Clamor
público, agenda secreta
Marchas
de sacrificio, paralizaciones preventivas, memorias, listas, campañas,
protestas simbólicas, llamados de reflexión. Mineros y agricultores ya
estaban curtidos de más de un año de controversia.
En
julio de 2000, Manhattan había publicado su estudio de línea base, un
burdo resumen que apenas si representaba la riqueza que Tambogrande aporta
a la biodiversidad del Perú. Con ese argumento, Godofredo García, el 1
de agosto de ese año, refutó por completo el estudio.
Estaba
claro que la empresa ignoraba la mecánica de San Lorenzo y el ecosistema
que representa.
Manhattan
comenzó a verse perdida, así que intentó acercarse a la resistencia en
todos sus idiomas, pero nadie confiaba en ella, especialmente luego que un
viaje a Chile, el lugar modelo de convivencia entre agricultura y minería,
demostrara que encima la empresa era... MENTIROSA.
Los
acercamientos paulatinos buscaban negociar una salida pacífica al
conflicto: que la empresa acabe sus estudios, para ver si era factible o
no el proyecto minero. La resistencia también tenía su oferta: que la
empresa se vaya de San Lorenzo.
La
situación se complicó para Manhattan cuando memos internos confirmaban
que México no daba para más, y que era evidente que el año no traía
cuentas en azul. La desesperación movió a los canadienses a presionar a
su filial peruana a solucionar el caso, pues si se perdía Tambogrande, la
empresa desaparecería.
Para
entonces, su supervivencia comenzó a depender de créditos fiscales y
alianzas con algunos pares nacionales.
En
su afán de imponer sus criterios, la empresa inició una campaña de
difamaciones y ataques verbales contra la comunidad de Tambogrande. Era
raro para algunos observadores que ‘golpearan’ al pueblo que debía
ser su aliado.
Tras
rastrear algunas reuniones casi secretas en Piura, se logró establecer
que los ataques respondían a una estrategia consistente en exacerbar el
ánimo de los tambograndinos, muy sensibles al tema, para que éstos
reaccionaran con violencia.
El
objetivo era demostrar que la zona estaba dominada por facciones
incipientes de grupos terroristas, como a mediados de los 80s, para que el
Gobierno interviniera y se impusiera el criterio de la empresa minera.
Como
para demostrar que eso era cierto, la Policía fue llevada al mismo
campamento que la empresa había construido a las afueras de Tambogrande,
en la carretera a Las Lomas –la ruta del limón y del mango—,desde
donde operaba en vez de la comisaría de la ciudad. Oficialmente, la Policía
no ha explicado hasta hoy por qué procedieron de esta manera.
El
hecho es que los canadienses necesitaban proteger su inversión. Esa fue
la orden de Graham Clow, presidente del ‘grupo’ Manhattan.
La
oportunidad se presentaría el 27 y 28 de febrero de 2001. El Frente había
programado un paro pacífico de 48 horas con la finalidad de sensibilizar
a la comunidad sobre la necesidad de defender a San Lorenzo de su
irremediable fin, si la minería comenzaba.
La
noche del 21 de febrero, tres días antes, una fuente de factortierra
(que entonces se llamaba FactorTierra), reveló que entre algunas
personas que participarían en el paro circulaba una lista de
“objetivos” contra lo que se debía infringir daños: las propiedades
de Manhattan y sus asociados, incluyendo el edificio del ayuntamiento
local. La fuente comentó que se debía crear tumulto a toda costa.
Ahora
se sabe que algunos miembros del Frente se dedicaron a buscar a los
cabecillas, sin resultados, con la finalidad de anular su accionar. Por
eso se incidió en que aquellos días, los habitantes de cada comunidad
protestaran en sus lugares de origen y no se movieran a Tambogrande por
nada del mundo. Ni los dirigentes principales –excepto Francisco Ojeda y
sus colaboradores—se libraron de la prohibición.
A
las 23:00 locales del 26 de febrero, un grupo quiso asegurarse que los
piquetes estaban en su lugar. Así que caminaron desde el centro de
Tambogrande hasta el cruce de la carretera de Las Lomas, con la carretera
a Sullana. A mitad de camino, al pasar por el campamento, alguien lanzó
piedras al portón; la Policía respondió con bombas lacrimógenas.
Se
detuvo a dos personas esa noche, quienes fueron depositada ¡en el
campamento de Manhattan, y no en la comisaría! Pero, para quienes
manejaban la agenda de ‘objetivos’, esto solucionaba el problema de cómo
introducir la violencia.
A
las 9:00 locales del 27, un grupo marchó con el mismo destino. Al llegar
al lugar del campamento, comenzaron a vociferar contra la minera. La
euforia era total.
Entonces,
comenzó la lluvia de piedras, y una batalla que terminó con la toma y
destrucción de las ‘casas modelo’, donde la empresa minera pretendía
reubicar a los desplazados por sus posibles operaciones, que deben
comenzar en 2003. A continuación se destruyó el campamento de Britton
Hermanos, la empresa de perforación que Manhattan sub-contrató para
obtener las muestras.
Con
la Policía replegada, el campamento estaba a merced de unas cinco mil
personas enardecidas, hasta que hacia las 14:00 locales, una lluvia
torrencial dispersó a todos.
Si
nos ceñimos a las últimas versiones de un testigo, dos personas dentro
de la marcha, aprovechando el tumulto, arrojaron piedras otra vez contra
el campamento, obteniendo una respuesta similar. Mientras el combate
comenzaba, este dúo se las ingenió para salir, pero seguidos por nuestra
fuente.
A
la altura del cruce a Sullana, éstos tomaron una motocicleta y partieron
al norte, hacia Las Lomas probablemente, pues algún tiempo después, este
testigo identificó a uno de ellos como un policía que prestaba servicios
en esa ciudad. La versión no pudo ser corroborada con otros testigos a
los que factortierra tuvo acceso.
Adicionalmente,
una periodista que logró escapar del campamento vio antes que muchachos
de apariencia foránea participaban en la revuelta. Cuando conversó con
uno de ellos, llegó a decir que era de Sullana.
¿Cuál
es la conexión entre estos dos sujetos, los pandilleros, Las Lomas y
Sullana? La única clave relacionada con Las Lomas es Buenaventura, que ha
establecido una sede informal en la zona.
Entre
el 27 y el 28, por la noche, la tensión siguió rondando en las calles de
Tambogrande. El grupo que tenía la agenda de ‘objetivos’ tenía otras
miras: los locales que Manhattan alquilaba en el centro de la ciudad,
incluyendo el edificio del ayuntamiento, y la casa del alcalde Alfredo
Rengifo.
Una
docena de sujetos encapuchados recorrieron las calles exigiendo que los
pobladores salieran a participar del festín, amenazando con atentar
contra quienes no acataran la ‘orden’, pues en muchos casos no
encontraron respuesta. Uno de ellos tomó el nombre del Frente para
justificar su accionar. Un poblador del centro de la ciudad recuerda que
uno de ellos tenía voz y porte militar, pero no recuerda haber visto a
alguien así en el lugar.
El
otro detalle es que no se permitió el trabajo de los periodistas, como si
se buscara ocultar algo o dar la impresión de un ambiente altamente
violento. En ese contexto, Oliver Guerra, fotógrafo de Correo, fue físicamente
agredido, y Ruby Cubas y su fotógrafo, de El Tiempo, fueron perseguidos y
acosados.
La
mañana del 28, la historia se repitió. Nuevamente un grupo salió hacia
el campamento, esta vez azuzados por varios sujetos que sólo corrieron la
voz. La Policía los repelió de la misma manera, pero no contaron con que
esta vez el ataque proviniera de los cuatro costados.
Armados
de materiales propios de construcción, abrieron forados en las paredes, y
trasladaron la batalla a los mismos dominios de la minera, destrozando
todo lo que hubiera a su paso, y obligando a la retirada de la Policía.
Posteriormente vendría el saqueo.
La
gente se fue del lugar, para dar paso a los pobladores del barrio popular
que terminaron por barrer con lo que quedaba del campamento, mientras el
resto de la ciudad pasaba la calurosa tarde en las puertas de sus casas
bajo banderas peruanas.
Hasta
entonces, la gente de las comunidades alrededor de Tambogrande no pudo
pasar a la ciudad. Ésta recién se abrió hacia las 15:30 locales, para
que desfilaran ante los escombros del campamento que seguía ardiendo
debido a la quema de algunos materiales inflamables, y se concentraran en
un mitin que, dice el Frente, reunió, a unas 30 mil personas.
A
pesar del evidente desmadre, los organizadores dijeron que la violencia
era una respuesta ante la impotencia de un gobierno que se tapó los oídos
a su clamor, y que en todo caso no se trataba de rendirle culto, sino de
la recuperación de la dignidad de la gente de Tambogrande.
El
saldo fue a favor de la vida, pues aunque hubo docenas de heridos, y daños
materiales que Manhattan estimó en 12 millones de dólares, no se lamentó
más. Muchos comentaron que esto era un milagro, pues por la forma en que
estaba dispuesto todo, parecía que en algún momento un muerto debía
reportarse.
El
mismo monseñor Óscar Cantuarias, Arzobispo de Piura y Tumbes, se alegró
de que no hubiera decesos, aunque sí otros daños, pero entendió el
mensaje y exigió que Manhattan se vaya de Piura.
¿Quiénes
diseñaron la ‘agenda secreta’, buscaban salvar vidas o cegarlas? Fríamente
analizado, había dos objetivos: generar daños materiales y personales
graves, para achacárselos al Frente. Apenas pudieron con la segunda parte
del plan, pero para hacerlo ver como un atentado terrorista, necesitaban
una muerte.
Por
eso, doce meses después, el presidente del Frente fue claro al decir que
“no hemos venido a celebrar actos de vandalismo, sino... los valores de
este pueblo: dignidad, coraje, lucha, el valor de no haber caído ante los
intereses mineros.”
De
hecho, tras el 27 y 28 de febrero, el pueblo tambograndino se empoderó y
tomó con mayor resolución la bandera anti-minera, iniciando una campaña
de sensibilización y lucha nunca antes vista en la historia de Piura ni
del Perú.
“Celebramos
la identidad e trabajar con el modelo de desarrollo que hemos elegido. Lo
vamos a hacer siempre”.
Francisco
Ojeda comentaría un año después que Godofredo García, quien llegó esa
tarde, le dijo: “Los felicito. Al fin el pueblo de Tambogrande está
viendo frutos”.
“Fue
la última vez que lo vi”, recuerda Ojeda.
©2002
NPC
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