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ARMAMENTISMO |
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La guerra es una de las causas
de sufrimiento más grandes para la humanidad. Es un método
cruel y degradante de la dignidad humana, tanto de quien la padece como
de quien la practica. Tiene su origen en una decisión directa tomada
por alguien -o algunos- en algún despacho.
La obsesión por la
seguridad crea inseguridad. El afán obsesivo por eliminar riesgos,
acaba llevando a un estado neurótico, de angustia crónica
y a actuaciones irracionales que crean nuevos riesgos. El armamentismo
es un ejemplo. El concepto exclusivamente militarista de la seguridad es
caro e ineficaz. Los gastos militares mundiales son del orden del billón
de dólares al año. Con un 2% de esta cantidad sería
posible eliminar el hambre en toda la tierra.
Prevenir los conflictos y
trabajar para erradicar aquellas situaciones que los hacen inevitables
(hambre, desequilibrios económicos, subdesarrollo, igualdad de oportunidades,
cobertura social...) es mucho más barato y crea más seguridad.
Y es útil porque mejora las condiciones de vida sobre el planeta.
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La fabricación
y el comercio de armas alimenta y hace más
graves los conflictos. Las causas de los conflictos son complejos y diversos,
pero el negocio de las armas los alarga y agrava sus consecuencias, cuando
no los provoca directamente.
"Si no lo hiciéramos
nosotros, serían otros quienes lo hiciesen". Este razonamiento simplista
sirve de coartada a los más temibles de los mercaderes de la muerte:
los gobiernos de los países industriales. La venta de armas, desde
las más corrientes hasta las más sofisticadas, constituye
un mercado en expansión. Y ello a pesar de las múltiples
profesiones de fe pacifista de los estadistas de uno y otro hemisferio.
Los responsables gubernamentales
dan argumentos económicos: frenar la máquina equivaldría
a reducir en varios millones la renta nacional; equivaldría igualmente
a dejar sin trabajo a millones de personas en todo el mundo. Se trata de
disfrazar el mercado de la muerte de empresa humanitaria. Numerosos países
exportan armas sin dificultad y sin control a zonas en conflicto y en donde
se producen serias violaciones de los derechos humanos.
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Durante el período
de la Guerra Fría, se llevó a cabo una extraordinaria acumulación
de armamento en algunos puntos calientes del planeta, que luego se convirtieron
en centros de distribución regional o mundial de este stock. La
acumulación de armas en algunas regiones es tal que cualquier disputa
doméstica comporta el uso de las armas.
Existen gigantescos stocks
de armas -sobre todo ligeras- en un momento determinado no usadas por los
ejércitos, consecuencia del rearme practicado durante la Guerra
Fría, y que puede pasar legal o ilegalmente al mercado exterior.
La desaparición en algunos países de las estructuras de poder
y la desmembración de sus ejércitos facilitó también
el descontrol de muchas armas.
La desintegración de
la URSS, con el consiguiente descontrol sobre parte de su stock armamentista
sobrante, la falta de controles en las ventas de algunos países
del Este europeo, la multiplicación de mafias dedicadas al contrabando
de dicho material, es escaso control sobre las exportaciones realizadas
desde esta zona y el interés de algunos sectores para obtener dinero
fresco mediante la venta de armas, agravan el problema.
Otro motivo son las dificultades
para controlar la fase de desarme en los procesos de desmovilización
de combatientes que estaban fuertemente armados y que ocultan o transfieren
al exterior una parte importante de su arsenal antes de desmovilizarse.
En otras ocasiones, los desmovilizados venden sus armas en el mercado negro
para obtener algunos ingresos económicos. Hay países donde
los conflictos se suceden debido a que los procesos de desarme han sido
insuficientes o incorrectos. Además, la finalización de muchos
conflictos armados suele comportar un desplazamiento de las armas hacia
otras zonas.
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En el caso de las armas
ligeras, éstas acaban estando en posesión de numerosos
sectores, y no sólo en manos de los gobiernos. Con frecuencia, tales
sectores adquieren armas ligeras a cambio de drogas, diamantes y
otros bienes que procuran controlar. La globalización facilita también
el tráfico de armas, al establecerse una estrecha conexión
entre delincuentes, el crimen organizado, los narcotraficantes y los sectores
militares no estatales.
Por su parte, los mercaderes
de armas, que trabajan por cuenta propia, no se molestan en justificar
su negocio. Se limitan a vender armas a quien se las compra.
Hay empresas y particulares que se enriquecen privadamente gracias a que
se aprovechan de los conflictos, enriquecimiento que los estados consienten
y promueven. En Occidente, Liechtenstein, Ginebra, Zurich, Lisboa, Amsterdam,
Bruselas, Luxemburgo, París, Mónaco, Lieja, Bonn y Nueva
York, son algunas de los principales centros de los traficantes de la muerte.
Existe una relación entre los conflictos, el crimen organizado,
los mercados negros y las exportaciones de armas.
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Las minas antipersonales
explotan por la presión de un peso muy pequeño. Así,
cualquier persona, incluyendo niños, puede convertirse en su víctima.
Hay más de 110 millones de minas sembradas y listas para explotar
en 64 países y 100 millones más permanecen almacenadas. Unas
100 empresas en 50 países producen semanalmente 50 mil minas. Existen
más de 340 modelos diferentes de minas antipersonales.
Más que matar, están
pensadas para herir o mutilar provocando así un grave perjuicio
económico, sanitario y sobretodo humano. El 80% de las víctimas
lo constituye la población civil, especialmente niños y mujeres.
No diferencian entre soldados y civiles, entre tiempo de paz y de guerra.
Su fácil disposición en el terreno y el hecho de que permanezcan
activas aún muchos años después de terminarse el conflicto,
las convierten en una auténtica pesadilla.
Según estimaciones,
producen cerca de 1400 muertes y 780 mutilaciones al mes. La mayoría
de las personas que sobreviven a la explosión de una mina quedan
traumáticamente mutiladas. Hipotecan el futuro de muchos países
porque se colocan fundamentalmente en los centros de abastecimiento, de
producción, en vías de comunicación, campos de cultivo...
Suponen un auténtico descalabro social, un aumento de situaciones
de hambre y miseria, y un incremento de número de refugiados y desplazados.
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Los niños-soldado
son los menores de edad que voluntaria o forzadamente empuñan las
armas en diferentes conflictos bélicos. Su existencia tiene que
ver, evidentemente, con la pobreza de muchos países. Jóvenes
que, por lo general sin acceso a la educación, a temprana edad se
encuentran desamparados u obligados a constituirse en fuentes de recursos
para sus familiares, en un ambiente en el que la desocupación es
elevada. En esas circunstancias, convertidos en adultos prematuros, son
presa fácil de la violencia, incluida la guerra, dentro de un círculo
vicioso entre la pobreza que produce la guerra y la guerra que genera pobreza.
La proliferación de
las armas ligeras hizo posible que niños de corta edad sean actores
de violencia. Niños que actúan con gran crueldad si se les
proporciona drogas y alcohol. Según estimaciones de Unicef, en la
última década del S.XX, murieron unos 2 millones de niños
en los conflictos armados.
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