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factortierra 2802-3103 (Versión española)

Edición Latinoamericana

Impactos y colisiones

La obsesión por el EIA

 

El Gobierno estaba interesado en que el Estudio de Impacto Ambiental (EIA) se finalice, para que Manhattan sea la primera empresa minera que opere en Tambogrande sin mayores problemas, para luego abrirle camino a otras empresas del ramo.

 

Lo que inicialmente parecía otro buen trato cerrado con inversionistas extranjeros se convirtió en una suerte de avance kamikaze, de tal forma que de esto depende la vida de toda una comunidad, la vida de una empresa y la credibilidad del Gobierno como promotor de inversiones extranjeras.

 

Sin embargo, el EIA fue sólo una mera formalidad dentro de una cantada operación minera en Tambogrande, lo que dejó al descubierto una nueva mentira de la alianza Manhattan – Gobierno del Perú que vendía la idea la idea de que el EIA debía recibir venia popular antes de cavar cualquier hueco sobre el valle de San Lorenzo.

 

Según Carlos Chirinos, de la Sociedad Peruana de Derecho Ambiental (SPDA), lo único que hace el EIA es predecir los impactos negativos y positivos, pero no determina si se ejecuta o no la explotación, porque eso ya se decidió hace mucho cuando el Gobierno aprobó el Decreto Supremo 014-98-EM que concedió los primeros diez lotes –los TGs—a Manhattan.

 

La Mesa Técnica de Apoyo al Pueblo de Tambogrande buscó que la Presidencia del Consejo de Ministros, entidad que emitió el documento, lo anule; sin embargo, no se obtuvo respuesta.

 

Previamente al EIA, el titular de la concesión debe presentar un Estudio de Línea de Base (ELBA) que sólo busca identificar efectos negativos de la actividad para aminorarlos, y los positivos para optimizarlos; es harto conocido que el de Manhattan fue cuestionado por obviar o ignorar aspectos importantes sobre la biodiversidad en San Lorenzo.

 

Sin embargo, Manhattan prosiguió y estaba a mitad de EIA cuando sucedieron los eventos del 27 y 28 de febrero de 2001, que le favorecieron, pues luego pidió la extensión del plazo para presentar tal estudio, lo que algunos interpretaron como una jugada para aferrarse al último jirón de tiempo que les podía ligar a Tambogrande.

 

La empresa minera prometió ser cuidadosa con el tema ambiental, y por otro lado mencionó hasta la saciedad que no podía efectuar análisis de ningún tipo porque no podía ingresar a Tambogrande –cosa que factortierra probó que era mentira—lo que haría supuso que no iban a ser claros con el tema de la biodiversidad.

 

Pasara lo que pasara, el destino de Tambogrande parecía estar escrito, pues el EIA sólo puede ser observado, pero no hay ni posibilidades remotas de ser rechazado.

 

La misma Mesa Técnica reconoció que las probabilidades de quitarse el problema de encima cuando Manhattan presente el EIA del Proyecto Tambo Grande eran mínimas.

 

La misma Manhattan reconoció públicamente que el EIA les serviría para “determinar, de manera técnica y objetiva, cómo afectaría la nueva actividad a la zona, y cómo se podrían mitigar los efectos negativos, si éstos llegaran a presentarse”. La empresa insistió en que había tecnología de punta para mitigar –ojo, no utiliza el verbo evitar—tales efectos. ¿Cuáles? No dijo.

 

Lo que tampoco dijo es que el EIA sólo se informaba a la comunidad sin que ésta pueda decidir sobre él, sólo observarlo, y recibir respuestas en un plazo de 15 días. Un mes después, la Dirección General de Minería puede aprobarlo (es la única entidad que puede hacerlo). Si no se pronunciara, se asumirá la aprobación también.

 

A menos que Tambogrande presentara un documento tan o más contundente que el de Manhattan, la partida legal se habría perdido. El tema es que la comunidad no respondió en esa vía, sino que adoptó una estrategia que puso la piel de gallina a los mineros y sus partidarios. 

 

Versión original: ©2002 NPC. Versión actualizada: ©2004 NPC

13/03/04 16:33:54 -0500

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