4.- Apoteósica
recepción en Lima
Los restos fueron
llevados hasta la Plaza de la Exposición donde se había
levantado un catafalco para colocar momentáneamente los
restos. Esperaba una compacta muchedumbre, En ese lugar
se realizó la ceremonia de la entrega de las veneradas
cenizas de los héroes, haciendo uso de la palabra el
capitán de navío Melitón Carvajal, Presidente de la
Comisión que había viajado a Chile. Dijo Carvajal:
“Cumplo con
entregaros aquí, los restos que la Comisión que presido
ha tenido el honor de recoger y conducir a esta
capital”. Luego continuó: “Estos no son muertos, porque
viven y vivirán eternamente en nuestra historia, en
nuestras tradiciones, en nuestra memoria y gratitud
nacional; porque sus despojos simbolizan una a uno, los
episodios siempre desventurados, pero siempre honrosos
de una desgraciada guerra; porque su recuerdo dándonos
la clave de nuestros desastres, servirán de lección a
las generaciones futuras y será simiente de cordura y de
acierto; y porque en fin su espíritu, allí , en las
regiones inmortales en que se encuentran , velan por la
ventura de la Patria.”
Después hizo uso de
la palabra el Primer Ministro y Ministro de Relaciones
Exteriores recibiendo los despojos. A continuación se
reanudo la marcha silente. Tomaron las cintas y
condujeron el féretro en forma alternativa los
siguientes marinos: El capitán de navío Emilio Díaz
Seminario, hermano materno de Grau, el almirante Lizardo
Montero su amigo entrañable y codepartamentano; los
paiteños contralmirante Antonio de la Haza, capitán de
navío Camilo Carrillo, capitán de navío Arístides
Aljovín y capitán de navío Antonio de la Guerra. Es sin
duda muy sintomática la presencia de tanto marino
paiteño llevando el féretro. Luego lo portaron también
los marinos piuranos capitanes de navío Amaro Tizón
Seminario y Joaquín Guerra.
La muchedumbre se
unió al cortejo para avanzar hacia la iglesia de la
Merced, donde se oficiaron actos litúrgicos. Allí
quedaron expuestos a la veneración pública hasta el día
siguiente.
A las 11 de la mañana
del 16, se celebraron oficios fúnebres en el templo de
la Merced, donde siempre Grau y su familia oían misa. El
sermón corrió a cargo del Obispo Monseñor Juan Antonio
Roca, amigo y confesor de Grau, que en octubre de 1878,
también pronunció una bella y larga pieza oratoria por
el Héroe de Angamos. A este acto religioso concurrieron
el Presidente de la República, su gabinete ministerial,
altos jefes del Ejército y la Marina, corporaciones
oficiales, los deudos y compañeros de armas de los
combatientes, la delegación nombrada por el Gobierno de
Chile. ILas delegaciones quedaron limitadas a no más de
cinco miembros.
Terminados los actos
sagrados; otra vez recomenzó el desfile, hacia la Plaza
de Armas en donde el Presidente Cáceres esperaba desde
uno de los balcones de Palacio, el paso del desfile
para rendir homenaje a Grau y demás héroes. Después
siguió el cortejo por la calle del Arzobispo, Plaza
Bolivar, Colegio Real y por fin llegó al cementerio.
Formaban parte del
cortejo, la Escuela de Clases, los alumnos de la Escuela
de Ingenieros, de la Universidad de San Marcos y del
Colegio Guadalupe, otros colegios. Luego seguía la
Escuela Militar a continuación los féretros de los
combatientes de la batalla de Huamachuco, entre los que
figuraban los restos de soldados no identificados.
Seguían los sobrevivientes de esa batalla y los deudos,
la Colonia Cubana
que rendía homenaje a
Leoncio Prado. Después venían las delegaciones de
Huánuco y Cerro de Pasco, seguidas por varias
instituciones y corporaciones. A continuación venían las
urnas y los féretros de los combatientes de Arica,
un nutrido grupo de tarapaqueños residentes en
Lima. Comisiones de Cuzco, Puno y Arequipa. Venían
después los féretros y urnas de los combatientes de
Tacna, seguidos por los tacneños residentes en Lima, los
empleados públicos, los socios del Club Nacional,
miembros del partido del coronel Morales Bermúdez que
acababa de ganar las elecciones.
Después seguía la
Cruz Roja, y a continuación los féretros de los caídos
en Tarapacá, y en San Francisco, los deudos y
sobrevivientes. Continuaban las sociedades extranjeras,
la Cámara de Comercio, el Cuerpo General de Inválidos de
la Guerra, después desfilaba la Escuela Naval, brigadas
de los buques de guerra peruanos, seguían los féretros
de Jorge Velarde, José Melitón Rodríguez, Diego Ferré y
Elías Aguirre, caídos en Angamos, venía a continuación
la urna con los restos de Grau, escoltada por guardias
marinas y seguida por sus familiares y sobrevivientes
del “Huáscar”. Después los piuranos, lambayecanos e
iqueños residentes en Lima, luego la Municipalidad de
Lima en pleno, Comisiones del Callao y Arequipa, los
Ministros, la Corte Suprema, los generales del ejército,
los almirantes y contralmirantes, jefes y oficiales del
ejército y la marina.
Los restos de Grau
fueron depositados en el Mausoleo del Mariscal Castilla
y los demás féretros en el Cuartel especialmente
levantado, que se llamaba Mártires de la Guerra. En esa
oportunidad pronunciaron discursos, el Ministro de
Guerra y Marina y el Ministro de Justicia, Culto e
Instrucción al hacer entrega de los restos a la
Beneficencia y a continuación habló el Director de esa
institución. don Manuel Candamo que años más tarde sería
Presidente de la República. Este dijo lo siguiente:
Benditos sean y
bendita sea la inmortal memoria de los que así murieron.
Aquí descansarán en paz, en tierra agradecida; aquí
vendrán los herederos de su nombre a regar con sus
lágrimas la loza que los cubra; aquí recibirán el
homenaje de todo un pueblo, que vivirá orgulloso con la
grandeza de Grau y conservará siempre en su memoria y en
su corazón, el recuerdo de las hazañas con que
iluminaron su nombre los hijos del Perú, cuyos tristes
despojos vamos a sepultar.
Los restos
permanecieron allí hasta 1908 en que habiéndose
construido la Cripta de los Héroes, fueron trasladados
allá en solemne ceremonia
Los días 15 y 16
habían sido declarados de duelo nacional en toda la
República. Desde el amanecer del 15, todas las casas
ostentaban crespones negros en puertas, ventanas y
balcones y la bandera a media asta, también con
crespones negros. Todas las Iglesias de Lima a
intervalos tocaban dobles. Los establecimientos
comerciales cerraron sus puertas y en sus puertas había
una gran tarjeta de luto que decía: Duelo nacional. Los
espectáculos públicos fueron suspendidos y el país todo
vivió pendiente de lo que pasaba con los sagrados
restos.