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Internacional Nº 8
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¿El resfrío ruso puede provocar pulmonía?
Por: Esteban Acosta Ríos
Al momento de terminar este artículo, la caída del rublo y de la cotización de las acciones en la Bolsa de Moscú, han producido una baja en las principales Bolsas, viéndose particularmente afectadas las de América Latina. Los economistas burgueses, los jerarcas de los organismos financieros internacionales y los gobiernos imperialistas, tienden a explicar el fenómeno en términos sicológicos: la caída de una Bolsa provoca nerviosismo en las demás. A lo que algunos añaden también, que existe "inseguridad" en los mercados financieros internacionales por la crisis del Sudeste Asiático, la bancarrota de Corea y las dificultades económicas de Japón. | ||
SI hiciéramos caso de esta explicación, tendríamos que creer que los capitalistas y sus agentes en las Bolsas son unos individuos totalmente desequilibrados que entran en una especie de histeria colectiva a la menor señal de crisis. Problema que se agrava, porque en la época de las computadoras, en cuestión de segundos, centenares de miles de millones de dólares pueden ser trasladados de una Bolsa a otra.
Es cierto que las cámaras de televisión nos presentan a veces escenas de frenesí en las Bolsas de Wall Street, Londres, Tokyo y otros lugares, pero es absurdo pensar que la predisposición sicológica de todos estos individuos es a caer en esos estados de paroxismo apenas empiezan a bajar las cotizaciones de las acciones en cualquier parte del mundo. En efecto, ¿cómo es posible que un desplome en el mercado financiero ruso, que es absolutamente marginal, pueda tener consecuencias sobre todo el mercado financiero mundial?
Los economistas burgueses no nos pueden dar ninguna explicación seria de este fenómeno recurrente (desde la crisis mexicana del 94), frente al cual ya algunos comienzan incluso a admitir la posibilidad de un crack financiero mundial.
No más verídica, aunque tenga una pizca de verdad, es la explicación que algunos reaccionarios como el Primer Ministro de Malasia dan de la crisis de las Bolsas del Sudeste Asiático: un sector del capital financiero se mueve especulando con las monedas nacionales de las economías "emergentes" y finalmente termina, con las primeras dificultades del desarrollo acelerado de estas economías, desplomando sus monedas y hundiendo las Bolsas.
En realidad, aunque las crisis ponen en evidencia elementos de especulación financiera, de endeudamiento y de fragilidad bancaria a nivel de todo el sistema económico mundial, en dimensiones como nunca antes se dieron, por el carácter cada vez más especulativo y parasitario (podríamos decir depredador) que ha ido tomando el capital financiero internacional, la explicación fundamental es otra: reside en las dificultades para darle salida a la superproducción relativa del sistema, lo que pone de relieve que la crisis actual es más profunda de lo que admiten los economistas burgueses.
Hay una crisis de superproducción por el empobrecimiento del mundo
"Las relaciones burguesas de producción y de cambio, las relaciones burguesas de propiedad, toda esta sociedad burguesa moderna, que ha hecho surgir tan potentes medios de producción y de cambio, se asemeja al mago que ya no es capaz de dominar las potencias infernales que ha desencadenado con sus conjuros. (...) Baste mencionar las crisis comerciales que, con su retorno periódico, plantean, en forma cada vez más amenazante, la cuestión de la existencia de toda la sociedad burguesa. Durante cada crisis comercial, se destruye sistemáticamente, no sólo una parte considerable de productos elaborados, sino incluso de las mismas fuerzas productivas ya creadas. Durante las crisis, una epidemia social que en cualquier época anterior hubiera parecido absurda, se extiende sobre la sociedad: la epidemia de la superproducción". (Marx y Engels, Manifiesto Comunista)
A 150 años del Manifiesto Comunista, el análisis de Marx y Engels de las crisis capitalistas como crisis de superproducción tiene aún más vigencia, porque el capitalismo se encuentra en su época senil. Hace ya rato las potencias imperialistas engulleron el mundo, y hoy día la restauración del capitalismo en la ex-URSS y los otrora estados obreros burocratizados, no parece que vaya a permitirle al capitalismo un remozamiento económico. En un mundo cada vez más desgarrado por la competencia, no queda espacio para que surjan las llamadas economías capitalistas "emergentes". El estado famélico en que se encuentran los llamados "Tigres" del Sudeste Asiático es la prueba más contundente de ello.
En momentos en que los ideólogos del capitalismo decretan la muerte del socialismo, el buitre capitalista se demuestra incapaz de engullir el cadáver. Ninguna de las potencias imperialistas tiene interés en desarrollar nuevos competidores, y por eso la inversión en los países en regresión al capitalismo (ex-URSS y Este de Europa) es mínima y se orienta al pillaje de sus economías. China, que pareciera la excepción, lo confirma, pues el espacio "precario" que se ha abierto es a costa de los desafortunados "Tigres" del Sudeste de Asia.
Los ideólogos de la globalización se apresuraron mucho al decretar el fin de la historia, pretendiendo que el capitalismo había logrado superar sus contradicciones internas. El enorme desarrollo de las fuerzas productivas que conlleva la competencia capitalista, sigue chocando con el régimen de acumulación privada, generando una dinámica cada vez más destructiva de la naturaleza y el hombre.
Durante este siglo, la economía capitalista ha logrado paliar esta contradicción, al precio de destruir una enorme masa de fuerzas productivas en las dos guerras mundiales en que las potencias imperialistas pelearon por una redistribución de los mercados. La imposición de la hegemonía norteamericana y el nuevo rol de gendarme mundial que asumieron los Estados Unidos al finalizar la segunda guerra mundial, por el declive de Europa y la "amenaza" de la URSS, "armonizó" temporalmente la competencia interimperialista.
A mediados de los sesentas se hizo patente, sin embargo, el fin del "boom" de la postguerra (generado por la reconstrucción de las economías imperialistas de Europa y Japón, la carrera armamentista contra la URSS y la competencia espacial). Una grave crisis de dirección se abrió además en el imperialismo norteamericano, con la derrota militar en Vietnam y el ascenso de las luchas obreras, populares y nacionales en los cuatro rincones del planeta.
Se abre así un proceso de crisis crónica de la economía capitalista mundial y de creciente competencia interimperialista. Sin embargo, los gobiernos de Reagan y la Thatcher recuperan la iniciativa en los planos político y militar desde comienzos de los ochentas y lanzan lo que hemos denominado un proceso de "contrarrevolución" económica: una ofensiva brutal para aumentar la explotación (la tasa de plusvalía) de los trabajadores de las metrópolis imperialistas y para saquear las economías de los países atrasados y dependientes. Imponiendo la "flexibilización" del trabajo y la apertura de las economías más débiles, la economía yanqui logró recuperarse en los noventas y servir de locomotora de las principales economías. (Lo que se expresa, por ejemplo, en que los Estados Unidos son el gran comprador mundial).
Sin embargo, la contrapartida de esta recuperación relativa de las economías imperialistas es un proceso de pauperización violento de las masas populares de Asia, África y América Latina, de destrucción de parte del aparato productivo de estas naciones y de "marginación" de continentes enteros como Africa del sistema económico internacional. Además, la emergencia de millones de desempleados y subempleados en las propias metrópolis imperialistas (el ejército industrial de reserva de que hablaba Marx), con manifestaciones de pobreza y marginalidad propias otrora del Tercer Mundo. El desarrollo capitalista está concentrando la riqueza en un polo de naciones privilegiadas cada vez más reducido y dentro de éstas tiende también a profundizar el abismo entre la burguesía y los sectores populares.
Se da así la contradicción de que la masa gigantesca de plusvalía que han extraído las transnacionales y la banca imperialista en las dos últimas décadas, no regresa como capital a la producción, sino que más bien se convierte en capital financiero y se vuelca a la especulación, porque el mercado es muy reducido como para garantizar la reproducción ampliada del capital; la recuperación de las metrópolis imperialistas se ha logrado al precio de eliminar "consumidores". El desarrollo de nuevas ramas productivas como la cibernética, la robótica y la biogenética no logran revolucionar la economía capitalista, porque los países más expoliados van quedando al margen de estas innovaciones tecnológicas y en las propias metrópolis imperialistas el aparato productivo se ha venido contrayendo. El proceso de centralización y concentración del capital por la vía de la fusión de las grandes transnacionales, es parte también de los mecanismos especulativos y depredatorios con que "crece" el capital, pues no se traduce en mayor inversión productiva, sino en procesos de despidos y cierres de empresas "no rentables". La enorme masa de capitales que se han lanzado a la especulación bursátil, ha acostumbrado a los accionistas a dividendos muy altos que las inversiones productivas difícilmente pueden alcanzar. Se llega así al absurdo, de que en nombre de la "racionalización", el sistema destruye su propia base de acumulación. En efecto, la crisis latente en el mercado financiero mundial se explica porque la tasa de inversión en la producción es muy baja. La plusvalía nace de la explotación del trabajador en el proceso productivo, el sistema capitalista, al no invertir en la producción, no la está generando en la proporción en que la necesita para sostener la tasa de ganancia y los dividendos de las acciones. (La globalización ha permitido que el comercio mundial aumente entre 1974 y 1984 a una tasa del 5% anual, pero la producción sólo aumenta al 2% anual en el mismo período).
El sistema financiero se ha ido haciendo cada vez más parasitario y rentista. La ficción de que el dinero crea dinero se ha convertido en un principio de verdad casi tan incuestionable como la existencia de dios. Las acciones son fantasmas que crecen sin cesar de volumen al precio de hacerse cada vez más inmateriales.
En los momentos de crisis, el capitalista "intuye", sin embargo, que algo no anda bien. Las primeras dificultades para colocar la producción en el mercado, "volatizan" masas gigantescas de capitales ficticios. La crisis del Sudeste Asiático, donde se concentró un 40% de la inversión mundial entre el 92 y el 96, ha significado que se esfumen de Hong-Kong y las otras Bolsas de la región unos 800 000 millones de dólares y es probable que los préstamos incobrables representen 1 billón de dólares más. Signo de los problemas para realizar la plusvalía en el mercado, es el tremendo endeudamiento de las empresas. Ha sobrado la plata para prestar y para endeudarse a corto plazo, pero cuando se corta el flujo del pago de intereses todo el sistema bancario se estremece con la "mala conciencia" de que es dinero perdido porque no hay salida a la producción en los mercados.
El mecanismo de las crisis bursátiles
El mecanismo de las crisis de las economías "emergentes" no es difícil de establecer. Las dificultades de los "Tigres" del Sudeste de Asia para seguir aumentando las exportaciones, hicieron crecer el déficit de sus balanzas comerciales, provocando finalmente, desde mediados del año pasado, una serie de devaluaciones de sus monedas (proceso que se vio acelerado por los especuladores internacionales, que intuyendo la debilidad de las monedas locales corrieron a deshacerse de las mismas). Como el "desarrollo" ha sido al costo de un enorme endeudamiento a corto plazo, los préstamos en dólares se dispararon a las nubes y se volvieron irrecuperables; lo que provocó casi inmediatamente la caída sucesiva de las Bolsas, el cierre de empresas y la quiebra de grandes grupos bancarios.
El contagio se transmite entonces a las principales plazas financieras de la región: Hong-Kong y Singapur. La recesión de los Tigres golpea además las economías de Corea y Japón. La pérdida de mercados afecta muchas grandes empresas y de rebote a los bancos de estos países. Corea (la doceava economía del mundo) queda prácticamente en bancarrota y sometida a las condiciones que le imponga el FMI para "ayudarla". En Japón el sistema bancario queda muy debilitado por los préstamos "dudosos" en la región y fundamentalmente en "casa". Bolsas como las de Sao Paulo se ven conmocionadas por préstamos a los "Tigres", "difíciles de cobrar " y la amenaza de que las devaluaciones en el Sudeste Asiático aumenten la competividad de los productos de esta región. La inestabilidad pasa a Europa, por la vía de Wall Street. Muchos grandes contratos quedan paralizados por la insolvencia repentina de los "Tigres".
No es descartable que nuevos "resfrios" en las Bolsas del Sudeste Asiático o de América Latina, le pasen la "gripe" a las principales; incluso al epicentro del mercado financiero internacional: Wall Street, abriendo un crack financiero mundial diez o veinte veces más catastrófico que el de 1929. La caída del rublo y de la Bolsa de Moscú ya hemos visto que ha tenido un efecto totalmente desproporcionado. Sin embargo, el verdadero factor de crisis es la recesión de la economía japonesa, por tratarse de la segunda economía mundial.
Japón es el eslabón más débil
La base territorial, demográfica y de materias primas del imperialismo japonés es muy exigua. Desde antes incluso de la guerra, el imperialismo japonés se vio obligado a desarrollar como parte de su aparato productivo a sus colonias de Corea y Formosa (Taiwan).
En el marco de la recuperación económica después de la II guerra mundial y en medio de una exacerbación de la competencia con Estados Unidos, que en 1971, con Nixon, intentó enfrentar su creciente déficit comercial con Japón con medidas proteccionistas, las grandes empresas de este país (especialmente las del automóvil y los electrodomésticos) se lanzaron a instalar filiales en el Sudeste de Asia y desde allí continuar la batalla por el mercado norteamericano. Japón conservaba su supremacía a través del control de la investigación y el financiamiento bancario, y aprovechaba los bajos salarios que ofrecían los regímenes dictatoriales de la región. Era una forma de ampliar su mercado interno. Tendencia que se profundizó en los años ochenta, cuando las empresas japonesas del automóvil, la electrónica, los electrodomésticos, la construcción naval, etc. terminaron entregando la producción a empresas locales, mediante "alianzas estratégicas" que permitían burlar más fácilmente las restricciones del gobierno yanqui.
El imperialismo japonés se aseguró al mismo tiempo que las monedas locales quedaran indexadas con el dólar, para evitar que las fluctuaciones de éste pudieran afectar el comercio con el gigante norteamericano. En realidad, por ser el principal acreedor (46% de las deudas están en manos japonesas) y el principal exportador hacia la región (más del 40% de las exportaciones japonesas), lo que estaba haciendo era trasladarle el costo de los choques entre el dólar y el yen a las economías del Sudeste Asiático.
Uno de los factores que contribuyó a la caída de las monedas locales, fue precisamente el proceso de devaluación del yen en relación con el dólar estos dos últimos años, porque las divisas de la región fueron mantenidas a un nivel artificialmente elevado con relación al yen.
Es evidente entonces que la crisis de la región tiene un profundo impacto en la economía japonesa. Sin embargo, los bancos nipones no están quebrando por las deudas de la región (que son tan sólo el 1,6% del total) sino por las dificultades caseras. (Oficialmente, se habla de que un 6% de las deudas con los mismos son incobrables, pero probablemente el monto sea mucho mayor).
La crisis bancaria en Japón
La posición hegemónica del imperialismo yanqui, le ha permitido desde los años setentas, utilizar el tipo de cambio del dólar para financiar su gigantesca deuda y potenciar sus exportaciones. Las devaluaciones le permitían trasladar al resto del mundo, sus problemas económicos. A regañadientes, los otros imperialismos aceptaban para poder seguir ingresando al mercado norteamericano.
En 1985, por medio del acuerdo del Hotel Plaza en Nueva York, los japoneses se vieron obligados a revaluar el yen, que en el plazo de un año aumentó casi un 50% en relación al dólar.
El golpe que esto comportaba a las exportaciones japonesas, fue compensado con una reducción de las tasas de interés al 2,5%, la disminución de los impuestos a los ingresos medios y altos, y un amplio programa de obras públicas. La economía japonesa se disparó y la disponibilidad de dinero barato catapultó la especulación bursátil e inmobiliaria. Los valores del mercado inmobiliario japonés llegaron a totalizar casi cuatro veces más que el norteamericano. El globo especulativo terminó por desinflarse en el 90, con la caída de las acciones en la Bolsa de Tokyo y el inicio de un proceso recesivo. (Muchos de los capitales que hicieron su agosto con la especulación se trasladaron a las Bolsas del Sudeste Asiático). En el 95, el gobierno nipón tuvo que inyectar fondos públicos a los bancos en problemas por arrastrar préstamos "dudosos" por un monto que algunos calculan cercano al billón de dólares. Pese a lo cual, la economía japonesa siguió sin dar señales de recuperación hasta ahora que se abrió la crisis en su mercado regional.
La competencia interimperialista va a desestabilizar aún más la situación
La crisis del Sudeste Asiático acelera el curso recesivo y la tensión con el imperialismo yanqui. Las exportaciones japonesas hacia el mercado norteamericano amenazan con rebasar el tope establecido por los yanquis del 2,5% del PIB japonés. El imperialismo yanqui a su vez está tratando de aprovechar la crisis del "mercado" regional japonés para penetrarlo. En el caso de Corea, la ayuda del FMI ha estado supeditada a la subasta de los "chaebols" (los grandes conglomerados industriales) en problemas, con relación a Japón, que no es tan fácil de chantajear, el FMI presiona al gobierno nipón para que ponga orden, eliminando el proteccionismo a los gigantes industriales y demandando al mismo tiempo que se "socialicen" las pérdidas pasándoselas al Estado. ¡Los ideólogos del neoliberalismo no tienen reparo en recurrir al Estado cuando se trata de salvar los bancos en problemas y no se sonrojan reclamando al mismo tiempo planes de austeridad que golpeen a los trabajadores!
En realidad, la preocupación norteamericana es grande. Un agravamiento de la crisis bancaria japonesa puede provocar el retorno de los capitales nipones que detentan bonos del Tesoro Americano. ¿No podría desatarse así un proceso especulativo con el dólar que termine provocando un crack en Wall Street y Chicago, las plazas fuertes yanquis?
La situación de los "Tigres" anticipa lo que puede ocurrir en tal caso a escala planetaria: un empobrecimiento brutal de los sectores populares hasta en los propios países imperialistas, una competencia violenta de éstos por los mercados y un pillaje todavía más ciego de la naturaleza.
A 150 años del Manifiesto Comunista, el programa de Marx y Engels para liquidar el capitalismo, cobra acuciante actualidad: "Proletarios de todos los países, uníos".
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