Esa noche hay banquete entre los griegos, con vinos de miel y
bueyes asados; y Diomedes y Ulises entran solos en el campo enemigo a espiar lo
que prepara Troya, y vuelven, manchados de sangre, con los caballos y el carro
del rey tracio. Al amanecer, la batalla es en el murallón que han levantado los
griegos en la playa frente a sus buques. Los troyanos han vencido a los griegos
en el llano. Ha habido cien batallas sobre los cuerpos de los héroes muertos.
Ulises defiende el cuerpo de Diomedes con su escudo, y los troyanos le caen
encima como los perros al jabalí. Desde los muros disparan sus lanzas los reyes
griegos contra Héctor victorioso, que ataca por todas partes. Caen los bravos,
los de Troya y los de Grecia, como los pinos a los hachazos del leñador.
Héctor va de una puerta a otra, como león que tiene hambre. Levanta una piedra
de punta que dos hombres no podían levantar, echa abajo la puerta mayor, y
corre por sobre los muertos a asaltar los barcos. Cada troyano lleva una
antorcha, para incendiar las naves griegas; Ajax cansado de matar, ya no puede
resistir el ataque en la proa de su barco, y dispara de atrás, de la borda; ya
el cielo se enrojece con el resplandor de las llamas. Y Aquiles no ayuda todavía
a los griegos; no atiende a lo que le dicen los embajadores de Agamenón; no
embraza el escudo de oro, no se cuelga al hombro la espada, no salta con los
pies ligeros en el carro, no empuña la lanza que ningún hombre podía
levantar, la lanza Pelea. Pero le ruega su amigo Patroclo, y consiente en
vestirlo con su armadura, y dejarlo pelear. A la vista de las armas de Aquiles,
a la vista de los mirmidones, que entran en la batalla apretados como las
piedras de un muro, se echan atrás los troyanos miedosos. Patroclo se mete
entre ellos, y les mata nueve héroes de cada vuelta del carro. El gran Sarpedón
le sale al camino, y con la lanza le atraviesa Patroclo las sienes. Pero olvidó
Patroclo el encargo de Aquiles, de que no se llegase muy cerca de los muros.
Apolo invencible lo espera al pie de los muros, se le sube al carro, lo aturde
de un golpe en la cabeza, echa al suelo el casco de Aquiles, que no había
tocado el suelo jamás, le rompe la lanza a Patroclo, y le abre el coselete,
para que lo hiera Héctor. Cayó Patroclo, y los caballos divinos lloraron.
Cuando Aquiles vio muerto a su amigo, se echó por la tierra, se llenó de arena
la cabeza y el rostro, se mesaba a grandes gritos la melena amarilla. Y cuando
le trajeron a Patroclo en un ataúd, lloró Aquiles. Subió al cielo su madre,
para que Vulcano le hiciera un escudo nuevo, con el dibujo de la tierra y el
cielo, y el mar y el sol, y la luna y todos los astros, y una ciudad en paz y
otra en guerra, y un viñedo cuando están recogiendo la uva madura, y un niño
cantando en una arpa, y una boyada que va a arar, y danzas y músicas de
pastores, y alrededor, como un río, el mar; y le hizo un coselete que lucía
como el fuego, y un casco con la visera de oro. Cuando salió al muro a dar las
tres voces, los troyanos se echaron en tres oleadas contra la ciudad, los
caballos rompían con las ancas el carro espantados, y morían hombres y brutos
en la confusión, no más que de ver sobre el muro a Aquiles, con una llama
sobre la cabeza que resplandecía como el sol de otoño. Ya Agamenón se ha
arrepentido, ya el consejo de reyes le ha mandado regalos preciosos a Aquiles,
ya le han devuelto a Briséis, que llora al ver muerto a Patroclo, porque fue
amable y bueno.
Al otro
día, al salir el sol, la gente de Troya, como langostas que escapan del
incendio, entra aterrada en el río, huyendo de Aquiles, que mata lo
mismo que siega la hoz, y de una vuelta del carro se lleva a doce
cautivos. Tropieza con Héctor; pero no pueden pelear, porque los dioses
les echan de lado las lanzas. En el río era Aquiles como n gran delfín,
y los troyanos se despedazaban al huirle, como los peces. De los muros
le ruega a Héctor su padre viejo que no pelee con Aquiles; se lo ruega
su madre. Aquiles llega; Héctor huye; tres veces le dan la vuelta a
Troya en los carros. Todo Troya está en los muros, el padre mesándose
con las dos manos la barba; la madre con los brazos tendidos, llorando y
suplicando. se para Héctor, y le habla a Aquiles antes de pelear, para
que no se lleve su cuerpo muerto si lo vence. Aquiles quiere el cuerpo
de Héctor, para quemarlo en los funerales de su amigo Patroclo. Pelean.
Minerva está con Aquiles; le dirige los golpes; le trae la lanza, sin
que nadie la vea; Héctor, sin lanza ya, arremete contra Aquiles como águila
que baja del cielo, con las garras tendidas, sobre un cadáver; Aquiles
le va encima, con la cabeza baja, y la lanza Pelea brillándole en la
mano como la estrella de la tarde. Por el cuello le mete la lanza a Héctor,
que cae muerto, pidiendo a Aquiles que dé su cadáver a Troya. Desde
los muros han visto la pelea el padre y la madre. Los griegos vienen
sobre el muerto, y lo lancean, y lo vuelven con los pies de un lado a
otro, y se burlan. Aquiles manda que le agujereen los tobillos, y meten
por los agujeros dos tiras de cuero; y se lo lleva en el carro,
arrastrando.
Y entonces levantaron con leños
una gran pira para quemar el cuerpo de Patroclo. A Patroclo lo llevaron
a la pira en procesión, y cada guerrero se cortó un guedejo de sus
cabellos, y lo puso sobre el cadáver; y mataron en sacrificio cuatro
caballos de guerra y dos perros; y Aquiles mató con su mano los doce
prisioneros y los echó a la pira; y el cadáver de Héctor lo dejaron a
un lado, como un perro muerto; y quemaron a Patroclo, enfriaron con vino
las cenizas, y las pusieron en una urna de oro. Sobre la urna echaron
tierra, hasta que fue como un monte. Y Aquiles amarraba cada mañana por
los pies a su carro a Héctor, y le daba vuelta al monte tres veces.
Pero a Héctor no se le lastimaba el cuerpo, ni se le acababa la
hermosura, porque desde el Olimpo cuidaban de él Venus y Apolo.
Y entonces fue la fiesta de
los funerales, que duró doce días; primero una carrera con los carros
de pelear, que ganó Diomedes; luego una pelea a puñetazos entre dos,
hasta que quedó uno como muerto; después una lucha a cuerpo desnudo,
de Ulises con Ajax; y la corrida de a pie, que ganó Ulises; y un
combate con escudo y lanza; y otro de flechas, para ver quién era el
mejor flechero; y otro de lanceadores, para ver quién tiraba más lejos
la lanza.
Y una noche, de repente, Aquiles oyó ruido en su
tienda; y vio que era Príamo, el padre de Héctor, que había venido
sin que lo vieran, con el dios mercurio, - Príamo, el de la cabeza
blanca y la barba blanca, - Príamo, que se arrodilló a los pies, y le
besó las manos muchas veces, y le pedía llorando el cadáver de Héctor.
Y Aquiles se levantó, y con sus brazos alzó del suelo a Príamo; y
mandó que bañaran en ungüentos olorosos el cadáver de Héctor, y que
lo vistiesen con una de las túnicas del gran tesoro que le traía de
regalo Príamo; y por la noche comió carne y bebió vino con Príamo,
que se fue a acostar por primera vez, porque tenía los ojos pesados.
Pero Mercurio le dijo que no debía dormir entre los enemigos, y se lo
llevó otra vez a Troya sin que los vieran los griegos.
Y hubo paz doce días, para
que los troyanos le hicieran el funeral a Héctor. Iba el pueblo detrás,
cuando llegó Príamo con él; y Príamo los injuriaba por cobardes, que
habían dejado matar a su hijo; y las mujeres lloraban, y los poetas
iban cantando, hasta que entraron en la casa, y lo pusieron en su cama
de dormir. Y vino Andrómaca su mujer, y la habló al cadáver. Luego
vino su madre Hécuba, y lo llamó hermoso y bueno. Después Elena le
habló, y lo llamó cortés y amable. Y todo el pueblo lloraba cuando Príamo
se acercó a su hijo, con las manos al cielo, temblándole la barba, y
mandó que trajeran leños para la pira. Y nueve días estuvieron
trayendo leños, hasta que la pira era más alta que los muros de Troya.
Y la quemaron, apagaron el fuego con vino, y guardaron las cenizas de Héctor
en una caja de oro, y cubrieron la caja con un manto de púrpura, y lo
pusieron todo en un ataúd, y encima le echaron mucha tierra, hasta que
pareció un monte. Y luego hubo gran fiesta en el palacio del rey Príamo.
Así acaba la Ilíada, y el cuento de la cólera de Aquiles.
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