Como una ardilla, como una paloma, como un cordero estuvo al otro día en la
mesa Masicas, que comió sopa dos veces, y tocino tres, y luego abrazó a Loppi,
y lo llamó: "Loppi de mi corazón".
Pero a la semana justa, en cuanto vio en a mesa el tocino y la sopa, se puso
colorada de la ira, y le dijo a Loppi con los puños alzados:
-¿Hasta cuándo me has de atormentar, mal marido, mal compañero, mal hombre?
¿que una mujer como yo ha de vivir con caldo y manteca?
-Pero ¿qué quieres, amor mío, qué quieres?
-Pues quiero una buena comida, mal marido: un ganso asado, y unos
pasteles para postres.
En toda la noche no cerró Loppi los ojos, pensando en el amanecer, y en los
puños alzados de Masicas, que le parecieron un ganso cada uno. Y a paso de
moribundo se fue arrimando al charco a los claros del día. Y las voces que daba
parecían hilos, por lo tristes, por lo delgadas:
Camaroncito duro, Sácame del apuro":
-¿Qué quiere el
leñador?
-Para mi, nada: ¿qué he de querer yo? Pero ya mi mujer se está
cansando del tocino y la sopa. Yo no, yo no me canso, señora maga. Pero mi
mujer se ha cansado, y quiere algo ligero, así como un gansito asado, así como
unos pastelitos.
-Pues vuélvete a tu casa, leñador, y no tienes que venir cuando
tu mujer quiera cambiar de comida, sino pedírselo a la mesa, que yo le mandaré
a la mesa que se lo sirva.
En un salto llegó Loppi a su casa, e iba
riendo por el camino, y tirando por el aire el sombrero. Llena estaba ya
la mesa de platos, cuando él llegó, con cucharas de hierro, y
tenedores de tres puntas, y una jarra de estaño: y el ganso con papas,
y un pudín de ciruelas. Hasta un frasco de anisete había en la mesa,
con su forro de paja.
Pero Masicas estaba
pensativa. Y a Loppi ¿quién le daba todo aquello? Ella quería saber:
"¡Dímelo, Loppi!" Y Loppi se lo dijo, cuando ya no quedaba
del anisete más que el forro de paja, y estaba Masicas más dulce que
el anís. Pero ella prometió no decírselo a nadie: no había una
vecina en doce leguas a la redonda.
A los pocos días, una
tarde que Masicas había estado muy melosa, le contó a Loppi muchos
cuentos y le acabó así el discurso:
-Pero, Loppi mío, ya tú
no piensas en tu mujercita: comer, es verdad, come mejor que la reina;
pero tu mujercita anda en trapos, Loppi, como la mujer de un pordiosero.
Anda, Loppi, anda, que la maga no te tendrá a mal que quieras vestir
bien a tu mujercita.
A Loppi le pareció que
Masicas tenía mucha razón, y que no estaba bien sentarse a aquella
mesa de lujo con el vestido tan pobre. Pero la voz se le resistía
cuando a la mañanita llamó al camarón encantado:
Camaroncito duro,
Sácame del apuro":
El camarón entero sacó el cuerpo del agua.
-¿Qué quiere el leñador?
-Para mi, nada ¿qué puedo yo querer? Pero mi mujer está
triste, señora maga, porque se ve mal vestida, y quiere que su
señoría me dé poder para tenerla con traje de señora.
El camarón
se echó a reír, y estuvo riendo un rato, y luego dijo a Loppi:
"Vuélvete a casa, leñador, que tu mujer tendrá lo que desea."
-¡Oh, señor camarón! ¡oh, señora maga! ¡déjeme que le
bese la patica izquierda, la que está al lado del corazón! ¡déjeme que
se la bese!
Y se fue cantando un canto que le había oído a un pájaro dorado que le
daba vueltas a una rosa: y cuando entró a su casa vio a una bella
señora, y la saludó hasta los pies; y la señora se echó a reír, porque
era Masicas, su linda Masicas, que estaba como un sol de la hermosura. Y se
tomaron los dos de la mano, y bailaron en redondo, y se pusieron a dar
brincos.
A los pocos días
Masicas estaba pálida, como quien no duerme, y con los ojos colorados, como de
mucho llorar. "Y dime Loppi", le decía una tarde, con un pañuelo de
encaje en la mano: "¿de qué me sirve tener tan buen vestido sin un espejo
donde mirarme, ni una vecina que me pueda ver, ni más casa que este casuco?
Loppi, dile a la maga que esto no puede ser." Y lloraba Masicas, y se
secaba los ojos colorados con su pañuelo de encaje: "Dile, Loppi, a la
maga que me un castillo hermoso, y no le pediré nada más".
-¡Masicas, tú estás loca! Tira de la cuerda y se reventará. Conténtate
mujer, con lo que tienes, que si no, la maga te castigará por ambiciosa.
-¡Loppi, nunca serás más que un zascandil! ¡El que habla con miedo se queda
sin lo que desea! Háblale, que yo estoy aquí para lo que suceda.
Y el pobre
Loppi volvió al charco, como con piernas postizas. Iba temblando todo él. ¿Y
si el camarón se cansaba de tanto pedirle, y le quitaba cuanto le dio? ¿Y si
Masicas lo dejaba sin pelo si volvía sin el castillo? Llamó muy quedito:
Camaroncito duro,
Sácame del apuro".
-¿Qué quiere el leñador?- dijo el camarónn saliendo del agua poco a poco.
-Nada para mí: ¿qué más podría yo querer? Pero mi mujer no
está contenta y me tiene en tortura, señora maga, con tantos deseos.
-Y que quiere la señora que ya no va a parar de querer?
-Pues una casa, señora maga, un castillito, un castillito.
Quisiera ser princesa del castillo, y no volverá a pedir nada más.
-Leñador -dijo el camarón, con una voz que Loppi no le conocía-:
tu mujer tendrá lo que desea -y desapareció en el agua de repente.
A Loppi le costó mucho trabajo llegar a su casa, porque estaba cambiando todo
el país, y en vez de matorrales había ganados y siembras hermosas, y en medio
de todo una casa muy rica con un jardín lleno de flores. Una princesa bajó a
saludarlo a la puerta del jardín, con un vestido de plata. Y la princesa le dio
la mano. Era Masicas: "Ahora sí, Loppi, que soy dichosa. Eres muy bueno
Loppi. La maga es muy buena." Y Loppi se echó a llorar de alegría.
Vivía Masicas con todo el lujo en su señorío. Los barones y las baronesas se
disputaban el honor de visitarla: el gobernador no daba orden sin saber si le
parecía bien: no había en todo el país quien tuviera un castillo más
opulento, ni coches con más oro, ni caballos más finos. Sus vacas eran
inglesas, sus perros de San Bernardo, sus gallinas de Guinea, sus faisanes de
Terán, sus cabras eran Suizas. ¿Qué le faltaba a Masicas, que estaba siempre
tan llena de pesar? Se lo dijo a Loppi, apoyando en su hombro la cabeza. Masicas
quería algo más. Quería ser reina Masicas: "¿No ves que para reina he
nacido yo? ¿No ves, Loppi mío, que tú mismo me das siempre la razón, aunque
eres más terco que una mula? Ya no puedo esperar, Loppi. Dile a la maga que
quiero ser reina.
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