la victoria sobre el nazismo, en Europa y en el mundo semicolonial hubo revoluciones y transformaciones democráticas, agrarias, nacionales y antiimperialistas, e incluso, hubo expropiaciones y experiencias no capitalistas. [...] Decir lo anterior no está en contradicción con nuestra afirmación de que en esos países no hubo [...] un genuino impulso hacia transformaciones socialistas (pág. 85).

El sistema económico surgido de la contrarrevolución estalinista en la década del 30 se expandió [...] hasta abarcar un tercio de la humanidad (pág. 93, todos los enfatizados son nuestros).

Para Romero, todas las revoluciones de posguerra que expropiaron a la burguesía y al imperialismo no tuvieron nada que ver con la revolución socialista. Las "transformaciones" a que dieron lugar no fueron "un genuino impulso hacia transformaciones socialistas", sino todo lo contrario: China, Vietnam, Cuba, etcétera fueron la "expansión" de un "sistema económico" "categóricamente antiobrero y antisocialista", que, en realidad, no era más que un "subsistema" del capitalismo imperialista. Dicho de otra manera, lo que se "expandió" no fue la revolución sino la contrarrevolución.

A Romero no le interesan algunos "pequeños detalles", como que la expropiación de la burguesía y el imperialismo fue el resultado de movilizaciones colosales de las masas explotadas, de un proceso de terribles guerras antiimperialistas y civiles que culminaron en la destrucción del Estado burgués, empezando por su columna vertebral, las fuerzas armadas. Tampoco se para a explicar por qué el imperialismo estuvo al borde de aniquilar a la Humanidad en una guerra nuclear contra esos "subsistemas" del propio imperialismo.

Todo esto es, para decirlo en términos argentinos, una "chantada" (chapucería en el castellano de la Real Academia Española) teórica. Pero tiene la virtud de que hace explícito el pensamiento implícito de todos los que se niegan a dar a esa derrota la magnitud que en realidad tiene. Por eso, donde ellos ven una actual o próxima ofensiva de las masas, nosotros vemos un recrudecimiento feroz de la ofensiva de la burguesía y el imperialismo contra las masas.

A la inversa, estos escritores dan una importancia tremenda a lo ocurrido con los Estados obreros burocráticos en el terreno subjetivo. Todos dicen que las direcciones traidoras están más débiles que nunca antes. Pedro Fuentes agrega:

La situación también actúa sobre la conciencia de amplios sectores, aumentando el descrédito de los dirigentes por sus traiciones y provocando avances en la conciencia antiimperialista y anticapitalista.

También aquí vemos todo al revés. Vemos a las direcciones traidoras más débiles en relación a la burguesía, y por eso más serviles que nunca hacia ella. Pero las vemos mucho más fuertes en relación a la base obrera, justamente porque ésta ha sufrido un golpe muy duro, y eso permite que los burócratas la controlen más fácilmente.

En contra del esquema intelectual, según el cual la clase obrera puede avanzar en la conciencia sacando conclusiones de las derrotas, Moreno decía que sucede exactamente lo contrario: las derrotas atrasan la conciencia. Los revolucionarios organizados en un partido podemos aprender de las derrotas, no la clase obrera.

Por eso no creemos que el derrumbe del stalinismo y las traiciones sistemáticas puedan generar fenómenos progresivos en la conciencia, porque ese derrumbe no lo provocaron las masas con una revolución victoriosa sino los triunfos de la burguesía sobre los trabajadores, y porque esas traiciones siguen causando más derrotas.

Cuando a un tipo le pegan con un palo en la cabeza queda confundido, con menos capacidad de pensar que antes, no más lúcido. Y por eso siempre se da la ley que descubrió Trotsky: cuando empieza un nuevo ascenso, los trabajadores van a las organizaciones tradicionales, las mismas que fueron culpables de la derrota anterior, no a las organizaciones revolucionarias. Sólo el ascenso, la lucha, da las condiciones para que el partido revolucionario pueda ayudar a la clase obrera a avanzar en la conciencia. No nos preparamos para la perspectiva de un imposible éxito inmediato, sino que nos reeducamos y educamos a los compañeros más jóvenes en el trabajo tenaz de construcción del partido para dirigir la toma del poder.

En lo que sí confiamos es en que la clase obrera y las masas reaccionarán con furia incontenible cuando el salvajismo de la burguesía se desate hasta sus peores extremos. Así ha ocurrido en los dos ascensos revolucionarios generalizados de este siglo: fueron las calamidades de la Primera Guerra Mundial las que generaron la reacción revolucionaria que condujo al triunfo de la Revolución Rusa; fueron las catástrofes del nazismo y el estallido de la Segunda Guerra Mundial lo que detonó el ascenso revolucionario más grande que haya conocido la Humanidad, que expropió a la burguesía en un tercio del planeta.

Un auténtico revolucionario no debe vivir de ilusiones ni alimentar —es decir, envenenar— con ilusiones a los trabajadores. Si lo que estamos diciendo sirve para algo, es para denunciar violentamente y explicar con frialdad científica a los trabajadores quién es el culpable de los sufrimientos actuales y de los aún mayores que nos reserva el futuro. No analizamos en forma científica, marxista, los fenómenos para ponernos contentos si acertamos. Lo hacemos para llevar la verdad a los trabajadores, una verdad tan inhumana, tan bestial, que el solo hecho de que la conozcan servirá para acicatear el odio más feroz contra los explotadores, el odio de clase, sin el cual jamás se hará una revolución. Y lo hacemos para proponerles líneas de acción para aniquilar a ese enemigo de clase, borrarlo de la faz de la tierra, tomar el poder y empezar a construir una sociedad mejor, verdaderamente humana, la sociedad socialista. Esas líneas de acción son nuestro programa revolucionario.

V. Algunas conclusiones políticas

Puede ser que mis pronósticos "apocalípticos" estén equivocados, y no pretendo que el CITO apueste sus cartas a ellos. Pero las calamidades que yo preveo ya existen hoy, y se agravan. Y si ésta es la dinámica, nuestro programa y nuestra política deben responder a esa realidad, no pueden ser idénticos a los que habíamos elaborado y llevado a la práctica para el ascenso revolucionario. Hemos venido avanzado en la reelaboración de nuestro programa desde que comenzamos la pelea contra el revisionismo hasta la última Conferencia del CITO, y el único propósito de todo lo que planteamos ahora es ver si ayuda a que demos un pasito más en ese camino.

Repitiendo una frase de Lenin, lo primero que debemos hacer es advertir a los trabajadores sobre "la catástrofe que nos amenaza y cómo combatirla". Y el "cómo combatirla" significa dar una respuesta que, antes de ponernos a discutir ninguna sutileza táctica para "lo cotidiano", tiene que ser programática.

Nuestro programa revolucionario es lo que nos distingue del resto de lo que todavía se llama "izquierda", incluidos los "trotskistas" escépticos, que son la gran mayoría. El fenómeno abrumadoramente dominante en lo que todavía se autodenomina marxismo, es que el triunfo de la burguesía mundial sobre el ascenso revolucionario de la posguerra los condujo a la derechización en todo sentido, incluyendo el terreno teórico e ideológico. Este proceso, que nosotros definimos como revisionista, tiene como elemento común, justamente, el abandono de la elaboración de un programa revolucionario y de la construcción de una organización leninista para llevarlo a la práctica.

El eje económico-social de nuestro programa:
expropiar a la burguesía y al imperialismo

Desde el punto de vista más superficial, la forma en que se expresa el revisionismo en este terreno es más o menos así: "Después del fracaso del «socialismo real», tenemos que tener mucho cuidado de no decir nada que suene ni siquiera parecido a lo que pasó en esos países, porque si nosotros decimos «estatización» todo el mundo va a estar en contra".

Altamira, el máximo dirigente del Partido Obrero, escribe sin avergonzarse que no hay que plantear la expropiación de la burguesía como consigna transicional, sino todo lo contrario: hay que decirles a los trabajadores que hasta que no tomen el poder jamás tienen que plantear la estatización de una fábrica, por más que cierre y los deje a todos en la calle, porque es una consigna burguesa porque el Estado es burgués. No es de extrañar, ya que Altamira dijo exactamente lo mismo de nuestra consigna de no pagar la deuda externa: se negó a levantarla porque era burguesa; después el proceso objetivo lo obligó a pronunciarse por el no pago.

La adaptación política a la opinión pública pequeñoburguesa tiene consecuencias prácticas. Un buen ejemplo es lo que está ocurriendo en el conflicto desatado por la quiebra del Banco Mayo, donde el MAS argentino tiene gran influencia sindical. El número 567 de Solidaridad Socialista, el periódico del MAS, le dedica la portada, toda la página editorial y toda la última página a ese conflicto, y en ninguna parte plantea que hay que nacionalizar al Banco Mayo bajo control de los trabajadores. Dice que hay que luchar contra la propiedad privada, que hay que expropiar a toda la banca, etcétera, etcétera, pero no dice que hay que expropiar el Banco Mayo. Es decir que, igual que Altamira, el MAS no plantea la expropiación en forma transicional sino como parte del "programa máximo" para después de hacer la revolución socialista. Ojalá les pase lo mismo que a Altamira con la deuda externa y la realidad los obligue a levantar una política revolucionaria.

Nosotros somos diferentes. Cuando ya estábamos en el CITO, nos tocó jugar un rol de dirección en una de las tres plantas de una fábrica metalúrgica, que cerró. Tuvimos mil diferencias entre nosotros: de táctica, de orientación..., pero todos estábamos de acuerdo en un punto: exigir la nacionalización de la empresa bajo control de los trabajadores. Sabíamos que no había ninguna posibilidad de que esa fábrica fuera estatizada, ni aunque nosotros hubiésemos dirigido las tres plantas y todos los obreros hubiesen sido trotskistas, porque la relación de fuerzas a nivel nacional era totalmente desfavorable a la clase obrera. Pero como partido revolucionario teníamos que plantear que ésa era la única salida al problema.

No es ésa la posición de la gran mayoría del trotskismo argentino y sospecho que mundial. En general, están en contra de que se estaticen las cosas, y nosotros tenemos que estar a favor de que se estaticen. Si una empresa cierra o despide, tenemos que plantear que se expropie la fábrica sin indemnización, que pase a ser del Estado y que pase a ser controlada por los trabajadores, y ésa era la única forma de construir el partido.

Esto está ligado a una discusión mucho más grande. No es solamente al problema del programa sino también al problema de cómo se construye el partido. Sabemos que ésa no es la respuesta táctica al conflicto, pero sabemos también que no se puede construir un partido revolucionario si no se da la consigna de transición para los problemas, aunque sea una consigna "inaplicable".

Esto en el terreno de la lucha de clases. Cuando se trata de propagandizar el programa, los revisionistas sí levantan algunas consignas de transición, pero sólo en la medida en que se pueden aplicar en forma reformista. Todo el mundo está de acuerdo en bajar la jornada de trabajo —una consigna del Programa de Transición— "como en Alemania, Francia, etcétera". Pero eso tiene algunos problemas: aunque se pudiera hacer en Alemania por algún tiempo, en Indonesia no se puede hacer, sospecho que no se puede hacer en Rusia. Mejor dicho, se puede hacer haciendo una revolución y para eso tenés que tomar el poder, que no es poca cosa. Entonces, si estamos propagandizando el programa, plantear esta cuestión desvinculada del problema de la revolución, de la dictadura del proletariado, es un engaño monstruoso. Esto no quiere decir que no haya que plantearlo, pero en serio como consigna de transición, como puente hacia la necesidad de la toma del poder.

La derrota de los últimos tiempos ha hecho que la gente piense que estatización es lo mismo que la URSS. Nosotros podemos denunciar las calamidades del capitalismo, pero, por otro lado, el programa que planteamos también choca contra hechos que han impactado en la conciencia de la gente: "el socialismo y la estatización fracasaron". Lo mismo con las empresas privatizadas. Tenemos que plantear que vuelvan a ser nacionalizadas. Que Aerolíneas Argentinas vuelva a ser lo que era. ¿O siempre tenemos que decir "bajo control obrero"?

Nosotros, como programa, levantamos la estatización con control obrero. Tenemos en cuenta que ni YPF ni Aerolíneas eran la gran cosa. Y no ponemos un signo igual entre la estatización hecha por la revolución socialista a través de la violencia revolucionaria, la destrucción del Estado burgués y sus fuerzas armadas y la expropiación general de la burguesía, y las estatizaciones que hacen los Estados burgueses. A Andrés Romero no le parece importante la acción de las masas, la guerra civil, la destrucción del Estado burgués y de la burguesía como clase, para definir el carácter de los Estados que surgieron de esos procesos. Nosotros no podemos usar el mismo método de Romero y aplicarlo en sentido opuesto: todas las estatizaciones son iguales, no importa qué clase social las hizo ni si son o no producto de una revolución. Por eso planteamos estatización con control obrero, como una forma de educar a la clase en tres conceptos muy importantes: 1) la burguesía no es imprescindible para que funcione la producción; 2) los obreros pueden dirigir la producción mucho mejor que los burgueses; 3) por eso pueden y deben tomar el poder.

Otro ángulo del problema es que, desde el proceso iniciado por Reagan y Thatcher y que culminó con la restauración del capitalismo en los Estados obreros, los propagandistas de la burguesía sembraron profundamente la idea de que estatización es sinónimo de ineficiencia, mientras que propiedad privada y competencia son sinónimos de eficiencia. Pero el hecho histórico es que hubo muchísimas empresas estatales que fueron altamente eficientes, como por ejemplo el Correo, la siderúrgica Somisa, Aerolíneas... Después, cuando la burguesía decidió que quería quedarse con el negocio o hundir a esas empresas porque le hacían competencia, el gobierno de turno se dedicó a destruirlas meticulosamente, logró que produjeran pérdidas millonarias y que los servicios que prestaban no satisfacieran a nadie, y así impuso la "necesidad" de la privatización.

Tenemos que explicar también esto y plantear que esas empresas deben ser renacionalizadas. Pero en esta situación nosotros tenemos que propagandizar siempre el programa socialista revolucionario, y por eso plantear siempre lo del control obrero.

El eje político-social de nuestro programa:
la dictadura revolucionaria del proletariado

El otro punto central de nuestro programa debe ser que, para expropiar al imperialismo y a la burguesía, la clase obrera dirigida por un partido revolucionario debe hacer una insurrección y tomar el poder, es decir, instaurar el régimen de la dictadura revolucionaria del proletariado. Es otro concepto tradicional del marxismo revolucionario que ha sido abandonado por los revisionistas. Veamos qué dice ahora Andrés Romero de la dictadura del proletariado:

El concepto de dictadura del proletariado ha sido completamente desacreditado por todo lo que el estalinismo hizo en su nombre. Más allá de la dificultad y la discutible utilidad de aferrarnos a esa formulación , es preciso reivindicar el contenido y las implicaciones que le dieron los fundadores del marxismo revolucionario: la efectiva constitución del proletariado en clase dominante. [...] Ampliación y profundización de la democracia desde abajo y directa; predominio de la mayoría obrera y popular sobre la minoría burguesa, convirtiendo a los trabajadores en clase dominante; y progresivo predominio de lo social sobre lo político con la desaparición del Estado, son tres dimensiones inseparables de la transición. (pág. 268).

Traducción de la primera frase: "Como el stalinismo «desacreditó» a la dictadura del proletariado y eso hace «difícil» defenderla, es «inútil» mantenerla en nuestro programa". Una auténtica confesión de Romero sobre la regla fundamental de su "teorización": no chocar con la "opinión pública".

En cuanto a la definición, no tiene nada que ver con la de Lenin ni con la que manejábamos en la LIT-CI de Moreno. Hasta la Revolución Rusa, todo el marxismo podía firmar la definición que hace Romero. Pero el período en que existió la única dictadura revolucionaria del proletariado que conoció la Humanidad (desde octubre de 1917 hasta el triunfo de la contrarrevolución stalinista siete años después) dejó lecciones que fueron teorizadas por el propio Lenin y por Trotsky, y que recogió y desarrolló Moreno en su trabajo La dictadura revolucionaria del proletariado. Las más importantes son:

1) Para tomar y ejercer el poder no basta con los organismos de democracia obrera revolucionaria (los soviets), también hace falta un partido que sea revolucionario por su programa y por su organización, es decir, que sea como el Partido Bolchevique de Lenin.

2) Como la toma del poder se da a nivel nacional, el nuevo Estado sufrirá inmediatamente la agresión política, económica y militar del capitalismo imperialista y, por eso, no comenzará a "desaparecer" desde el primer día sino que se verá obligado a fortalecerse para derrotar esos ataques y, sobre todo, para convertirse en herramienta para el desarrollo y triunfo de la revolución a escala mundial. Sólo después de aniquilado el imperialismo comenzará la "disolución" del Estado obrero revolucionario.

En síntesis: hasta el triunfo de la revolución mundial seguirá predominando lo "político-social" sobre lo "económico-social", que es exactamente lo opuesto de lo que dice Romero. Esta es una ley de hierro, objetiva, no un producto de la "vocación totalitaria" de Lenin, y el que la ignore es un derrotista de la peor calaña. La única forma de que no se cumpla o se atenúe es que la revolución se haga primero en Estados Unidos.

Pero Romero no es una voz en el desierto. Es sólo una de las vertientes del multitudinario movimiento revisionista que se genera con la derrota y que expresa un escepticismo total sobre la posibilidad de hacer la revolución y una adaptación a la ideología burguesa dominante. Por eso, aunque todos ellos critican a Fukuyama, podríamos llamarlos "Fukuyamas del marxismo". Lo que une a todo este movimiento es la sustitución de la dictadura revolucionaria del proletariado por la "autoorganización", que es la versión "obrera y socialista" del "triunfo de la democracia capitalista" de Fukuyama.

Un buen exponente de esta ideología, a quien muchos consideran una eminencia en el terreno de la economía, es François Chesnais, que se reclama marxista. Chesnais hace una crítica muy dura del capitalismo actual, que no hemos tenido tiempo de estudiar en profundidad. Pero en su artículo Una conmoción en los parámetros económicos mundiales y en las confrontaciones políticas y sociales, cuando llega a la política dice lo siguiente:

Frente a la emergencia [un crack bursátil internacional que desemboque en una crisis económica mundial] , será preciso estar en condiciones de decir a los asalariados y desocupados lo que debe hacerse y cómo hacer para lograrlo, y ser capaces incluso de tomar las cosas en las propias manos.

La elaboración de un programa de acción para las masas [...] debe integrar también una reflexión sobre las condiciones de la autoorganización ante a una situación de este tipo. [...] es preciso hacer todo lo posible para que, si existe crack, éste no sea abordado como una "calamidad" sino como un acontecimiento que abriría la posibilidad de devolver a todos los que sufren las consecuencias de la dominación capitalista, la esperanza de construir un sistema económico y social que responda a sus aspiraciones y necesidades.

En síntesis, hay que plantear un "sistema económico y social" diferente del capitalista, que podrá aplicarse si hay un suficiente desarrollo de la "autoorganización". Ni una palabra categórica sobre hacer la revolución socialista y, para eso, construir el partido leninista.

¿Cómo es eso de la autoorganización?

Los que dicen que la panacea es la autoorganización arrancan de un hecho cierto: en Rusia hubo soviets, que no los creó el partido sino los obreros, los soldados y los campesinos. Y añaden: "Los soviets eran ultrademocráticos, pero el canalla de Lenin puso por encima de ellos un partido totalitario y burocrático; por eso, lo único que rescatamos de la Revolución de Octubre son los soviets, la autoorganización". Y entonces, esta gente esconde su escepticismo frente a la clase obrera y a la capacidad de los marxistas revolucionarios para organizarla y dirigirla para que tome el poder, con un falso optimismo de pequeñoburgueses de sala de conferencias o de tertulia de "opinadores", y dicen: "los trabajadores harán ... su autoorganización, harán ... el socialismo, harán ... mil cosas". Que sólo es una manera de decir: "Nuestro papel en el mundo es «teorizar», no nos pidan que nos propongamos nosotros revolucionar el mundo, eso lo harán ... otros, los trabajadores autoorganizados".

Y si avanzan un poco más llegan a lo de Socialismo Revolucionario de Italia, donde ya ni siquiera son los trabajadores con sus soviets sino la "sociedad civil". Y se olvidan de que, para Marx, la "sociedad civil" era la sociedad burguesa:

El Estado político pleno es, por su esencia, la vida genérica del hombre por oposición a su vida material. Las premisas de esta vida egoísta se mantienen todas en pie, al margen de la esfera del Estado, en la sociedad civil , pero como cualidades propias de ésta. Allí donde el Estado político ha alcanzado su verdadero desarrollo, el hombre lleva, no sólo en el pensamiento, en la conciencia, sino en la realidad , en la misma vida, una doble vida, una celestial y otra terrenal: la vida de la comunidad política , en la que se considera como ser colectivo, y la vida de la sociedad civil , en la que obra como particular, ve en los otros hombres medios suyos, se degrada a sí mismo como medio de los otros y se convierte en juguete de poderes extraños. (Marx, "Sobre la cuestión judía", en Carlos Marx - Federico Engels, Obras fundamentales, Tomo I, "Marx - Escritos de juventud", Fondo de Cultura Económica, México, 1982, pág. 470, énfasis del autor.)

Precisamente de esta sociedad burguesa podrida es de lo que hablan todos los que proponen como factor de transformación de la sociedad a la "sociedad civil", al "tercer sector" o a las "organizaciones no gubernamentales". Y por eso Socialismo Revolucionario de Italia termina apoyando alguna forma de bonapartismo burgués con apariencia democrática con el discurso de que, "como somos democráticos, queremos plebiscitos para todo", porque en los plebiscitos se expresa la voluntad de la "sociedad civil". En vez de decir que en su propio país se plebiscitó si se mantenía o no el salario mínimo, y se votó que no, y que la conclusión que tienen que sacar los obreros es no permitir a ninguna otra clase social votar sobre nada que ataña a los obreros.

Defender el régimen de la dictadura revolucionaria del proletariado, el régimen de los soviets y el Partido Bolchevique en vida de Lenin, tal cual fue y no en la versión light que ahora quieren vender los que se han adaptado a la democracia burguesa, es —junto con la expropiación del imperialismo y la burguesía—, el punto fundamental de nuestro programa.

Algunos ejemplos para elaborar un programa y una política de transición

Si tenemos claros estos dos puntos, tenemos claro el objetivo, es decir, tenemos claro que todo lo demás que planteemos en nuestro programa debe ser transicional hacia la toma del poder y la expropiación de los capitalistas. Con ese método, el del Programa de transición, deberemos elaborar las respuestas a los cuatro grandes problemas que hemos venido señalando: el ataque al nivel de vida de las masas, el salto en la semicolonización, las guerras y las tendencias totalitarias. Y también a todos los demás problemas que no hemos tocado, que el capitalismo genera o agrava, desde la opresión de la mujer y de las minorías, y la marginación y represión a la juventud, hasta la ecología.

Tomemos lo de las guerras interburguesas. No es la misma nuestra política para una guerra entre la revolución y la contrarrevolución y para una guerra interburguesa. Vamos a tener que desempolvar las discusiones sobre política frente a la guerra del ’14 entre Lenin, Trotsky y Rosa Luxemburgo, y ver si encontramos algo de los clásicos sobre guerras entre burguesías semicoloniales.

En la guerra India-Pakistán, cualquiera sea nuestro pronóstico, no les vamos a decir a los trabajadores que inexorablemente esa guerra localizada se convertirá inexorablemente en una guerra total. Pero debemos alertar que, al estar ambos países gobernados por la burguesía en el marco de la crisis económica mundial y del retroceso de la revolución, ese peligro existe , y que la única forma definitiva de evitar que se dé es que los trabajadores de ambos países tomen el poder, convirtiendo la guerra interburguesa en guerra civil , según la vieja y genial fórmula de Lenin. Y allí estaremos en bandos opuestos, no sólo con los chovinistas de ambos países, no sólo con los imperialistas que seguramente, en nombre de la "paz", intervendrán en la guerra para sacar tajada, sino también con los pacifistas de todo pelaje que brotarán como hongos sobre la superficie del planeta gimoteando ante el peligro de que les llueva radioactividad sobre sus "humanitarias" cabezas.

Y debemos aplicar el mismo método si hablamos sobre el Mercosur. No vamos a decir solamente que los países más fuertes lo usan contra los más débiles, y los patrones de todos los países, contra los trabajadores. Vamos a alertar que los burgueses argentinos son unos canallas y los burgueses brasileños son otros canallas, y que hoy son todos "amigos" y opinan que los peruanos y ecuatorianos son unos tarados que se agarran a tiros por un pedazo de selva que no le importa a nadie, pero mañana, si revienta todo por la crisis económica, los burgueses brasileños y argentinos, o los argentinos y chilenos, pueden hacer lo mismo que los ecuatorianos y peruanos: hay peligro de que terminen a los tiros.

Otro ejemplo. Ahora en Inglaterra algunos plantean la renacionalización de los ferrocarriles; nosotros no podemos decir que eso no nos interesa porque el Estado británico es burgués e imperialista, ya que estaríamos apoyando que queden en manos privadas. Deberemos exigir que se renacionalicen sin indemnizar a nadie y que los controlen los trabajadores. Esta es la base programática de nuestra política, lo que la hace principista. Luego, deberemos expresarla de la mejor manera posible si llega a haber una movilización por la renacionalización. Apoyaremos la lucha y participaremos en ella, propagandizando nuestro programa, denunciando a quienes la dirijan por no levantarlo, etcétera. Pero no vamos a decir que esa movilización no sirve porque no levanta nuestro programa y quienes las dirigen son unos traidores.

Toda esta cuestión está llena de peligros, caminamos al filo del oportunismo. Cuando el gobierno argentino intentó privatizar el Banco Nación, la burocracia dijo que había que defenderlo porque daba créditos a los pequeños y medianos empresarios del interior del país que otros bancos no les daban. Nosotros debemos cuidarnos de no emplear esos argumentos. Hay que tener una política de alianza entre la clase obrera y los sectores populares, y podemos defender que la banca estatal dé créditos, por ejemplo, a las microempresas familiares, o a las que tienen cinco empleados o menos. Pero no vamos a apoyar que dé créditos a los patrones medianos, por más "pobres" y del interior que sean. Contra eso, proponemos que ponga la plata para un plan de obras públicas del Estado que absorba a los desocupados.

Tampoco podemos apoyar la política de la burocracia que, cuando un patrón se declara en quiebra, exige que el Estado le dé un crédito para "defender la fuente de trabajo": nosotros exigimos que se lo expropie sin indemnización alguna. Deberemos expresar estos principios en una táctica política si se da o creemos que se puede dar una movilización. Por ejemplo, si todo un pueblo sale a la calle y corta las rutas y se enfrenta a la Gendarmería para evitar el cierre de una fábrica, nosotros vamos a apoyar esa lucha aunque quienes las dirijan estén reclamando un crédito para el patrón. Lo que no podemos hacer no proponer nuestro propio programa ni dejar de denunciar a esa dirección y a su política.

En lo que respecta a los regímenes, no es la misma nuestra política si el ascenso obliga al enemigo de clase a apelar a las concesiones democráticas —lo que hemos llamado "reacción democrática"— para desviarlo hacia las urnas, que si las libertades conquistadas en la situación anterior se ven amenazadas por intentos totalitarios, y eso nos obligará a releer, por ejemplo La lucha contra el fascismo en Alemania de Trotsky.

Esto tiene mucha importancia incluso si el régimen es democrático burgués. No vamos a decir que en Norteamérica no hay democracia burguesa, pero sí vamos a decir que también existen las milicias fascistas. Hoy esas milicias no atacan a la clase obrera sino a lo que ellas consideran símbolos de la decadencia de Estados Unidos, por ejemplo, a las clínicas que hacen abortos e incluso a instituciones gubernamentales, como ocurrió en Oklahoma. Pero el gobierno, salvo en casos extremos, no las reprime, y ni piensa en disolverlas. ¿Por qué? Porque la burguesía sabe que más adelante le pueden ser útiles contra la clase si ésta hace más y más huelgas como la de la General Motors.

Nosotros denunciamos al régimen democrático burgués porque es un monstruoso engaño para convencer a los trabajadores de que no luchen porque pueden resolver sus problemas con el voto. Lo denunciamos también porque refuerza constantemente los aparatos oficiales de represión interna como brazo armado de la burguesía contra las masas. Y también debemos denunciarlo porque es el caldo de cultivo de las bandas fascistas, y ésa es una política consciente de la burguesía. Sólo partiendo de esta política de principios podremos, cuando la realidad lo exija, aplicar la táctica que corresponda, por ejemplo, la unidad de acción en las calles —"hasta con la abuela del diablo", como decía Trotsky— para aplastar físicamente a los fascistas.

Un último ejemplo, relativo a la semicolonización. Nosotros estamos por el no pago de la deuda externa de los países atrasados (que es un ataque a la propiedad burguesa-imperialista), por el monopolio estatal del comercio exterior bajo control obrero, etcétera. Y sólo a partir de allí podemos elaborar una táctica política correcta, que sirva para movilizar. En su momento, apoyamos el plan de los 26 puntos de la CGT que levantaba la moratoria (no el no pago) de la deuda; planteamos todo nuestro programa, pero no lo pusimos como condición para intervenir y participar en todo ese proceso de paros generales, de la gran movilización en Plaza de Mayo. Y si mañana, empujado por la crisis, algún sector burgués dice que hay que establecer el monopolio estatal del comercio exterior, no vamos a decir: "No, porque lo hace la burguesía; hasta que no tomemos el poder que el imperialismo haga lo que quiera en nuestro país". Denunciaremos a la burguesía, le opondremos nuestro programa, pero también buscaremos una táctica para movilizar contra el imperialismo, por el monopolio estatal del comercio exterior.

No nos adaptamos a la conciencia atrasada, luchamos para elevarla a conciencia revolucionaria

Señalamos todo lo anterior para tratar de ilustrar cuál es el método del Programa de Transición. Pero debemos ser conscientes de que, cuando más bajamos del programa hacia los problemas de táctica política, más nos estamos alejando de la realidad actual de la lucha de clases mundial. Hoy, la desgracia de la derrota y el retroceso nos plantea como tarea central la propaganda. Y nuestra propaganda chocará contra el atraso que ha causado esa derrota en la conciencia de los trabajadores.

En nuestro país cualquier trabajador está a favor de volver a la época del proteccionismo y de las empresas privadas subsidiadas por el Estado porque percibe un hecho cierto: con la apertura de la economía se cierran centenares de empresas no competitivas. Pero nosotros no podemos proponer el proteccionismo burgués, ni apoyar a la patronal en crisis que pide créditos al Estado, ni —como hace el MAS con el Banco Mayo— apoyar objetivamente que cualquier otro banco, incluso imperialista, lo compre con la única condición de que no despida personal. Al revés, en nuestra propaganda marcamos a fuego nuestro enfrentamiento a muerte con la patronal y el imperialismo, y les oponemos el socialismo.

Creo que hoy tenemos que salir con nuestro programa a lo bestia, "con los botines de punta", explicándolo lo mejor que podamos pero sabiendo que va a ser muy difícil convencer a quienes nos escuchen por lo que ya explicamos sobre la situación objetiva y el atraso de la conciencia.

Tenemos que explicar que la alternativa es "socialismo o barbarie". Y que la barbarie no es capitalismo, es algo diferente del capitalismo. No es que, porque el capitalismo explota y oprime a los seres humanos, eso sea barbarie. Por algo Trotsky no planteó la cuestión en términos de "socialismo o sigue el capitalismo". Lo que planteó es que o triunfa la revolución socialista, es decir, la Humanidad logra una salida progresiva, superior al capitalismo, o el capitalismo termina de degenerar y deja paso a una cosa todavía más horrible pero distinta, que ya no es capitalismo, y la Humanidad retrocede.

Todo esto tiene un nudo, de tipo teórico-programático —casi es lo mismo en este punto la teoría y el programa—: la política es economía concentrada, que era lo que decía Lenin. Si unimos esto a lo que decía Clausewitz, que la guerra es la continuación de la política por otros medios, todo se hace muy claro: economía-política-guerra, ésa es la unidad del capitalismo. Y a ella tenemos que oponerle la unidad del proletariado, que también es económica, política y militar: expropiación-partido y soviets-insurrección y guerra civil.

Nuestro programa más que nunca va a tener que concentrarse en dos aspectos fundamentales: uno, que estamos por la expropiación de los capitalistas, contra la propiedad privada de los bienes de producción y de cambio, y dos, que estamos por la dictadura revolucionaria del proletariado para hacer la revolución mundial. Nuestra respuesta es: ni es una sociedad diferente en general, ni sólo la autoorganización de los trabajadores. Y ahí planteamos un programa de transición para la revolución socialista y denunciamos a todos los revisionistas que digan que hace falta otro tipo de sociedad sin ponerle nombre y apellido, o que digan que hace falta el socialismo, pero no el de la insurrección, la guerra civil, la dictadura revolucionaria del proletariado y el partido leninista que las organiza y dirige, sino el de la "autoorganización".

Y estamos obligados a construir esa respuesta programática apoyada en las tendencias reales que hoy se dan porque, se revierta o no se revierta, la crisis ya existe y afecta a todos los trabajadores del mundo. Explicarles a nuestros simpatizantes y contactos lo que está pasando y quién es el responsable, decirles que tenemos un programa para combatir y derrotar al capitalismo imperialista, que ésa es la única forma de evitar que esto siga ocurriendo y empeore aun más, y que para llevar a la práctica ese programa estamos construyendo partidos nacionales y una Internacional... ésta es la única forma de construir nuestros partidos.

[Debate]

A mí me parece que, como decís vos, hay una situación nueva que combina elementos de la época del ascenso con cosas nuevas. Pero no me queda claro, por ejemplo, cuánto aprendió la burguesía y adónde quiere ir ahora. La crisis económica hoy es un fenómeno muy importante, pero lo que hay que saber es para dónde va el capitalismo, para saber para qué situación nos preparamos, qué es lo que va a venir para las masas. Yo estoy de acuerdo en que el ascenso terminó, en que hay una derrota. Ahora la único que se mueve es el imperialismo, y los trabajadores y las masas en general, están como mirando qué es lo que va a venir. Hay que estudiar cuándo viene la próxima crisis grande que permita que las masas entren, y prepararnos para ese momento.

A mí me parece que hay una especie de "entre paréntesis" de la historia desde 1917 hasta ahora, y que ahora se cerró el paréntesis y el capitalismo continúa con todas sus crisis, que le son inherentes, con las crisis que provoca el propio sistema. El elemento importante que me falta es cómo juega la lucha de clases hoy.

Mi opinión es que la lucha de clases no juega un rol determinante en esta situación, ni lo va a jugar a corto plazo. Creo que no va a haber un proceso del que se pueda decir: "hubo una derrota pero en algún momento las masas van a empezar a pelear un poco más, después un poco más, después un poco más y va a reaparecer un ascenso". Para mí las consecuencias de la derrota van a ser una crisis catastrófica, y eso es lo que va a crear una situación nueva. Yo creo que va a volver a haber revoluciones. Pero que hoy lo que domina son las leyes internas del desarrollo económico del capitalismo, y que esas leyes van a volver a provocar una catástrofe como la de 1914 o como la de los años 30.

Y eso es lo que va a generar los procesos revolucionarios y su polo opuesto, la contrarrevolución más feroz, que también puede ganar y destruir todo. Es decir, una nueva situación de lucha de clases muy aguda. Porque lucha de clases no quiere decir sólo revolución, sino también contrarrevolución; es lucha entre la revolución y la contrarrevolución, y ésta última quiere decir fascismo o una nueva variante del mismo signo. Y el resultado no es inevitable en ninguno de los dos sentidos, Nosotros peleamos para que gane la revolución y los burgueses para que gane la contrarrevolución.

Puedo estar totalmente equivocado, ojalá que lo esté. En determinados puntos donde la crisis se hace catastrófica se producen fenómenos de la lucha de clases. La huelgas en Corea venían de antes, pero se hicieron más duras y poderosas después de la crisis. No sabemos si había o no luchas en Indonesia, pero con el estallido de la crisis hubo una sublevación popular. En Albania se dio hace un año (y ahora se está dando de nuevo) un proceso parecido. En Ecuador una gran movilización derrocó al presidente Bucaram. Por ahí mañana se enojan los rusos o los norteamericanos, hacen una revolución y toda esta perspectiva estuvo errada. Pero no veo esa posibilidad porque está el problema de la dirección, del violento giro a la derecha a partir del ’90 de todas las direcciones tradicionales —que siguen siendo las únicas que tiene el proletariado— y la ausencia absoluta de una dirección alternativa, no ya revolucionaria sino ni siquiera clasista y combativa. Ojalá yo esté equivocado. Pero hoy la situación está así, y esta discusión tiene sus consecuencias en nuestra política y orientación actuales.

Yo veo que esa perspectiva es la que se está dando. Hoy los trabajadores pierden cada día mas. Aunque haya algunas luchas, alguna resistencia, eso hoy es así. Eso va a desembocar en algo. Las contradicciones entre los imperialismos van a generar algunas crisis que los van a debilitar mutuamente. Y en algún momento se va a abrir un espacio para que las masas, si todavía conservan reservas de todo lo que ganaron con el ascenso, si tienen memoria en relación a eso, puedan volver a entrar en el juego. Si no pueden volver a meterse, se acabó. Me parece que nosotros, que cualquier partido revolucionario, que cualquier revolucionario que ande por allí, tiene que apostar a que en algún momento se va a abrir un espacio para las masas, y aunque éstas tengan poca fuerza, los revolucionarios existimos para revitalizarlas y empujarlas, y estar preparados para eso. Si no, nos pondríamos a discutir si las masas van a estar o no van a estar, en lugar de prepararnos para eso, para el momento en que se abra ese espacio, para tener toda una armazón teórica, política y práctica, de militancia, para en ese momento encabezar a las masas o empujarlas o revitalizarlas. A lo mejor se abre el espacio pero la clase obrera no tiene fuerzas para aprovecharlo o no hay ningún partido que pueda responder, y entonces el capitalismo lo resuelve por otro lado. Pero cualquier partido revolucionario tiene que prepararse para que las masas sí tengan fuerzas como para volver a luchar y a vencer.

Por eso, hay que tratar de descubrir qué características va a tener esa crisis y cómo va a ser, dónde y cuándo. La discusión debería ir en ese camino.

Ese es nuestro objetivo al plantear esta discusión. Arrancamos de que esa crisis se va a dar, ese espacio se va a abrir y los trabajadores van a irrumpir por la brecha y a volver a movilizarse en forma revolucionaria. Esto no quiere decir que, desde el punto de vista teórico, no se pueda barajar la hipótesis opuesta: con esta derrota ya pasó el "cuarto de hora histórico de la clase obrera". El propio Moreno decía que él no tenía una fe religiosa en la clase obrera, que bien podía ser que no tuviera la capacidad para hacer la revolución socialista mundial, pero que tampoco estaba determinado por ningún Dios que no pudiera hacerlo; por lo tanto, mientras hubiese posibilidad de luchar había que luchar con rabia para triunfar. Y nosotros, si somos marxistas, no nos podemos impresionar por una derrota, por más grave que sea. Si el trotskismo sobrevivió al nazismo y al stalinismo, que fueron dos derrotas terribles, con más razón debemos seguir nosotros, que pretendemos ser sus herederos.

No hay nada que demuestre que el análisis de Marx sobre la capacidad del proletariado para terminar con la sociedad de clase y construir una sociedad sin explotadores ni explotados estaba equivocado. Todo el proceso que comienza con la Revolución de Octubre y culmina con la expropiación de la burguesía en un tercio del planeta, aun con sus horribles deformaciones burocráticas, demuestra que Marx tenía razón, que la revolución se puede hacer. Y eso es histórico, objetivo: no lo puede borrar una derrota, aunque ya esté durando demasiado y nos haya golpeado con tanta dureza.

En todo caso, si algún día la historia demuestra que la clase obrera no fue capaz de cumplir con la tarea histórica que tenía planteada, nuestra lucha no habrá dejado de ser legítima. Porque nosotros tenemos valores. Igual que Marx, somos profundamente humanistas, en el buen sentido del término. Odiamos la explotación, la opresión, la degradación del ser humano, y queremos hacer una revolución para que el ser humano pueda desarrollarse y ser feliz. Y es mejor terminar como Espartaco, que encabezó la rebelión de una clase que estaba condenada a la derrota porque no podía construir una sociedad superior a la de los esclavistas romanos, que terminar acomodándose a este sistema repugnante que es el capitalismo.

Digo esto porque una lucha se justifica si sus objetivos son justos, no si es seguro que va a triunfar. La lógica de que el "triunfador" es el mejor y el que tiene razón es la lógica de esta sociedad capitalista podrida, no la de los revolucionarios que la combatimos.


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